Desde hace más de dos milenios los dioses de piedra de Nemrut Dag (no hay que confundirlo con el monte del mismo nombre que se encuentra cerca del lago Van) resisten a la nieve, al viento y a los frecuentes terremotos que sacuden periódicamente las tierras de Anatolia. Fue el emplazamiento elegido por Antíoco I, el monarca de un reino casi olvidado en las brumas del tiempo, para consagrarse como uno más de los grandes dioses. Para ello creó una cumbre artificial sobre el punto más elevado de su reino, donde, tras su muerte, se guardaría su sarcófago y su tesoro.
Una fabulosa cumbre artificial
Este fascinante pico se eleva hasta los 2.150 m, en la cordillera del Antitauro, dejando al norte la capital provincial de Malatya y al sur la capital de la provincia de Adiyaman. El sistema fue el amontonamiento progresivo de muchos miles de toneladas de guijarros, unos encima de otros. No tienen la importancia arquitectónica de las pirámides de los faraones, y tampoco se pude comparar con la tumba del rey Mausolo de Halicarnaso. Pero, sin embargo, ha resultado mucho más efectiva para proteger sus restos que otros grandes mausoleos del mundo antiguo. Durante dos milenios ha resistido todos los asaltos de ladrones, profanadores de tumbas, a los terremotos, que han derribado monumentos más fastuosos, y, más recientemente, de los arqueólogos. Precisamente por el propio tipo de construcción de la obra, al estar compuesta por pequeños fragmentos de piedra, no se pueden excavar zanjas ni abrir galerías sin destruir todo el monumento.
El santuario fue erigido en el siglo I a. C. en “el lugar más elevado” del reino -según reza una inscripción en la base de las estatuas-, “en la más cercana proximidad del trono celestial de Zeus“. Además de la cumbre artificial, que eleva todavía 50 metros la altura de la montaña, los trabajadores excavaron tres tribunas en la roca: este, oeste y norte. En dos de ellas, las terrazas oriental y occidental, colocaron dos formaciones similares de gigantescas estatuas, de ocho a diez metros de altura. Allí se encontraba Antíoco y sus dioses, como en un Olimpo real construido con piedra blanca y soberbia sin límites. La terraza septentrional aparentemente no estaba adornada, salvo por una águila guardián y una fila de estelas.
«Yo, Antíoco, he hecho construir este recinto en mi honor y en honor de mis dioses». Así proclama la inscripción que identifica cada una de las estatuas con los dioses griegos Apolo, Zeus y Hércules, asociados con los dioses persas Mitra, Ahura Mazda y Artagnes. A sus pies se hallaban los suntuosos túmulos de su padre, Mitrídates I Calínico, y de otros miembros de su familia; no muy lejos estaban las tumbas de las esposas reales, vigiladas por águilas labradas en piedra calcárea sobre columnas dóricas. Durante siglos nadie honró la gloria efímera de Antíoco, y tanto el nombre de Comagene como el de sus reyes se perdieron en el olvido.
El descubrimiento
Y no fue hasta 1881 cuando este inhóspito lugar fue descubierto por casualidad por Karl Sester, un ingeniero alemán que se encontraba en la zona supervisando la construcción de una red de carreteras en el este de Turquía. Por indicación de los lugareños subió a la cima del monte, y se quedó estupefacto ante la magnificencia del lugar. Sobre todo ante esas cabezas tocadas con mitras persas, y otras en forma de águila y león. Inmediatamente contactó con el cónsul alemán en Esmirna, que notificó el hallazgo a la Real Academia Prusiana de las Ciencias.
Al año siguiente, un equipo de arqueólogos encabezados por Carl Humann y Otto Puchstein acudió al monte guiados por el propio Karl Sester. Cuando llegaron a la cima, no dieron crédito a lo que estaban viendo: estaban descubriendo un mundo perdido. En lo que creyeron unas ruinas persas, vieron una inscripción griega en los zócalos de las estatuas de la terraza oriental, donde leyeron claramente que esas ruinas constituían el panteón de Antíoco I de Comagene, soberano de un reino aliado de Roma, que construyó su tumba en el punto más alto de sus dominios.
La civilización de Comagene había surgido hace más de 2.000 años en el corazón de Anatolia con elementos del Oriente persa y del Occidente helénico, una cultura local nacida en este cruce de caminos como una síntesis fascinante de religión, arte y arquitectura.
El Reino de Comagene
Poco se sabe de este antiguo reino de Comagene, la forma griega del nombre hitita-asirio Kummuhu. Emplazado en una antigua región de Asia Menor, junto al éufrates y al pie de los montes Antitauro, ya el geógrafo clásico Estrabón, lo describe como “un territorio fértil, aunque pequeño”. Se sabe que fue un antiguo reino armenio del período helenístico, que tuvo como capital Samósata y se caracterizó por ser un “estado amortiguador” entre Armenia, Partia, Siria y Roma, ocupando lo que actualmente son las provincias turcas de Adiyaman y Antep.
