El origen de la realiza egipcia descansó casi siempre en manos masculinas. El rey a lo largo de toda la historia egipcia, fue una encarnación de Horus, hijo de Osiris e Isis, que por definición era masculino. La práctica era que un rey fuera sucedido por su hijo mayor vivo.
Se sabe que durante toda la Historia de Egipto, hubo muchas esposas y madres de faraones, que tuvieron gran influencia en las decisiones de Estado. Nombres como Tetisheri, Ahhotep, Ahmose Nefertari, Tiy, Nefertari, Nefertiti, Isis Nofret, etc. no han pasado desapercibidas en la larga historia egipcia. Pero en definitiva, eran sus esposos los que ejercían el poder.
Sin embargo, también sabemos que hubo mujeres que ocuparon por derecho propio el trono real, llevando ellas mismas las riendas del poder en el Antiguo Egipto. Las más destacadas fueron, sin duda, Hatshepsut y Cleopatra, pero ha habido otras, aunque con reinados mucho más breves.
Según el historiador romano Diodoro Sículo, que vivió en el siglo I a.C., hubo cinco, aunque se piensa que pudieron haber sido hasta ocho, varias de las cuales pusieron fin a la dinastía que se encontraba en curso.
Obviamente, el acceso al trono de estas mujeres-rey, era algo coyuntural, que se daba muy esporádicamente y en medio de unas circunstancias muy especiales. De hecho, en español, «reina» puede significar tanto una auténtica reina como la esposa de un rey, pero por entonces no existía en egipcio el término «reina», cuya mera noción era una especie de abominación para la ideología del Antiguo Egipto.
Primeras dinastías
Merneith, la primera mujer-faraón
Durante la dinastía I (2900-2730 a.C.), en los albores del Egipto faraónico, surge de las sombras del tiempo la figura de Merneith (o Merytneit), reina cuyo nombre significa «la amada de la diosa Neith«, que al parecer ostentó una titulatura real. Su figura es bastante intrigante, ya que todavía hoy se cuestiona si esta persona era una mujer o un hombre. Lo realidad es que debió de ser muy importante en vida, ya que fue enterrada junto a 118 sirvientes.
Al parecer, fue esposa del rey Djet, el cuarto faraón de la Primera Dinastía y, tras enviudar, tuvo que ejercer como regente de su hijo Den, el heredero del trono, por entonces un niño. El egiptólogo Flinders Petrie descubrió en Abydos, lugar sagrado para los egipcios desde los primeros tiempos, la suntuosa mastaba real donde se hizo enterrar Merneith junto a los 118 sirvientes (41 hombres y 77 mujeres) que la acompañaron en su viaje al más allá. Petrie catalogó la sepultura al principio como perteneciente a un faraón masculino.
El hecho es que durante las excavaciones se encontraron piezas que citaban el nombre Merneith (forma masculina) y Merytneit (forma femenina) y eso conllevó una cierta confusión. Pero esto, como ya se ha visto en otras mujeres-faraón posteriores como Sobekneferu o Hatshepsut, era habitual el aplicarse atributos masculinos para confirmar su condición de faraón.
El nombre de Merneith figura en la célebre Piedra de Palermo, una losa de basalto que tiene grabados en jeroglífico una serie de hechos acaecidos desde los últimos años del predinástico, hasta la V dinastía. Dentro de esos acontecimientos también se citan los nombres de los faraones, entre los que se cuenta Merneith.
Otra serie de hechos como el hallazgo en una tumba en Saqqara de una barca solar, lo que le permitiría viajar con la deidad del sol en el más allá; el hallazgo de varias vasijas de piedra, tinajas e impresiones de sellos con el nombre de Merneith inscrito, localizados en la mastaba 3503, o el hecho de que su nombre aparece en una lista real procedente de la impresión de un sello cilíndrico descubierto en la tumba de su hijo Den, en la que Merneith era el único nombre de una mujer incluida en la lista, acompañado por el título «Madre del Rey», parecen confirmar que, mientras duró su regencia, Merneith ejerció el gobierno con las prerrogativas y poderes de un faraón, actuando de hecho, como rey de Egipto.
