El día 13 de junio de 2019, en nuestro viaje a Rusia, visitaremos San Petersburgo y, en concreto, el Gran Palacio de Pedro el Grande.
Desayuno buffet en el hotel. Por la mañana nos dirigiremos a Peterhof, también conocido como Petrodvorets o el “Versalles Ruso“, que se encuentra situado en la costa sur del Golfo de Finlandia, junto al mar y a unos 30 kilómetros de San Petersburgo, en lo que constituye uno de los principales puntos de interés de la antigua capital imperial. Se trata de un ejemplo de arquitectura de jardines y un modelo de varios estilos arquitectónicos. Originariamente Pedro el Grande se limitó a construir una pequeña casa en las afueras de la ciudad, desde la que siguió las primeras construcciones que comenzaron en 1714. Primero fue el pequeño palacete Monplaisir, al que seguirían el palacio Marly, el pabellón del Hermitage, las fuentes y el palacio de Pedro el Grande.
Visitaremos el Gran Palacio de Pedro el Grande (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1990), que fue inaugurado solemnemente el 15 de agosto de 1723, y durante dos siglos fue la residencia oficial de verano de los zares del imperio. Toda la corte se trasladaba aquí al llegar el buen tiempo, y además de organizar fiestas y bailes por todo lo alto, se tomaban todas las decisiones que afectaban al país. En su construcción intervinieron diversos arquitectos durante más de 50 años. El largo edificio central fue obra de Jean-Baptiste Le Blond, pero lo que vemos hoy es el resultado de una evolución fruto de dos siglos de sucesivas ampliaciones. A partir de 1747, bajo el reinado de Isabel I, hija de Pedro el Grande, la obra fue reorganizada por Rastrelli, quien le daría el aspecto definitivo al edificio: hizo elevar el palacio con una planta adicional, le añadió dos grandes alas que sirvieron de unión a los diversos cuerpos que hasta entonces eran independientes. Apenas retocó la fachada, pero sí las salas interiores para dotarlas del estilo barroco. Una vez terminadas las obras, las salas volvieron a sufrir nuevos cambios a manos de Catalina II, que detestaba a Isabel y con su nuevo arquitecto Yuri Velten, rediseñó algunas salas al estilo clásico. Por ello, encontraremos aquí tres grandes estilos: el barroco alemán de Pedro el Grande (del que queda poco), el barroco ruso de la época de Isabel (realizado por Rastrelli) y el neoclásico y el rococó de Catalina II (Velten). Pasaremos de una a otra habitación de un estilo a otro.
La fachada principal, un gigantesco edificio amarillo y blanco, de 275 metros de longitud, es de un barroco bastante despojado, apenas adornada con frontones redondeados o triangulares. El tejado, de cuatro vertientes, culmina en un gran jarrón dorado. Los tejados de los dos pabellones laterales, poseen cúpulas en forma de cebolla, también doradas, rematadas con la cruz o el águila bicéfala, emblema de la Rusia zarista. El palacio fue destruido en gran parte por las minas alemanas en 1944, pero la reconstrucción llevada a cabo ha devuelto a la fachada el aspecto que le había conferido Rastrelli. Del aspecto original del interior nos queda solamente el estudio de Pedro el Grande, ya que las otras estancias reproducen la decoración de finales del siglo XVIII y de principios del XIX.
Ya en el interior del palacio, subiremos por la escalera ceremonial de Rastrelli, por la que ascendían los embajadores en sus audiencias con el zar, con sus estatuas de las “Cuatro Estaciones” y sus dorados extraordinarios. Una vez en el piso superior, llegaremos a la sala de Gala, decorada con estuco sobre dorado típicamente barroco; la antecámara, donde se encuentra un plano del palacio y fotografías de la reconstrucción del mismo. La sala Azul de Audiencias, donde el secretario recibía a los visitantes, llamada así por el color de la seda de las paredes. La sala Chesme, realizada por Velten, dedicada a las victorias navales rusas, y en cuyas paredes se conservan doce grandes cuadros de P.J. Hackert, inspirados en combates navales durante la guerra ruso turca (1768-1774). Los bailes y banquetes se celebraban en la siguiente estancia: la sala del Trono, decorada también por Velten, con molduras blancas y turquesas que destacan sobre las cortinas rojas. Ocupa la anchura total del palacio y alberga retratos de los zares y de sus familias. Destaca un magnífico retrato de Catalina II a caballo, realizado en 1762 por Vigilius Erichsen. Junto al cuadro se encuentra el trono. También hay que fijarse en las lámparas de cristal y los suelos de madera. El comedor Blanco, decorado con elegantes relieves de estuco dorado, y donde se organizaban fastuosos banquetes; se expone una vajilla de 196 piezas fabricadas en 1770 con cerámica de Faenza, color crema, por el inglés Wedgwood en Staffordshire para Catalina la Grande. La cristalería también es del