A partir del 250 a.C., la región queda emplazada entre los límites de los imperios Seléucida y Parto. Cuando los seleúcidas se encuentran en plena huida y los romanos están extendiéndose por Anatolia, el gobernador de Comagene, un aliado de Roma, aprovecha para declarar la independencia de su reino en el 80 a.C., autoproclamándose rey y, con el nombre de Mitrídates I Calínico, establece su capital en Arsameia. Mitrídates murió en el 64 a.C. y le sucedió su hijo Antíoco I Epifanes (64-38 a.C.), que consolidó su reino firmando un pacto de no agresión con Pompeyo, lo que convirtió a su Estado en un tapón para contener el ataque de los partos. Se proclamaba descendiente de Darío y de Alejandro, aunque es probable que lo fuera del General Oronte de Comagene, al servicio del rey persa Artajerjes y de la hija del ultimo seleucida Antioco VIII, heredero de esa parte del imperio alejandrino.
Su capital, Samosata, a unos 50 kilómetros al suroeste de Nemrut Dag, controlaba uno de los dos únicos pasos sobre el río y, por tanto, las rutas comerciales que atravesaban Anatolia. Sus buenas relaciones con ambos bandos le permitieron dedicarse a sus delirios de grandeza. Su hijo, Mitrídates II Antíoco, gobernaría del 38 a.C. al 20 a.C. Sería sucedido por Antíoco III, que al morir en el año 17 d.C., el emperador Tiberio anexionó Comagene a la provincia de Siria, lo cual no fue aceptado por el pueblo. En 38, Calígula restableció al hijo de Antíoco III, Antíoco IV entregándole algunas áreas de Cilicia. Depuesto por Calígula y restaurado por Claudio en 41, reinó hasta el año 72, cuando el emperador Vespasiano depuso a la dinastía, y anexionó definitivamente el territorio a Siria, con el pretexto de que Antíoco estaba a punto de rebelarse y poniendo fin así a esta dinastía.
Esta tierra siempre ha sido transitada por todos los caminos de la historia. Por aquí pasó Jenofonte con sus 10.000, en una expedición que escribe en Anábasis; también Saulo de Tarso en su tarea de convertirse en San Pablo. Posteriormente, ya en el siglo XI, un grupo que formaba parte de la primera cruzada se estableció en Edesa, y Balduino de Bolonia -que más tarde sería rey de Jerusalén- creó un efímero principado que apenas duró medio siglo.
Las estatuas de las deidades
Podemos considerar el trono de los dioses de Nemrut Dag como un ejemplo del encuentro fructífero de las dos grandes civilizaciones: la griega y la persa. En una de las paredes de la terraza occidental se aprecian los relieves que representan a los antecesores persas de Antíoco, y en otra, a los griegos. El monarca quería representar en su en su persona el proceso de unión cultural que originó en Comagene esta fusión de dioses. Antíoco se proclamaba descendiente directo de la dinastía persa aqueménida por su padre y de Alejandro Magno a través de su madre. Su padre Mistrídates, descendía de los reyes del Imperio Parto, y a la vista de los hallazgos del monte Nemrut, era descendiente del rey Darío I el Grande.
Por su parte, la madre de Antíoco, Laodice Thea, fue una princesa greco-siria del Imperio Seléucida. Su padre (abuelo de Antioco I), fue el rey Antíoco VIII Griflo, mientras que su madre fue la princesa griega ptolemaica y posterior reina siria Trifena (Cleopatra VI). De esta forma, Antíoco se relacionaba directamente con el primer rey greco-sirio, Seleuco I Nicátor, el primer faraón griego de Egipto, Ptolomeo I Sóter, el rey griego Antígono I Monóftalmos, el rey griego Lisímaco de Tracia y el rey griego Antípatro de Macedonia. Todos ellos generales que había servido al rey macedonio Alejandro Magno.
Las estatuas de su santuario combinan el conjunto de caracteres de las deidades veneradas por los ascendientes del rey. En un extremo de las plataformas se asentaba el héroe-dios del poder y la fuerza, una fusión de Hércules, Artagnes y Ares; a su lado, el dios Sol, que combina elementos de Apolo, Mitra, Helios y Hermes; en el centro, el padre de los dioses, Zeus-Oromasdes; junto a él, Fortuna, la diosa de la fertilidad de Comagene; finalmente, en el otro extremo, el propio Antíoco, como un igual a los anteriores.