Imperio Antiguo
Dentro del Imperio Antiguo hay dos posibles reinas que vivieron respectivamente a finales de la dinastía IV (2543-2436 a.C.) y durante la V (2435-2306 a.C.) ya que de ambas se han hallado representaciones con atributos reales, como la barba postiza y el ureo (representación de la diosa Uadyet con forma de cobra erguida que constituía el emblema protector de algunos faraones, los únicos que podían portarlo como atributo distintivo de la realeza). Sus nombres son Khentkaus I (o también Jentkaus I) y Khentkaus II.
Khentkaus I
Khentkaus I fue una hija de Menkaura (en griego de Micerinos, 2532-2503 a.C.), de la IV dinastía, el constructor de la menor de las tres pirámides de Gizah.
Khentkaus I se desposó con Shepsheskaf, sucesor de Micerinos y último faraón de la IV dinastía. Shepsheskaf, que acabó con la costumbre de los faraones anterioresde construir pirámides funerarias, solo pudo reinar siete años (según Manetón), o cuatro, según el Canon de Turín.
Khentkaus I, fue la madre del primer faraón de la dinastía V, Userkaf (aunque hay algunas dudas sobre si fue realmente la madre o la esposa), sobre el que actuó como regente al ser menor de edad. Posteriormente, a la muerte de este ejerció esa misma función sobre sus otros dos hijos: Sahure y Neferirkare, que reinarían sucesivamente. Por tanto fue el nexo de unión entre ambas dinastías, con un papel importante en los acontecimientos que sucedieron durante el cambio de dinastías.
En 1932, el arqueólogo Selim Hassan halló su tumba, una espléndida mastaba en forma de gigantesco sarcófago, dentro de la cual se halló una representación de Khentkaus I con un cetro, el ureo y la barba ceremonial, atributos propios de un rey. Incluso se la menciona como «La Rey del Alto y del Bajo Egipto y Madre del Rey del Alto y del Bajo Egipto», aunque su nombre jamás ha aparecido en las listas reales posteriores.
Es curioso que en el papiro Westcar, un conjunto de relatos fantásticos que se expone en el Museo Egipcio de Berlín y que fuera escrito probablemente durante la dinastía XII, puede darnos algo de luz sobre este tema. El texto puede ser considerado como el conjunto de cuentos más antiguo de magia, y los hechos que narra hacen referencia al Imperio Antiguo. Una de las historias que narra, en concreto la cuarta, hace referencia al origen divino de los tres primeros reyes de la V dinastía, esto es, los ya citados: Userkaf, Sahura y Neferirkara. Un mago llamado Dyedi, comunica al rey Jufu (Keops, de la IV dinastía), que una mujer llamada Ruddyedef casada con un sacerdote de Ra, quedará embarazada por este dios y traerá al mundo trillizos, que llegarán a ser reyes. Esto es lo que conocemos como teogamia, y que expresa la excepcionalidad del rey egipcio, es decir, su procedencia divina como hijo de un dios. De esta forma legitimaba su reinado.
Posteriormente, este mito será utilizado por otros faraones. El caso más significativo fue el de la mujer-faraón Hatshepsut. Si tenemos en cuenta que Khentkaus I es la madre de Sahura y Neferirkara (y probablemente de Userkaf) podemos deducir que esta mítica Ruddyedef hace referencia a la hija de Micerinos.
Khentkaus II
De la segunda Khentkaus, en realidad sabemos muy poco. Fue esposa de Neferirkara, es decir nuera de Khetakaus I, ya en la V dinastía, y madre de dos reyes: Neferefre y Nyuserre Ini. De ella nos queda una pirámide auxiliar y un templo funerario en la necrópolis de Abusir, anexo al complejo de pirámide de su marido, además de alguna representación de la misma con los atributos del poder faraónico.
