A LA SOMBRA DE LOS ZARES
Al igual que sucede en todas las grandes capitales del mundo moderno, Moscú ofrece un conjunto de imágenes que al viajero le pueden resultar resulta un tanto sorprendentes. Y es que desde su apertura al capitalismo no deja de producir elementos de contraste, ya que la ciudad mantiene un difícil pulso entre sus antiguas tradiciones y sus deseos de no perder el tren de la modernidad.
Los controles policiales de la época comunista, dieron paso a los comercios de fast-food, los sobrios edificios para obreros construidos en la década de 1930, quedan oscurecidos por las grandes torres, y por la luz de grandes anuncios. Las calles, que antes veían aparecer esporádicamente coches de la marca autóctona Lada, ahora se encuentran ahora repletas de lujosos coches occidentales. Pero con todo, hay cosas que permanecen inalterables en la ciudad, como la grandeza arquitectónica de sus templos, la puntualidad del metro o el frío que se adueña de la ciudad durante gran parte del año.
PASEANDO POR LA CIUDAD DE LOS ANILLOS
Aunque la fundación de Moscú se atribuye al príncipe Yuri Dolgoruki, cuya imagen está representada en la avenida Tverskaya, existen todavía leyendas que hablan de otros orígenes. Una de ellas cuenta que fue el príncipe Mosoj quien mandó crear una ciudad a orillas del Volga. Uniendo su nombre al de su esposa Kva, la llamó Moskva.
Vista desde el aire o sobre un mapa, Moscú se revela como la ciudad de los anillos. Cinco círculos concéntricos, correspondientes a las sucesivas murallas, se expanden teniendo siempre el Kremlin como punto central de referencia. Tan sólo el río Moscova interrumpe el perfecto dibujo de los anillos. La plaza Somlenskaya, situada en uno de estos anillos exteriores, es un buen lugar para comenzar a conocer mejor la ciudad. Allí mismo nos encontramos con el enorme edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, uno de los muchos rascacielos típicos de la década de 1950 y que se conocen despectivamente con el nombre de “pasteles de boda“. A través de amplias avenidas como la célebre Tverskaya, se llega hasta la “Colina de los Gorriones“, coronada por el célebre rascacielos de inspiración estalinista en el que se encuentra la Universidad Lomonósov. Desde aquí se puede admirar una espléndida vista de la ciudad.
El Parque de la Victoria, construido tras la II Guerra Mundial. Las avenidas que bordean el río Moscova, con vistas de la “Casa Blanca“, sede del Gobierno Ruso que constituye la culminación del nuevo urbanismo moscovita. Se continúa por Arbat (conocida como el “Montmartre ruso“), la avenida peatonal más concurrida de la ciudad, muy animada por la presencia de músicos, vendedores ambulantes y restaurantes. Antiguamente, a lo largo de la avenida se levantaban las casas de los principales nobles de la ciudad, pero éstos las quemaron para evitar que las pudieran ocupar los franceses durante la invasión napoleónica. En el recorrido por esta avenida nos encontraremos con otros dos puntos de interés, la Casa-Museo Pushkin y el Teatro Vakhtangov, que constituye uno de los numerosos centros culturales de la ciudad. Se llega hasta la plaza Arbat, caótica maraña de quioscos, tráfico y pasos subterráneos que sirve de nexo entre el viejo y el nuevo Arbat. La catedral de Cristo Salvador, con su cúpula dorada de 103 metros de altura, visible desde kilómetros a la redonda; el edificio de la “Duma” o parlamento ruso, edificado en 1930 en estilo estalinista; el célebre teatro Bolshói, sede de una de las compañías de ballet más antiguas del mundo, con su célebre frontón neoclásico; el imponente edificio de la “Lubianka”, de estilo clásico y cálidos tonos ocres, que nadie podría suponer que se fue la sede del antiguo KGB. No adentraremos en las callejuelas del antiguo barrio “Kitai-Gorod” y sus pequeñas iglesias, como la de Nuestra Señora de Kazán y la de la Santa Epifanía
Tampoco hay que dejar en el olvido la recientemente recuperada catedral de Cristo Redentor, edificada para conmemorar la victoria de las tropas rusas sobre las napoleónicas y más tarde destruida por Stalin. Aunque la sencilla hermosura de sus fachadas blancas rematadas por cúpulas doradas no puede competir con la espectacular belleza del monasterio fortificado de Novodévichi, en cuyo cementerio descansan los restos de grandes escritores rusos, como Gogol y Chéjov. Fundado por Basilio III en 1524 para conmemorar la victoria rusa sobre los ejércitos polaco y lituano y la reconquista de la ciudad de Smolensko, se encuentra en uno de los meandros del río Moscova. Durante los siglos XVI y XVII las grandes familias de boyardos rusos e incluso la propia familia imperial enviaban a Novodévichi a algunas de sus hijas. Está situado al borde de un pequeño lago que inspiró a Tchaikovsky en su composición del “Lago de los Cisnes“. Los exteriores de su catedral de 5 cúpulas y su campanario son especialmente notables por su belleza.
