Viaje a PERÚ VII: Cuzco | Los viajes de Vagamundos día a día.

Día 12 – CUZCO

Desayuno buffet en el hotel.

“Cuzco, la ciudad de los soberanos de este país, es tan grande y hermosa que sería digna de situarse en España. Está repleta de palacios y aquí no conocen la pobreza”.

Clamaba Pedro Sánchez de la Hoz, que acompañó a Pizarro en la entrada a la ciudad en 1533.

Los incas, cuyo imperio alcanza su apogeo en los siglos XIV y XV, asociaban el origen legendario de su pueblo al lago Titicaca. Se dice que fue el lecho en el que fueron engendrados Manco Cápac y su hermana y esposa Mama Ocllo. Rescatada de las aguas por Inti, dios del sol, la pareja primitiva recibió la misión de fundar un nuevo imperio más al norte. Para agradecérselo, Manco Cápac hizo construir sobre la isla del Sol un magnífico templo donde fueron depositadas toneladas de oro, de plata y otras ofrendas preciosas. Según cuenta la leyenda, formaba parte del gran tesoro que Francisco Pizarro exigió como rescate por la captura del emperador Atahualpa en 1532. Cuando sobre el lago una flota de barcas escoltaba los montones de oro y plata del templo en dirección a Cajamarca, los incas se enteraron de la ejecución de Atahualpa, el 29 de agosto de 1533. Disgustados por la traición de Pizarro, arrojaron el tesoro al lago, en el fondo del cual se dice que permanece a día de hoy.

Despertamos en CUZCO, el corazón del Imperio inca, en plena cordillera de los Andes a 3.300 m de altitud. En apenas cien años, los incas se extendieron a lo largo de dos millones de kilómetros cuadrados y llegaron a abarcar parte de seis países de Sudamérica, desde Colombia hasta Chile. Una de las claves de su expansión fue conectar las ciudades más importantes a través de una extensa red de caminos, que a su vez conducían a la capital: Cuzco, centro del mundo y la fuente de toda vida, y la ciudad habitada ininterrumpidamente más antigua del continente.

La zona estuvo ocupada por otras culturas antes de la llegada de los incas, incluidos los huari en los siglos VIII y IX, pero fue bajo el control inca cuando Cuzco alcanzó su apogeo como centro administrativo, religioso y militar. Desde el siglo XII y durante casi 200 años los incas fueron un grupo étnico relativamente pequeño. Se atribuye al gobernante Pachacútec el haber hecho del Cuzco un centro espiritual y político. A Pachacútec (en realidad se llamaba Cusi Yupanqui), su pueblo lo recordaría como el noveno inca, aunque muchos estudiosos actuales lo consideran el primer inca histórico, es decir, el primero de cuya existencia se tienen referencias fiables, ya que los soberanos anteriores, que habrían gobernado antes del siglo XIII, se pierden en la bruma de la leyenda. Cusi Yupanqui se ganó a pulso su sobrenombre, Pachacútec Intichuri, que significa“Inca del cambio del rumbo de la tierra”, o “Hijo del Sol que transforma el mundo”. Él fue quien inició la política expansionista inca y convirtió un pequeño reino en un imperio. Llegó a abarcar dos millones de kilómetros cuadrados en tiempos de su nieto, el inca Huayna Cápac, extendiéndose desde el sur de la actual Colombia hasta la mitad norte de Chile y el noroeste de Argentina, pasando por Ecuador, Perú y parte de Bolivia. Hay quien compara a Pachacútec con Alejandro Magno, pero, a diferencia del conquistador heleno, el inca vivió lo suficiente para consolidar su imperio y convertirlo en un estado fuerte y cohesionado. El nuevo imperio, denominado Tahuantinsuyo, se dividió en cuatro provincias, o suyos: Chinchaysuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo, al norte, este, oeste y sur de Cusco, respectivamente. La capital, cuyo nombre significa literalmente “ombligo”, se comunicaba con estos cuatro territorios a través de una red viaria de unos dieciséis mil kilómetros, vertebrada en torno al llamado Camino del Inca, una calzada que atravesaba el país de norte a sur.

Además, los incas crearon canales de regadío y sofisticados sistemas de cultivo que permitían aprovechar incluso las laderas de las montañas más escarpadas. Gracias a la construcción de estas infraestructuras, fueron capaces de cosechar y almacenar excedentes de alimentos que distribuían entre la población en caso de hambruna.

