Los “cuentos huérfanos” de Galland
En la década de los 90 muchas editoriales extrajeron de la colección de Las mil y una noches algunos de sus cuentos más famosos, como Aladino y la lámpara maravillosa o La historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones. Historias que acabaron ganando protagonismo de forma independiente.
Pero ¿por qué esas editoriales se empeñaron en su día en no añadir estas historias en sus volúmenes cuando además se habían convertido en las más populares? La historia viene del siglo XVIII. Las mil y una noches, como queda dicho en anteriores artículos de esta serie, llegó a Europa de la mano de Antoine Galland (1646–1715) orientalista, arqueólogo saqueador de tumbas francés que, además de joyas y tesoros, se trajo de Oriente Medio esta colección de relatos. Como erudito que era, Galland decidió traducir estos cuentos al francés. Pero en este proceso se dio cuenta de que faltaban historias y decidió inventarse algunas para hacer el libro más llamativo. Y, curiosamente, fueron estas las que se hicieron más famosas.
Los estudiosos orientalistas europeos buscaron la fuente original de esos textos sin llegar nunca a conseguirlo. Despues de más de un siglo de infructuosas investigaciones, concluyeron que alrededor de una docena de cuentos fueron añadidos con posterioridad y que, por lo tanto, no eran estrictamente árabes, motivo por lo que esos editores decidieron eliminarlos. Estos cuentos se llamaron “cuentos huérfanos”. Esto convertía a Galland a la vez en un gran impostor y en un gran fabulador.
En 1887 el erudito prusiano Hermann Zotenberg, que trabajaba como conservador de textos antiguos en la Biblioteca Nacional Francesa, se encontró casualmente con los diarios de Galland. En ellos, el mismo Galland revelaba que esos cuentos procedían de una fuente oral, un sirio maronita llamado Anṭūn Yūsuf Ḥannā Diyāb, conocido como el narrador de Alepo, sirviente de Paul Lucas, otro saqueador de tumbas y rival de Galland.
A partir de aquí, no se supo más de este personaje durante más de un siglo, hasta que en 1993 se descubrió en la Biblioteca Vaticana una autobiografía que nos permitió conocer al informante de Galland.
Algunos estudiosos estaban interesados en rescatar manuscritos escritos en arameo y dieron con el relato de viajes que escribió Diyab años después de su llegada a Francia. Los maronitas, como el resto de católicos, mandaban sus papeles al Vaticano y Diyab no fue menos. Pero como en su manuscrito faltaban las cinco primeras páginas, en las que se suele identificar el autor y su procedencia, quedó en el olvido. Cuando estos intelectuales lo empezaron a leer mucho después, se dieron cuenta de que tenían ante sí una joya, porque se evidenciaba que él era el creador de esos relatos añadidos de Las mil y una noches y que, por lo tanto, pertenecían a la tradición narrativa árabe.
El texto fue publicado en 2015 con el título de D’Alep à Paris: Les pérégrinatios d’un jeune syrien au temps de Louis XIV, y con él, comienza otra historia que bien podría incluirse en el canon de Las mil y una noches.
La historia de Anṭūn Yūsuf Ḥannā Diyāb
Antun Yusuf Hanna Diyab nació en Alepo en 1688 dentro de una familia dedicada al comercio, de religión cristiano-maronita. Siendo adolescente, pierde a su padre y entra en un monasterio de Monte Líbano como novicio, abandonádolo al poco tiempo.
En 1707 entra al servicio de Paul Lucas, coleccionista de antigüedades que capitaneaba una expedición francesa en busca de joyas para su patrona, la duquesa de Borgoña, una de las mujeres más poderosas del momento, pues era la esposa del nieto del Rey y se esperaba que algún día fuera reina de Francia, algo que no llegó a suceder. Trabajando como intérprete, dado que hablaba y leía perfectamente árabe, turco, francés e italiano, les acompañaría a lo largo de su periplos por todo el Mediterráneo (Trípoli, Sidón, Beirut, Chipre, Egipto, Libia, Túnez, Córcega, Livorno y Génova), hasta su regreso a Francia. Después, al no poder conseguir un trabajo en París, regresó a Alepo en 1710, se casó siete años después y se estableció en el zoco como un próspero comerciante de telas.
