El diccionario de la RAE define “malinche”, como persona, movimiento o institución, que comete traición; y “malinchista”, aquel que menosprecia lo propio y, en contrapartida, valora y admira lo extranjero.
Esta idea del malinchismo está originada por una mujer conocida como “la Malinche”, una indígena de origen náhuatl, amante, intérprete y consejera de Hernán Cortés y también una de las figuras más importantes en la conquista de México.
Hoy día, reducir la vida de la Malinche a un papel traidor para los pueblos originarios de México, a la luz de las recientes investigaciones históricas, resulta cada vez más insostenible.
Sus orígenes
El misterio la envuelve desde el principio. Al parecer, la Malinche era la hija de una familia poderosa. Esto se deduce del “-zin” utilizado tras el nombre que se le atribuye, Malintzin. Esta terminación, en lengua náhuatl, era un signo de respeto (equivalía al “don” castellano). Pero las versiones sobre su origen se multiplican con detalles contradictorios. La más aceptada es que Malinche nació en el año 1500, posiblemente cerca de Coatzacoalcos, antigua capital olmeca situada al sureste del Imperio azteca, en la región de la actual Veracruz. Pertenecía a una familia noble (su padre, al parecer, era el gobernante de la ciudad de Painala) y en su infancia parecía tener por delante un futuro prometedor.
Pero todo se truncó cuando, siendo muy joven, su padre murió y su madre se volvió a casar con un cacique local. La pareja tuvo un hijo que arrebataría a la niña sus derechos al cacicazgo. Para que no diera problemas a su hermano, se hizo ver que había muerto y se la entregó clandestinamente a unos comerciantes indios. Es muy posible que viajara por vías fluviales hasta la ciudad comercial de Xicalanco, acompañada por esclavos y productos artesanos y agrícolas. Allí fue comprada por los mayas de Potonchán. Estas travesías por la variada geografía mesoamericana, permitió a la muchacha aprender distintas lenguas como el náhuatl, el maya y, probablemente, el popoluca, la lengua de los olmecas.
En marzo de 1519, Hernán Cortés se encontraba en los inicios de la campaña de la conquista de México, y tras librar una batalla en Centla, en 1519, los caciques locales acudieron una mañana al campamento español para agasajar a Cortés con numerosos regalos de oro, mantas y alimentos. Le llevaban también veinte doncellas. El conquistador español no imaginó en ese momento que una de esas jóvenes, llamada Malinalli o Malinche, sería una colaboradora decisiva en sus operaciones contra los aztecas.
Antes de aceptar a las jóvenes, Cortés ordenó que fueran bautizadas para cumplir la ley castellana que permitía mantener relaciones de concubinato únicamente entre personas cristianas y solteras. Frente a un improvisado altar, presidido por una imagen de la Virgen, una cruz y un fraile, aquella bella india, recibió por nombre Marina. Una vez oficiado el sacramento, Cortés repartió a estas primeras cristianas entre sus capitanes. A doña Marina la entregó a un pariente lejano suyo, Alonso Hernández Portocarrero, primo del conde de Medellín.
Cortés, no tardó en darse cuenta del valor que tenía la indígena …
Desde Potonchán, Cortés se embarcó hacia San Juan de Ulúa, donde llegó después de cinco días de navegación. Era un Viernes Santo, y tuvieron un primer encuentro con los embajadores que había enviado Moctezuma para averiguar las intenciones de los españoles. Cortés llamó a Jerónimo de Aguilar, un español que sabía maya por haber pasado varios años en el Yucatán, tras salvarse de un naufragio. Pero Aguilar no entendía el náhuatl (el idioma de los aztecas). En ese momento se descubrió que Marina hablaba esa lengua, que era la de sus padres, y además también hablaba maya, el idioma de sus amos en Potonchán.
Al principio las traducciones eran algo engorrosas: Cortés hablaba a Aguilar, Aguilar a la india y la india a los indios. A pesar de todo, este sistema de traducción fue decisivo para el avance de Cortés, ya que le permitió al conquistador conocer tanto la situación interna de cada grupo indígena como la relaciones entre ellos. Así, pudo ganarse la lealtad de varias ciudades-estado, frente al enemigo común, los aztecas, que formaban el gran imperio del momento y los tenían sometidos.
