Viaje a Egipto II. Segunda entrega: Luxor, Crucero Nilo, y visita de Edfu y Kom Ombo | Los viajes de Vagamundos día a día

En este segundo capítulo visitaremos Luxor, la antigua ciudad de Tebas, con el monumental templo de Karnak, en el que desde la dinastía XI, los distintos faraones fueron añadiendo construcciones o transformando las existentes con el fin de dejar su sello en el templo más importante del país. Tambien visitaremos el coqueto museo de la ciudad, así como el Templo de Luxor.

Al día siguiente, ya en pleno crucero por el río Nilo, visitamos el Templo de Horus en Edfu, y el templo de Kom Ombo, un romántico santuario grecorromano a orillas del Nilo.

Día 4: LUXOR – CRUCERO POR EL NILO

Desayuno buffet a bordo.

Emplazada en la orilla derecha del Nilo, LUXOR ha tenido a lo largo de su historia varios nombres. En su origen, los antiguos egipcios la llamaban Uast, que significaba “cetro”. Los griegos la denominaron Tebas por su similitud con la ciudad griega del mismo nombre. “Tebas de las cien puertas, por cada una de las cuales salen doscientos guerreros con sus caballos y sus carros”, así la describe Homero en La Ilíada, a pesar de que en la época en que vivió el poeta, su gloria se había apagado hacía ya tiempo.

Para los romanos fue Dióspolis (“la ciudad de Zeus”), cuando la ciudad no era más que un modesto pueblo. Posteriormente, los árabes la bautizaron como Luxor (“los castillos”). Aunque se han hallado restos pertenecientes al Imperio Antiguo, su historia empieza con el Imperio Medio, después de la primera crisis que sufrió Egipto. Pero su verdadera gloria llega con el Imperio Nuevo. Fueron los tebanos los que liberaron a Egipto de la ocupación de los hicsos. De esta forma, en los siglos posteriores, cuatro dinastías de faraones (de la XVII a la XX), además de controlar todo el país, iniciaron una política expansionista organizando expediciones tanto hacia el norte (Asia) como hacia el sur (Nubia).

Fue uno de los períodos más gloriosos de la historia de Egipto, durante el cual la ciudad alcanzó un esplendor inigualable. Sus faraones acumularon una inmensa riqueza y capturaron un número ingente de prisioneros de guerra. Al reclamo de tanta opulencia, afluían a Tebas mercancías del golfo Pérsico y de otros lugares. Estas riquezas se utilizaron, en parte, para construir unos admirables templos para la gloria de Amón, que se convirtió en el dios del imperio y, en la orilla occidental, majestuosos templos funerarios que garantizaban la inmortalidad de los faraones difuntos.

A partir de la XIX dinastía (s. XIII a.C.), la estrella de Tebas comienza a palidecer. Poco a poco, el Delta comienza a ocupar el centro económico y comercial, y Tebas se limitará a un papel de custodio de lo sagrado y de las antiguas tradiciones, gracias al poderoso clero de Amón.

Las invasiones asirias del s. VII a C. le asestarán terribles golpes: pillaje de los templos, destrucciones y deportaciones de gran parte de la población. En el 27 a.C., un terremoto se suma a las desgracias de la ciudad. A partir del 392 en que se publicó el edicto de Teodosio que decreta la clausura de los templos paganos, se produjo una expoliación sistemática de sus templos; aunque, involuntariamente, algunos relieves, al cubrirlos con yeso para que no se vieran las imágenes sacrílegas, han llegado a nosotros en perfecto estado.

A partir de ahí, los grandes santuarios se rindieron ante la arena, hasta el s. XVIII d.C., en que fueron sacados del olvido por los primeros exploradores europeos.

Luxor se reparte entre las dos orillas del Nilo, oriental y occidental. En el lado este está el pueblo, con los bazares y los templos de Luxor y Karnak, famosos desde la antigüedad, y que atrajeron numerosos visitantes desde época griega y romana. En la orilla occidental se sitúa la parte fantástica y misteriosa, la necrópolis tebana, sin duda el yacimiento arqueológico más importante del mundo.

