Día 13 – TOKIO
Desayuno buffet en el hotel.
Ya estamos en TOKIO, cuyo nombre significa “capital oriental”, una ciudad de múltiples rostros que intentaremos desentrañar; a la vez familiar y ajena para el visitante extranjero, caótica pero organizada, hipermoderna pero clásica, chillona pero espiritual; además de sobrecogedora, paradójica, colorida, enorme, frenética, y tantos otros superlativos. Lo que es seguro, es que provocará un gran impacto en nuestros sentidos. Respecto a la historia de Japón, Tokio es una ciudad relativamente reciente. En sus orígenes, era un pequeño pueblo de pescadores, llamado Edo (“la puerta de la bahía), hasta que en 1457, un señor local construyó el primer castillo. Pero realmente la fundación de la ciudad se produce en 1590, cuando Tokugawa Ieyasu, hizo edificar una fortaleza para afianzar su poder. Pocos años después, Edo se convirtió en la sede del gobierno militar del shogunato. Los shōgun Tokugawa reinaron durante más de 250 años, y la ciudad fue creciendo a ritmo vertiginoso, llegando, a finales del siglo XVIII, a ser la primera ciudad del mundo con una población de 1.300.000 personas (Londres tenía poco más de la mitad). Tres siglos después Tokio, supera los 12 millones de habitantes y su área metropolitana los 36. Aunque en el período de aislamiento Edo se mantuvo como la cuna de la cultura urbana japonesa, fue a partir de 1868, con la Restauración Meiji, cuando el Emperador y la capitalidad oficial, se desplazaron a Edo (cuyo nombre pasó al actual Tokio), y a partir de ahí, comenzaron a llegar las influencias occidentales y su rápida modernización, que la convirtieron en la ciudad de las novedades: ferrocarriles, fábricas, electricidad, tranvías y teléfonos. Se construyeron cientos de edificios y se crearon empresas de comunicación y grandes tiendas. El 1 de septiembre de 1923, la ciudad es golpeada con un violentísimo terremoto de magnitud 7,2 que ocasiona casi 140.000 víctimas y el 60% de la ciudad queda destruida. A pesar de que se recupera rápidamente, las bombas americanas de la II Guerra Mundial, destruyen un tercio de Tokio. Después de los grandes incendios, las guerras y los bombardeos, sustituye la madera por el ladrillo y luego por el cemento, pero sin transformar de manera radical el urbanismo de la ciudad, lo que ha permitido preservar el esquema original de los barrios y las singularidades, evitando la excesiva dispersión de la población. En la década de 1980, Tokio pasa a ser una de las ciudades más ricas y más caras del mundo, alcanzando la especulación inmobiliaria límites insospechados. Luego vendría la larga recesión, y la crisis global, pero a pesar de todo, esta ciudad sigue manteniendo sus rincones intactos y una energía vibrante que hipnotiza.
Comenzaremos la visita de esta magnética ciudad con el Santuario Sintoísta de Meiji, el más importante santuario sintoísta de Tokio, que data de 1920 y fue erigido en honor del emperador Meiji. Destruido en 1945 por las bombas de la guerra, fue reconstruido con donaciones de particulares trece años después. Mientras que al shōgun Tokugawa Ieyasu se le venera en un lugar sintoísta-budista, al emperador Meiji se le rinde culto en un santuario sintoísta. Este emperador, que dirigió la modernización de Japón entre 1868 y 1912, decretó la separación oficial entre budismo y sintoísmo. Su intención era que el sintoísmo, única religión nativa, se convirtiera en el credo de todos los japoneses. Ocho años después de su muerte, cuando se le dedicó ese santuario, el sintoísmo se convirtió en religión de Estado. El emperador, soberano de Japón, pasó a ser representante vivo de un linaje de divinidades sintoístas fundadoras del país. Tras la derrota de 1945, cuando el sintoísmo dejó de ser la religión oficial, el emperador perdió sus atributos divinos, aunque los japoneses siguieron llamándolo Tenna, “el que viene del cielo”. Accederemos a la misma por una avenida de majestuosos alcanforeros, con un gigantesco Otorii, puerta construida en 1975 a partir de enormes troncos provenientes de un ciprés de 1.500 años de Taiwan. Forma parte del complejo, el bonito jardín Nai-en, con un salón de té con vistas a un estanque de nenúfares y carpas, y que contiene más de 150 especies de lirios diferentes. Fue diseñado por el propio emperador Meiji para complacer a la emperatriz. El santuario principal, se alza en un espacioso patio, con la característica estructura de madera de ciprés envejecida de color marrón oscuro y cubiertas con tejas de cobre. Posee una bonita galería porticada, de la que cuelgan linternas de bronce. El tejado, con su graciosa curva, sigue el estilo sintoísta de los santuarios imperiales.