Todo ello sin conocer la rueda, sin herramientas de hierro, sin moneda y sin un sistema de escritura, aunque ciertamente contaban con métodos de cálculo, como la yupana, una versión incaica del ábaco, y el quipu, una curiosa alfombra de cuerdas anudadas que los incas emplearon para memorizar datos numéricos e incluso, tal vez, hechos históricos o mitos religiosos.                                                                                                                            

Nada de esto habría sido posible sin los mitimaestrabajadores desplazados temporalmente al servicio del Estado. Si los romanos romanizaban los territorios conquistados, los incas los “incaizaban”. Los pueblos andinos se organizaban en aillus, clanes extensos que trabajaban sus tierras de manera colectiva, sin noción de propiedad privada, tal como la entendemos hoy. Para estrechar lazos con los pueblos que su gente conquistaba, el inca tenía por costumbre casar a sus hijas con los jefes de estos clanes, llamados curacas, o bien incorporar a las hijas de estos al harén real. De este modo emparentaba con todos los aillus, convirtiéndose en una especie de curaca supremo. También se seleccionaban jóvenes matrimonios que viajaban a Cusco a aprender el quechua y las costumbres incaicas. Cuando regresaban a sus lugares de origen, ejercían funciones administrativas y se ocupaban de “incaizar” al resto de sus conciudadanos. Las tribus más reacias al poder imperial eran desplazadas o dispersadas para integrarlas mejor en la cultura de sus conquistadores. Además de cultivar la parcela que se le asignaba para el sustento de su familia, cada ciudadano debía prestar servicios comunales a su clan. Cada cierto tiempo, algunos de ellos eran seleccionados para trabajar temporalmente en obras imperiales, desde carreteras, como el Camino del Inca, hasta fortalezas militares y santuarios. Era un servicio que prestaban al rey a cambio de su protección y de recibir alimentos en época de malas cosechas. El sistema resultó tan eficaz que los españoles, a su llegada, lo adoptaron para la explotación de las minas.

Cuzco fue diseñada como la sede del poder y su organización interna correspondía a una tradicional división urbana incaica. La ciudad se encontraba en un punto central estratégico del imperio, donde convergían los cuatro caminos que conectaban todos los puntos del imperio. El plano del Cuzco antiguo tiene forma de puma recostado, con la plaza central Haucaypata en la posición que ocuparía el pecho del animal. La cabeza del felino estaría ubicada en fortaleza de Sacsayhuamán.

Los caciques de los pueblos sometidos debían residir cuatro meses del año en Cuzco, donde tenían sus moradas propias, y sus hijos debían educarse en la ciudad imperial. El cronista Pedro Cieza de León (1520-1554), en su Crónica del Perú, escribió: “La mayor parte de la ciudad fue poblada de mitimaes y estaba llena de naciones extranjeras y peregrinas, pues había indios de Chile, Pasto, Cañares, Chachapoyas, Guancas, Collas y de los demás linajes que hay en las provincias. Todos ellos conservaban sus atuendos, sus costumbres y su religión y podía reconocerse el origen de cada cual”. Desde las provincias eran llevados también los mejores obreros y artesanos no solo para aprovechar su técnica, sino también para que ellos asimilaran las costumbres, la lengua y el culto de los incas.

La expansión de los incas fue truncada por la llegada de Francisco Pizarro que entró en la ciudad en 1533, donde los españoles se harían fuertes. A su llegada, Cuzco debía tener 125.000 habitantes. Cuando se trasladó la capital a Lima, Cuzco perdió peso como centro urbano, aunque siguió siendo una ciudad importante, debido sobre todo a la inmensa riqueza del Altiplano del Titicaca. La decadencia llegó en el siglo XVIII, cuando se agotaron las minas de Potosí. A finales del siglo XVIII se suceden revueltas y levantamientos. Sucesivos terremotos y la importancia de Lima continuaron el proceso inexorable de pérdida de importancia de la ciudad. Hasta principios del siglo XX, cuando un explorador estadounidense llamado Hiram Bingham dio a conocer al mundo la existencia de Machu Picchu, Cuzco fue una tranquila capital provincial. Pero, para los descendientes de los incas, desde Ecuador hasta el norte de Chile, Cuzco sigue siendo la capital de su imperio.

Hoy día, Cuzco es una ciudad global que atrae a viajeros de todo el mundo, con su mezcla de excelente arquitectura, bellas iglesias barrocas, su variada oferta gastronómica y una revitalizada vida nocturna. Nos sorprenderán sus calles empedradas de Cuzco, sus bonitos bares y comedores, sus plazas y edificios más representativos. Cuzco es una ciudad diversa e irresistiblemente vital; intentaremos disfrutarla plenamente.