NEFERTITI, LA ENIGMáTICA DAMA DEL NILO (artículo)

Nefertiti (1370-1330 a.C.) es una de las figuras legendarias del Antiguo Egipto. Pintores, escritores y cineastas se han sentido fascinados por esta inteligente y bella mujer, a la par que enigmática. Fue la amada esposa de Amenofis IV (1352-1336 a.C.), el faraón que, en 1364 a.C., subió al trono y cambió su nombre por el de Akhenatón.

El nuevo soberano llevó a cabo una revolución religiosa dando la espalda a los antiguos dioses para imponer un culto monoteísta en honor de Atón, el dios del disco solar. En esta misión, el faraón contó con la complicidad de su esposa Nefertiti, a la que elevó al rango divino, lo que le otorgó más poder que el que ninguna otra reina hubiera tenido antes (salvo Hatshepsut). él y su esposa Nefertiti actuaban como los únicos intermediarios entre el pueblo y Atón.

El pueblo creyó que el dios Sol había regresado a la Tierra encarnado en la familia real, desatándose un sentimiento de euforia colectiva que tuvo una fuerte repercusión en el arte y la arquitectura de aquel período. Se enfrentó al clero de Amón, que lo consideraron hereje y, a los cinco años de reinado, trasladó la capital a una ciudad que él mismo fundó, a medio camino entre Tebas y Menfis, y a la que bautizó como Akhetatón, (“el horizonte de Atón”), hoy conocida como Tell el-Amarna.

No se sabe con certeza cuándo se casaron Akhenatón y Nefertiti. Quizá lo hicieran siendo niños, pues tal costumbre estaba bastante extendida entre la familia real; de hecho, éste fue el caso de los padres del faraón, Amenofis III y Tiyi. Tampoco se conoce la procedencia exacta de Nefertiti.

El significado de su nombre, “la bella ha llegado”, hizo suponer en un principio que venía de algún país extranjero, y que fue ella quien introdujo las ideas monoteístas. Parece cierto que el padre de Nefertiti era Ay, quien más tarde alcanzó el rango de faraón, sucediendo a Tutankamón, tras la muerte prematura de éste. Se sabe que Ay estaba casado con una mujer llamada Tey, que no era la madre de Nefertiti. A partir de aquí vienen las especulaciones de su origen: si procedía de Nubia o si era una princesa del país Mitani. Lo cierto es que quedó huérfana de madre cuando aún era pequeña y Tey fue su madrastra.

Nefertiti tuvo una notable influencia en el gobierno de su marido, al que, sin embargo, no le dio un heredero varón. Dicho “honor” le correspondió a Kiya (identificada como con una princesa mitannia), la segunda consorte del faraón, que dio a luz a Tutankamón. A esa mujer también le rodea un manto de misterio. Poco se sabe de ella, aunque es probable que Nefertiti siempre la contemplase como una amenaza.

Algunos opinan que la reina incluso se encargó de eliminarla. Lo cierto es que hacia el décimo año del reinado de Akhenatón, la figura de Kiya desaparece, y la de Nefertiti cobra nuevo protagonismo.

Pero el duocécimo año de reinado, desaparece por completo de los escritos de los papiros y los grabados de piedra. Algunas hipótesis hablan de una muerte violenta; otros piensan que por algún hecho pudo perder su influencia y prestigio; o incluso, una especie de divorcio.

A partir de aquí, hasta el fallecimiento del faraón, y luego hasta el inicio del reinado de Tutankamón, la cosa se lía bastante. Para empezar la muerte de Nefertiti no está tan clara. Su desaparición coincide con el ascenso de la princesa Meritatón (hija mayor de Akhenatón) a gran esposa real y la aparición de la fantasmal figura de Smenker, el nuevo corregente del faraón (y esposo de Meritatón). Sin embargo, muchos intuyen en todo esto, el último ascenso de Nefertiti en el poder, pasando de reina-faraón a un faraón masculino, y su hija pasaría a ser la gran esposa real.

