Fue un momento de enorme tensión. Trabajaba en las excavaciones del Valle de los Reyes desde febrero de 1915 y en siete años apenas había localizado 400 objetos. Pero ahora, el arqueólogo británico Howard Carter entraba en lo que prometía ser la tumba del misterioso faraón Tutankamón. Con una vela en una mano y una libreta de notas en la otra, descendía por unas escalinatas de piedra seguido por el conde Carnarvon, que financiaba los trabajos, y su hija Evelyn.
De esta forma, Tutankamón, que hasta ese momento había sido un personaje prácticamente desconocido, se convirtió, de la noche a la mañana, en la estrella del Egipto Antiguo, a la vez que su descubridor, Howard Carter, un hombre concienzudo y metódico en su trabajo, pero poco hábil en los entresijos diplomáticos, se convertiría en el arqueólogo más famoso del planeta.
El protagonista del descubrimiento
Howard Carter nació en Londres del 9 de mayo de 1874. Fue el menor de una familia de once hermanos y creció en Swaffham, al norte de Norfolk. Su padre, Samuel Carter, fue un célebre artista muy conocido en toda Inglaterra que enseñó a su hijo a dibujar.
En 1891, cuando contaba solo con 17 años, y sin preparación, la Egypt Exploration Society, lo envió a Egipto junto con el arqueólogo Percy Newberry para trabajar como dibujante, copiando pinturas e inscripciones de tumbas egipcias en Beni Hassan. Posteriormente tuvo ocasión de trabajar durante un tiempo con el prestigioso arqueólogo Flinders Petrie, lo que le permitiría aprender un método de excavación más riguroso y científico.
En 1909, se produce el hecho que cambiaría su vida. Trabajaba como vendedor de antigüedades cuando conoce a George Herbert, quinto conde de Carnarvon, que se hallaba en Egipto por motivos de salud. El aristócrata estaba interesado en organizar una excavación arqueológica y necesitaba alguna persona relacionada con el Servicio de Antigüedades de Egipto para conseguir un permiso para excavar en el Valle de los Reyes. De esta forma, Lord Carnarvon contrató a Carter.
En 1914, después de conseguir la concesión para poder excavar en la gran necrópolis tebana, comenzaron los trabajos. Carter estaba convencido de que faltaba una tumba por encontrar. El nombre de Tutankamón había aparecido en inscripciones de monumentos y en algunos hallazgos menores en el Valle de los Reyes, paro su tumba no había sido encontrada.
Comenzaron la limpieza de la zona, en un trabajo lento y monótono, que hizo que Lord Carnarvon poco a poco se fuera desencantando. Y justo antes de que el conde abandonara la financiación del proyecto, apareció un escalón justo por debajo de la tumba de Ramsés VI. Comenzaron a excavar y descubrieron que donde acababan esos doce escalones descendentes se encontraba un muro cubierto de grandes sellos ovalados.
Al llegar al final de la escalera, pudo ver el cartucho con el nombre de Tutankamón. Aunque se decepcionaron al ver que en la parte superior habían abierto un agujero y lo habían vuelto a tapar, señal de que la tumba había sido profanada anteriormente.
El mayor descubrimiento de la historia de la arqueología
Rodeados por una inquietante y húmeda oscuridad, llegaron a la pared de arcilla. Carter hizo un pequeño agujero y lo iluminó con su vela. Con la respiración agitada, amplió lo suficiente aquella hendidura como para poder pasar la vela al otro lado de la pared. El arqueólogo se quedó absorto. “Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad -declararía más tarde- empezaron a emerger de entre la niebla animales extraños, estatuas y oro. Me quedé paralizado por la sorpresa. Cuando Lord Carnarvon me preguntó excitado: ¿Ve algo?, no pude más que emitir las palabras: “Sí, cosas maravillosas“.