Siglos de erosión y vandalismo han derribado todas las estatuas al suelo. En 1953 la arqueóloga Theresa Goell organizó una expedición al monte, y desde ese momento, hasta su muerte en 1985, dedicó su vida a estudiar esta fascinante joya del período tardo-helenístico. Aquí, trabajando en condiciones extremas, Goell hizo descubrimientos importantes, como el primer «horóscopo griego» conocido, que se encontró en la terraza occidental: un relieve de 1,75 m de ancho por 2,40 m de alto que muestra 19 estrellas grabadas sobre el cuerpo de un león (la constelación de Leo), que representa la conjunción de Júpiter, Mercurio y Marte, representa la fecha del 7 de julio del 62 a.C., que tal vez fuera la de la fundación del santuario.
Entre las cabezas de los dioses y de sus animales protectores, que yacían dispersas por la terraza occidental, Goell también identificó la cabeza de la estatua de Antíoco I. Su rostro, de una gran serenidad y belleza, muestra un notable parecido en sus rasgos de su pretendido antecesor, Alejandro Magno.
Hasta hace unos pocos años el trono de Antíoco y sus dioses reinaba sobre el olvido, pero poco a poco emerge de las tinieblas del pasado como una fabulosa amalgama de Oriente y Occidente, de Grecia, Persia y Anatolia, que atrae a gentes de todo el mundo por su aura mágica. Ascender al túmulo que esconde su sarcófago -y tal vez su tesoro- es un viaje en la historia y el misterio. Atrás quedan las últimas aldeas, los arroyos que irán al éufrates, y se asciende por una montaña pelada, donde casi siempre sopla el viento. Y aunque el tiempo y los terremotos hayan derribado sus estatuas, cuando el último rayo de sol las acaricia, durante un instante, casi parece que estén vivas.
Las estatuas del Monte Nemrut en la actualidad
En 1987, el monte Nemrut es declarado patrimonio de la Humanidad por la UNESCO que destaca su “valor artístico único” y describe “la creación del paisaje del monte Nemrut” como “una de las empresas más colosales de la época helenística“. El parque arqueológico recibe anualmente alrededor de 100.000 visitantes al año. Pero los leones, águilas, reyes y dioses que pueblan la montaña artificial de 50 m se están deteriorando. Son bastante evidentes las grandes grietas en la porosa piedra calcárea de las impresionantes estatuas, que empiezan a acusar los dos milenios a la intemperie. La zona, con una enorme oscilación térmica a lo largo del año, (en invierno supera los 15 grados bajo cero, y en verano el calor es de justicia), ha afectado el poroso material.
Se han propuesto varias ideas para recuperar el monumento. La que más polémica ha generado ha sido la que lanzó el Gobierno turco en 2011, de trasladar todo el panteón a un edificio bien acondicionado, que ya está construido al pie de la montaña. En ese caso, sólo quedaría por aclarar qué parte se quedaría con la etiqueta de patrimonio de la humanidad: las cabezas en sus vitrinas o la colina desnuda, al fin y al cabo una obra humana mucho más monumental que las esculturas.
Pero hay otra idea, mucho más interesante que ha propuesto la profesora Nerihan Sahin Güçhan, de la Universidad de Ankara. Esta arqueóloga ha desarrollado un mortero que puede consolidar la superficie de la piedra calcárea y arenisca y protegerla contra la erosión. También se cubrirían las estatuas durante los cuatro meses de durísimo invierno, en los que el parque permanece cerrado a las visitas, evitando así que la nieve se cuele en las grietas. Para ello, esta experta ha desarrollado un tejido especial que es impermeable, pero que permite la evaporación, manteniendo la piedra seca.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a TURQUíA con VAGAMUNDOS
– Conocida como la ciudad de las siete colina, Estambul hay que visitarla como mínimo una … o mejor, mil veces en la vida. Todo lo que se diga de esta fascinante urbe que mezcla las tradiciones de Oriente con la modernidad de Occidente, es poco. Tendremos tiempo de visitar sus lugares mas emblemáticos, sus monumentos bizantinos como Santa Sofía, o la iglesia de Chora; otomanos, como la Mezquita Azul o el Palacio de Topkapi; realizar un crucero por el Bósforo hasta el mar de Mármara o visitar sus bazares como el Egipcio o el Gran Bazar.
– Pero si tenemos que destacar un monumento de Estambul, sin duda no hay nada comparable a Santa Sofía, el templo de la divina sabiduría que durante siglos fue la mayor iglesia de la cristiandad. Cuando entramos en la enorme sala, con su cúpula flotante cubierta de frescos, su iluminación difusa, las columnas monolíticas … nos resultará sobrecogedor.