Tras el fallecimiento del faraón y hasta el inicio del reinado de Tutankamón, el trono estuvo ocupado por Neferneferuatón (exquisita es la belleza de Atón). Durante mucho tiempo se creyó que este faraón era Smenker. Hoy se piensa que, posiblemente, con ese nombre reinaron dos personas distintas: el propios Smenker, y una mujer. Al ser este nombre una variante de Nefertiti, son cada día más los especialistas que sospechan que, durante estos años, la enigmática dama gobernó Egipto.

En 1912, durante unas excavaciones encabezadas por el egiptólogo alemán, Ludwig Borchardt en Tell el-Amarna, se localizó en el estudio del escultor real Tutmose, el hermosísimo busto de Nefertiti, considerada como una de las obras maestras del arte egipcio. Tras su hallazgo fue adquirido por el coleccionista alemán James Simon, que lo donó al ägyptisches Museum Berlin (Museo Egipcio de Berlín).

Los templos egipcios son un organismo vivo, en mutación perpetua, al que cada soberano aportaba su homenaje de piedra. Ningún otro templo constituye un ejemplo mejor que el Templo de Karnak, que fue durante casi dos mil años una obra en construcción permanente. Con sus interminables patios, salas y colosos y un enorme lago sagrado, su escala y complejidad resultan abrumadoras. Desde sus modestos comienzos en la dinastía XI, un faraón tras otro, fueron añadiendo construcciones o transformando las existentes con el fin de dejar su sello en el templo más importante del país. No se reparó en gastos.

En la dinastía XIX, unos 80.000 hombres trabajaban en el templo. Permaneció enterrado durante más de 1.000 años hasta que a mediados del s. XIX, comenzaron la obras de excavación.

Dedicado a Amón, posee una extensión de kilómetro y medio de largo por medio de ancho (el edificio religioso más grande el mundo), y se trata de un conjunto de santuarios en cuya construcción se emplearon más de 2.000 años. El complejo se puede dividir en tres bloques: la parte central (la más grande), dedicada al dios Amón, el lado norte, dedicado a Montu, dios de Tebas y, por último el lado sur, dedicado a Mut.

Recorreremos la Avenida de las Esfinges, con cabezas de carnero (el animal sagrado de Amón). Llegaremos al primer pilono, el más grande de Karnak (113 m largo y 30 m alto), iniciado por la XXX dinastía y continuado con los Ptolomeos.

A continuación, un inmenso primer patio bordeado por un pórtico, que reagrupa edificios de distintas épocas. Destaca el Templo de Seti II (1201-1198), con tres pequeñas capillas dedicadas a Amón, a su esposa Mut y a su hijo Jonsu. A la derecha del patio, el Templo de Ramsés III, con un pilono adornado con escenas de ofrendas de prisioneros a Amón, y cuyo claustro interior está rodeado de pilares osiríacos. Justo antes de pasar al segundo pilono, nos encontramos con el Coloso de Ramsés II, una imponente estatua de granito del faraón, acompañado por una de sus hijas, la princesa Be´Anta, que está delante de él.

El segundo pilono data, en su estado actual de la época ptolemaica, aunque fue erigido durante el reinado de Horemheb, que también ordenó el inicio de los trabajos de la sala hipóstila de Karnak que viene a continuación, sin duda la estancia más destacada del templo: un espeso bosque de 134 gigantescas columnas de las que solo las doce del eje central se abren a la luz. Sólo por ahí entraba una luz oblicua sobre la penumbra por la que se deslizaban en silencio los pasos de los sacerdotes y sirvientes. Los fustes de las columnas están decorados con escenas de homenaje de los reyes a los dioses de Tebas: la parte izquierda fue decorada en altorrelieve durante el reinado de Seti I; en la parte derecha, las escenas fueron esculpidas en la piedra. Las zonas altas conservan restos de su policromía original.

En el exterior de la sala hipóstila están representadas las hazañas militares de Seti I en Siria y Palestina.

Después de atravesar cuatro pilonos en mal estado de conservación, llegamos al santuario de las barcas sagradas, construido por Filipo Arrideo, hermanastro de Alejandro Magno, compuesto por dos salas cuyos muros interiores y exteriores están decorados con relieves que conservan restos de policromía e ilustran el tema del transporte de barcas, así como diversas escenas de purificación.

