Aunque la mujer egipcia nunca se consideró igual al hombre, gozaba de una alta consideración, estaba protegida por las leyes y su influencia en la sociedad era mayor que en el resto de civilizaciones de la época, e incluso en otras posteriores, incluyendo la libre sociedad griega.
Las mujeres, ya estuvieran casadas, solteras o divorciadas, eran jurídicamente autónomas y tenían derechos similares a los hombres. Poseían su propia dote y podía disponer de ella, así como podían disfrutar de los bienes de su marido (y viceversa); no era invisible, sino que ocupaba un puesto en el mundo (donde le agradaba mostrarse, y con el mejor aspecto), y si sus adulterios se consideraban infracciones a la ley que, por otra parte, no se ocupaba de los del marido, el número de aventuras y traiciones que le atribuye la literatura hace pensar que en realidad, los hábitos eran bastantes más permisivos que las leyes.
Su influencia en la sociedad fue elevada en todas las épocas, y determinante en algunos períodos. Los egipcios tenían un fuerte sentido de la familia, del matrimonio y de los afectos familiares y la posición de la mujer en el seno de la familia se valoraba y se protegía. En las tumbas, la vemos en general representada al lado de su marido, y estrechamente unida a él tanto en la muerte como en la vida.
Cuando las rígidas convenciones palaciegas que reprimían el arte se liberaron, durante el corto espacio de tiempo en que reinó el herético Akhenatón, la realidad y las costumbres se retrataron con una mayor verosimilitud. Aquí podemos apreciar que incluso en la familia real las relaciones eran afectuosas, desenfadadas, y que la esposa y las hijas participaban juntas en la vida, y hasta en las ceremonias reales y en los consejos de gobierno del marido y del padre. Por algo la bellísima Nefertiti, la mujer de Akhenatón, ha pasado a la historia como prototipo de la dama egipcia.
También en la sociedad egipcia mantuvo la mujer el privilegio de ser la criatura más adorable (y adorada) del universo. El amante llamaba «hermana» a su amada quien a su vez lo llamaba hermano. Este uso, que se difundió hasta el Imperio Nuevo, continuó largo tiempo, dando testimonio, también en el campo lingüístico, de la calidez y ternura de las relaciones recíprocas entre los cónyuges.
La descendencia matrilineal, en la sociedad egipcia, era tan importante como la línea paterna, como lo demuestran los numerosos ejemplos de transmisión de derechos dinásticos por vía femenina: esto explica la posición de prestigio y de poder de la que gozaron en la historia egipcia, princesas y reinas.
También se daba acceso a las mujeres a las carreras importantes, como la sacerdotal y, en casos excepcionales, a la administración y a la medicina, pero no al aprendizaje de la escritura que, con rarísimas excepciones, parece haber sido reservado a los hombres.
La diosa HATHOR, frecuentemente representada con cuernos y orejas bovinas, no sólo era una de las divinidades egipcias más importantes, sino también la protectora del sexo femenino: diosa alegre, del amor, de la fecundidad y del placer. No fue la única importante del panteón egipcio: en todo el territorio (y más tarde, aun fuera de Egipto) gozó de veneración universal la divina ISIS, hermana y esposa del místico OSIRIS, rey-dios de los egipcios.
Es de destacar, que si bien la realeza era principio político encarnado en un hombre, en momentos puntuales fue susceptible de hacerla descansar en una mujer, con plenitud de poderes, arrogándose títulos, atributos y funciones de la monarquía masculina. Históricamente se tiene constancia de de muy pocas mujeres que actuaron como faraones: Sebekneferu, Hatshepsut y Tauseret. Podría incluirse una cuarta, Cleopatra VII, reina ya el Egipto crepuscular, y de origen no egipcio.
Hubo sin embargo, otras muchas reinas de extraordinaria personalidad y que sin ser reinas-faraón gozaron de un gran poder efectivo, con sus propias tierras, sus funcionarios específicos y con grandes prerrogativas políticas y religiosas. Podemos citar a Merit-neith de la Dinastía I, regente del rey Den; a Hetep-Heres, la madre de Kheops; a Ahmose-Nefertari, esposa de Ahmosis I; a Tiyi, esposa principal de Amenofis III, y a la ya citada Nefertiti, esposa de Akhenatón.
Recientemente, la historiadora italiana Ada Tifosi, ha publicado el libro Becoming a Woman and Mother in Greco-Roman Egypt» (que se traduciría más o menos como «Ser mujer y madre en el Egipto Grecorromano») en el que plantea el cambio operado en la última etapa de la historia egipcia en la vida cotidiana de la mujer, a partir del s. IV a.C.
En esta época la mujer pasa de actuar en completa libertad y de ejercer sus derechos legales, a quedar absolutamente sometida a la voluntad del hombre. Según esta historiadora, mientras en el Egipto faraónico la mujer tenía libertad para casarse o emparejarse con quien le viniera en gana, en el periodo grecorromano el matrimonio tenía que ser aprobado por el padre de la novia, y una vez casados el marido fiscalizaba todos los actos legales de la mujer.
Este nuevo estatus afectaba también a los niños. La mujer, antes reconocida como «señora de la casa», pasó a ser casi un mero objeto y el reconocimiento social pasó a depender del padre. Los hijos no reconocidos podían ser abandonados o criados como esclavos.
En Hermópolis, se encontró un papiro en el que una anciana se mostraba desesperada por la muerte de su hija. Además del propio dolor, mostraba el desconsuelo por perder a la persona que la mantenía, prostituyéndose. Y es que en esa época, la pobreza obligó a muchas mujeres a prostituirse. En el antiguo Egipto, también existía y era aceptada socialmente, pero estaba destinada a la nobleza y era practicada por mujeres-músico que bailaban en sus fiestas.
El sexo de la pareja, también es algo que fue cambiando a lo largo de los siglos. Si en un principio se vivió de forma natural por ambos sexos, sin ningún tipo de tabúes (de esto dan fe distintas manifestaciones artísticas y literarias) se pasó, sobre todo en el período romano, a un control férreo por parte de los hombres. Aquí empezó a jugar un papel importante la legitimidad de los hijos. Un papiro cuenta la historia de Petronila, una mujer egipcia que vivió bajo domino romano. Quedó embarazada, pero antes de dar a luz, su marido falleció. La familia de este, para asegurarse que el embarazo no era un engaño para heredar, la obligo a parir en presencia de testigos de la familia.
Artículo elaborado por Eugenio del Río