Nitocris
Para muchos Nicrotis es la verdadera primera mujer-faraón de la historia egipcia. Se estima que gobernó solo dos años, siendo la última reina de la VI dinastía (de 2183 a 2181 a.C.), aunque apenas se han hallado testimonios de su gobierno.
Se cree que Nitocris se casó con su hermano Merenre II, pero pronto enviudó, ya que, al parecer, este fue asesinado, gobernando en solitario como faraón durante dos años.
Manetón el sacerdote e historiador egipcio que vivió en el siglo III a.C., la describe como «más valiente que todos los hombres de su época, la más bella de todas las mujeres, de piel hermosa y rojas mejillas«. También dice de ella: «Nicrotis … dijo haber construido la Tercera pirámide».
Dos siglos antes, Heródoto nos relata la leyenda según la cual Nitocris «mató a cientos de egipcios para vengar al rey, su hermano, a quien sus súbditos habían matado, y luego la habían forzado a sucederle en el trono. Esto lo hizo mediante la construcción de una cámara subterránea en la que invitó a un banquete a todos cuantos sabía eran los principales responsables de la muerte de su hermano. Entonces, a mitad del banquete, dejó que los inundara el agua del río a través de una cañería oculta … tras esta temerosa venganza, se suicidó arrojándose al fuego, para eludir su castigo.»
Esto último no es muy creíble, ya que los antiguos egipcios pensaban que el alma pervivía mientras lo hiciera el cuerpo, de ahí la costumbre de la momificación, y el quemar vivo y esparcir las cenizas al viento era una ejecución muy inusual, reservada para los casos de alta traición al rey.
Heródoto también nos dice que «después de la muerte de Nitocris, el país se hunde en un estado de inestabilidad, confusión y caos». Con ella se extingue el Imperio Antiguo.
Imperio Medio
Sobekneferu (o Neferusobek) fue la siguiente y reinó durante cinco años, pero tampoco existen datos precisos sobre su reinado, salvo la rivalidad con su hermano para ascender al trono, que se zanjaría con la muerte de éste.
Hija de Amenhemat III y hermana de Amenhemat IV, con quien probablemente se casó, esta reina-faraón fue el último gobernante de la XII dinastía, y del llamado Imperio Medio de Egipto, reinando desde de 1760 a 1755 a.C.
Sobekneferu llegó al trono en unos momentos muy complicados, un período de gran inestabilidad, con disputas de los gobernadores de los distintos nomos y cuando el poder central se encontraba muy debilitado.
Fue investida con títulos como: «Amada de Re», «Señora de las Dos Tierras», «Hija del Poder», «Eterna de Apariciones Radiantes», «El Rey del Alto y del Bajo Egipto».
A pesar de que se conservan muy pocos documentos de esta mujer-faraón, su nombre figura en el Canon de Turín (un papiro con textos en escritura hierática, fechado en la época de Ramsés II, que relaciona los nombres de los faraones que reinaron en Egipto) así como en varias inscripciones reales, como un grafito en la fortaleza Nubia de Kumna, que informa de una crecida del Nilo en el tercer año de su reinado.
También en El Fayum, se encontraron tres estatuas descabezadas de la reina y otros objetos que conservan su nombre. La reina utilizaba indistintamente títulos femeninos y masculinos.
Otra estatua, de la que se desconoce su procedencia, y que se encuentra muy dañada, posee una vestimenta singular, ya que combina elementos del vestuario masculino y femenino. Por último, una inusual estatuilla muestra a la reina vestida con la capa en la fiesta Sed y tocada con una corona insólita, resultado de combinar los elementos de los soberanos masculinos y femeninos. Esta ambigüedad debió ser un intento de reafirmarse ante las críticas de un soberano femenino.