Llegamos al Templo del Festival, perteneciente a Tutmosis III (el faraón que más victorias obtuvo durante su reinado), que lo construyó para servir de marco a la celebración de la fiesta del Hae-Sed (a los 30 años de reinado, el faraón debía demostrar que se encontraba en buena forma física), y fue diseñado a semejanza de la tienda en la que se vivía durante sus campaña militares.

En el séptimo pilono encontraremos la gigantesca estatua que representa el escarabajo sagrado, de la época de Amenofis III. Cuenta la leyenda, que si dais varias vueltas a su alrededor se os cumplirá el deseo. Un poco más adelante llegaremos al lago sagrado, una gran extensión de agua unida al Nilo por un canal subterráneo, que evocaba el océano primordial del cual surgió la primera colina. Servía para representar dramas litúrgicos, en los que aparecían las barcas. Los sacerdotes mantenían en él un grupo de ocas sagradas.

Situado a la ribera del río, en el centro de la ciudad, se encuentra el Templo de Luxor, que constituye un elegante ejemplo de la arquitectura faraónica. Dependía del de Karnak y era llamado el “Harén meridional de Amón”. Es la única construcción en el mundo en la que aparecen monumentos de época faraónica, grecorromana, copta e islámica.

Dedicado a la tríada de dioses tebanos (Amón, Mut y Jonsu), se completó durante el reinado de Amenofis III y tiene partes añadidas por Ramsés II. Aunque posteriormente fue modificado por otros soberanos como Alejandro Magno, mantuvo una gran coherencia arquitectónica, a diferencia del templo de Karnak.

En el s. III d.C. se instaló en el mismo un campamento romano que más tarde fue abandonado. Los siglos lo cubrieron de arena y vegetación, y una aldea se instaló en su interior. De aquella población queda la mezquita de Abu al Haggag, del s. XIII.

Accederemos al templo a través de la avenida de esfinges que en el pasado se extendía entre Luxor y Karnak. En la entrada nos encontramos el gigantesco primer pilono, decorado con escenas de la victoria de Ramsés II sobre los hititas en la famosa batalla de Qadesh (Siria) en el año 1285 a.C. Dos enormes estatuas negras de Ramsés II, y un obelisco de granito rosa de 25 m de altura flanquean la entrada al templo. Originalmente eran dos los obeliscos, pero el otro fue retirado a principios del s. XIX, y colocado en la plaza de Concordia, en Paris, regalo del soberano Mohamed Ali al pueblo de Francia.

Pasado este pilono llegamos al patio de Ramsés II, en una de cuyas esquinas se alza la mezquita de Abu Al Haggag. La altura en la que se encuentra la mezquita nos da idea de la tierra y los desechos que cubrieron el templo. Dos filas de columnas papiriformes rodean el patio, con grandes colosos de Ramsés II intercalados entre ellas. Al fondo del mismo, llama la atención una escena realista (que no es habitual) que muestra la inauguración de las construcciones de Ramsés.

Nos encontraremos también con dos estatuas en granito de Ramsés II acompañado por su esposa Nefertari, que nos conducen a la majestuosa columnata de Amenofis III. Los muros de esta estancia fueron decorados durante el reinado de Tutankamón y Horemheb, y describen la fiesta anual de Opet, durante la que los dioses Amon-Ra de Karnak, acompañado de su esposa Mut y su hijo Jonsu, visitaban a Amon-Min en Luxor, con el propósito de reafirmar los lazos existentes entre Amon-Ra y el faraón, la “encarnación viviente de Horus sobre la tierra”. Se celebraba todos los años en el mes de Paofi, segundo mes de la inundación del Nilo.

La columnata da paso al patio de Amenofis III, con sus filas de columnas papiriformes, las más elegantes y mejor conservadas del templo. La última parte del templo está dividida en cuatro antecámaras con habitaciones auxiliares. A continuación un santuario romano, seguido de la estancia del nacimiento, cuyos relieves describen el “Nacimiento Divino” de Amenofis III. Mas adelante llegamos hasta el santuario de las barcas sagradas que fue modificado por Alejandro Magno para hacer de él una capilla en su gloria, en la que se le puede ver en compañía de los grandes dioses del panteón egipcio. En el extremo sur del conjunto está el Sanctasanctórum, cuyo techo casi ha desaparecido.

