La religión del Antiguo Egipto II: el Libro de los Muertos | Vagamundos Club de Viajeros

El Libro de los muertos es una obra fundamental en la cultura del Antiguo Egipto. Las ideas que se formaban los egipcios sobre las vicisitudes del más allá, el juicio decisivo, los peligros que acechaban al alma y los medios para conjurarlos se exponen con bastante detalle en este texto a veces bastante confuso.

Lo conocemos con ese nombre porque fue así como lo bautizó en el siglo XIX el egiptólogo alemán K. R. Lepsius, aunque su traducción literal sería “Libro para salir durante el día”, que realmente define su función básica: permitir a su propietario continuar viviendo en el Más Allá, salir de su sepulcro y vivir de nuevo en la tierra o unirse al sol en su viaje diario por el cielo. Para ello, además de vencer a la muerte, el difunto debía sortear los peligros que pudieran acecharle en su camino hacia el Inframundo, la región en que habitan los muertos.

Se trata de un texto muy extenso, que en sus más de 180 capítulos recopila fórmulas mágicas de tránsito al otro mundo correspondiente a distintas épocas. Estas fórmulas se inscribían en rollos de papiro que se colocaban sobre el pecho de la momia y en las vendas de lino de las mismas, las paredes de las tumbas, los sarcófagos y los elementos del ajuar funerario del difunto.

El precedente más arcaico comenzó durante el Imperio Antiguo (2686 – 2160 a.C.), en los llamados Textos de las Pirámides. Esculpidos en las cámaras internas de estas, tenían por objetivo ayudar al faraón difunto a recuperar su vigor para despertar a su nueva vida, unirse a sus compañeros, los dioses y ascender al cielo, donde podría surcar la bóveda celeste junto a Ra, el sol, renacido cada amanecer. Posteriormente, durante el Primer Período Intermedio (2160 – 2055 a.C.) y el Imperio Medio (2055 – 1650 a.C.) aparece un corpus de textos funerario más variado, aunque heredero del anterior, los llamados Textos de los Ataúdes (o de los Sarcófagos) que deben su nombre a que los encantamientos se inscribían en la cara interna de los féretros.

Todos estos documentos y otros posteriores se reunieron en el Libro de los Muertos, un texto bastante confuso, y que encontramos a finales de Segundo Período Intermedio (1650 – 1550 a.C.) e inicios el Imperio Nuevo (1550 – 1069 a.C.) y seguirán vigentes hasta la época de dominación romana (31 a.C. – 395 d.C.).

Hay que decir que estos “manuales para el Más Allá“, no siempre eran perfectos, y en muchas ocasiones contenían errores en copia, las reutilizaciones de manuscritos (borrando el nombre del dueño anterior), o los descuidos (como la omisión del nombre del difunto, dejando en blanco el espacio destinado a él, lo que hacía que el manuscrito fuese inservible). Esto se debió a que cuando empezaron a acceder a este tipo de enterramientos personas de escala social más baja, estos ejemplares se debieron producir casi “en serie”. Sin embargo, algunos son auténticas joyas, como los papiros de Any, Nu, Hunefer o Anhai.

Los textos del Libro de los Muertos son de muy variada naturaleza. Un primer grupo de conjuros busca la provisión de alimentos. También son habituales los hechizos destinados a proteger al muerto de animales peligrosos y de los habitantes del Inframundo. Otros, ayudan al fallecido a que pueda desplazarse libremente, tanto por el cielo como por el Más Allá. Se facilitan itinerarios que detallan los paisajes del mundo de los muertos, su orografía, edificios y habitantes, con objeto de que el difunto pueda sortear los peligros y atravesar sus regiones de la mejor manera posible. De gran importancia es el conjunto de las “fórmulas de las transformaciones“, con las que el difunto podrá transformarse en diferentes seres que permitirán su feliz renacimiento en el Más Allá. Algunos de ellos están relacionados con el sol, que muere y renace todos los días, y por ello es considerado el arquetipo de una vida eterna en transformación.

El difunto llegaba a un laberinto, con 21 puertas (aunque en otros pasajes se citan solo 7), ante las que debía pronunciar un texto determinado, y la puerta le respondía: “Pasa, pues eres puro”. Una vez superado el laberinto, el difunto llegaba a la Sala de la Doble Verdad para que un tribunal formado por 42 jueces y presidido por Osiris, evaluara su vida. Ante los dioses, el muerto niega haber cometido diversos pecados y malas acciones, como en el caso del famoso capítulo 125: “Yo, no he hecho nada que pudiera agraviar a los dioses; no he permitido que el señor ofendiera a su esclavo; no he hecho pasar hambre a nadie; no he hecho llorar; no he matado; no he robado provisiones en los templos; no he disminuido las ofrendas a los dioses…”. Tras esta declaración negativa, el difunto debía acreditar su buen hacer durante su vida, manifestando: “Di pan al hambriento, agua al sediento, vestidos al que estaba desnudo y una barca al náufrago. Cumplí el servicio de las ofrendas divinas para los dioses y las ofrendas funerarias para los venerables. Por tanto, ¡libradme, protegedme!¡No me acuséis en presencia del gran dios”.

Tras la confesión, llegaba el momento del juicio, en el que se procedía a pesar el corazón del difunto, que iba a ser sometido a juicio. Hay que decir que, durante el proceso de embalsamamiento, se retiraban todos los órganos internos excepto el corazón, porque los antiguos egipcios creían que en él residían los buenos y malos actos que se habían realizado en vida.