Diyab tenía en torno a setenta y cinco años cuando escribió su autobiografía (1763). En ella narra sus extraordinarias aventuras viajeras y de cómo Paul Lucas accedía a todo tipo de tumbas para desvalijarlas. Durante una de las peripecias cuenta que después de salir de Alepo, su señor quería explorar las ruinas de una iglesia abandonada que se hallaba en las cercanías de Idlib, a la búsqueda de tesoros. Hizo que un pastorcillo bajara por una bóveda natural que había debajo de una gran roca, de la cual emergió al poco el niño con un anillo en una mano y una lámpara en la otra … esto recuerda inevitablemente el tema de Aladino.
Lucas estaba convencido de que este joven maronita, le podría ser de ayuda, así que una vez acabada la expedición, le convenció para que se viniera con él a Francia, prometiéndole que se codearía con la corte en su día a día. El muchacho aceptó y, una vez en Versailles, su patrón no dudó en darlo a conocer, pues alardeaba de tener en su servicio a alguien proveniente de tierras lejanas.
Galland, siempre ojo avizor, se percató de la inteligencia del muchacho y de las excelentes historias que contaba. Así que aprovechaba momentos en los que estaba solo, siempre a espaldas de Lucas y a cambio de falsas promesas, para quedar con él y apuntar todos los cuentos que tenía en su memoria. Cada pocos días durante un mes, Diyab le fue detallando más cuentos, diez de los cuales (incluidos Aladino y Alí Babá), verían la luz más tarde como los últimos cuatro volúmenes de la Mil y una noches de Galland (1712-1717).
Para el traductor al francés fue una auténtica suerte su encuentro con Diyab, ya que se había quedado sin nuevos cuentos para publicar. Lo recuerda además en su diario personal, que salió a la luz cuando el francés falleció. En el, Galland hablaba de todo ello y de que era Diyab quien le contaba las historias. No obstante, para los intelectuales franceses era más fácil aceptar que las historias las había creado uno de ellos que no un cocinero árabe.
Sin embargo, curiosamente Hanna Diyab no pareció darle demasiada importancia al encentro y en sus memorias ni siquiera recuerda a Galland por su nombre y se refiere a él simplemente como “un anciano” interesado en la literatura oriental. Escribe en sus memorias: “Había un anciano que nos visitaba a menudo. Estaba a cargo de la Biblioteca de Libros Árabes de París. Leía bien el árabe y traducía libros de ese idioma al francés. En ese momento había trudicido el libro Ḥikāyāt min alf layla wa layla (Cuentos de las mil y una noches). Este hombre me pidió que le ayudara en algunos temas que no entendía, así que se los expliqué. Había algunas noches que le faltaban en el libro, así que le conté historias que conocía de antiguo. Consiguió completar el libro con estas historias y quedó muy safisfecho conmigo”. Alepo ha sido históricamente la principal ciudad comercial de Siria y, al igual que otras ciudades árabes, era conocida por sus coloridos mercados, sus bulliciosos cafés, sus charlas interminables y sus narradores y cuentacuentos profesionales. Por ello, parece bastante razonable que este sirio maronita creciera escuchando muchas de estas historias y que algunas de ellas se las contara a Galland. Hasta qué punto reinterpretó Galland las historias de Diyab nunca lo sabremos, como tampoco sabremos si estos cuentos surgieron de la imaginación de Diyab o los había escuchado en los cafés de Alepo. En cualquier caso, pertenecen a la tradución narrativa árabe, por lo que tiene todo el sentido que estén integrados en la colección de cuentos de Las mil y una noches.