KREMLIN: EL SíMBOLO DEL PODER RUSO
Detrás de los Jardines de Alejandro se encuentra el Kremlin, centro de Moscú, y símbolo permanente del poder de Rusia. Los zares ordenaron su construcción en el año 1147 y nació como un recinto fortificado capaz de albergar palacios, iglesias e incluso catedrales. Durante años, sus edificios fueron los únicos realizados en piedra; la ciudad que fue creciendo en torno al recinto amurallado, siguió empleando la madera como principal elemento de construcción, lo que provocó que palacios y casa fueran pasto de las llamas en diversas ocasiones.
El acceso más monumental al Kremlin se realiza por la Torre de la Trinidad, situada junto al edificio de hormigón y cristal del Palacio de Congresos. Entre las murallas podemos admirar edificios de una riqueza deslumbrante.
La palabra “Kreml” significa “fortaleza” en ruso. En la antigua Rusia, en cada ciudad de importancia, se erigía un recinto amurallado dentro del cual se situaba el centro de poder militar, civil y religioso, como las principales iglesias y catedrales. El de Moscú, cuna de la ciudad, es el más importante del país. Moscú en los siglos XI y XII era una población eslava, con una pequeña ciudadela, la morada fortificada del boyardo de la localidad Kuchka. En 1156 el príncipe Yuri Dolgoruki ordenó la construcción de una fortaleza de madera (fue destruido por los tártaros en 1237), un foso y se erigió una muralla de tierra. Para finales del siglo XII se construyó un fuerte amurallado alrededor de la colonia de mercaderes y artesanos que se congregaban en Moscú como en un refugio. En ese entonces, toda Moscú ocupaba una tercera parte del área del actual Kremlin. Pero en 1462, con la llegada al poder de Iván III se empezó a construir gran parte del actual Kremlin. Para ello hizo venir a varios artistas italianos que reemplazarían los viejos edificios de madera por nuevas construcciones de piedra que le darían la forma actual.
Durante los dos siglos siguientes las obras proseguirán, creando un magnífico reflejo de las diferentes etapas del arte ruso: concentración monumental única de arquitectura, pintura y artes decorativas y aplicadas. Los mejores artesanos y artistas trabajaron en sus iglesias, catedrales y palacios, legándonos obras de incalculable valor. El complejo será abandonado por la Corte en 1713, siguiendo los pasos de Pedro I el Grande, que se trasladaría a la nueva ciudad de San Petersburgo (1713). A partir de ahí sufriría algunas desgracias: el incendio en 1737 y la ocupación de las tropas de Napoleón en 1812 estuvieron a punto de dinamitar todo el conjunto. Tras la revolución de 1917 la capitalidad volvería a Moscú y con ello el nuevo gobierno soviético volvió a ocupar los palacios del Kremlin. Se demolieron bastantes edificios en estado ruinoso y dejaron espacio a nuevos edificios comunistas. Posteriormente se procedió a una larga y minuciosa restauración, que finalizó a principios de la década de los ochenta, y que nos permite apreciar el esplendor de este majestuoso conjunto. Hoy el Kremlin es la sede de la presidencia de la Federación Rusa. Aquí, en este lugar, se concentraba el símbolo del poder y la gloria de Rusia y se ha decidido y continúa decidiéndose gran parte del destino de nuestro planeta.