Posteriormente, y por la gran facilidad para aprender nuevas lenguas, la Malinche aprendió castellano rápidamente y se convirtió en la traductora, intérprete y consejera más importante de Hernán Cortés, que le prometió que le haría “grandes mercedes y la casaría y le daría libertad”.
No sabemos si realmente Marina, era tan “hermosa como una diosa”, como afirmó más tarde un cronista, ya que los retratos de la época son simples esbozos, pero lo cierto es que, de inmediato, se sintió atraído por aquella indígena y no tardó en hacerla su amante(“se echó carnalmente con Marina”, dice una crónica). Quizá para evitar algún inconveniente, Cortés dispuso que Portocarrero, a quien había entregado inicialmente a Marina, volviera a España para llevar una carta al rey.
En la conquista de México, la habilidad idiomática de la Malinche se revelará decisiva. Sin ella, la historia de los españoles en México, no habría sido la misma. Enfrentados a gentes desconocidas que hablaban lenguas que ellos ignoraban, habría sido mucho más complicado imponerse a ellos, y más por el hecho de que los indios hablaban múltiples idiomas. El México prehispánico, no obstante, contaba con una lengua franca que equivalía al latín de la vieja Europa, el náhuatl.
La consejera esencial
Pero la Malinche no fue una simple traductora (aunque no hubiera hecho otra cosa, ello sería suficiente para colocarla en un destacado lugar en la conquista).Además, en la mayoría de las ocasiones, de ella dependía el éxito de una operación. La fe de Cortés en ella era total. Constantemente le consultaba para decidir el camino que debía tomar. Sin ella habría tenido que marchar a ciegas, con los riesgos que ello comportaba.
Al principio, Cortés no distinguía entre unos indios y otros, pero enseguida se dio cuenta de que los totonacas no hablaban con los mexicas. Sorprendido, pidió enseguida a la Malinche que le explicase con detalle las diferencias en lengua y costumbres. En otras ocasiones, ella le facilita unos datos determinantes, como el número de hombres del enemigo o el funcionamiento de su estructura política. En Tlaxcala, le cuenta que la región se divide en cuatro señoríos diferentes, que están discutiendo sobre si hacer la guerra a los españoles o buscar un acuerdo.
En Cholula descubrió una conspiración que le reveló una anciana del lugar, y que salvó a los españoles de una muerte segura. De ese modo tuvo lugar la contundente respuesta de los españoles en una de las mayores masacres indiscriminadas de la conquista. De hecho, la historiografía nacionalista mexicana utilizaría este episodio para condenarla sin paliativos: ella era la culpable de tantas muertes.
En Tenochtitlán hizo posibles las conversaciones entre Moctezuma y el conquistador extremeño, en las que Marina tradujo los complicados discursos del español sobre los fundamentos del cristianismo y el vasallaje que los indios debían a Carlos V. Durante la Noche Triste, en la que los españoles huyeron ante el acoso azteca, doña Marina iba en la retaguardia, y la mayor preocupación de Cortés, fue conocer el estado de la intérprete. También, durante el combate final sobre Tenochtitlán, la labor de Marina resultó decisiva para recabar el apoyo masivo de los indígenas enemigos de los aztecas y posteriormente, para transmitir directamente las exigencias de los españoles contra los vencidos: “Debéis entregar doscientas piezas de oro de este tamaño”, les dijo a los indios de Tenochtitlán dibujando un gran círculo con sus manos.
Esta condición de intérprete, hizo que María tuviera un vertiginoso ascenso social, pasando de esclava a colaboradora imprescindible de los españoles. Todos la trataban con el máximo respeto, y disfrutaba de regalos valiosos, desde hermosas joyas y vestidos, hasta un espejo que le permitió contemplar por primera vez su rostro. Cortés la mimaba no solo por su formidable talento idiomático, sino también porque conocía bien la realidad local, convirtiéndose además en una asesora intercultural.
En cierta ocasión, con los tlaxcaltecas, después de explicarles que los españoles llegaban a sus tierras con intenciones amistosas, y de que ambas partes acordaron una alianza, los indios ofrecieron a los españoles como regalo trescientas esclavas. Cortés las iba a rechazar, pero Marina lo convenció de que algo así habría sido una seria ofensa hacia sus anfitriones.