Almuerzo en restaurante.

Por la tarde tenemos la visita del Museo de Luxor, un pequeño y bonito museo, uno de los más modernos y mejor diseñados de Egipto, con una iluminación de los objetos digna de destacar. Contiene una selección de importantes hallazgos descubiertos en los yacimientos de Luxor y Karnak.

A la entrada nos encontraremos con una estatua de Amón, con los rasgos reconocibles de Tutankamón, que data de la época en que este faraón llevó a Tebas la corte de Tell el Amarna, la capital herética de Akhenatón, restaurando al clero de Amón en sus prerrogativas. Un busto de Amenofis III de granito rojo con gesto elegante y autoritario y la cabeza de la diosa Hathor, procedente de la tumba de Tutankamón.

En la Sala C, hay alrededor de 20 importantes obras, de la que destacamos una auténtica obra maestra, como es la estatua de esquisto de Tutmosis III, descubierta en Karnak, en la que la majestuosidad y perfección física son acompañadas de un admirable dominio técnico.

En las vitrinas D, una cabeza de Osiris, de gran delicadeza que data de la XXV dinastía.

En la Sala E, destacamos un busto que representa a Amenofis III de joven, con un tocado barroco y dos modelos de barcas funerarias procedentes de la tumba de Tutankamón.

La Sala F, la estatua de Amenhotep, legendario personaje de la XVIII dinastía fiel servidor de Amenofis III al que los egipcios asimilaron a una divinidad.

La Sala H, contiene un monumental busto de Akhenatón, con rasgos deformados, que le dan una exagerada expresión de suavidad a su rostro. También contiene una reconstrucción de un muro de un templo construido por Akhenatón: un gigantesco puzle de 238 bloques que describen escenas de la vida diaria durante el reinado de Akhenatón y muestran al faraón hereje y a su esposa Nefertiti, realizando ofrendas a Atón, el dios del disco solar.

También podremos ver a los obreros trabajando en el templo o al faraón en compañía de sus cortesanos, representados a una escala más reducida, que acuden a rendirle homenaje.

A la salida, en la planta baja, se añadió una nueva sala que exhibe una colección de 24 estatuas del Imperio Nuevo, magníficamente conservadas que fueron descubiertas en el templo de Luxor en 1989. Se cree que los sacerdotes enterraron estas estatuas para dejar espacio a otras nuevas. Destaca la de Amenofis III de 2,5 m y otra de los dioses Mut y Amon.

Embarque, cena y noche a bordo de la motonave NILE PREMIUM.

Día 5: CRUCERO POR EL NILO: Edfú y Kom Ombo

Desayuno buffet a bordo.

A medio camino entre Luxor y Asuán, junto al Nilo, se alza EDFU, otro de los lugares sagrados en el Antiguo Egipto, pues según un antiguo mito, fue aquí donde el dios halcón Horus libró un feroz combate con su tío Seth que había asesinado a Osiris, padre del primero.

Capital del segundo nomo del Alto Egipto (el Antiguo Egipto estaba dividido administrativamente en provincias o nomos), Edfu fue una ciudad importante en el Imperio Antiguo. Conocida por los egipcios como Dyeb y por los griegos y romanos, como Apolinópolis Magna, era la sede de Horus, simbolizado por un disco solar alado.

Subiremos a nuestras calesas y llegaremos al Templo de Horus, el mayor y mejor conservado santuario construido en la época de los Ptolomeos. Si bien data de la historia tardía de Egipto, cuando los dueños del país eran extranjeros, Edfu no ofrece ninguna muestra de decadencia o empobrecimiento artístico o espiritual. Al contrario, parece el desenlace de varias tradiciones milenarias y, como en ningún otro santuario, se pueden restituir con la imaginación los rituales diarios de los sacerdotes a través de sus salas, con muros y decoración todavía intactos.