siglo XVIII y está fabricada en Rusia y en Bohemia. Los Estudios Chinos (oriental y occidental), diseñados por De la Mothe hacia 1760, donde las sedas se combinan con elementos lacados en oro, verde y rojo, que contemplan diversas piezas de procedencia oriental, como el bonito juego de té. Entre ambas estancias chinas, se encuentra la sala de los Cuadros, donde podremos contemplar 368 retratos de las mujeres e hijos de todos los gobernadores de Rusia. La estancia de las Perdices, llamada así por la decoración de sus cortinas y sedas de las paredes salpicadas de esta ave. A partir de aquí comienzan las salas privadas. La alcoba Imperial, dominada por un suntuoso diván turco cubierto de cojines de seda, tapices chinos y porcelanas rusas. El tocador de la Emperatriz, cubierto de porcelana de Sevres, regalo del rey francés Luis XIV. La siguiente sala corresponde al gabinete de la emperatriz Isabel, con retratos de la propia emperatriz, de Catalina la Grande y un busto de Voltaire. La sala de los Caballeros, donde varios oficiales de caballería montaban guardia antes las habitaciones privadas. Tras atravesar diversas salas de paso donde podremos ver porcelanas y muebles rusos del siglo XVIII, llegaremos a la sala de la Corona que recibe su nombre de la costumbre que tenía el zar Pablo I de colocar su corona sobre un trípode en el centro de la habitación. Las paredes están revestidas con seda china del siglo XVIII.
Ya fuera del palacio, el Parque Superior, jardín clásico y simétrico al estilo francés, con cinco fuentes, cada una de las cuales está coronada por una estatua: la fuente de la Encina, la de los Estanques (destinada a recolectar el agua para las fuentes del Parque Inferior), la Indefinida (porque se cambió varias veces el motivo de su decoración), la de Neptuno, y la Mezheumny.
Pero es en el Parque Inferior, inglés en el trazado y delirante en el espíritu, donde se encuentra lo esencial de la riqueza y de la originalidad. Fue parte del proyecto original de Pedro I y se construyó al mismo tiempo que el Gran Palacio. Es el jardín más famoso del sitio, por las 18 fuentes que alberga, alimentadas por un sistema de embalses y canales de más de 20 kilómetros de largo ideado por el mismo zar. Las fuentes no usan bombas sino que son alimentadas por diferencia de altura y presión. Sin duda la más espectacular es la Gran Cascada, característico y grandioso monumento de arte barroco, construido entre 1715 y 1724, por varios arquitectos y adornada con 225 esculturas de bronce dorado y 64 chorros de agua. Las estatuas están situadas a lo largo de la cascada y representa divinidades marinas, los ríos rusos, el mito de Perseo y Andrómeda, y simbolizan la conquista del Báltico y la vocación marinera de Rusia. El agua cae en una gran fuente central presidida por un imposible Sansón abriendo las fauces de un león, símbolo de las victorias de Pedro el Grande sobre el enemigo secular, Suecia (simbolizada con el león). Un poco más adelante se halla la Cascada del Monte del Tablero de Damas, asombrosa fuente construida en 1739 por Mijail Zemcov y situada sobre tres gradas pavimentadas con mármol blanco y negro. En la base y en la parte superior de la cascada hay grutas horadadas, y la de la parte superior está protegida por tres dragones que liberan un fuerte chorro de agua. A sus pies están las dos grandes Fuentes Romanas, construidas en 1739 a imitación de las más famosas fuentes barrocas de Roma. A continuación aparece la Fuente de la Pirámide, proyectada por Michetti en 1721, con 505 surtidores de distinta altura que forman una pirámide escalonada.
El paseo desemboca en el Palacio de Monplaisir (mi placer), delicioso palacio muy sencillo realizado en 1714 por Johann Braunstein. Fue la primera construcción palaciega importante, e incluso una vez construido el Gran Palacio, Pedro I siguió viviendo y disfrutando de Monplaisir. Tienen un cuerpo central con dos alas laterales que forman un patio abierto. En la parte occidental nos encontramos con el Pabellón del Hermitage, un pequeño y elegante palacete construido en 1725 utilizado por la familia real para sus reuniones más privadas. Para resaltar la impresión de intimidad, el edificio está situado sobre un plinto y rodeado por un foso. La fachada de estuco está decorada con pilastras corintias, intrincados balcones de hierro forjado, y amplios ventanales. Finalmente, el Palacio de Marly, una de las edificaciones más antiguas (entre 1720 y 1723), cuyo nombre procede del pabellón de caza que los reyes franceses tenían en Marly le Roi, cerca de París y que Pedro el Grande había conocido en su viaje por Europa. El palacio está rodeado de un jardín adornado con esculturas, fuentes, un estanque y la Cascada de la Colina Dorada, realizada por Nicolo Michetti en 1737.
Almuerzo en restaurante local.