Marina fue evangelizada por Fray Bartolomé Olmedo, quien puso un especial interés en esa labor, ya que la intérprete sería la encargada de transmitir la nueva fe a los indígenas, sin errores ni herejías. Por ello, su aportación en este sentido, también resultó de vital importancia, y se podría considerar a la malinche como la primera catequisa de México.
Carácter, sangre fría, astucia …
Marina también destacó por su enérgico carácter, que en determinados momentos le valió para infundir valor tanto a los cuyos como a los indios que luchaban contra los aztecas. Así, durante el combate en Tlaxcala, cuando parece que van a ser derrotados y el cacique local está a punto de rendirse, Marina le alienta “con ánimo varonil” y le exhorta a que en ese momento crítico, tenga fe en la victoria, “que el Dios destos cristianos es muy poderoso”.
Más tarde, entre los aztecas, Marina volverá a ser primordial. Y no solo por ayudar a reunir informaciones sobre las defensas de la capital del Imperio, Tenochtitlán. Cuando Cortés hizo prender a Moctezuma, la indígena convenció al emperador de que no opusiera resistencia a los españoles, ya que así, aquellos extranjeros le prodigarían grandes honores, pero que, si no seguía la advertencia, su vida peligraría.
En otra época, la Malinche tal vez habría sido una excelente agente de contraespionaje. En más de una ocasión, sus preguntas inquisitivas hicieron que el enemigo se delatase, al caer en contradicciones. Cuando se exige a Cuauhtémoc, el último emperador azteca, que revele dónde está el oro que los españoles perdieron durante su desastrosa retirada en la Noche Triste, ella interviene y saca a relucir el lado más implacable de su carácter, mostrándose, según uno de sus biógrafos, “dura, mandona”.
Su hijo, el primer mestizo
Tras la conquista de la capital azteca, Cortés se instaló en Coyoacán, una localidad cercana. Marina siguió junto a él y en 1522 tuvieron un hijo al que llamaron Martín, en honor al padre del conquistador. Martín Cortés, es considerado como el primer mestizo de México, pero solo en sentido biológico, no cultural, ya que siendo muy pequeño, fue separado de la madre y pasó a educarse en España. Su sangre india no impidió que el conquistador le prodigara todas las atenciones.
Al poco, llegó a México desde Cuba, la esposa de Cortés, Catalina Juárez, y éste decidió buscarle un nuevo acomodo a su concubina. Tres meses después, la noche del primero de noviembre de 1522, durante una fiesta organizada por Cortés en su casa de Coyoacán, Catalina se sintió indispuesta y se acostó. Había tenido una discusión con su marido sobre los indios a su servicio. Unas horas más tarde la hallaron muerta en la cama.
(En julio de 1529, cuando Cortés había sido alejado del poder y la Audiencia de México promovía numerosos procesos judiciales contra él, la madre de Catalina, María Marcaida, le interpuso dos denuncias al extremeño:en una le acusaba del asesinato de su hija y en la otra le exigía los gananciales del matrimonio.La imputación no prosperó, pero la sombra del asesinato persiguió al conquistador. Las declaraciones de algunas asistentas de Catalina, que dijeron haber visto unos moratones en la garganta de su señora, alimentaron las sospechas hacia Cortés).
En 1523, en el trascurso de un viaje por México y Honduras para reprimir la revuelta organizada por su capitán Cristóbal de Olid, Cortés pasó por Coatzacoalcos, la localidad natal de Marina. El conquistador convocó a los caciques para explicarles, a través de Marina, a quién debían su fidelidad. Entre ellos, atemorizados, se encontraban la madre y el hermano de Doña Marina, que fueron bautizados como Marta y Lázaro. Estos, que la habían vendido como esclava, “tuvieron miedo de ella, porque creyeron que los enviaba a llamar para matarlos”. Sin embargo, doña Marina les perdonó y “les dio muchas joyas de oro y ropa”.