En una habitación, presidida por Osiris, había una balanza. En un plato de la misma, sostenida por Anubis, dios chacal de la momificación, se colocaba una pluma de avestruz, la pluma de Maat, que simbolizaba la justicia; en el otro plato se depositaba el corazón, que simbolizaba las acciones realizadas por cada persona. El difunto se salvaba cuando la pluma y el corazón quedaban en equilibrio. Si el corazón pesaba más, era la confirmación de que el fallecido era un pecador, y el corazón era devorado por la terrible diosa Ammit, que poseía cabeza de cocodrilo, garras de león y parte trasera de hipopótamo. Con ello, el fallecido ya no tenía esperanza de vida tras la muerte.

Tanta importancia se atribuía al pesaje del corazón que los egipcios elaboraban un amuleto específico, el escarabeo del corazón, un amuleto de vida y poder, con forma de escarabajo pelotero, que representaba al sol naciente, y era símbolo de la resurrección en la mitología egipcia. Este amuleto se colocaba sobre el corazón del difunto durante el proceso de momificación. En el reverso del amuleto se inscribía siempre la fórmula 30 del Libro para que, en el momento del juicio final, el corazón no traicionara al difunto. “¡Oh, mi corazón por el cual existo en la tierra! ¡No te levantes contra mí como testigo! ¡No te opongas contra mí entre los Jueces! ¡No estés contra mí delante de los dioses! ¡No seas intransigente contra mí delante del gran dios Señor del Occidente!”.

Gracias al empleo de los textos que componen el Libro de los Muertos, los egipcios podían asegurarse una existencia plena y satisfactoria en el Más Allá, cubriendo los diferentes aspectos de su nueva vida, desde los más prosaicos hasta los más espirituales, de una cultura egipcia obsesionada por la muerte y su tenebroso mundo.

Lo que explica la creación y la pervivencia de esta colección de encantamientos no es sino el deseo, como rezan muchos de los títulos de sus capítulos, de “no morir una segunda vez en el Inframundo”, un destino que era lo que más temían los egipcios y que trataban de evitar a través de todas estas fórmulas y conjuros mágicos.

Experiencias únicas durante nuestro viaje a EGIPTO con VAGAMUNDOS:

– Disfrutar de una experiencia única acompañados por dos de los mejores guías egiptólogos del país, como son Ahmed Abbas y Khaled Mohedin, que nos dará la posibilidad de conocer los monumentos más importantes de Egipto y su historia, en lo que será un fascinante viaje en el tiempo.

– Pasear por LUXOR, el lugar con mayor cantidad de monumentos antiguos del país, como los templos de Karnak y Luxor, o ya en la orilla occidental, en el Valle de los Reyes, penetrar en los secretos de las tumbas de sus faraones, y templos como el de Deir el-Bahari que hizo construir la reina Hatshepsut.

– A través de un paisaje que no ha cambiado mucho desde tiempos de los faraones, visitar uno de los lugares más sagrados del país, el Templo de Abidos.

– Disfrutar de un CRUCERO POR EL NILO en una de las experiencias más emocionantes y románticas del mundo, que nos permitirá apreciar la belleza del paisaje y visitar algunos de los templos más importantes como Edfú o Kom Ombo.

– Presenciar una bellísima puesta de sol en ASUáN, la ciudad más meridional del país y puerta de entrada a Nubia, con el templo de Philae, uno de los lugares más mágicos de Egipto.

– Navegar en faluca por el Nilo presenciando escenas que no han variado desde hace siglos.

– Visitar el poblado nubio de Gharb Soheil, donde descubriremos la vida cotidiana del pueblo más auténtico de Egipto, y cuya singular belleza parece encerrar todo el misterio del Antiguo Egipto.

– Llegar hasta ABU SIMBEL, y contemplar los dos extraordinarios templos, el de Ramsés II y el de su esposa Nefertari, después de que fueran reubicados, piedra a piedra, en su emplazamiento actual para protegerlos por la subida de nivel del agua por la construcción de la presa de Asuán.

– Navegar, durante un SEGUNDO CRUCERO por el LAGO NASSER, en una atmósfera de silencio y recogimiento, experimentando la misma sensación que debieron sentir los descubridores por primera vez.

– Cuatro noches en EL CAIRO, dan para mucho, aquí tiene cabida: El Cairo musulmán con sus mezquitas medievales, y El Cairo Copto, con sus iglesias ortodoxas; Menfis, la mayor ciudad del Egipto faraónico y capital de las primeras dinastías; la necrópolis de Sakkara, con la Pirámide escalonada de Zoser Y las bellas mastabas. Y claro, también aprovechar el tiempo de las compras en el mercado de Khan El Khalili.

– ¡¡¡Cómo nos vamos a olvidar de la meseta de Gizeh, con las inconcebibles pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y la enigmática Esfinge!!!

– Y después de las Pirámides, el Gran Museo Egipcio de Giza que se encuentra a menos de 2 km, con más de 50.000 piezas escogidas, entre las que se encuentran todas las halladas en la tumba de Tutankamón, así como algunos de los sarcófagos descubiertos recientemente en Sakkara, en el hallazgo más importante de los últimos años.

– Una buena despedida del país es visitar ALEJANDRíA, ciudad fundada por Alejandro Magno, que fuera centro cultural del Mundo Antiguo, con su histórica biblioteca, y que hoy es una bonita y tranquila urbe mediterránea, que todavía conserva restos como las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa, del s. II, la necrópolis grecorromana más grande de Egipto, o la columna de Pompeyo, que formaba parte del Serapeum, el tempo dedicado a Serapis. También es digno de contemplar la nueva Biblioteca de Alejandría, con su fachada circular elaborada con granito de Asuán.

Artículo elaborado por Eugenio del Río

Compartir

Viajar con Vagamundos es mejor