Ocurrió el 4 de noviembre de 1922 y, realmente el hallazgo fue impresionante. Carter verificó que había dado con la tumba de Tutankamón y que se encontraba intacta. Por primera vez alguien contemplaba un ajuar funerario completo del Egipto faraónico, que no había sido víctima de saqueo por ladrones de la Antigüedad. Hasta el último de los rincones estaba ocupado por todo tipo de muebles y enseres.
En la primera cámara hallaron un montón de objetos, entre los que figuraba un fabuloso trono, recubierto totalmente de oro y ricamente adornado con vidrio, y piedras incrustadas. El respaldo estaba decorado con una escena en la que aparecía Tutankamón sentado en un trono junto a su mujer Ankesenamón.
A la derecha, las estatuas de dos guardias, dos figuras negras de tamaño natural, una frente a otra, que velaban la entrada de la cámara funeraria. En ella casi todo el espacio lo ocupaba un enorme féretro dorado.
Con mucha paciencia, Carter y sus colaboradores procedieron a abrirlo. En su interior aún les esperaban otros tres féretros más; por fin, hallaron un sarcófago de cuarcita adornado con incrustaciones de marquetería y oro. Su peso era tal que tuvieron que ingeniar un sistema de andamios y poleas para poder abrirlo y descubrir un segundo sarcófago hecho de madera y cubierto con pan de oro. Repetida la operación, apareció un tercer ataúd de oro macizo, de más de 100 kilos de peso. Y en su interior, por fin hallaron la momia de Tutankamón, que ocultaba su rostro tras una máscara de oro bruñido, con incrustaciones de cristal, carnalita y lapislázuli.
Junto a la cámara funeraria descubrieron una sala más, repleta de objetos de incalculable valor y a la que llamaron “cámara del tesoro“. Allí se almacenaban cofres con joyas y telas (túnicas, faldas, guantes o camisas), ánforas de vino, alimentos básicos (pan, ajos y legumbres), y cuatro fabulosos canopes que guardaban las entrañas embalsamadas del faraón.
También se encontraron muebles, objetos rituales, amuletos, gran número de armas, joyas y piezas relacionadas con la condición divina del faraón, así como numerosas estatuas de divinidades, y 413 figuras de siervos o ushebtis, que representaban a los criados que acompañaban al faraón en su viaje, tras su fallecimiento para hacer sus tareas cotidianas. Cumplían la misma función que otros utensilios que los faraones consideraban necesarios en su otra vida.
Algo sorprendente es que algunos de los objetos encontrados en la tumba, no pertenecieron originariamente a Tutankamón. Por ejemplo, la mayor parte de las joyas halladas, habían sido fabricadas en la época de Akhenatón y Nefertiti o incluso anteriores, limitándose los sacerdotes a cambiar el nombre que aparecía inscrito. Hasta el punto de que un pectoral lleva un cartucho demasiado largo para el nombre de Tutankamón, por lo que se deduce que el nombre que llevaba inscrito en un primer momento era el de Akhenatón.
Pero además de descubrir un tesoro artístico excepcional, el hallazgo constituía una oportunidad única de estudiar y comprender el significado que el enterramiento y la vida en el Más Allá tenían para los antiguos egipcios.
El trabajo de ordenar y catalogar el ajuar funerario
Pero los objetos no estaban dispuestos con cuidado, como los debían haber dejado los que enterraron al faraón. La tumba había sido saqueada dos veces en el pasado, probablemente poco después de haber sido cerrada. Sorprendidos por los vigilantes, sólo consiguieron robar los perfumes, ungüentos y aceites preciosos, además de las joyas más pequeñas, como anillos. Los sacerdotes de la necrópolis la sellaron nuevamente pero sin preocuparse demasiado en ordenar los objetos. Las inscripciones de algunas de las cajas y paquetes confirmaron que faltaban algunos objetos, y que otros estaban guardados en el lugar equivocado.
A partir de aquí, el trabajo progresó de manera lenta y metódica para conservar cada detalle. Carter había trabajado anteriormente con Flinders Petrie, con quien aprendió una forma de trabajar sistemática y científica. De esta forma, cada objeto fue registrado, numerado, fotografiado, señalado en el plano de la tumba, descrito y dibujado antes de empaquetarlo y enviarlo al Museo Egipcio de El Cairo.
