Viaje a JAPÓN III: Hiroshima, Himeji, Kyōto | Los viajes de Vagamundos día a día

Día 6 – HIROSHIMA – HIMEJI – KYŌTO 

Desayuno buffet en el hotel.

La ciudad de Hiroshima fue fundada en 1859 por el señor feudal Mori Terumoto, que construyó su castillo en la mayor de las islas del brazo del río Ota. De aquí procede el nombre de la ciudad: Hiro (extensa) y Shima (isla). Se desarrolló en el transcurso del período Edo y se industrializó al poco de la Restauración Meiji. Durante el primer conflicto chino-japonés (1894-1895), acogió el cuartel general del ejército imperial. En la década de 1930 se implantó en la ciudad la industria pesada de armamento, convirtiéndose su bahía, en la principal base militar del oeste de Japón. Durante la II Guerra Mundial, Hiroshima constituía una base estratégica que garantizaba la defensa terrestre del sur de Japón. También se estableció una fábrica de armas químicas, cruelmente utilizadas por los soldados japoneses en la guerra con China. Pero la triste fama de esta ciudad viene por lo que aconteció el lunes 6 de agosto de 1945: el bombardero americano B-29, Enola Gay, despegó de la base de Tinian llevando a bordo una bomba atómica de uranio de cuatro toneladas, denominada Little Boy. En un día despejado, a las 8.15 de la mañana, explotó a 580 m del suelo, en la vertical del hospital Shima, situado en el centro del área metropolitana. Enseguida, un flash luminoso y una explosión terrorífica desgarraron el cielo. Una nube de polvo en forma de hongo se elevó por encima del horizonte, ennegreciendo el cielo como un crespúsculo. La explosión arrasó instantáneamente la ciudad. De las 350.000 personas allí presentes, 80.000 murieron en el acto. En las siguientes semanas fallecieron más de 60.000 personas. El 92% de los edificios quedaron completamente destruidos. Los efectos secundarios de las radiaciones fueron igualmente terribles: anemia, hemorragias internas, fiebre, infecciones. Posteriormente, muchos irradiados murieron de cáncer, leucemia y otras enfermedades. A pesar de quedar reducida a cenizas, la población consiguió reconstruirla con rapidez, y desde 1949 Hiroshima fue proclamada Ciudad de la Paz por el Parlamento japonés. Reconstruida según un plano geométrico, la ciudad nueva ha vuelto a encontrar su supremacía regional y su dinamismo económico. Actualmente, es una próspera urbe que atrae a numerosos activistas por la paz y el desarme nuclear de todo el mundo, y posee una vida nocturna muy activa con una población cosmopolita, cuyos optimistas habitantes hoy apenas mencionan aquella tragedia.

Durante la mañana, realizaremos la visita de la ciudad, que comenzaremos con la  Cúpula de la Bomba Atómica (Gembaku Domu) (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1996). Se trata del único edificio que perdura de la tragedia. Diseñado por el arquitecto checo Jan Letzel, este edificio de estilo europeo, se construyó en 1915 y servía de palacio de exposiciones para la promoción industrial del departamento de Hiroshima. De su elegante domo oval y de sus fachadas bombardeadas solo queda la estructura metálica ennegrecida, las vigas retorcidas y los muros en ruinas. La bomba atómica explotó a 160 m al sureste del domo. Las construcciones de alrededor se hicieron añicos, pero el edificio, debido a que sufrió el golpe de explosión cerca de la vertical, permaneció parcialmente en pie. Todas las personas que había dentro murieron en el acto. Se decidió conservar su armazón como homenaje, convirtiéndose en un símbolo del pasado trágico de la ciudad. En 2002 se realizaron trabajos de consolidación para evitar que se desplomara.