Imperio Nuevo
Hatshepsut
De todas, la más conocida, por méritos propios es Hatshepsut quien, de forma muy inteligente, legitimó su llegada al trono apoyándose en el clero de Amón. Para ello puso en práctica la fórmula de la «teogamia«, esto es, el nacimiento divino de la soberana, haciéndola hija directa del dios Amón, quien tomando la figura de su padre, Tutmosis I, fecundó a su madre, la reina Ahmosis. (En el artículo EL MISTERIO DE LA REINA HATSHEPSUT, de este mismo blog, desarrollamos lo que fue su vida y su reinado).
Algunos han llegado a sugerir que Hatshepsut ya se consideraba heredera de Tutmosis I antes incluso de que su padre muriera.
Nefertiti
Por su parte, Nefertiti, un personaje de leyenda en el Antiguo Egipto, ha sido siempre adorada pero sabemos muy poco de ella. Es muy probable que gobernara como faraón durante un breve período de tiempo, entre la muerte de su marido Amenofis IV, y la llegada al trono de Tutankamón, por entonces un niño de unos 8 años de edad. (En el artículo NEFERTITI, LA ENIGMáTICA DAMA DEL NILO, de este mismo blog, desarrollamos la historia de esta misteriosa mujer).
Tausert
Por último, Tausert, que también gobernó por un breve periodo de dos años (de 1188 a 1186 a.C.), fue un enigmático personaje cuya presencia va ligada al turbulento final de la dinastía XIX. De ella se sabe que, aunque formaba parte de la extensa familia real ramésida, descendiente de los múltiples hijos de Ramsés II, no era hija de reyes.
Tras la muerte de Merneptah, hijo y sucesor de Ramsés II, subió al trono su hijo Seti II, quien se desposó con tres mujeres, la primera no le dio descendencia; la segunda fue Tausert, que le dio un hijo llamado como el padre Seti-Merenptah, que moriría al poco de nacer.
Será el hijo de la tercera esposa, el príncipe Ramsés-Siptah, con tan solo dos años, el que acceda al trono al morir Seti II. Su madrasta, Tausert, fue nombrada regente de Siptah, un niño enfermizo y con una pierna casi inmovilizada por una poliomielitis. Al morir Siptah, en su sexto año de reinado, Tausert pasó a gobernar en solitario durante otros dos años.
En este hecho se ha querido comparar a Tausert con Hatshepsut, pero la diferencia es que Tausert no era descendiente directa de reyes o de grandes esposas reales, y sus funciones deberían haber concluido al morir su marido.
Pero nada de lo ocurrido podría entenderse sin la presencia del canciller Bay, la eminencia gris de aquella época, un funcionario sirio escriba real de Seti II, que logró ascender a canciller, llegando a obtener el raro honor de obtener una tumba en el Valle de los Reyes. Muchos historiadores han querido ver en este personaje el amante de Tausert (los nuevos Hatshepsut y Senenmut), descrito como «canciller de toda la tierra», que fue con toda probabilidad el verdadero gobernante de Egipto en ese tiempo.
Tausert ordenó construir para ella una tumba en el Valle de los Reyes, igual que sus predecesores masculinos, pero nunca llegaría a ocuparla; también erigió el Templo de Millones de Años (templo funerario) cerca del Ramesseum.
Finalmente Tausert acabaría por ser derrocada (si no es que murió antes por causas desconocidas), poniendo fin a la dinastía XIX, y, llegando al poder Sethnajt, un señor ramésida de la casta militar, que inauguraría la XX dinastía; un personaje tan ambicioso como ella, que persiguió la memoria de la reina y borró su nombre de todos sus monumentos (otra semejanza con Hatshepsut). Incluso usurpó la majestuosa tumba que ella mandó construir en la necrópolis tebana.