Paradójicamente, resulta sorprendente que, con todo el cuidado y meticulosidad que se llevó en el estudio de las piezas de ajuar funerario, la momia del faraón recibió muy poca atención. Probablemente Carter, como la mayoría de egiptólogos de su época, consideraba que la momia no aportaba demasiada información arqueológica. Por ello permitió que, después de sacarla de su ataúd de oro, se le retiraran las vendas y se le practicase una autopsia.
Carter estuvo 10 años trabajando intensamente en el estudio del contenido de la tumba. En febrero de 1932, se envió la última remesa de objetos del ajuar funerario al Museo Egipcio de El Cairo. Posteriormente anunciaría su intención de buscar en Asia Menor la tumba de Alejandro Magno, pero no llegó a llevar a cabo el propósito. Carter se dedicó a partir de entonces a elaborar el informe de la excavación, un proyecto tan vasto que no lo pudo acabar.
Increíblemente, en una época en la que era habitual que los arqueólogos importantes fuesen galardonados con el título de Sir (caballero), lo normal es que el más insigne de todos hubiera recibido esa dignidad. Quizás su falta de apoyo institucional, su origen, relativamente humilde, así como su carácter, un tanto complejo, impidieron ese reconocimiento
Howard Carter, murió en Londres el 2 de marzo de 1939. Contaba con 64 años, y fue enterrado en el cementerio de Putney Vale (Londres).
La maldición de la momia
Es curioso que, a pesar de que muchos objetos funerarios del ajuar de Tutankamón se han convertido en iconos de nuestra cultura, como la fabulosa máscara funeraria o la propia momia del soberano, una de las cuestiones más debatidas de este descubrimiento sea algo completamente falso e inexistente, como es la supuesta maldición de la tumba de Tutankamón. Vamos con algunos de los hechos que han alimentado esta superstición.
Lord Carnarvon no pudo disfrutar demasiado del hallazgo. Un mosquito le picó y le produjo un grano que se cortó al afeitarse; la herida se infectó y le causó una septicemia que en pocos días acabó con su vida en El Cairo, en la madrugada del 5 de abril de 1923. Inexplicablemente, las luces de la ciudad fallaron durante unos minutos; los suficientes como para que empezara a correr el rumor de que la tumba estaba maldita: Tutankamón iba a vengarse de los que había interrumpido su descanso.
A partir de aquí, para el periodismo sensacionalista, cualquier desgracia que ocurriera relacionada con la tumba de Tutankamón, se achacaría a una supuesta maldición. En los meses siguientes, hasta 27 personas relacionadas con las excavaciones murieron. La historia de la “maldición”, trascendió hasta Hollywood, donde en 1932, Boris Karloff protagonizó una cinta de terror titulada “La Momia”.
Pero curiosamente, esta supuesta “maldición”, no afectó a todos por igual. Con una salud envidiable, Howard Carter pasó cerca de diez años limpiando la tumba de Tutankamón, empaquetando personalmente los objetos encontrados, enviándolos en vagonetas hasta el Nilo y de allí en barco hasta El Cairo. Fue una labor épica que el arqueólogo ejerció con una admirable paciencia. Mientras la llevaba a cabo, Carter observó que muchos de aquellos objetos habían pertenecido a reyes anteriores. Este hecho, unido a lo fastuoso que era todo el ajuar funerario, le abrió nuevos interrogantes sobre la personalidad de Tutankamón. ¿Realmente había sido tan grandioso este faraón que apenas disfrutó del trono durante una década?
Tutankamón y su tiempo
Llamado en realidad Tutankatón, de este rey lo desconocemos casi todo. Tradicionalmente se ha pensado que fue el único hijo varón que tuvo Amanofis IV (Akhenatón), y no con su esposa Nefertiti, que sólo le dio hijas, sino con una misteriosa concubina llamada Kiya.
