Hatshepsut es recordada como una de las contadas mujeres que alcanzaron el rango de faraón en el Antiguo Egipto. A pesar de no ser un caso único, lo hizo en contra de todas las leyes y costumbres del Estado egipcio, aprovechando una serie de circunstancias dinásticas que le permitieron dar cauce a su ambición de poder. Su destreza para conseguir el trono y conservarlo durante 22 años, usurpándoselo al teórico legítimo heredero Tutmosis III, hijo de su marido con otra mujer, y la posterior campaña de destrucción de su memoria en grabados y estatuas tras su muerte, la hicieron acreedora de una fama de mujer malvada y gobernante manipuladora.
De tal forma que durante largo tiempo, muchos historiadores la consideraron como la más perversa de las cinco reinas que existieron en el antiguo Egipto. Sin embargo, la historia real nos dice que el relato es bien diferente de lo que se creía.
Reina faraón por derecho propio
Esta singular mujer (1490-1458 a.C.) quinto faraón de la Dinastía XVIII es una de las más atrayentes figuras del Antiguo Egipto. Hija de Tutmosis I y su esposa principal, la reina Ahmose Nefertari, el matrimonio con su hermanastro Tutmosis II la convirtió en reina consorte y, tras quedar viuda a los tres años de estar en el trono, asumió la regencia hasta que su hijastro Tutmosis III -hijo de Tutmosis II y de Isis, una de sus esposas secundarias- alcanzase la edad necesaria para gobernar.
Al cabo de siete años cambió su nombre por el de Maatkare Hatshepsut (“la primera de entre los nobles”), adoptando toda la parafernalia de la dignidad real: los atributos de coronas y cetros, los títulos y estilos consagrados de la monarquía egipcia. Aunque tenía que compartir el trono con su hijastro, quedaba claro cuál de los dos corregentes ostentaba el poder real. En este momento se inicia el verdadero reinado de Hatshepsut.
Para alcanzar el poder faraónico, la nueva reina y sus consejeros pusieron en marcha un plan de mitificación destinado a reforzar su legitimidad, basado en tres aspectos:
1. Su origen divino, recurriendo al mito de ser hija carnal del dios Amón, y de una reina mortal, según se sabe por la serie de relieves que hizo representar en su templo funerario de Deir el-Bahari.
2. Como hija de Tutmosis I y su principal esposa, Hatshepsut consideraba que tenía más derecho al trono que su marido, cuya madre había sido solo una esposa secundaria, así como sobre su hijastro Tutmosis III. En los monumentos e inscripciones, la reina magnificó la etapa de su padre, ignorando por completo la de su marido, calificándose como “la primogénita del rey”.
3. Difundir la noticia de que el dios Amón la había nombrado faraón mediante oráculos.
Esposa de Amón y reina de las dos tierras de Egipto
Comenzó a mostrarse como único soberano de Egipto, adoptando los atributos de un faraón, como la barba regia postiza y el tocado nemes (el atuendo que utilizaban frecuentemente los faraones egipcios cuando eran representados como reyes). Sus documentos se hallan redactados en masculino y femenino indistintamente, para recordar así que era “hombre-mujer”, y con los epítetos reales masculinos de “Rey del Alto y el Bajo Egipto” y “Señor de las Dos Tierras”.
En algunos monumentos anteriores a su ascenso al trono, hizo que se volviera a grabar su imagen para darle el aspecto de hombre. En otros hizo que se aplicaran calificativos femeninos a monarcas varones del pasado, intentando “feminizar” a sus ancestros.
Ni siquiera cuando Tutmosis III alcanzó la mayoría de edad renunció Hatshepsut al poder. Así, durante casi dos décadas, Egipto tuvo dos faraones, la madre y el hijastro, que reinaron conjuntamente sin aparentes conflictos, aunque fue la soberana quien llevó las riendas del país. Hatshepsut contó con el apoyo de los poderes del Estado. Se rodeó de un cuerpo de funcionarios que en parte ella misma había heredado de su padre y de su esposo, con lo que intensificó los lazos de fidelidad.