La última de las mujeres-rey que gobernó Egipto fue Cleopatra VII, ya perteneciente a la dinastía ptolemaica, muy posterior a las anteriores. Tras su muerte, Egipto se anexionó al Imperio Romano (en este mismo blog, puedes ampliar información en el amplio artículo dedicado a esta reina: CLEOPATRA, LA GRAN SEDUCTORA).
Experiencias únicas durante nuestro viaje a EGIPTO con VAGAMUNDOS:
– Disfrutar de una experiencia única acompañados por dos de los mejores guías egiptólogos del país, como son Ahmed Abbas y Khaled Mohedin, que nos dará la posibilidad de conocer los monumentos más importantes de Egipto y su historia, en lo que será un fascinante viaje en el tiempo.
– Pasear por LUXOR, el lugar con mayor cantidad de monumentos antiguos del país, como los templos de Karnak y Luxor, o ya en la orilla occidental, en el Valle de los Reyes, penetrar en los secretos de las tumbas de sus faraones, y templos como el de Deir el-Bahari que hizo construir la reina Hatshepsut.
– A través de un paisaje que no ha cambiado mucho desde tiempos de los faraones, visitar uno de los lugares más sagrados del país, el Templo de Abidos.
– Disfrutar de un CRUCERO POR EL NILO en una de las experiencias más emocionantes y románticas del mundo, que nos permitirá apreciar la belleza del paisaje y visitar algunos de los templos más importantes como Edfú o Kom Ombo.
– Presenciar una bellísima puesta de sol en ASUáN, la ciudad más meridional del país y puerta de entrada a Nubia, con el templo de Philae, uno de los lugares más mágicos de Egipto.
– Navegar en faluca por el Nilo presenciando escenas que no han variado desde hace siglos.
– Visitar el poblado nubio de Gharb Soheil, donde descubriremos la vida cotidiana del pueblo más auténtico de Egipto, y cuya singular belleza parece encerrar todo el misterio del Antiguo Egipto.
– Llegar hasta ABU SIMBEL, y contemplar los dos extraordinarios templos, el de Ramsés II y el de su esposa Nefertari, después de que fueran reubicados, piedra a piedra, en su emplazamiento actual para protegerlos por la subida de nivel del agua por la construcción de la presa de Asuán.
– Navegar, durante un SEGUNDO CRUCERO por el LAGO NASSER, en una atmósfera de silencio y recogimiento, experimentando la misma sensación que debieron sentir los descubridores por primera vez.
– Cuatro noches en EL CAIRO, dan para mucho, aquí tiene cabida: El Cairo musulmán con sus mezquitas medievales, y El Cairo Copto, con sus iglesias ortodoxas; Menfis, la mayor ciudad del Egipto faraónico y capital de las primeras dinastías; la necrópolis de Sakkara, con la Pirámide escalonada de Zoser Y las bellas mastabas. Y claro, también aprovechar el tiempo de las compras en el mercado de Khan El Khalili.
– ¡¡¡Cómo nos vamos a olvidar de la meseta de Gizeh, con las inconcebibles pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos y la enigmática Esfinge!!!
– Y después de las Pirámides, el Gran Museo Egipcio de Giza que se encuentra a menos de 2 km, con más de 50.000 piezas escogidas, entre las que se encuentran todas las halladas en la tumba de Tutankamón, así como algunos de los sarcófagos descubiertos recientemente en Sakkara, en el hallazgo más importante de los últimos años.
– Una buena despedida del país es visitar ALEJANDRíA, ciudad fundada por Alejandro Magno, que fuera centro cultural del Mundo Antiguo, con su histórica biblioteca, y que hoy es una bonita y tranquila urbe mediterránea, que todavía conserva restos como las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa, del s. II, la necrópolis grecorromana más grande de Egipto, o la columna de Pompeyo, que formaba parte del Serapeum, el tempo dedicado a Serapis. También es digno de contemplar la nueva Biblioteca de Alejandría, con su fachada circular elaborada con granito de Asuán.
Artículo elaborado por Eugenio del Río