Permaneció enterrado bajo la arena durante casi 2.000 años, de ahí su buen estado de conservación. Su construcción comenzó en el reinado de Ptolomeo III en 237 a.C., pero no se consagró hasta el año 142 a.C. Fue ampliado en tiempos de Ptolomeo XII (80-51 a.C.). Esta construcción resulta de gran interés para los egiptólogos, ya que es una reproducción exacta de templos antiguos.

Llegamos al imponente primer pilono de 36 m de altura, decorado con escenas que retratan a Ptolomeo XII derrotando a sus enemigos en presencia de Hathor y Horus. Estos relieves, rudos y sin gracia, son los menos esmerados de todo el conjunto. Dos elegante estatuas de Horus de granito negro flanquean el pilono, cuya entrada conduce a un patio rodeado por un peristilo en tres de sus lados. En los zócalos de las paredes figuran representaciones de la fiesta de la Buena Reunión (recordad lo dicho en la visita del templo de Hathor, en Dendera).

La primera sala hipóstila, cuyo techo está sostenido por doce columnas, muestra además de escenas litúrgicas, imágenes de las divinidades y de sus santuarios más conocidos. En unas de las paredes, hay hermosas escenas de procesión de barcas sagradas.

Detrás se encuentra una segunda sala hipóstila, más pequeña, con tres cámaras a ambos lados, la primera estaba destinada a recibir los recipientes de agua lustral (que se utilizaba en las ceremonias), la segunda servía de laboratorio, donde se preparaban los ungüentos y perfumes de los ritos y la tercera, donde se guardaban las ofrendas de los dioses antes de ser llevadas a la sala de las ofrendas.

Los muros de la escalinata están bellamente decorados con escenas de la fiesta del Año Nuevo, que se celebraba en todos los templos de Egipto. El primer día del año, unos sacerdotes en procesión transportaban la estatua del dios tutelar al tejado del templo para que el sol la revitalizara.

Más allá de la sala de las ofrendas se encuentra el santuario de Horus, con un altar de granito negro. Está rodeado de diez capillas, cada una dedicada a una divinidad, con excelentes relieves (algunos todavía conservan parte de su policromía original), y en una de ellas se encuentra una réplica de la barca sagrada de Horus. Al sur del templo se encuentran los restos de la casa del nacimiento de Horus. Era el centro neurálgico de la fiesta de la Coronación, ritual que celebraba el nacimiento de Horus y su encarnación como faraón reinante.

Regresamos a nuestra motonave. Almuerzo a bordo.

Seguimos remontando el Nilo, hasta llegar a KOM OMBO, cuyo origen se remonta hacia la XVIII dinastía, cuando Tutmosis III construyó un pequeño santuario. Los griegos la denominaron Ombos y fue durante los Ptolomeos cuando conoció su mayor apogeo, sobre todo con el desarrollo de la agricultura. En esta pacífica ciudad agrícola, rodeada de campos de cereal y caña de azúcar, habitan muchos nubios desplazados de sus hogares por la construcción de la presa de Asuán que originó el lago Nasser.

Visitaremos el Templo de Kom Ombo, un romántico santuario grecorromano que, a pesar de encontrarse en ruinas, resulta imponente, sobre todo por su hermosa ubicación a orillas del Nilo. El edificio es completamente simétrico, con dos entradas, dos salas y dos santuarios. Esta inusual estructura se debe a que está dedicado a dos dioses: el lado izquierdo al dios halcón Haroris (Horus viejo) y el derecho a Sobek, deidad local con cabeza de cocodrilo.

Ptolomeo VI comenzó la construcción del templo en el s. II a.C., aunque fue Ptolomeo XII quien la concluyó un siglo después. El emperador Augusto añadió el pilono de la entrada, hacia 30 a.C.

Desde el antepatio, en ruinas, dos puertas conducen a la sala hipóstila, con escenas protagonizadas por Haroris, en el muro izquierdo y por Sobek en el derecho. Las columnas están talladas con el loto del Alto Egipto y el papiro del Delta.

Un conjunto de salas y vestíbulos conduce a los santuarios de Haroris y Sobek. En una de las paredes internas del corredor exterior, hay un relieve ordenado grabar por el emperador Trajano y donde aparecen los instrumentos de cirugía empleados en aquel tiempo. Hay otro relieve en la parte derecha de la sala hipóstila que nos muestra el calendario egipcio.