Pasearemos por Takeshita-dori, bulliciosa y estrecha calle, a la manera de Carnaby Street en Londres, que se encuentra bordeada de tiendas de ropa extravagante, de joyas falsas y bisutería de plástico, baratijas y llamativos adornos, así como de bares baratos. Es una apoteosis de colores para la vista, en la que se exhiben todas las vestimentas para adolescentes en un increíble teatro de modas y looks delirantes: desde el gótico hasta los botines rosas o sujetadores fosforitos sobre abundantes pechos, tan preciados por las heroínas del manga. Seguimos por el puente de Harajuku, que aunque lo ideal es visitarlo en fin de semana (no se puede tener todo), veremos qué panorama se nos ofrece durante nuestro paseo. Los adolescentes entre 15 y 20 años se reúnen aquí disfrazados o vestidos según la subcultura que reivindiquen: visual rock (estética de las bandas de rock), cosplay (personajes de manga o anime), Gothic Lolita (lolitas que mezclan pulsiones de vida y muerte) o kagal (rubias platinos al modo californiano con minifaldas y largas pestañas). Continuaremos caminando hasta Omotesando, los conocidos como “Campos Elíseos” de Tokio; bordeada de árboles y con sus cafés con terraza, es la zona más parecida a París. En esta zona se encuentran, varios grandes almacenes, así como exclusivas boutiques de Chanel, Dior, Issey Miyake, Prada o Louis Vuitton.
Almuerzo en restaurante local.
Nos trasladamos al Tokyo Metropolitan Government Office (Ayuntamiento) que fue diseñado por el arquitecto japonés Kenzo Tange, y tiene el aspecto de una catedral. Al parecer, se inspiró en la de Notre Dâme de Paris. Con una altura de 243 m y 48 plantas ofrece un punto de vista privilegiado de Shijuku. Se trata de un edificio austero, revestido de granito, elevado como esos castillos-fortalezas emparejados para defenderse. Dos torres gemelas unidas entre sí por una fachada de menor altura, con una inmensa ágora delante. El edificio acoge a casi 20.000 funcionarios. El ascensor nos trasladará al observatorio de la planta 45 en algo más de 40 segundos, desde donde podremos disfrutar de una espléndida la vista. Si disfrutamos de buen tiempo, es posible que lleguemos a ver, en la lejanía, el monte Fuji.
Llegaremos a la plaza del Palacio Imperial, desde donde podremos ver el Palacio Imperial (solo exterior), y tener una buena vista del puente Nijubashi, edificado con las piedras del antiguo castillo. En 1457, Ota Dokan, hizo construir una fortaleza para dominar la bahía de Tokio y la llanura de Kanto. El primer castillo de Edo surgió rodeado de recintos, murallas y fosos. La fortaleza, dispuesta en torno a un poderoso torreón que dominaba todos los barrios de la ciudad, materializó con fuerza el poder del shogunato. Con la restauración Meiji (1868), y el desplazamiento de la corte imperial a Tokio, el castillo se convirtió en palacio Imperial. Los bombardeos de la II Guerra Mundial lo destruyeron por completo. Se reconstruyó de forma idéntica en1968 y a principios de la década de 1990 se le añadieron algunas residencias imperiales.
Nuestra siguiente visita será el Tsukiji Market el mercado de pescado más grande del mundo. Es un espectáculo vertiginoso: 52.000 personas (entre mayoristas, minoristas y clientes) y 32.000 vehículos entran y salen a diario, de estas salas divididas por pasillos, que se pierden en el horizonte. El pescado (fresco, congelado o tratado y seco), llega desde todos los rincones del mundo: bonitos, jureles, atunes de Guam, tortugas de Kyushu, etc. Cada día, 2.500 toneladas, repartidas en 450 especies, transitan por Tsukiji (que significa “tierra recuperada”). El mercado se compone de dos grandes zonas: el “mercado interior”, es el mercado mayorista licenciado, donde se realizan los remates y se procesa la mayor parte del pescado, y donde los comerciantes mayoristas con licencia (unos 900) realizan sus negocios. El “mercado exterior” es una mezcla de ventas al por mayor y negocios de venta al público que venden utensilios de cocina japoneses, suministros para restaurantes, comida en general y productos de mar. También hay numerosos restaurantes, especialmente de sushi.
Para finalizar este primer día de visitas en Tokio, nos trasladamos a Odaiba, una isla artificial, construida sobre tierra ganada al mar en la bahía de Tokio. Su nombre proviene de las baterías de cañones instaladas en el siglo XIX por el shōgun, para protegerse de las invasiones extranjeras. Aunque esto no impidió que los barcos del almirante estadounidense Mathew Perry fondearan en la bahía en 1853 para forzar la apertura del país. Estas baterías, cedieron el paso a un barrio completamente artificial dedicado a la industria lúdico-cultural: museos, salas de juego, hoteles de lujo, etc.
La isla está conectada al centro de Tokio a través del llamativo Rainbow Bridge, nombrado así por su colorida iluminación nocturna. No hay un solo metro cuadrado que no esté dedicado al ocio y a la arquitectura desmesurada. Tendremos tiempo libre para pasear a vuestro aire y ver los extraños y espectaculares edificios que componen este barrio, como la Fuji TV, un emblemático y futurista edificio construida por Kenzo Tange en 1996 que, con una enorme esfera central, evoca un inmenso mecano; el Palette Town, complejo que comprende, entre otros, una noria de 100 m de diámetro o el absolutamente kitsch, Venus Fort, con más de 170 tiendas, y cuyo techo cambia de color a medida que el día avanza (hasta evocar la noche); la Toyota Mega Web, el más grande e increíble salón de exposiciones de coches del mundo; en la orilla hay una réplica de la estatua de la Libertad, pero no de la de Nueva York, sino de la que está en París. De aquí, el autobús nos conducirá hasta el hotel. Aquellos viajeros que lo deseen podrán quedarse en Odaiba, donde hay multitud de restaurantes y volver por su cuenta en el monorraíl Yurikamome, con piloto automático.
Alojamiento en Sunshine City Prince Hotel.