Aunque no es en absoluto el más antiguo, sí que es especialmente impresionante el Palacio de la Armería Estatal, construido hacia mediados del siglo XIX para residencia de la familia real. Ya sólo su fachada, que mide 125 metros de longitud, deja boquiabierto al espectador. Convertido en museo, sus fondos reflejan las riquezas acumuladas por los príncipes y zares rusos a lo largo de muchas centurias. La primera mención escrita de una armería estatal data de 1508, pero ya en el siglo XIII hubo en el Kremlin forjas donde se fabricaban cascos, escudos y otros pertrechos de guerra; con posterioridad se trasladaron las orfebrerías y platerías de donde salían los iconos y bordados, así como los Reales Establos. Finalmente se convirtió en el almacén para conservar trajes de gala, vestidos de coronación de los zares, objetos de oro, piedras preciosas, tronos decorados con diamantes, obras de arte de los patriarcas y de los zares, vajillas, armas y carrozas imperiales de inestimable valor. La presente Armería Estatal se construyó para servir de museo por orden de Nicolás I. Konstantin Ton lo diseñó en 1844 y se completó en 1851. El edificio anterior fue demolido en 1960 para dejar sitio a este Palacio Estatal del Kremlin. Se trata de uno de los museos de objetos artísticos más ricos del mundo, una incomparable muestra del genio artístico ruso, expuesto en 9 salas.
La Plaza de las Catedrales la más antigua y bella de Moscú, teatro de innumerables acontecimientos de la historia rusa y marco de las más solemnes ceremonias, la coronación de los zares, y la recepción de embajadores extranjeros. La Catedral de la Ascensión, coronada con cinco cúpulas doradas en forma de bulbo, y que está considerada por muchos como el máximo monumento arquitectónico de Moscú. Esta obra maestra del arquitecto Aristóteles Fioravanti, construida entre 1475-1479 por orden de Iván III el Grande, reemplaza a una iglesia anterior destruida por un seísmo. Aquí eran coronados los zares y sepultados los patriarcas de la iglesia rusa. Fioravanti tomó como modelo la catedral de la Asunción de Vladimir, y supo fundir las tradiciones rusas con las modernas técnicas del Renacimiento italiano.
La Catedral de la Anunciación, que fue edificada entre 1484 y 1489 sobre los cimientos de dos iglesias anteriores. Después de un terrible incendio fue reconstruida en 1549. Fue la capilla privada de los grandes príncipes y de los zares hasta que se les construyó una en sus viviendas. Ha sufrido continuas modificaciones durante siglos, pasando de una torre central con dos torrecillas a nueve en la actualidad. A diferencia otras catedrales del Kremlin, que fueron creación de los italianos, esta catedral es rusa por los cuatro costados. Posee una escalera exterior cubierta que el zar Iván IV mandó construir: la iglesia ortodoxa rusa admite solo dos divorcios y cuando Iván pidió el tercero casándose por cuarta vez, se le prohibió la entrada en la iglesia. Desde esta escalera Iván podía seguir igualmente la liturgia.
Por último la Catedral del Arcángel San Miguel, una nueva obra maestra, en este caso del arquitecto veneciano Alvise Lamberti de Montagnana, que la edificó entre 1505-1508, en el emplazamiento de una iglesia de 1333. Este bellísimo edificio de piedra blanca supone un cambio en la historia de la arquitectura rusa. Frente a la severidad de los restantes edificios del Kremlin, posee elementos ornamentales característicos del Renacimiento italiano y más en concreto, de Venecia, como las grandes conchas que ocupan el lugar de las arcadas bajo el techo
No menos asombrosos son el Campanario de Iván el Grande, construido sobre un plano octogonal, se comenzó a levantar en 1329, cuando se levantó la parte baja de la torre. Fue reconstruido por arquitectos italianos a comienzos del siglo XVI y rematado en 1600 con una cúpula dorada mandada colocar por el zar Boris Godunov, que lo elevó hasta los 81 metros. De su arcada central pende la campana Uspenskij, con un peso de 64 toneladas, que se hacía sonar para anunciar ceremonias y la muerte del zar; la “Campana de la Zarina“, obra maestra del arte de la fundición realizada por el maestro Iván Motorín. Se trata de la mayor campana del mundo, con 6.14 metros de altura, un diámetro de 6,6 metros y casi 211 toneladas de peso. Toda la superficie está delicadamente decorada con relieves, cinco iconos y una inscripción.