Cúpula de la Bomba Atómica

Continuaremos con el Parque de la Paz, diseñado por el arquitecto Kenzo Tange en la década de 1960. Este parque, plantado de alcanforeros y laureles rosas, se extiende a lo largo de 12 hectáreas en el centro de la ciudad, al extremo norte de una isla entre los ríos Ota y Motoyatsu. Se encuentra salpicado de monumentos en memoria de las 140.000 víctimas, como la Llama de la Paz, que solo se pagará cuando se haya destruido la última arma nuclear de la Tierra. Cerca de la misma se encuentra el cenotafio que contiene los nombres de todas las víctimas identificadas de la bomba, y una inscripción que reza “Descansen en paz. Jamás volveremos a cometer el mismo error”. Su forma de arco representa un refugio para las almas de las víctimas.

Situado sobre un pedestal de granito, se encuentra el Monumento Infantil de la Paz, con la figura de una niña extendiendo las manos, y una grulla, símbolo de la longevidad y la felicidad, que vuela sobre ella. La obra hace referencia a la tierna historia de una niña víctima de la bomba, Sadako Sasaki, fallecida a los 12 años a cauda de una leucemia provocada por las radiaciones. Sadako tenía 2 años el día de la explosión y se encontraba a 2 km de allí. Cuando en 1955 supo que tenía leucemia, creyó que si elaboraba 1.000 grullas de papel, se recuperaría de su enfermedad (en la tradición japonesa, la persona que consigue esta tarea ve realizado sus deseos). Sadako tuvo tiempo de confeccionar 644 grullas. A su muerte, sus compañeros de clase hicieron las que faltaban y recogieron dinero para hacerle un monumento en 1958. Su historia conmovió a todo el país, y el monumento siempre está adornado con grullas de papel enviadas por colegiales de todos los rincones de Japón.

Monumento Infantil de la Paz

Finalmente, visitaremos el Museo de la Paz, que nos hará meditar sobre la capacidad de destrucción y la barbarie de la especie humana. La visita puede resultar angustiosa para algunos por las imágenes que se pueden observar. Diseñado también por Kenzo Tange, este conmovedor museo muestra un relato objetivo de los antecedentes históricos de la guerra, y las consecuencias de la explosión de la bomba a través de una amplia colección de fotografía y objetos, pertenecientes a las víctimas: relojes parados a la hora exacta de la explosión (las 8.15), ropas hechas jirones, tejas vitrificadas o botellas reblandecidas. Hay exposiciones que muestran a personas afectadas por las terribles queloides (enfermedad de la piel consecuencia directa de la radiación) y se pueden escuchar los testimonios de algunos supervivientes. En el mismo museo no se pasan por alto las atrocidades de los propios japoneses. Muchas de las víctimas de la bomba fueron coreanos y chinos que habían sido reclutados forzosamente para realizar trabajos forzados en Japón.

A continuación, nos trasladaremos en autobús a Himeji, una tranquila ciudad que quedó completamente arrasada durante la Segunda Guerra Mundial, pero que milagrosamente salvó su célebre castillo.

Almuerzo en restaurante local.

Visitaremos el Castillo de la Garza Blanca o Himeji-jo (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1993), llamado así, por el parecido que guardan los muros encalados que se estrechan a ambos lados de la torre, con un ave emprendiendo el vuelo. Considerado como Tesoro Nacional, su arquitectura militar, suavizada por elegantes líneas estéticas, lo convierten en el último castillo samurái, y en la más majestuosa y bella de las doce fortalezas feudales que se conservan en Japón. Akira Kurosawa, explotó su magnífico potencial en su película RAN (1985). Construido sobre un promontorio en medio de una vasta llanura, esta fortaleza es un modelo de arte defensivo: laberintos de fosos, zanjas y trampas, murallas curvadas en abanico, muros fortificados atravesados por innumerables troneras y matacanes, o pasajes sin salida; todo pensado para mantener a raya a los invasores. Construido en 1581 sobre el lugar de un fuerte más antiguo, fue restaurado y mejorado durante el siglo XVII. Su titularidad estuvo en manos de varias familias nobles samuráis, hasta la restauración Meiji de 1868. El castillo, que conserva el mismo aspecto que presentaba en 1618, ya que nunca fue utilizado para la batalla, es también un símbolo de prestigio para los antiguos shogunes.