Amenofis IV había sido proclamado faraón de Egipto en el año 1353 a.C., y en apenas diecisiete años de gobierno, cambió su nombre por el de Akhenatón, fundó una religión monoteísta en torno al dios solar Atón, ordenó suprimir cualquier referencia a los antiguos dioses y trasladó la capital religiosa de Tebas a un valle del desierto que él mismo bautizó como Akhetatón (“El Horizonte de Atón”), hoy conocida como Tell el-Amarna, y situada a 400 kilómetros de Tebas. A muchos consejeros y sacerdotes les irritó profundamente este nuevo régimen que calificaron de herético, sobre todo a un joven militar llamado Horemheb, quien en el futuro desempeñaría un importante papel en la historia de Egipto.
La muerte de Akhenatón sumió a la corte y al país en un estado de confusión. Unos deseaban que su revolución prosiguiera, y otros, encabezados por los miembros del poderoso clero de Amón, que habían estado aguardando pacientemente su oportunidad, vieron la posibilidad de un retorno a la antigua ortodoxia. La propia familia real debió estar dividida por las dudas. Un efímero gobernante llamado Semenejkara -probablemente la propia Nefertiti en su tercera encarnación como rey en solitario- ocupó el trono durante un año con ayuda de Meritatón, su hija mayor, ahora elevada al papel de “gran esposa del rey”.
Pero el poder del clero de Amón se hizo notar, y encontró en Tutankamón al candidato adecuado, alguien legitimado por su sangre real pero lo bastante joven para dejarse llevar.
Tutankatón (“la imagen viviente de Atón”) apenas tenía nueve años de edad cuando sucedió a su padre en el trono. El matrimonio con la tercera hija de Nefertiti, Ankesenatón, favoreció la subida al poder del niño. Su juventud hizo necesaria la presencia de adultos que le aconsejaran en el gobierno. Ay, un anciano que pudo ser el padre de Nefertiti, fue su tutor espiritual, mientras que el puesto de delegado real, supervisor, alto administrador y general en jefe lo ocupó Horemheb. Los dos hombres fuertes del faraón se precipitaron, en pocos meses, a restaurar la antigua tradición religiosa.
El nuevo rey adoptó el nombre de Tutankamón, y su esposa el de Ankesenamón (“la que vive por Amón”). En el cuarto año de su reinado publicó un decreto mediante el cual retornaba a la ortodoxia existente antes de que Atón se convirtiera en el dios de la monarquía. En el texto, conocido como la “Estela de la Restauración”, Tutankamón retorna su dignidad a los antiguos dioses, permite que vuelvan a ser honrados, y especifica que sus bienes les serán devueltos; proclamó a Amón rey de todos los dioses, y devolvió a Tebas su antiguo esplendor.
El texto explica que el regreso a los cultos tradicionales por parte del soberano y la corte se debe a que, al rechazar a los antiguos dioses, estos se olvidaron de Egipto, abandonándolo a su suerte, y ya no respondían a las llamadas de los fieles.
Pero al poco, la vida del rey se vería cortada en seco. En 1322 a.C., Tutankamón, a los diecinueve años de edad, murió por causas que se desconocen. Su hermanastra y esposa, Ankesenamón, tenía veinticinco. Era la única descendiente viva de Akhenatón y Nefertiti, de Amenhotep III y sus ancestros de la XVIII dinastía, y sabía lo que el destino le tenía reservado. Por ello, y en un acto de desesperación, envió una misiva al rey hitita Suppiluliuma, en la que le suplicaba que enviara a uno de sus hijos a Egipto para que se casara con ella y gobernaran juntos el país (“jamás tomaré a uno de mis sirvientes para convertirlo en mi esposo”). El rey hitita, sumamente sorprendido por lo inconcebible de la propuesta, después de tantos siglos de guerra entre ambos pueblos, envió al príncipe llamado Zannanza a Menfis, pero este jamás llegó a su destino, ya que murió o fue asesinado en el camino.