Es posible que hubiera alguna pequeña escisión en una parte del grupo administrativo que pudo apoyar al joven Tutmosis III, pero en cualquier caso no debió ser importante. También contó con la complicidad del clero tebano, puesto que seguía estando al frente del clero femenino de Amón, como Esposa de Dios.
Los personajes de su reinado
Tuvo varios visires (el cargo más importante en la administración egipcia), el más importante fue Hapuseneb, que como gran sacerdote de Amón, administrador de los templos y jefe de los profetas del Alto y Bajo Egipto, le aseguró el apoyo del poderoso clero de Amón.
Pero sin duda el personaje más importante de su reinado fue Senenmut, el arquitecto de la reina que supervisó las obras de su templo funerario, y acaparó numerosos títulos; fue incluso tutor de la princesa Neferure, hija de Hatshepsut, a la que pretendió casar con Tutmosis III, proyecto que se frustró por la prematura muerte de la joven.
Se ha especulado con que Senenmut fuese amante de Hatshepsut y padre de su hija, lo que explicaría las esculturas de granito en las que aparece acompañado de la princesa: en las estatuas que lo representan junto a Neferure, el cortesano y la princesa se muestran siempre compartiendo una relación muy íntima, lo cual se ha interpretado habitualmente como prueba de paternidad. Dichas estatuas representan una madre real con un bebé rey, aunque en este caso los sexos están invertidos. Neferure suele sentarse en el regazo de Senenmut, y éste la sujeta con sus brazos; con frecuencia se sienta en una postura que solía emplearse para dar de mamar al niño real. En otros casos, Senenmut agrega al niño en su propia estatua convirtiéndola en una parte de su cuerpo. En definitiva, Senenmut parece retratarse como la “madre” de Neferure.
En una tumba inacabada de Deir el-Bahari se halló un grafito jocoso realizado por osado obrero tebano, donde se observa a un personaje anónimo sodomizando a un rey, o quizás una reina; algunos han querido ver a estos dos protagonistas. Dejando aparte las dificultades para identificar a los protagonistas de la escena, algunos de sus elementos -como el tocado real de la figura femenina y la pose erótica de la pareja, con la mujer en una posición sexual humillante- podrían hacernos suponer que lo que aquí se observa es una sátira de la situación, que era bien conocida en aquella época, pero con un intercambio de los papeles sexuales.
Sin embargo, a partir del año 19 del reinado de Hatshepsut, el nombre de Senenmut desaparece inexplicablemente de los textos; puede ser que falleciera o que hubiera caído en desgracia al apoyar a Tutmosis III en la fase final del reinado de la soberana.
Lo cierto es que no se casó ni dejó herederos. Quizás fue el precio que tuvo que pagar por obtener y conservar el favor de la reina. Pero la figura de Senenmut tiene personalidad propia, y se enmarca dentro de esos personajes que ha dado la historia de Egipto que, además de un hombre de Estado y un fiel sacerdote, encarna la figura del “sabio universal”, con conocimientos diplomáticos, artísticos, matemáticos, astronómicos o arquitectónicos. Al igual que Imhotep (arquitecto del faraón Djoser y autor de la pirámide escalonada de Saqqara), protagonizaría grandes logros políticos, militares, técnicos e intelectuales. Quizás no ha tenido la gloria de Imhotep, o del gran constructor Amenhotep de la XVIII dinastía (constructor entre otros del Templo de Mut, Luxor, ciudad palacio de Malkata, templo funerario de Amenhotep III, los colosos de Memnon), por la naturaleza inapropiada del rey al que había prestado sus servicios, que fue considerada como usurpadora del trono que estaba reservado al niño.
La reina constructora
Hatshepsut hizo gala de una gran actividad constructora. Esta se insertaba en un estudiado programa de propaganda que tenía como justificar su comportamiento político. Se realizaron obras escultóricas de una exquisita factura y unos relieves de delicada ejecución. En Tebas amplió considerablemente el Templo de Karnak, templo principal de Amón-Ra, añadiendo numerosas salas, como la extraordinaria “sala hipóstila” entre las dos puertas monumentales que construyó su padre. El remate fue el añadido de tres pares de obeliscos destinados a señalar el camino hacia lo divino. Además otros lugares recibieron la atención de la reina, desde un santuario rupestre excavado en las montañas del Sinaí hasta un templo de piedra erigido en el interior de la fortaleza de Buhen, en Nubia, que presenta escenas de la coronación de Hatshepsut y de la reina venerando a su padre.