LA PLAZA ROJA
Si el Kremlin es el símbolo del poder ruso, la Plaza Roja lo es de poder soviético y el espacio más emblemático de Moscú. Sus cerca de 75.000 m2 de superficie se presentan como uno de los lugares más conocidos y admirados del mundo. Si se accede a ella por la puerta de la Resurrección, el visitante se encuentra rodeado de grandes y llamativas edificaciones. La más hermosa corresponde a la catedral de San Basilio. Nueve cúpulas de distintos y vivos colores rodean el magnífico campanario del templo, y este conjunto de pináculos hace visible la catedral desde distintas zonas de la ciudad. Con este magnífico edificio, Iván el Terrible, zar de todas las Rusias, quiso celebrar su victoria sobre los mongoles. Es fama que su diseño corrió a cargo del arquitecto Postnik Yakovlev y que, según la leyenda, Iván quedó tan impresionado por la belleza de su obra que lo mandó cegar para que nunca pudiera volver a crear un edificio de igual hermosura. La iglesia se llamó oficialmente catedral de la intercesión porque el asedio final de Kazán se inició en la festividad de la Intercesión de la Virgen. El nombre por el que se la conoce popularmente viene del “santo loco” Basilio el Bienaventurado, cuyos restos yacen en el interior. Se compone de nueve iglesias unidas entre sí. La disposición arquitectónica, sorprendente por el número y las formas de sus cúpulas, de fantasía y gusto pictórico poco usual, posee una rigorosa simetría y pureza. Su construcción se inició en 1552 terminó sólo nueve años después, y aunque Aunque el origen formal de la estructura se pueda atribuir a las culturas bizantinas y renacentista, San Basilio es totalmente rusa. Siguiendo la rojiza muralla del Kremlin, también se puede llegar al mausoleo de Lenin, construido en forma de una pirámide roja y negra que sirve de tumba al cuerpo embalsamado del líder revolucionario.
A la Plaza Roja se asoman las viejas instalaciones de los almacenes GUM, que años atrás fueron uno de los centros de distribución de enseres básicos a la población. Ahora, los anuncios y las muestras de la moda internacional recuerdan una vez más esa curiosa mezcla de tradición y modernidad que domina todas las calles de la ciudad.
EL METRO DE MOSCú: UNA OBRA úNICA
Además del Kremlin y la Plaza Roja, Moscú cuenta con innumerables rincones que visitar. Para poder abarcarlo todo nada mejor que utilizar el metro, que, hoy por hoy, sigue siendo el medio de transporte urbano más puntual y uno de los más extraordinarios por la espectacular riqueza ornamental de andenes y vestíbulos. El metro de Moscú constituye una oda a la arquitectura neoclásica estalinista y al realismo soviético. La primera idea de ferrocarril subterráneo para Moscú se propuso en 1902, y un periódico local la rechazó calificándola de “insolente intromisión en todo cuanto el pueblo ruso estima en la ciudad de Moscú“. En los años treinta, sin embargo, era urgente mejorar el transporte público pues la población se había más que duplicado a causa de la industrialización. Sobre dos jóvenes y destacados comunistas, Nikita Jruschov (que sería posteriormente presidente de la Unión Soviética) y Lázar Kaganóvich, recayó el encargo de construir un metro que sirviera de escaparate del socialismo y de los beneficios que reportaba a obreros y campesinos. Las obras comenzaron en diciembre de 1931 durante el primer plan quinquenal estalinista. El Partido Comunista ordenó que todo el país construyera el metro llegando obreros de toda la Unión Soviética. También participó el Ejército Rojo, así como miles de voluntarios. Los materiales procedían de distintos puntos del país: los raíles de las acerías de Kuznetsk, el mármol de los Urales y el Cáucaso, y el granito de Carelia y Ucrania.
Inaugurado el 15 de mayo de 1935 por el poder soviético como símbolo del avance tecnológico e industrial del sistema político, el Metro de Moscú era el “Palacio del Pueblo”. En su decoración participaron los más importantes artistas de la época que, obligados a ceñirse a los cánones del realismo socialista, abordaron asuntos como la Revolución, la defensa nacional y el modo de vida del país, para simbolizar la unidad de los pueblos soviéticos. Las primeras líneas del metro se tendieron a mucha profundidad para que pudieran servir como refugios en tiempo de guerra.
Hoy en día sigue siendo el principal medio de transporte de la ciudad, cuenta con 194 estaciones y unos 325 kilómetros de vías. Diariamente operan más de 10.000 trenes que viajan a velocidades de hasta 90 km/h y transportan entre 8 y 9 millones de viajeros al día, más que los de Londres y Nueva York juntos. A través de las vertiginosas escaleras mecánicas nos sumergiremos en una opulencia de mármol (más de 20 variedades), granito y ónice; los halls y las estaciones decorados con mosaicos, vidrieras, bajorrelieves, murales, e incluso grupos escultóricos en honor a atletas victoriosos o soldados invencibles. La construcción de cada una de las estaciones obedece a un estilo y a un tema diferente. Un simple paseo por la estación de Arbatskaya produce la sensación de estar en el vestíbulo de un palacio. También merece la pena pasar por las estaciones Mayakovskaya, Komsomolskaya, Teatralnaya y Belorusskaya.