Palenque (Lakamhá, en el idioma original) se ubica en el extremo norte de las tierras altas de Chiapas, y está asentado sobre un saliente de piedra caliza que domina una amplia planicie, la cual se extiende hacia el norte del río Usumacinta y más allá.
Los grandes centros ceremoniales: PALENQUE
Palenque (Lakamhá), la ciudad perdida en la selva de Chiapas
Es famosa por la sofisticación de su estilo escultórico, las proporciones armoniosas de su arquitectura y, sobre todo por la magnífica tumba de su rey del siglo VII, K´inich Janaab´ Pakal o Pakal “el Grande” (23 de marzo de 603 – 31 de agosto de 683), una verdadera maravilla de la antigua América.
Algo que caracteriza el sitio arqueológico es la escasez de estelas monolíticas, tan populares en los demás centros.
En cambio, se realizaron esfuerzos semejantes en la escultura arquitectónica, ya sea labrada en piedra caliza de grano fino o modelada en estuco. La pálida mampostería apreciada en la actualidad, en algún momento estuvo cubierta con motivos florales y figurativos extravagantes, pintada de rojo vibrante con una magnificencia casi barroca.
La historia del reino de Palenque fue tan lacerada por las pugnas como cualquiera de sus contemporáneos.
Sus mejores obras de arte y sus textos más largos fueron creados como reacciones ante las derrotas y rupturas de su linaje real, mientras que nuevas dinastía rivalizaban para legitimar y consolidar su poder. Palenque estableció contacto con todos los grandes reinos clásicos y compartió relaciones de cooperación con Tikal, pero de antagonismo con Calakmul, Tominá y Piedras Negras.
Un poco de historia
Los mayas se establecieron en Palenque en el 100 a.C., alcanzando su apogeo entre el 600 y el 800 d.C., época en la que fue capital de la región de B´akaal, un centro importante de la civilización maya entre los siglos V y IX, durante los cuales alternó épocas de gloria y de catástrofe, de alianzas y guerras.
Hizo varias alianzas con Tikal, la otra gran ciudad maya de la época; sobre todo para contener la expansión del agresivo Calakmul.
Sus gobernantes se proclamaban provenientes de un linaje que venía del pasado remoto, llegando a la creación del mundo actual, el quinto ciclo, que en la mitología maya, equivaldría al 11 de agosto de 3114 a.C. en el calendario gregoriano. Actualmente se cree que la primera dinastía de sus gobernantes probablemente fue olmeca.
El período más importante fue bajo el mando de Pakal “el Grande”, que reinó entre el 615 y el 683. Su hijo Kan B´alam II (684-702), llamado Serpiente Jaguar II continuó la expansión y el desarrollo artístico de Palenque. Fue sucedido en 702 por su hermano K´inich K´an Joy Chitam II.
Janaab´ Pakal, también llamado Pacal III, comenzó a gobernar en 799, y después de él, se pierden los rastros de la dinastía de Palenque. Poco después del año 800 ya no hubo nuevas construcciones en el centro ceremonial. Aunque se sabe que a principios del siglo IX B´aakal todavía ocupaba una posición respetable e influyente en el área, ya había empezado el abandono de región. Lakamhá continuó habitada por unas cuantas generaciones dedicadas a la agricultura; a principios del siglo X el abandono fue ya imparable.
En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, la región apenas estaba habitada.
La caída de la ciudad-estado, al igual que la de otros centros mayas clásicos, no están claramente explicadas, pero puede que se debiera a profundos cambios sociales, en particular el crecimiento demográfico que obligó a roturar nuevas tierras de cultivo, causando una reducción de las masas boscosas que separaban las ciudades estados, con los consiguientes conflictos entre ellas.
El descubrimiento de la ciudad perdida
En una zona que recibe la mayor cantidad de agua de México, las ruinas pronto quedaron cubiertas de vegetación, y la ciudad permaneció oculta hasta que en 1773.