– Capadocia, un lugar que parece ajeno a este mundo, una obra de arte que posee dos autores, la naturaleza, que la decoró con extravagantes formaciones rocosas conocidas como chimenea de hadas que se han formado a lo largo de miles de años de erosión y la fe, que talló monasterios e iglesias en el interior de la roca. Algunas de ellas, como la la excepcional Karanlik Kilise (iglesia Oscura), una de las iglesias más extraordinarias de Turquía.
– Pasear por uno de los tesoros más curiosos de Turquía como es Pamukkale (castillo de algodón, en turco), famosa por sus terrazas de traventinos de calcita situada en la ladera de una colina. Aquí se encuentra también la ciudad-balneario romana y bizantina de Hierápolis, con el famoso Plutonium, conocido como el agujero del demonio.
– En Turquía hay muchos yacimientos arqueológicos griegos y romanos, pero ninguno como éfeso, donde el arte griego y la arquitectura romana llega a las más altas cotas; además en un estado de conservación magnifico. Para todos los que nos gusta la cultura, será una experiencia única pasear por la avenida de las Columnas o la vía de los Curetes y encontrarnos con el templo de Adriano, la Biblioteca de Celso o el Gran Teatro.
– Pero además de éfeso, en Asia Menor hay otras ciudades griegas y romanas legendarias. No será muy difícil imaginarnos una representación en el Teatro de Aspendos, el mejor conservado del mundo, incluso permanece en pie la pared posterior del escenario; Aphrodisias, dedicada a la diosa del amor Afrodita, uno de los lugares más fascinantes de la Antigüedad; o Perge, un enclave de importancia capital en la historia cristiana.
– ¿Qué le lleva a un ser humano crear una cumbre artificial en la montaña más alta de su reino, y plantar allí gigantescas esculturas de dioses persas y griegos y de sí mismo? Sin duda la megalomanía. Llegaremos hasta la cumbre de este santuario creado por el rey Antioco I de Comagene en el siglo I a.C. y seremos testigos de un mágico atardecer en el Monte Nemrut (Nemrut Dağı), donde la suave luz del crepúsculo irá creando las inquietantes sombras de las gigantescas cabezas esculpidas en roca y el inmenso paisaje se irá apagando.
– Tomaremos contacto con nuestro pasado, en la Mesopotamia Bíblica, en el este de Anatolia, un lugar habitado mayoritariamente por cristianos durante siglos (actualmente quedan muy pocos), con antiquísimas iglesias y monasterios. Aquí, visitaremos ciudades como DIYARBAKIR, con su enorme muralla romana de basalto negro; Midyat, donde se encuentra Deyr-ul Umur (Mor Gabriel), el monasterio siríaco ortodoxo más antiguo del mundo; URFA, la “Jerusalén de Anatolia“, lugar sagrado para judíos, cristianos y musulmanes, ya que aquí fue donde nación Abraham; HARRAN, uno de lugares que lleva más tiempo habitado de forma ininterrumpida; o Gaziantep, donde podremos contemplar los más bellos mosaicos en el Museo de Zeugma, sin duda el mejor museo de mosaicos del mundo.
– Mención aparte merece Mardin, una de las ciudades más hermosas de Turquía. Encaramada a una colina, frente a la llanura mesopotámica, pasearemos por los callejones del casco antiguo de este auténtico museo al aire libre donde veremos antiguas mezquitas como la de Ulu Camii del siglo XII o el Monasterio Deyrul Zafaran (“del Azafrán”), del siglo V, donde sus monjes aún hablan el arameo, la lengua que hablaba Jesús.
– ¿Sabías que en el este de Anatolia se encuentra el templo más antiguo conocido? Pues sí, las construcciones megalíticas en círculos concéntricos de Göbekli Tepe son 7.000 años anteriores a las de Stonehenge, en Gran Bretaña. Su descubrimiento causó un gran impacto en la comunidad científica, ya que esto indica que en aquella época ya existía una organización social desarrollada.
– Mesopotamia significa “tierra entre dos ríos”. Obviamente esos dos ríos son los míticos Tigris y éufrates. Tendremos la oportunidad de realizar un breve crucero por el éufrates, donde podremos ver algunas de las ciudades sumergidas por efecto de la construcción de las nuevas presas.
– ¡Y qué decir de los bazares turcos! Aunque no seas muy comprador, en Turquía te volverás compulsivo. Pocos países poseen una artesanía comparable a la turca. Ya sea en el Gran Bazar de Estambul, el kapalı çarşıel de Mardin, o el caravasar Hasan Paşa de Diyarbakir o en cualquier otro bazar de los que visitemos, cuando entres en cualquiera de ellos, tu estado de ánimo sufrirá un cambio radical que te llevará a una fiebre compradora.
Artículo elaborado por Eugenio del Río