En 1524, Cortés organizó la boda de Marina con otro conquistador, el hidalgo Juan Jaramillo, procurador en el ayuntamiento de Ciudad de México y que dos años después, llegaría a ser alcalde de la ciudad. Las crónicas aseguran que Jaramillo se casó en estado de embriaguez, y que la boda no fue bien vista por los hombres de Cortés, ya que Marina era india, madre soltera y había estado con dos españoles. Pero con este matrimonio, Hernán Cortés cumplía la promesa de libertad que había hecho a la indígena al inicio de la conquista, pagaba sus servicios otorgándole las encomiendas de Huilotlán y Tetiquipac, que por herencia le correspondían, y le proporcionaba una alta posición social.
Un final misterioso
Después de la conquista, la Malinche se desvanece en la bruma. En 1526, la encontramos en la expedición de las Hibueras (Honduras), a la que se unió obligada por su antiguo amante, necesitado, como siempre, de la traductora. Marina, embarazada, sobrevivió a la desastrosa expedición, pero su salud, después de tantas penalidades por la selva, debió de quedar resentida. A la vuelta a México, dio a luz a una niña a la que llamaron María.
Se instaló junto a su esposo en Ciudad de México, pero su hijo Martín quedó al cuidado de Juan Altamirano, primo de Cortés. A partir de aquí, perdemos por completo su pista. No se sabe la fecha exacta ni el motivo de su muerte, aunque debió de ocurrir antes de 1529, y se ha especulado con que fuera por causa de la viruela, que asolaba a la población indígena de México por esos años. Hay una teoría que no se sostiene con pruebas, y que pretende que Hernán Cortés la asesinó para evitar su testimonio acusador en el juicio en que se cuestionaba su gestión como gobernante de México.
El hecho es que doña Marina falleció dejando huérfana a una niña pequeña de aproximadamente tres años, llamada María, fruto de su matrimonio con Jaramillo, que volvió a casarse, esta vez con doña Beatriz de Andrada, hija de un comendador de la Orden de Santiago.
En 1528 Cortés volvió a España para casarse con doña Juana de Zúñiga. Su hijo Martín le acompañó y quedó en la Corte como paje del príncipe Felipe II. Desde la Nueva España, el conquistador, se interesó constantemente por el bienestar del niño, enviándole bienes y dinero para que pudiese desenvolverse sin problemas. Siempre manifestó que lo quería igual que a sus otros hijos. Es más, a veces se ha especulado con que fue su descendiente preferido. No lo sabemos. El hecho es que creció en un entorno privilegiado. Quizás influyó mucho que fue su primer hijo varón (en vida reconoció once hijos de seis mujeres; cuatro de ellos con indias). Años después, consciente de la alta mortalidad infantil, Cortés pidió a sus escribanos que redactaran una escritura de mayorazgo en la que hicieron constar que si sus hijos legítimos morían, su impresionante patrimonio debía ir al primer Martín, el hijo de Marina, para quien pidió al Papa una bula de legitimidad, que le fue concedida siete años después.
La Malinche, hoy
La posteridad, inevitablemente, ha tratado a la Malinche con ambivalencia, aunque siempre han predominado los comentarios despreciativos. En México, tras la independencia, se ha tendido a denigrarla hasta convertirla en el arquetipo de la traidora. De hecho se convirtió en el personaje (después de Cortés), más odiado de la conquista. Todo lo contrario que el último emperador, Cuauhtémoc, elevado a encarnación de la mexicanidad por su resistencia frente a los españoles.
Por eso, el término “malinchismo” designa a todos los que traicionan a su país. Muchos ven en Marina como un monstruo, y la encarnación de todos los vicios. Pero todos no están de acuerdo con esta opinión. Algunos biógrafos consideran que esta visión de la mayoría de sus compatriotas no es exacta: por un lado, Malinche no era azteca, y por otro, porque México todavía no existía como entidad política.
En cualquier caso, sea para exaltarla o para desacreditarla, todos están de acuerdo en que su papel fue esencial en la conquista de México. Historiadores como Hugh Thomas o Bartolomé Bennassar, biógrafo de Cortés, hablan de su importancia histórica, y nos recuerdan las palabras de Gonzalo Rodríguez de Ocaño, otro conquistador español, contemporáneo de Cortés: “Después de Dios, ella había sido la causa de la conquista de la Nueva España”.
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