Por la mañana realizaremos la visita de ciudad del Cuzco (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1983), ejemplo vivo de la mezcla de la cultura andina y española. En el siglo XVI, cuando los españoles sometieron a los incas, desmantelaron los monumentos de los derrotados para sustituirlos por sus iglesias y palacios. Sin embargo, conservaron la estructura de la ciudad y emplearon los vestigios incas como cimientos para los edificios coloniales. El encanto de Cuzco reside así en su arquitectura híbrida, hispánica en sus fachadas blancas decoradas con grandes balcones, sobre enormes bloques de granito perfectamente encajados.

Comenzaremos por el Convento Santo Domingo, ubicado en el templo el Qoricancha (en quechua “Templo del Oro”), antiguo palacio inca y principal centro para la adoración a Inti, el dios Sol, fue erigido a mediados del siglo XV por Túpac Yupanqui, décimo inca. De los innumerables monumentos que encierra Cuzco, ninguno ha despertado tanto interés como éste, el principal Santuario Inca. Se conservaban aquí los cuerpos momificados de los “incas” (reyes) fallecidos y cada día se sacaban a la luz del sol y se les ofrecía comida y bebida. Se presentaban literalmente recubiertos de oro, con placas y reproducciones diversas de oro macizo, además de una reproducción del sol. El templo, con la llegada de los españoles, quedó despojado de todos sus tesoros. Fue construido por los dominicos en 1534 tuvo que ser reconstruido en dos ocasiones, tras sendos terremotos, uno en 1650 y el segundo 300 años después. La iglesia y el convento se levantaron sobre el santuario inca, por lo que combina ambas culturas.

El templo cuenta con un hermoso portón de estilo mozárabe en la entrada, así como un bello claustro porticado, a lo largo de cuyos muros exteriores muestra la habitual colección de lienzos religiosos dedicados a la vida y obra de Santo Domingo, fundador de la orden. La actual iglesia tiene tres naves y una plataforma de construcción en forma de cruz griega, con una cúpula y una bella sillería para el coro tallada en cedro; la fachada es de características platerescas y la torre de la iglesia es de estilo barroco con tendencia al churrigueresco.

Seguimos nuestro paseo en dirección oeste, y a unas cuatro calles se llega a la Plaza de Armas, probablemente la más hermosa de toda Sudamérica. En la época inca era conocida como Huacayapata, que significa “lamento”, pues en este lugar se celebraban ceremonias militares o religiosas en las que debían mostrarse expresiones de sumisas. En ese tiempo su tamaño era más del doble del actual, y alrededor de la misma se erigían los palacios del inca Pachucútec, el tempo del dios Viracocha, distintos edificios oficiales, así como el acclahausi, el hogar de las vírgenes del sol encargadas de servir al inca y a los dioses. En este punto convergían las cuatro vías que llegaban a las cuatro partes del Imperio inca. Actualmente sigue siendo el centro neurálgico de la ciudad, donde encontramos desde vendedores ambulantes hasta limpiabotas así como cafeterías y restaurantes, con el sonido inconfundible en el aire de alguna flauta andina. Siempre ondean dos banderas, la peruana roja y blanca y la de Tahuantinsuyo, a cuadros y con los colores del arco iris, que representan las cuatro regiones del Imperio inca. Ligeramente inclinada, se halla rodeada de edificios coloniales de dos pisos y una larga arcada colonial; en el centro una bonita fuente y en los laterales hallamos sus dos importantes iglesias: la catedral y la iglesia de la Compañía. La plaza de armas fue testigo de numerosas ejecuciones, entre ellas la de Diego De Almagro en 1538 y la de Túpac Amaru (el último inca), decapitado en 1572.