Aunque no existe ningún testimonio en Egipto de que esto sucediera realmente, sí lo hay en los documentos hititas. Ankesenamón tuvo que resignarse a un matrimonio con un cortesano ya retirado, concretamente, con su abuelo Ay, desapareciendo al poco tiempo de la escena, ignorándose lo que fue de ella.
Con Ankesenamón se desvanece la línea sucesoria de la XVIII dinastía, una de las más gloriosas que gobernaron el país. Ay, se proclamaría nuevo faraón y reinaría durante cuatro años. A su muerte accedió al poder el general Horemheb, cuyo reinado fue próspero y pacífico, pero cuya duración exacta se desconoce. Horemheb había alcanzado estatus de héroe nacional, debido a sus victorias contra los hititas. El único obstáculo del general para proclamarse soberano de las “Dos Tierras” —no pertenecer a la familia real— fue eludido al casarse en segundas nupcias con la hija de Ay, Mutnedymet, hermana de la gran esposa real de Akhenatón, la bella Nefertiti.
El nuevo faraón borró los nombres de sus antecesores —desde Akhenatón hasta Ay, 29 años de reinado— de todos los edificios, estelas y documentos. En la lista oficial de los reyes, tras el nombre de Amenhotep III el que aparece es el suyo. Horemheb falleció sin dejar descendencia. Antes de morir, eligió como sucesor a un compañero de batallas hasta entonces desconocido y al que había adoptado como visir, llamado Paramses, que tomaría por nombre Ramsés I, y sería el fundador de la gloriosa XIX dinastía.
El misterioso final
Por lo que parece, el pueblo admiraba a su faraón por la reimplantación de las viejas tradiciones: “Los dioses y las diosas de esta tierra tienen el corazón alegre -decía una inscripción de Karnak- ; los dueños de los santuarios están contentos; las tierras están de fiesta y celebración; la alegría existe por todo el país”.
Entonces, el faraón murió. ¿Cuál fue la causa? Nadie lo sabe. Pudo ser una enfermedad, o un accidente sobrevenido en el transcurso de una cacería, pero una parte de los egiptólogos se inclinó inicialmente por el asesinato. Al recuperar su momia, la autopsia y pruebas con rayos X trataron de determinar las causas de su muerte. Estos estudios revelaron una fractura en el hueso de la parte posterior de la cavidad craneal, lo que a los historiadores les pareció una prueba de peso para apoyar la tesis del asesinato. Algunos de ellos especularon con la posibilidad de que al hacerse mayor, Tutankamón quisiese recuperar el legado religioso de su padre, lo que habría motivado con toda seguridad, una conspiración por arte de sus tutores. Ay, que fue quien le sustituyó en el trono, fue quien preparó su tumba.
Quizás acumuló en ella tantas riquezas no en agradecimiento por haber recuperado la antigua religión politeísta, sino como un intento de acallar su mala conciencia. Horemheb, el ambicioso, no tardó en convertirse en faraón y, durante su reinado, se mostró obsesionado por borrar el nombre de Tutankamón de todas las inscripciones, como tratando de ocultar a la historia su existencia. ¿También mala conciencia?
Esta fue una de las primeras hipótesis que se plantearon como resultado del primer análisis de la momia.
¿De qué murió realmente Tutankamón?
Pero después de casi un siglo de intervenciones y análisis, los resultados obtenidos, dejan unas conclusiones a menudo contradictorias, sobre la muerte del faraón más mediático. Vamos con algunas de ellas.
Un estudio publicado en 2010 establece que Tutankamón era hijo de la momia encontrada en la tumba KV55 del Valle de los Reyes, de la que ya se intuía que podría ser la de Akhenatón. De acuerdo al mismo estudio, su madre sería una momia femenina encontrada en la tumba KV35 también del Valle de los Reyes. Esta momia, conocida durante mucho tiempo como la “dama joven“, nos indica que era hermana de Akhenatón, hijos ambos, por tanto, de Amenhotep III, cuya momia se conserva, y de Tiyi, su esposa, cuya momia también, conocida como la “dama anciana” y se encontraba junto a la de su hija en la misma tumba KV35. Todo esto confirma que Tutankamón habría heredado todos los problemas genéticos de su familia: los padres de Tutankamón eran, por tanto, hermanos, lo que incrementaría de forma excepcional las consecuencias de la consanguinidad en Tutankamón.
