Gran divulgador de la cultura japonesa, Wenceslau José de Sousa de Morais nace en Lisboa el 30 de mayo de 1854. Se integra en la Academia Naval Portuguesa de la que se licencia en 1875 y es destinado como oficial a distintas colonias.
En 1881 llega a Mozambique donde se enamora de Arrusi, una bellísima mujer negra. Sus superiores que no admiten esta relación, lo destinan a Timor.
Posteriormente es trasladado a Macao, entonces colonia portuguesa en China, donde en 1888 conoce a la china Atchan (hija de inglés y china) a la que compra legalmente (algo normal en la época), casándose posteriormente con ella y con la que tiene dos hijos. Esta relación tampoco es bien vista por sus superiores que observan con desconfianza cómo Moraes se siente atraído por la cultura oriental. Unos años después Atchan viaja con sus dos hijos a Hong Kong, donde vive su hermano.
En 1887 viaja a Japón en misión oficial junto al gobernador de Macao, quedando completamente fascinado por este país, hasta el punto de volver en múltiples ocasiones.
Durante aquella época comienza a escribir sus impresiones sobre el mundo oriental en la prensa portuguesa, en los que muestra la fascinación que siente por Oriente, y sobre todo por Japón. Finalmente, estos artículos se recogerán en el libro Traços do Extremo Oriente.
En 1898 solicita una plaza de vicecónsul en Kobe, que le es concedida al año siguiente. Atchan, se niega a acompañarlo, por lo que se separará de su familia china y se traslada solo a Japón. Moraes verá por última a sus dos hijos en 1905, ya viviendo en el país nipón.
Poco después de llegar a Kobe conoce a O-Yone Fukumoto, una joven geisha de la que se enamora y con la que se casa y vive felizmente durante doce años. Su trabajo le permitía mucho tiempo libre, que aprovechaba para conocer otros lugares del país y asimilar la cultura japonesa. Lee las obras de otro nostálgico adoptado por Japón, Lafcadio Hearn.
Pero la felicidad nunca es eterna, y dos acontecimientos en 1912 rompen ese estado de dicha. Por un lado, la llegada de la República a Portugal, lo que hace que la posibilidad de una destitución de su cargo sea casi segura; el segundo es la muerte de su mujer, lo que le llena de tristeza y amargura. Ese mismo año, en el mes de junio, Moraes dimite como cónsul y pide su baja como miembro de la Marina portuguesa.
Invitado por la hermana de su mujer, para rendir homenaje a la tumba de O-Yone, viudo y sin dinero, marcha de Kobe a Tokushima, ciudad que se encuentra junto a la desembocadura del río Yoshino, en el nordeste de Shikoku. De esta ciudad ya no saldría nunca. Se instala en una pequeña casa, situada junto a los templos locales y allí visita incontables veces la tumba de su mujer muerta. Finalmente, termina enamorándose de la joven sobrina de ésta, Ko-Haru, y consagra su vida al recuerdo de O-Yone y al amor de Ko-Haru. Pero en 1916, Ko-Haru muere de tuberculosis siendo todavía muy joven.
Fruto de las vivencias junto a sus dos amores nació este O-Yone y Ko-Haru, a las que rinde homenaje. Se trata de un conjunto de maravillosos literarios llenos de sensibilidad, ternura y melancolía que vieron la luz entre los años 1917 y 1918 en el periódico O Comercio de Porto. Un libro maravilloso, triste, nostálgico y esperanzador a la vez. Pocas veces he leído una manifestación tan grande de amor. En su prólogo Moraes lo dedica “…a aquellos que fueron tocados por el mal de la tristeza, que viven del sueño y de la nostalgia, y sólo a aquellos, es ofrecido este libro insignificante…” El vacío por la ausencia de sus dos amores es el motivo que le lleva a seguir viviendo.
A partir de aquí, Moraes, se refugia en su soledad, y en la escritura, con artículos recogidos en distintos libros como O Bon-Odori em Tokushima, en los que relata la vida provinciana de Tokushima, o Relance da alma Japonesa, en los que profundiza en la realidad y la cultura japonesa, debatiéndose entre un amargo escepticismo y cierto atisbo de esperanza.
El 1 de julio de 1929, Moraes muere a consecuencia de una caída. Tenía 76 años. Sus cenizas están enterradas en un pequeño jardín, junto a sus dos amadas, cerca del templo Choon-ji en Tokushima. Hoy, en aquella ciudad, donde se le ha levantado una estatua, es reconocido y admirado.
Desgraciadamente hay muy pocas obras suyas editadas en castellano. En las historias de la literatura portuguesa su nombre no aparece o está perdido en las notas a pie de página, y sus obras se encuentras desperdigadas en desiguales ediciones. Sin embargo en japonés sí se han editado sus obras completas en cinco volúmenes.
Moraes no fue un aventurero que se enrola en el ejército para ver mundo, ni un emigrante, ni un comerciante, ni siquiera ya un soldado, sino que se trata de un místico en busca del paraíso perdido; viaja porque cree que existe la posibilidad de encontrar algo mejor y más puro que lo que le rodea. Moraes fue tan solo una persona que encontró su lugar en el mundo, y cuya última etapa de su vida osciló entre el sufrimiento y la nostalgia.
La obra que nos dejó Wenceslau de Moraes es vasta y variada, y se reparte entre prosa, ensayos, crónicas, diarios y una vasta epistolografía. Además, al tratarse de relatos autobiográficos y de viajes por países no occidentales, la obra de Moraes encuentra su lugar en la tradición del exotismo del siglo XIX.
Todos los que amamos lo exótico, tenemos en este libro un objeto de disfrute: «Cuando hablo de amantes del exotismo, me refiero a un grupo reducido de hombres, a aquellos que por el exotismo todo lo dan, aquellos que por el exotismo todo lo pierden y a él se esclavizan, a aquellos que se sienten fatalmente atraídos por lo extraño y a lo extraño se encaminan; huyendo, si pueden, de su medio, yendo a identificarse en la medida de lo posible con su nuevo lugar, divorciados decididamente de las sociedades, tan diferentes, en donde nacieron».
En 2007, la editorial Ediciones del Viento publicó una cuidada edición de Ó-Yoné y Ko-Haru, traducida del portugués por C. González Figueiras y M. Romero Triñanes.