Es muy célebre la expedición comercial que ordenó hacer al País de Punt (posiblemente Etiopía), de donde trajo numerosos productos exóticos. Esta expedición queda narrada en los hermosos relieves de la columnata sur de la segunda terraza del templo de Deir el-Bahari. Este templo, la más importante construcción de la reina, y uno de los edificios más notables del antiguo Egipto, recogía un programa decorativo que respondía a la gloria del dios Amón, la diosa Hathor y la propia reina Hatshepsut. El complejo se estructuraba en una serie de enormes terrazas, con la propia pared del risco como impresionante telón de fondo natural.
En este brillante periodo Hatshepsut afrontó seis campañas militares, obteniendo la victoria en todas ellas. En las dos últimas, Tutmosis III (el llamado Napoleón egipcio) dirigió las tropas alzándose como Rey Guerrero, lo que supuso el resurgimiento de su influencia en palacio y el principio del declive del poder de Hatshepsut.
Fin de reinado y borrada de la historia
Poco sabemos de los últimos momentos de su regencia. Con el creciente poder de Tutmosis III, la reina fue perdiendo sus apoyos más sólidos. Abatida, en el año 22 de su reinado (1468 a.C.), Hatshepsut desaparece de la escena política, permitiendo que su sobrino el faraón Tutmosis III gobernara con libertad y adquiriera el protagonismo absoluto.
La reina más importante del antiguo Egipto falleció en la soledad de su palacio de Tebas, cayendo un manto de silencio sobre su figura y siendo objeto de la eliminación de cualquier referencia a su reinado, como si éste no hubiera tenido lugar; incluso su nombre quedó suprimido de la Lista de los Reyes.
Aunque siempre se pensó que el responsable de tal exclusión fue Tutmosis III, para evitar que familiares de Hatshepsut pudieran reclamar el trono por descender de una reina con orígenes divinos, los historiadores actuales tienden a pensar que esta operación fue llevada a cabo con posterioridad, durante las dinastías XIX y XX. Quizás las generaciones posteriores no le perdonaron la “osadía” de que se proclamase faraón usurpando el trono a quien ellos entendían que era el legítimo dueño.
Lo más sorprendente de todo es que Tutmosis III (1479-1425 a.C.) no fue un faraón pusilánime y sin temperamento. Todo lo contrario, fue uno de los monarcas más importantes y poderosos del Antiguo Egipto, y durante su reinado el Imperio Egipcio alcanzó su máxima extensión territorial.
La tumba de Hatshepsut
En junio de 2007 se identificó la momia de la reina Hatshepsut. Lo mejor de todo es que fue hallada en 1903 en la tumba 60 del Valle de los Reyes (de la nodriza de la reina Hatshepsut), por Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankamón en 1922, y dormía anónimamente en los sótanos del Museo Egipcio de El Cairo, pero nadie había descifrado el rompecabezas. La clave para desvelar el enigma ha sido una muela. El hallazgo fue hecho público en junio de 2007 por el, sin duda, más famoso egiptólogo del mundo, el carismático Zahi Hawass, que aunque en la actualidad no ejerce ningún cargo oficial, fue ministro y secretario general del Consejo de Antigüedades de Egipto de 2002 a 2011.
Anteriormente se encontró en el templo funerario de la reina, en Deir el-Bahari (Luxor), una caja de madera con el nombre del trono de Hatshepsut. La caja contenía vísceras (un estómago y un hígado) y una muela que se adapta perfectamente a la dentadura de la momia en cuestión. En la tumba, los arqueólogos encontraron también otra momia en un sarcófago que fue identificada como el cuerpo de Sitra, la mujer que amamantó a Hatshepsut.