La famosa Cleopatra VII también está representada en uno de los relieves de la sala hipóstila. La capilla de Hathor, al sur del templo, alberga algunas momias de cocodrilo pertenecientes a la necrópolis de cocodrilos próxima al templo.
Embarque y navegación hasta Asuán.

Cena y noche a bordo de la motonave NILE PREMIUM.

Experiencias únicas durante nuestro viaje a EGIPTO con VAGAMUNDOS:

– Disfrutar de una experiencia única acompañados por dos de los mejores guías egiptólogos del país, como son Ahmed Abbas y Khaled Mohedin, que nos dará la posibilidad de conocer los monumentos más importantes de Egipto y su historia, en lo que será un fascinante viaje en el tiempo.

– Pasear por LUXOR, el lugar con mayor cantidad de monumentos antiguos del país, como los templos de Karnak y Luxor, o ya en la orilla occidental, en el Valle de los Reyes, penetrar en los secretos de las tumbas de sus faraones, y templos como el de Deir el-Bahari que hizo construir la reina Hatshepsut.

– A través de un paisaje que no ha cambiado mucho desde tiempos de los faraones, visitar uno de los lugares más sagrados del país, el Templo de Abidos.

– Disfrutar de un CRUCERO POR EL NILO en una de las experiencias más emocionantes y románticas del mundo, que nos permitirá apreciar la belleza del paisaje y visitar algunos de los templos más importantes como Edfú o Kom Ombo.

– Presenciar una bellísima puesta de sol en ASUáN, la ciudad más meridional del país y puerta de entrada a Nubia, con el templo de Philae, uno de los lugares más mágicos de Egipto.

– Navegar en faluca por el Nilo presenciando escenas que no han variado desde hace siglos.

– Visitar el poblado nubio de Gharb Soheil, donde descubriremos la vida cotidiana del pueblo más auténtico de Egipto, y cuya singular belleza parece encerrar todo el misterio del Antiguo Egipto.

– Llegar hasta ABU SIMBEL, y contemplar los dos extraordinarios templos, el de Ramsés II y el de su esposa Nefertari, después de que fueran reubicados, piedra a piedra, en su emplazamiento actual para protegerlos por la subida de nivel del agua por la construcción de la presa de Asuán.

– Navegar, durante un SEGUNDO CRUCERO por el LAGO NASSER, en una atmósfera de silencio y recogimiento, experimentando la misma sensación que debieron sentir los descubridores por primera vez.

– Cuatro noches en EL CAIRO, dan para mucho, aquí tiene cabida: El Cairo musulmán con sus mezquitas medievales, y El Cairo Copto, con sus iglesias ortodoxas; Menfis, la mayor ciudad del Egipto faraónico y capital de las primeras dinastías; la necrópolis de Sakkara, con la Pirámide escalonada de Zoser Y las bellas mastabas. Y claro, también aprovechar el tiempo de las compras en el mercado de Khan El Khalili.

– ¡¡¡Cómo nos vamos a olvidar de la meseta de Gizeh, con las inconcebibles pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y la enigmática Esfinge!!!

– Y después de las Pirámides, el Gran Museo Egipcio de Giza que se encuentra a menos de 2 km, con más de 50.000 piezas escogidas, entre las que se encuentran todas las halladas en la tumba de Tutankamón, así como algunos de los sarcófagos descubiertos recientemente en Sakkara, en el hallazgo más importante de los últimos años.

– Una buena despedida del país es visitar ALEJANDRíA, ciudad fundada por Alejandro Magno, que fuera centro cultural del Mundo Antiguo, con su histórica biblioteca, y que hoy es una bonita y tranquila urbe mediterránea, que todavía conserva restos como las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa, del s. II, la necrópolis grecorromana más grande de Egipto, o la columna de Pompeyo, que formaba parte del Serapeum, el tempo dedicado a Serapis. También es digno de contemplar la nueva Biblioteca de Alejandría, con su fachada circular elaborada con granito de Asuán.

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