En la propia tumba de Tutankamón, KV62, aparecieron dos fetos femeninos, cuyos análisis posteriores determinaron que eran hermanas entre sí e hijas del rey. La esposa de Tutankamón, Ankesenamón, era hermana suya de padre (su madre era Nefertiti). Un indicador más, de su ascendencia incestuosa.
Con todo lo anterior, podemos determinar algunas de las consecuencias que esta consanguinidad tuvo sobre las características físicas y malformaciones del cuerpo del joven faraón. De entrada, se ha podido diagnosticar que el rey padecía la enfermedad de Köhler, una osteocondrosis que afecta al hueso escafoide del pie, y que consiste en una necrosis del hueso por falta de riego sanguíneo. Esto tendría como consecuencia una cojera que debió limitar ostensiblemente su movilidad. Esta cojera viene confirmada por la existencia de bastones para caminar entre los objetos del ajuar funerario descubiertos en su tumba.
Relacionado con la malformación anterior, padecía una desviación de la columna. De cualquier forma, esto no supondría una amenaza para la vida del faraón.
En otro reciente estudio, se ha descubierto que el rey padecía malaria, en su variedad más agresiva, lo que con toda seguridad, lo habría dejado muy débil y habría mermado sensiblemente la resistencia de su sistema inmunológico, y expuesto a cualquier otra afección.
Pero en realidad, sobre su muerte seguimos sin saber apenas nada. La hipótesis del asesinato antes citada, aunque ahora ofrece más dudas, nunca se ha descartado por completo. Quizás también porque es una opción siempre atractiva para personajes históricos. Cuando después del descubrimiento se comenzó a analizar la momia del rey, las resinas se habían endurecido de tal manera que no se podían separar del cuerpo los vendajes y ambos del sarcófago que los contenían. Se intentó de varias formas. Incluso, se expuso el sarcófago al sol del Valle de los Reyes, para ver si las resinas se reblandecían. Pero no hubo forma. Entonces, Carter decidió cortarlas con cuidado en vertical, desde la parte superior del tórax hasta los pies para poder dividir las capas de vendas por la mitad y separarlas con más facilidad.
Este forcejeo y manipulación del cuerpo, ha podido provocar algunas de las lesiones que presenta el mismo. Así, el cráneo, presenta una fractura en su base y una fisura provocada sin duda por un gran impacto. Si lo recibió en vida, con toda probabilidad el responsable habría sido el anciano Ay, suegro de Akhenatón y quien le sucedería en el trono. Se trata de un personaje antipático que no le cae bien a nadie. Con una ambición desmedida, nadie entraba o salía del palacio sin su conocimiento. Además, ocupó para sí la gran tumba que debía albergar el cadáver de Tutankamón y a este lo enterró en una mucho más pequeña, motivo por el que se libró de los ladrones y llegó incólume hasta nuestros días. Pero si las lesiones se produjeron tras la muerte los responsables serían unos embalsamadores poco cuidadosos o un arqueólogo impaciente, y perdería peso la hipótesis del asesinato.
Los últimos estudios
En 2005, se le realizó un TAC que reveló que el rey, poco antes de su muerte, se había fracturado una pierna por la rodilla, ya que el hueso no tuvo tiempo de soldar. Parece ser que la fractura se infectó, con los problemas que debió provocar en un cuerpo de por sí ya debilitado inmunológicamente por su propia genética y afectado por una malaria crónica, además de otros padecimientos.
En 2012, otro informe planteaba la posibilidad de que el monarca sufriera un ataque epiléptico, enfermedad que se relaciona con su padre Akhenatón, y que producto del cual, habría caído al suelo provocándole la mencionada fractura.