Esta hipótesis ya fue adelantada por la difunta arqueóloga norteamericana Elizabeth Mary Thomas (1907-1986) quien sostuvo hace años que la misteriosa momia era de Hatshepsut, pero se encontró con la incomprensión de los arqueólogos egipcios y del mismo Hawass.
El análisis de sus restos indica que murió de muerte natural. Al parecer su salud era bastante mala: osteoporosis, un tumor en el abdomen y un acceso en la boca, una mala infección que pudo ser lo que la llevó a la tumba.
Ya solo queda descubrir los cuerpos de las otras dos grandes damas de Egipto: Nefertiti y Cleopatra.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a EGIPTO con VAGAMUNDOS:
– Disfrutar de una experiencia única acompañados por dos de los mejores guías egiptólogos del país, como son Ahmed Abbas y Khaled Mohedin, que nos dará la posibilidad de conocer los monumentos más importantes de Egipto y su historia, en lo que será un fascinante viaje en el tiempo.
– Pasear por LUXOR, el lugar con mayor cantidad de monumentos antiguos del país, como los templos de Karnak y Luxor, o ya en la orilla occidental, en el Valle de los Reyes, penetrar en los secretos de las tumbas de sus faraones, y templos como el de Deir el-Bahari que hizo construir la reina Hatshepsut.
– A través de un paisaje que no ha cambiado mucho desde tiempos de los faraones, visitar uno de los lugares más sagrados del país, el Templo de Abidos.
– Disfrutar de un CRUCERO POR EL NILO en una de las experiencias más emocionantes y románticas del mundo, que nos permitirá apreciar la belleza del paisaje y visitar algunos de los templos más importantes como Edfú o Kom Ombo.
– Presenciar una bellísima puesta de sol en ASUáN, la ciudad más meridional del país y puerta de entrada a Nubia, con el templo de Philae, uno de los lugares más mágicos de Egipto.
– Navegar en faluca por el Nilo presenciando escenas que no han variado desde hace siglos.
– Visitar el poblado nubio de Gharb Soheil, donde descubriremos la vida cotidiana del pueblo más auténtico de Egipto, y cuya singular belleza parece encerrar todo el misterio del Antiguo Egipto.
– Llegar hasta ABU SIMBEL, y contemplar los dos extraordinarios templos, el de Ramsés II y el de su esposa Nefertari, después de que fueran reubicados, piedra a piedra, en su emplazamiento actual para protegerlos por la subida de nivel del agua por la construcción de la presa de Asuán.
– Navegar, durante un SEGUNDO CRUCERO por el LAGO NASSER, en una atmósfera de silencio y recogimiento, experimentando la misma sensación que debieron sentir los descubridores por primera vez.
– Cuatro noches en EL CAIRO, dan para mucho, aquí tiene cabida: El Cairo musulmán con sus mezquitas medievales, y El Cairo Copto, con sus iglesias ortodoxas; Menfis, la mayor ciudad del Egipto faraónico y capital de las primeras dinastías; la necrópolis de Sakkara, con la Pirámide escalonada de Zoser Y las bellas mastabas. Y claro, también aprovechar el tiempo de las compras en el mercado de Khan El Khalili.
– ¡¡¡Cómo nos vamos a olvidar de la meseta de Gizeh, con las inconcebibles pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y la enigmática Esfinge!!!
– Y después de las Pirámides, el Gran Museo Egipcio de Giza que se encuentra a menos de 2 km, con más de 50.000 piezas escogidas, entre las que se encuentran todas las halladas en la tumba de Tutankamón, así como algunos de los sarcófagos descubiertos recientemente en Sakkara, en el hallazgo más importante de los últimos años.
– Una buena despedida del país es visitar ALEJANDRíA, ciudad fundada por Alejandro Magno, que fuera centro cultural del Mundo Antiguo, con su histórica biblioteca, y que hoy es una bonita y tranquila urbe mediterránea, que todavía conserva restos como las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa, del s. II, la necrópolis grecorromana más grande de Egipto, o la columna de Pompeyo, que formaba parte del Serapeum, el tempo dedicado a Serapis. También es digno de contemplar la nueva Biblioteca de Alejandría, con su fachada circular elaborada con granito de Asuán.
Artículo elaborado por Eugenio del Río