Los antiguos egipcios llamaban ushabti a las figurillas que colocaban en las tumbas. Estaban hechas de madera o de piedra, y algunos tallados en lapislázuli. Estas estatuillas cumplían una función muy especial: si, suponiendo que el egipcio lo hubiese merecido, en el Más Allá era recompensado con una vida eterna en un país bienaventurado, donde se araba, se segaba, se bebía o se amaba igual que en la vida, pero donde cada uno debía desenvolverse solo.
Por ello, los nobles de esta tierra, querían llegar allí rodeados de servidores y ayudantes que pudieran aliviarlos en esas tareas. A esto se debe que se llevara a las tumbas un cortejo de servidores, en forma de figurillas, que eran el modelo de lo que acostumbraban a hacer en vida. Estos tenían la misión de trabaja por el difunto en la otra vida. Estos ushabti constituyen un invalorable testimonio que permite reconstruir el modo de vida egipcio en sus más ínfimos detalles que, de otra manera, habrían desparecido.
Dentro de este mundo tan alejado de nosotros podemos ver una estructura de vida bastante parecida en muchos aspectos a la de todo país agrícola, hasta no hace muchos años. Los campesinos sembraban los campos al retirarse las aguas, los cuidaban, segaban y reponían los cereales en los depósitos (bajo estricta vigilancia del escriba de su amo), se recogía el lino, se iba de caza al desierto y a la pesca en el Nilo (hoy día todavía se pesca en El Fayum o en el delta).
Cada diez días era fiesta tanto para el campesino egipcio como su equivalente en la ciudad, artesano o comerciante. El gran acontecimientos era ir al mercado, y quizá fue esta necesidad la que, en su origen, hizo surgir la ciudad que ahora es la capital de cada nomo, de cada provincia del país.
En la ciudad trabajaban los artesanos: alfareros, escultores, ebanistas, armeros, orfebres, joyeros, lapidarios, curtidores, etc. Los porteadores que llevaban los equipajes, se consideraba una profesión honorable pero fatigosa que se prefería reservar a los nubios (los habitantes del sur del país).
Un hecho curioso es que, en lengua egipcia se empleaba una misma palabra: iqdu, para designar al albañil y al alfarero. Quizá porque partían de un mismo material, el limo del Nilo o porque en aquellos tiempos la casa era solamente una gran vasija, como un iglú de arcilla.
En Egipto había madera para los trabajos pequeños, pero cuando se trataba de construcciones grandes (edificios, naves) se importaba del exterior.
Las tejedoras dedicaban su labor en el telar, dentro de su casa. Desde el faraón hasta los campesinos, el tejido que se usaba en la vestimenta era de lino. Se conocía la lana, típica de los pueblos asiáticos, pero se usaba poco.
Los egipcios conocían muchas clases de bovinos: las que daban carne y las que servían para el trabajo. Y, desde tiempos remotos, fueron grandes comedores de carne (además de grandes gastrónomos). Los animales se sacrificaba degollándolos y en presencia de un sacerdote (probablemente, por razones de control sanitario, más que rituales).
La riqueza de los egipcios se fundaba en la agricultura. Cuando las aguas se hallaban en crecida, los egipcios desempeñaban otras labores, extrayendo recursos de las minas, elaborando el material que luego sería empleado en la recolección, trabajando en los talleres del faraón o en los templos.
Las estatuillas reproducen inclusive, en el interior de casas, a tejedoras, hilanderas y a mujeres dedicadas a las diversas tareas femeninas de aquella época.
En resumen, se trata de la imagen de un pueblo bastante menos austero, sosegado y fúnebre que lo que podría pensarse y que, en cambio, es laborioso, optimista, pacífico e ingenioso.
Belleza, cosméticos y moda en el Egipto Antiguo
Otro aspecto interesante de su vida diaria es el cuidado personal.
Los antiguos egipcios eran muy pulcros y cuidadosos con el aseo y amantes de atender a su tocado y buena presencia. Así mismo, crearon, tanto para el hombre como para la mujer, un verdadero arte del arreglo personal.
No es casual que entre los primeros objetos de importancia artística que se han rescatado en las diferentes excavaciones, se encontraran las paletas para pintarse los ojos (aunque es posible que también tuvieran una función curativa) empezando por la Paleta de Narmer, que perteneció a ese rey considerado el primer monarca del país, el unificador del Alto y Bajo Egipto. Se trata de una placa de pizarra tallada con bajorrelieves que se encuentra en el Museo Egipcio de El Cairo, y que se realizó hace casi 5000 años. Esta paleta tuvo la función de servir como soporte para los pigmentos, cremas y aceites que se aplicaban en el cuerpo.
Una de las mayores preocupaciones de los egipcios fue el cuidado y el embellecimiento de su cuerpo (sobre todo en las clases más elevadas), y se valieron de artificios sumamente refinados. Por ejemplo, en todos los períodos estuvo muy difundido el uso de la peluca (que, en lo que respecta a los hombres, se colocaban directamente sobre el cráneo afeitado al ras). El esmerado y a veces elaborado ordenamiento de los cabellos era una tradición para los egipcios, y llegaba incluso a una complicadísima y delicada estructura alzada sobre la cabeza.
En este arte, la peluca (de tipos, formas y materiales diversos) y el penacho de plumas eran ingredientes esenciales. Ungüentos, aceites, perfumes, estaban igualmente en auge. Las mujeres de la alta sociedad de la Dinastía XVIII solían llevar en la cabeza un cono de grasa perfumada que, con el calor corporal, se derretía confiriendo al cabello un efecto prolongado brillo, tal y como lo hace los moderna ceras capilares o la brillantina.
Tanto para el hombre como para la mujer se empleaban ungüentos a base de trementina e incienso, productos solidificadores a base de soda, polvos de alabastro y sal, mezclados con miel; pociones contra los eritemas y los forúnculos hechos con leche de burra. Muchos, y de distinto tipo, eran los cosméticos y preparados que usaban los egipcios para cuidar de su cuerpo. Algunos, como el bistre (pasta de hollín y compuestos orgánicos), empleado para alargar los ojos, cumplían la función de productos para la estética y de protección contra las enfermedades (en este caso las oftalmias). Hasta se vendía un milagroso preparado capaz de transformar a un viejo en un joven enérgico y robusto. Los envases que contenían estos productos eran de piedra o de terracota.
Y si los hombres recurrían al barbero para obtener una cabeza lisa como bola de billar, las mujeres también dedicaban a su peinado muchísimo tiempo. Las más ricas tenían doncellas o peinadoras; las menos favorecidas por la fortuna se arreglaban solas. Finalmente en las clases nobles era un deber ineludible cuidar esmeradamente de las manos y de los pies.
En cuanto a las ropas, para la vida diaria, el hombre común, desde la época del Imperio Antiguo, llevaba un simple fajín blanco que se realizó con muchas variantes a lo largo de la historia egipcia. Desde la Dinastía XVIII (1567-1304 a.C.), a este faldellín se le añadió una falda plegada en la parte anterior.
La mujer llevaba una túnica lisa sujeta con dos broches, que dejaba ver su seno desnudo. Las bailarinas, por exigencias profesionales, se exhibían desnudas o semidesnudas o bien aderezadas con cadenas. En los días de fiesta, las mujeres llevaban sobre sus ropajes un sobrevestido realizado con una elegante redecilla de color.
El calzado distinguía a los personajes: los pobres iban descalzos o llevaban sencillas suelas de fibra vegetal, mientras que los ricos calzaban materiales más refinados.
Artículo elaborado por Eugenio del Río