En el lado nororiental se levanta la imponente Catedral, cuya construcción, en la que intervinieron varios arquitectos, comenzó en 1560, y finalizó un siglo después. Se ubica sobre lo que fue el palacio de Viracocha, octavo inca, y fue levantada con bloques de granito rojo del cercano yacimiento inca de Sacsayhuamán. Este enorme edificio, de fachada renacentista, domina la plaza sobre una base elevada, quedando enmarcado por dos torres de 33 m muy separadas En realidad se trata de un edificio principal y dos pequeñas iglesias: la capilla del Triunfo, de 1536 (el templo más antiguo de la ciudad) a la izquierda y la capilla de la Sagrada Familia a la derecha. Su interior, finamente restaurado, ofrece uno de los más hermosos ejemplos de estilo barroco sudamericano; deslumbra por su elegancia: los oros y las pinturas se integran a la perfección entre la piedra oscura. Frente a la entrada, se encuentra la cripta en la que reposan parte de los restos del Inca Garcilaso de la Vega, el más famoso cronista mestizo, fallecido en España en 1616, y enterrado en la mezquita-catedral de Córdoba. Una parte de sus cenizas fueron devueltos a su ciudad natal en 1979. En la sacristía se exhiben los retratos de todos los obispos que ha tenido la ciudad, ente ellos, el despiadado fraile Vicente Valverde, principal protagonista de la captura de Atahualpa en Cajamarca. No hay que pasar por alto el suntuoso altar mayor, recubierto totalmente de plata repujada, frente al que se encuentra el imponente coro de cedro del siglo XVII, con magníficas imágenes de santos y papas, tallado con gran maestría en el siglo XVII. Sus cinco naves, así como sus once capillas laterales albergan espléndidos lienzos firmados por los más grandes artistas de Cuzco. Se trata de la mayor colección de arte colonial de la ciudad. La mayoría de los cerca de los 400 cuadros que la adornan son de la escuela cuzqueña de los siglos XVI a XVIII, y ofrece un sincretismo indio en el que la Virgen, ataviada con una falda en forma de montaña con un río fluyendo por el dobladillo, representa a la Pachamama (la Madre Tierra de los incas); otra de sus pinturas más afamadas es “La Última Cena” del artista quechua Marcos Zapata; cabe mencionar la pintura más antigua que se conserva en Cuzco: representando el terremoto de la ciudad en 1650.

Posteriormente realizaremos un recorrido por las colinas cuzqueñas de unos 16 km, durante el que podremos contemplar cuatro fascinantes complejos arqueológicos incas: Sacsayhuaman, qenko, Puca Pucará y Tambo Machay, cada uno con sus características diferentes, pero todos ellos ilustran la maestría arquitectónica de los incas.

El primer lugar que visitaremos será la fortaleza de Sacsayhuamán, imponente muestra de arquitectura militar incaica que domina la ciudad, a pesar de que la estructura original era cinco veces mayor. El motivo es que desde la llegada de los españoles y hasta 1930, se utilizó como cantera para construir edificios en Cuzco. Estas inmensas ruinas de importancia religiosa y militar, cuyo nombre en quechua significa “halcón satisfecho”, son las más impresionantes de los alrededores de Cuzco. Según el Inca Garcilaso, tardaron más de 70 años en construir la fortaleza, en la que trabajaron hasta 20.000 indios. En caso de necesidad toda la población de Cuzco podría haberse refugiado en este recinto. El yacimiento se compone de tres terrazas escalonadas de más de 300 m de largo, rodeadas por un muro de granito aserrado, con 22 ángulos salientes y entrantes en cada nivel, lo que obligaba a los invasores que intentaban escalarlo a exponer sus flancos a los defensores. Algunos de los bloques de piedra que la componen alcanzan las 320 toneladas y los 9 m de longitud. Todos ellos encajados milimétricamente unos contra otros. La parte alta de la fortaleza estaba protegida por tres torres que se hallaban comunicadas entre sí por pasadizos; la más importante es la del oeste, la torre Muyu Marca, formada por varios niveles y una altura de 20 m, desde la que el inca Titu Cusi Huallpa se tiró para no caer en manos de los españoles. En 1536 la fortificación fue el escenario de una de las revueltas indígenas más cruentas de la conquista. Manco Inca reconquistó Sacsayhuamán, escasamente protegido; pero un tiempo después los españoles consiguieron recuperar el control con un ataque desesperado con 50 efectivos de caballería.  El yacimiento quedó sembrado de cadáveres que atrajeron a un sinfín de cóndores andinos. Allí murió Juan Pizarro, el hermano más pequeño del conquistador. Para recordar la tragedia se incluyeron ocho cóndores en el escudo de armas de Cuzco. Enfrente de la fortaleza se levanta la colina llamada Rodadero, que alberga muros de contención, rocas pulidas y una serie de bancos de piedra bellamente tallados, conocidos como el Trono del Inca. Entre las murallas en zigzag y la colina hay un espacio llano donde actualmente se representa el Inty Raymi (en quechua “fiesta del Sol), una antigua ceremonia religiosa andina en honor al Inti (el padre sol).