Su silueta, se dibuja con un torreón central de cinco plantas y bastiones más pequeños que lo rodean, comunicados entre ellos por pasadizos. Cada uno está decorado por un fastigio triangular sobre los tejados. El blanco inmaculado de las paredes, una mezcla de cal y polvo de conchas, se utilizaba como revestimiento ignífugo. Las ventanas tienen diferentes formas dependiendo del uso al que estaban destinadas: rectangulares para tirar con arco o triangulares para disparar con fusiles. Los tejados, estaban cerca unos de otros, para ofrecer una vía de escape en caso de asedio. La torre principal, de 46 m de altura, era utilizada por los señores feudales en caso de asedio o durante los ejercicios militares. Desde el exterior la torre parece tener cinco alturas, pero en realidad tiene seis y un basamento. Caso de que el acceso no esté restringido por trabajos de restauración, visitaremos las salas más importantes de la torre principal. En el interior, una serie de escaleras escarpadas y oscuras, conducen a la parte superior, desde donde se puede contemplar una vista de la ciudad. Hay que detenerse en observar los colosales pilares en madera de ciprés, de 95 cm de diámetro y el más antiguo de hace 780 años. En las diferentes plantas podremos admirar las colecciones de armaduras, sables y fusiles.

Castillo de la Garza Blanca o Himeji-jo

Entre los edificios del castillo se extienden muchas zonas bellamente ajardinadas con parterres y árboles, un buen ejemplo de la forma en que los samuráis compaginaban una sólida construcción defensiva con espacios refinados.

Nos dirigimos a la estación de tren de Himeji para tomar el tren bala con dirección a Kyōto.

Alojamiento en The Royal Park Hotel Kyōto Sanjo.

Día 7 – KYŌTO

Desayuno buffet en el hotel.

La ciudad de Kyōto fue fundada en 794 como Heian-kyō (capital de la paz y la tranquilidad) por el emperador Kanmu. Protegida por montañas en tres de sus cuatro flancos, que bloquean las influencias maléficas, y bañada por un río que fluye de norte a sur, era perfecta para planificar una ciudad según los principios de geomancia china. Se diseñó sobre una planta ortogonal que se copió de la capital china de los Tang, Chang’an (la actual Xi’an). Una vez establecido el palacio imperial, que mira al norte maligno, se construyeron templos y santuarios para proteger las diferentes entradas a la ciudad. El período de Heian (794-1175), refleja el poderío de esta familia, que se hace con el poder imperial a base de influencias, alianzas y matrimonios de conveniencia con los miembros imperiales en vías de gobernar. Es de los momentos más destacados para la capital, que empieza a encontrar un estilo nacional, tras la caída de la dinastía china Tang. A pesar de ser la residencia de la familia imperial japonesa desde 794, no siempre fue el centro del poder político del país, que en muchas ocasiones estaba gobernado por familias militares o shogunes. Fue capital del imperio hasta la Restauración Meiji, en 1868, esto es, más de un milenio. Antes lo había sido Nara (que visitaremos mañana) y posteriormente Edo (la actual Tokio). La ciudad ha sido durante siglos el centro cultural y religioso del país, y tan larga tradición se respira en el ambiente y se hace patente en sus callecitas estrechas, las casitas bajas de madera, los barrios tradicionales de geishas, los canales, los templos, sus bellísimos jardines, y sus melancólicos lugares entre colinas boscosas. Los ciudadanos de Kyōto se enorgullecen de su cocina, su dialecto melodioso y su sensibilidad hacia las  estaciones. La ciudad, que cuenta con más de 1.800 templos, entre budistas y sintoístas, fue destruida casi en su totalidad durante la guerra Onin (1466-1467), por lo que los edificios que visitaremos en su mayoría datan de entre los siglos XVI y XIX. A pesar de su apariencia de pueblecito, en realidad es la séptima ciudad en habitantes, con casi un millón y medio.