La mayoría de los análisis realizados coindicen en la enumeración multitud de enfermedades consideradas como taras congénitas que son mucho más habituales en los casos de hijos de parejas consanguíneas. El rey, por ejemplo, padecía de un paladar hendido, condición asociada normalmente a esta circunstancia.
Todavía quedan muchos estudios por realizarse con nuevas técnicas que se irán descubriendo, y que quizás nos lleguen a aclarar de forma definitiva, el verdadero motivo de la muerte de este faraón.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a EGIPTO con VAGAMUNDOS:
– Disfrutar de una experiencia única acompañados por dos de los mejores guías egiptólogos del país, como son Ahmed Abbas y Khaled Mohedin, que nos dará la posibilidad de conocer los monumentos más importantes de Egipto y su historia, en lo que será un fascinante viaje en el tiempo.
– Pasear por LUXOR, el lugar con mayor cantidad de monumentos antiguos del país, como los templos de Karnak y Luxor, o ya en la orilla occidental, en el Valle de los Reyes, penetrar en los secretos de las tumbas de sus faraones, y templos como el de Deir el-Bahari que hizo construir la reina Hatshepsut.
– A través de un paisaje que no ha cambiado mucho desde tiempos de los faraones, visitar uno de los lugares más sagrados del país, el Templo de Abidos.
– Disfrutar de un CRUCERO POR EL NILO en una de las experiencias más emocionantes y románticas del mundo, que nos permitirá apreciar la belleza del paisaje y visitar algunos de los templos más importantes como Edfú o Kom Ombo.
– Presenciar una bellísima puesta de sol en ASUáN, la ciudad más meridional del país y puerta de entrada a Nubia, con el templo de Philae, uno de los lugares más mágicos de Egipto.
– Navegar en faluca por el Nilo presenciando escenas que no han variado desde hace siglos.
– Visitar el poblado nubio de Gharb Soheil, donde descubriremos la vida cotidiana del pueblo más auténtico de Egipto, y cuya singular belleza parece encerrar todo el misterio del Antiguo Egipto.
– Llegar hasta ABU SIMBEL, y contemplar los dos extraordinarios templos, el de Ramsés II y el de su esposa Nefertari, después de que fueran reubicados, piedra a piedra, en su emplazamiento actual para protegerlos por la subida de nivel del agua por la construcción de la presa de Asuán.
– Navegar, durante un SEGUNDO CRUCERO por el LAGO NASSER, en una atmósfera de silencio y recogimiento, experimentando la misma sensación que debieron sentir los descubridores por primera vez.
– Cuatro noches en EL CAIRO, dan para mucho, aquí tiene cabida: El Cairo musulmán con sus mezquitas medievales, y El Cairo Copto, con sus iglesias ortodoxas; Menfis, la mayor ciudad del Egipto faraónico y capital de las primeras dinastías; la necrópolis de Sakkara, con la Pirámide escalonada de Zoser Y las bellas mastabas. Y claro, también aprovechar el tiempo de las compras en el mercado de Khan El Khalili.
– ¡¡¡Cómo nos vamos a olvidar de la meseta de Gizeh, con las inconcebibles pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y la enigmática Esfinge!!!
– Y después de las Pirámides, el Gran Museo Egipcio de Giza que se encuentra a menos de 2 km, con más de 50.000 piezas escogidas, entre las que se encuentran todas las halladas en la tumba de Tutankamón, así como algunos de los sarcófagos descubiertos recientemente en Sakkara, en el hallazgo más importante de los últimos años.
– Una buena despedida del país es visitar ALEJANDRíA, ciudad fundada por Alejandro Magno, que fuera centro cultural del Mundo Antiguo, con su histórica biblioteca, y que hoy es una bonita y tranquila urbe mediterránea, que todavía conserva restos como las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa, del s. II, la necrópolis grecorromana más grande de Egipto, o la columna de Pompeyo, que formaba parte del Serapeum, el tempo dedicado a Serapis. También es digno de contemplar la nueva Biblioteca de Alejandría, con su fachada circular elaborada con granito de Asuán.
Artículo elaborado por Eugenio del Río