Muy cerca se halla el sitio arqueológico de Qenko, un complejo que consta de una plaza (anfiteatro) en la que se cree que se celebraban ceremonias religiosas, un gran roquedal profusamente labrado y una roca central de carácter votivo. La gran roca principal, de piedra caliza y 3.500 m2 de superficie, se halla repleta de nichos, escalones y extraordinarias tallas simbólicas, incluidos los canales en zigzag que dan nombre al yacimiento (kenko significa “zigzag”). Estos canales se llenaban con sangre de llama o chicha (cerveza de maíz) durante los ceremoniales. En la parte superior encontraremos una superficie diáfana para las ceremonias y unas tallas que representan un puma, un cóndor y una llama; y más abajo una caverna subterránea seminatural con unos altares tallados en roca. La extraña roca votiva situada en el centro del anfiteatro debió de tener un sentido totémico. Mide 5,90 m de altura por 4,50 m de ancho. Aunque su silueta está deformada, originalmente debió evocar la figura de un puma. Por último, al norte se extiende una especie de anfiteatro con un patio elíptico rodeado por un muro semicircular, que debía estar relacionado con observaciones astronómicas.

A 5 km se encuentra el complejo arqueológico Puca-Pucará, imponente estructura que domina el valle de Cuzco y que se cree que se trataba de una estación de descanso, donde se daban relevo los mensajeros, y albergue a los comerciantes y militares (también es posible que sirviera de guarnición para vigilar el camino entre Cuzco y el Valle Sagrado). Sus edificaciones son bastante rudimentarias, pero merece la pena, aunque solo sea por las bonitas vistas que ofrece del Valle Sagrado desde su explanada. En algunos momentos del día la roca parece de color rosa, lo que explica su nombre (“fuerte rojo”).

A solo 1 km del anterior se halla Tambo Machay, conocido como “los baños del Inca”, se compone de tres terrazas poco profundas, unidas por escaleras y rodeadas por murallas de piedra finamente talladas y marcadas con nichos. El agua, que provenía de un manantial, era canalizada a una magnífica bañera de piedra ceremonia. Este lugar era utilizado principalmente como adoratorio del agua, un elemento que servía como instrumento mediador de culto al sol. De hecho, el baño litúrgico era un importante rito religioso, en el que el propio Inca purificaba.

Almuerzo en restaurante Inkagrill o similar.

Continuamos nuestro paseo por la parte alta de la ciudad, donde se encuentra el barrio de los pintores de San Blas, un laberinto de estrechas callejuelas con grandes adoquines relucientes, que en el pasado estuvo habitado por la nobleza quechua, y que hoy se ha convertido en un distrito de artesanos, con casas coloniales con muros de piedra inca, donde se desarrollan talleres y puestos de artistas; los más famosos son los artesanos cusqueños “Mendívil”, creadores de los multicolores y emblemáticos arcángeles de cuellos largos, mundialmente conocidos.  Destaca la calle Hatunrumiyoc, toda ella recubierta de hermosos muros incas; a mitad de la misma se halla la piedra de los 12 ángulos, ejemplo de las técnicas de construcción de los incas. El hecho de que los sillares de los muros incas sean tan irregulares se interpreta como un sistema antisísmico. Visitaremos la iglesia de San Blas, construida en 1536 (reconstruida en 1650), es la más antigua de Cuzco. Sus paredes de adobe encaladas se alzan sobre cimientos incas. El interior es un bellísimo ejemplo de estilo churrigueresco, en el que abundan plantas, frutas y personajes imaginarios. Hay que prestar atención al bonito altar barroco decorado con pan de oro; pero sin duda, lo más destacado, es el increíble púlpito, exquisitamente labrado a partir de un único tronco de cedro: el mejor ejemplo de talla colonial en madera de toda América. Al pie del púlpito se distinguen las figuras de Lutero, Calvino y Enrique VIII, entre otros, todos opuestos al catolicismo, presas de los tormentos del infierno y acompañadas de los siete pecados capitales. La leyenda cuenta que su creador, Juan Tomás Tuyro Túpac, un indígena que se recuperó milagrosamente de una grave enfermedad, en agradecimiento dedicó 40 años de su vida a tallar el púlpito. Según la tradición su cráneo está incrustado en la parte superior de la talla.

Alojamiento en Costa del Sol Wyndham Cusco.

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