Comenzaremos la visita por el Templo Kinkaku-ji (del Pabellón de Oro) (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1994) que, de una elegancia turbadora, en un entorno poético, se alza majestuoso en mitad de un estanque, emplazado en los confines de un cuidado jardín, al que accederemos a través de un camino arbolado. El pabellón fue construido en 1397 por el shōgun Yoshimitsu Ashkaga, que renunció a su función de gobernador para  convertirse en monje bajo el nombre de Rokuon. Gran apasionado del Zen quiso, que a su muerte, el pabellón se transformara en templo. El nombre de Kinkaku-ji viene por las dos plantas superiores recubiertas de pan de oro. En 1950, el templo original fue devorado por las llamas a causa de un incendio provocado por un monje desequilibrado. Unos años más tarde el edificio fue reconstruido por tres arquitectos diferentes: el primer nivel se ajustó al estilo de las casas aristocráticas del periodo Heian; el segundo, al de una casa samurái, con techos ligeramente elevados como un sable; el tercero y último, tomó el estilo karaya de los templos zen. La techumbre está dominada por un fénix de bronce, bastante apropiado cuando se trata de renacer de sus cenizas.

Templo Kinkaku-ji

Más o menos a un kilómetro, se encuentra el Templo de Ryoan-ji (del Dragón Pacífico) (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1994), importante templo de la escuela Rinzai (budismo zen) fundado en 1448 por Hosokawa Katsumoto, que cuando sentía la hora de su muerte, decidió realizar esta construcción para retirarse con los monjes; fue reconstruido en el siglo XVIII, después de ser pasto de las llamas. Tiene fama mundial por su jardín zen, atribuido al pintor y jardinero Soami. Consiste en un rectángulo vallado por tres de sus lados, de 25 m de largo por 10 m de ancho, con el suelo de grava blanca que es   diariamente rastrillado por los monjes. Las rayas simétricas y regulares, representan los remolinos de los ríos y las olas de los océanos. Este mar blanco, está salpicado por 15 rocas de diversos tamaños (repartidas en 5 grupos) que simbolizan los continentes y las islas del mundo, y que se cree que mantienen su disposición inalterada desde que se construyera, en 1450. Alrededor del jardín, los visitantes se sientan a meditar el sentido de la disposición de las rocas. El motivo es que aunque el jardín alberga 15 rocas, solo 14 son visibles, cualquiera que sea nuestra ubicación: el misterio de las rocas da pie, entre los fieles, a profundas divagaciones sobre el sentido de la vida. El minimalismo de esta obra anuncia el amanecer del arte conceptual moderno y fue diseñado para inducir a la contemplación. El jardín seco (kare sansui) es la imagen misma de la espiritualidad del budismo zen: simbolismo, desapego, desprendimiento, sabiduría. Representa la naturaleza y el cosmos en miniatura; simboliza el universo, simplificado con los mínimos elementos, pero que sirven para recordar a los monjes, separados del mundo, que éste sigue existiendo. Pero para completar este jardín seco, y contrarrestar su rigor espiritual, también podremos pasear por el espacioso jardín húmedo que lo rodea, cuyos suaves contornos, con un bello estanque y un bosquecillo de árboles, que encierra un parterre de musgo verde, ha sido mantenido a lo largo de los siglos. También debemos observar, a un lado del pabellón central, la fuente Tsukubai, gran piedra redonda a la que cae agua desde una caña de bambú, con una abertura cuadrada, que parece una moneda antigua, adornada con cuatro caracteres esculpidos que significan: “Aprendo solo para ser feliz”. En la sabiduría budista zen, el que aprende por mero placer, es rico espiritualmente.

Jardín del templo de Ryoan-ji

Almuerzo en restaurante local.

