El viento, en alianza con el paso de los siglos, ha ido modelando el desierto del Sahara, el más extenso del mundo, que abarca desde la costa atlántica hasta el Mar Rojo, desde el Mediterráneo hasta el Sahel, ocupando una tercera parte del continente africano.
El gran desierto
Esta vasta sucesión de dunas, llanuras rocosas y abruptas cordilleras que brotan de la nada, como si de un esperpento se tratase, no es más temible ni más seca que el desconocido Takla-Makan, que significa “el que entra no sale”, el exótico Gobi, el fotogénico Namib o el inhóspito Atacama, pero sí la más recurrente, la más desoladora de las regiones áridas por sus pasmosas dimensiones. Una decena de países (Argelia, Chad, Egipto, Libia, Mali, Mauritania, Marruecos, Níger, Sudán, Túnez y el Sahara Occidental) se abrasan bajo un influjo, unas veces embriagador, otras tantas devastador, a temperaturas que en algunos casos rozan los 60ºC a la sombra, cuando ésta existe.
De vez en cuando, entre las tierras de la sed, conocidas como tanezrouft, donde no hay ni una gota de agua en kilómetros a la redonda, aflora un oasis al que se aferran buena parte de los seres vivos de este hábitat. El milagro, posible gracias a una fuente permanente de agua o a un pozo subterráneo, es otra de las constantes de la región, que despliega un amplio abanico de escenarios: los mares de dunas denominados erg, gélidas noches estrelladas, macizos rocosos de más de 3.000 metros de altitud, tormentas de arena y pedregales infinitos atravesados por rutas de caravanas que conectan ciudades de mítico recuerdo: Tombuctú, Tamanrasset, Agadez, Bilma, Chinguetti, Gadames.
Un antiguo vergel
Antes de convertirse en un desierto, durante el Cuaternario, el Sáhara fue uno de los lugares más privilegiados de la Tierra, surcado por ríos caudalosos y algunos lagos, de los cuales el Chad es un vestigio. Entre las numerosas pruebas de este pasado sobresalen las innumerables pinturas rupestres con escenas que atestiguan la existencia de un clima húmedo, una vegetación de sabana y una población abundante. En un paisaje que invita a la introspección y a la contemplación de lo inabarcable.
Sólo una novena parte del Sáhara, que por lo demás es, sin duda, la más fotografiada, se corresponde con esas gigantescas dunas que se extienden por el Gran Erg Occidental, al oeste del Saoura, el Gran Erg Oriental, en Argelia y Tunicia, y en buena parte del interior de Libia y del desierto oriental de Egipto. El resto está compuesto por regs, que son llanuras rocosas, y hamadas, altiplanicies montañosas como las últimas estribaciones del Atlas, la cordillera de Ahaggar, las aisladas cimas de Tibesti las mesetas de Air y Tasili N´ Ajjer. Entre estas cumbres descamadas discurren los wadis, ríos fósiles que permanecen secos casi siempre, a excepción de los puntuales episodios de lluvia torrencial.
Las dunas más antiguas están en Libia, zona en la que los compuestos de hierro que hay en los granos de arena se han oxidado, aportando el característico tono dorado a la sucesión de crestas que se pierden en el horizonte. Sin embargo, el desierto, el ecosistema más cambiante que existe, muta en cuestión de minutos, según la dirección del viento, el verdadero amo y señor del más infinito de los universos.
El arte de sobrevivir
El clima del gran desierto, donde hay zonas en las que casi nunca ha llovido, obliga a la escasa vegetación a exprimir sus dotes naturales y a defenderse de los animales hambrientos que se lanzan sobre cualquier indicio de verdor: un verdadero reto a la adversidad. A excepción del Nilo, los escasos ríos superficiales del Sáhara nacen en las montañas del Atlas y fluyen hasta ser absorbidos por las arenas. En sus riberas crecen alguna que otra acacia y contados arbustos de espinos, mientras que las palmeras datileras, originarias de la Península Arábiga y cultivadas en los oasis, suponen la principal expresión vegetal.
En la zona más tórrida, la ausencia casi absoluta de plantas y arbustos contrasta con el panorama de los desiertos de América del Norte, donde, como mínimo, abundan los cactus. Las plantas perennes, de profundas raíces y tejido carnoso para conservar la humedad, suelen ser espinosas, desprenden un olor repulsivo y tienen un sabor amargo como estrategia para ahuyentar a los animales.
Inmunes a la deshidratación
Allí donde sólo se contemplan dunas y más dunas donde la vida parece una utopía, todavía es posible divisar un antílope, un dromedario o un fenec (zorro del desierto) pues las aves y los grandes mamíferos se valen de su movilidad para afrontar todas las inclemencias. La gacela, el animal por antonomasia del Sáhara y uno de los que están más amenazados de extinción, casi no necesita beber, pero, de vez en cuando, para recobrar las fuerzas, tiene que acercarse a las riberas de los moribundos riachuelos, a las escasas charcas o a las zonas donde la humedad subterránea permite mantener un ligero tapiz de pastos.
Entre las aves reinan las alondras, los halcones, los búhos reales y los cernícalos, tan nómadas como los tuaregs. Sobrevuelan el desierto en busca de roedores, reptiles e insectos, por lo que son muy respetados por los habitantes del desierto, muy al contrario que los zorros, las hienas y los chacales.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a MARRUECOS con VAGAMUNDOS:
Repetición del circuito realizado en 2017, creedme si os digo que es uno de los viajes más fascinantes que he realizado nunca. Parece mentira en un destino que está tan cerca y a la vez tan lejano.
Combinaremos el norte, con la evidente influencia española de la época del protectorado en ciudades como Tánger, Asilah, Tetuán o Chauen, con la riqueza cultural de siglos de grandes civilizaciones, que podremos observar en las ciudades imperiales de Marrakech, Fez, Rabat y Meknes. Contemplaremos ruinas romanas (Volubilis), ciudades imperiales (Fez, Meknes, Marrakech y Rabat), kasbahs bereberes de ensueño (Kasbah de Taourirt y Kasbah de Aït Benhaddou); lugares encantadores en la costa atlántica con la clara influencia portuguesa (Essaouira y Mazagán); monumentos islámicos, paisajes singulares a través del Atlas y el Rif y oasis con interminables palmerales.
Nos dejaremos envolver por la magia de un inolvidable atardecer en el desierto para después pasar la noche sobre dunas de arena en una haima de lujo; pasearemos por sus zocos, donde un apasionante día de compras, se convierte en toda una aventura.
También disfrutaremos de la extraordinaria gastronomía marroquí, saborearemos sus “cous cous“, sus tajines, sus dulces y el excelente pescado de las costas atlántica y mediterránea.
Artículo elaborado por Eugenio del Río.