Posteriormente nos dirigiremos al barrio de Arashiyama, donde llegaremos al hermoso y fotogénico Bosque de bambúes de Arashiyama, un lugar lleno de magia, como de otro mundo, diferente a cualquier otro bosque. El efecto que ejercerá sobre nosotros es absolutamente hipnótico. Cuenta con más de 50 variedades de bambú. Muchos de ellos tienen más de 20 metros de altura e incluso pueden llegar a tener 30 metros. Estas especies de  bambú tienen la particularidad de que crece muy poco los primeros siete años, pero llegada a esa edad, alcanzan su tamaño máximo en muy pocas semanas. Antiguamente este bosque era reservado para la alta aristocracia japonesa y se convirtió en un destino muy popular desde el siglo IX al siglo XII. Tendremos la oportunidad de pasear por sus estrechas callecitas, entre los altísimos y flexibles troncos de bambú mecidos por el viento, con la compañía de la tenue luz que se cuela por entre los gigantescos tallos. Sin duda, el paseo nos aportará paz, calma y belleza. 

Bosque de bambúes de Arashiyama

A continuación visitaremos el Castillo Nijo (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1994), construido al estilo shoinzukuri (residencias aristocráticas). No tiene la grandeza de otras fortificaciones japonesas, pero por el contrario, posee una profusa ornamentación de sus interiores, y un suelo, denominado “ruiseñor”, diseñado para que, al pisarlo, despidiera un sonido semejante al piar de los pájaros para advertir la presencia de intrusos. El complejo se construyó en 1603 por el shōgun (alto rango  militar y título histórico en Japón concedido directamente por el emperador) Tokugawa Ieyasu, como símbolo del poder y riqueza del shogunato, recién establecido en Edo. Su nieto, encargó a  los mejores pintores de la escuela Kano, la decoración de los salones de recepciones. El último shōgun Tokugawa, después de 15 generaciones, se rindió en este mismo castillo ante el emperador Meiji en 1867. Cruzaremos la gran puerta Kara-mon (puerta china), ricamente tallada y recubierta de oro, para entrar en el palacio Ninomaru, que abarca una superficie de 3.000 m2, y alberga 33 habitaciones organizadas en hilera, todos en el mismo nivel, según la arquitectura tradicional japonesa: puertas correderas (soji) con marco de madera y papel de arroz, tatamis en el suelo y tabiques pintados. Cada habitación, está decorada con pinturas realizadas por artistas de la escuela Kano, algunas de las cuales forman grandes paredes doradas, adornadas con motivos poéticos: cedros, cerezos en flor, pájaros etc. Tras estos tabiques recubiertos de oro se esconden numerosas alcobas, antaño llenas de guardas, dispuestos a hacer su aparición al menor silbido del suelo. El hermoso jardín del palacio Ninomaru, con lago y rocas, es una auténtica maravilla, obra del maestro del té y paisajista Kobori Enshu.

Castillo Nijo

Para finalizar el día nos daremos una vuelta por el Mercado Nishiki, fascinante mercado, apodado “la cocina de Kyōto” que se encuentra situado en un callejón, y que suministra a la mayoría de los cocineros de la ciudad. Los orígenes de Nishiki Ichiba se remontan al año 1311, cuando se inauguró la primera tienda de pescado. Durante el período Edo, se convirtió en un mercado de pescado en el que se establecieron numerosos negocios mayoristas, pero posteriormente se fue diversificando y enfocando más hacia la venta minorista. Posee más de un centenar de tiendas, en algunas de las cuales, es posible probar sus productos. Sus escaparates y puestos, extremadamente limpios y cuidados, y bellamente decorados, son representativos de la increíble variedad de productos de la alimentación japonesa. Podremos encontrar desde palillos hasta cuchillos o cacharros de cocina, así como todo tipo de alimentos o lugares para comer o comprar comida preparada.

Mercado Nishiki

Alojamiento en The Royal Park Hotel Kyōto Sanjo.

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