Gracias a la revelación de un indígena, la más espesa selva de México dejó de ocultar ese año, toda una ciudad repleta de edificios mayas distintos a cuantos se conocían. La persona que recibió la confidencia fue Ramón de Ordóñez y Aguilar, canónigo de la catedral de Ciudad Real (actual San Cristóbal de las Casas), quien no lo pensó dos veces y partió hacia aquella ciudad desconocida. Antes,
Ordóñez, se hizo construir por sus feligreses un palanquín, en el que recorrió los casi 200 kilómetros que separan San Cristóbal de las Casas de Palenque, en lo que fue un trayecto sofocante de calor y humedad, atravesando zonas en las que el follaje no dejaba ver la luz del sol, y que obligaban a los porteadores a abrirse paso a golpe de machete por territorios todavía inexplorados.
Después de Ramón de Ordóñez otros viajeros le sucedieron en el siglo XVIII y durante el XIX atraídos por aquellas deslumbrantes ruinas, como el célebre John Lloyd Stephens, un arqueólogo aficionado americano, llegó a Palenque con el artista Frederick Catherwood. Las exploraciones más serias comenzaron a mediados del siglo XX, en las que dieron comienzo la restauración de edificios.
En Palenque, el arte maya del período clásico alcanzó su culminación, caracterizado por la ligereza y delicadeza de sus estructuras que recurren a nuevas técnicas de construcción para reducir el grosor de los muros y a sofisticados sistemas de drenaje.
Uno de los grandes hallazgos arqueológicos de todos los tiempos
El protagonista del hallazgo más revolucionario fue Alberto Ruz Lhuillier, arqueólogo mexicano de padre cubano y madre francesa, que a mediados del pasado siglo se encontraba en el yacimiento investigando el Templo de las Inscripciones.
Esta pirámide contiene tres grandes estelas de piedra caliza con 617 jeroglíficos mayas, la mayor cantidad hallada hasta el momento después de la Escalera de los Glifos de Copán, en Honduras.
Sin embargo, el interés de Ruz no iba encaminado a los glifos, sino en el hecho de que, así como los suelos de las otras pirámides de Palenque eran de estuco aplanado, los de ésta lo formaban grandes losas de piedra bien tallada y perfectamente ajustadas. Una de esas planchas había llamado la atención de los arqueólogos porque presenta una doble fila de agujeros provistos de tapones de piedra.
Ruz levantó aquellas losas perforadas en 1949 y comprobó que los muros del templo no terminaban a nivel del suelo, sino que se prolongaban hacia abajo.
El hueco estaba repleto de tierra y escombro, y fue una tarea lenta el despejarlo. En lugar de una ofrenda o un enterramiento (que es lo habitual bajo los suelos de los templos), la sorpresa del arqueólogo fue enorme al descubrir una bóveda que penetraba en el interior del núcleo de la pirámide, y enseguida una escalera igualmente descendente.
Hicieron falta cuatro temporadas, de dos a tres meses cada una para llegar al final de esta escalera, casi al nivel de la superficie de la plaza exterior.
A principios de 1952, ya con la escalera despejada, Ruz se encontró frente a un corredor tapiado con una maciza pared de piedras y cal., en cuyo exterior estaba adosada una caja de ofrendas con platos de arcilla, conchas llenas de pintura roja, orejeras, cuentas de jade y una perla.
A continuación un muro bajo, y en su base, los huesos deteriorados por el tiempo y la humedad de cinco o seis jóvenes de la nobleza, como evidenciaban sus deformaciones craneales, que probablemente habrían sido sacrificados como acompañante del insigne difunto. Los dirigentes mayas constreñían el cráneo de sus hijos recién nacidos y alargaban la frente usando vendas y tablillas para distinguirse de la plebe.
Además sus dientes fueron afilados a semejanza de los de la serpiente de cascabel, uno de los animales deificados del panteón maya.
El 15 de junio de 1952, aproximadamente 30 años después de que se abriera la tumba de Tutankamón, la puerta del panteón fue abierta y Ruz encendió una linterna y asomó la cabeza.
El espectáculo que contempló cuando giró la puerta triangular fue algo extraordinario: una majestuosa cripta funeraria con relieves en los muros y una enorme losa de 3.80 m por 2.20 m, que tomó por un altar.
La estancia, de 9 m de largo por 4 m de ancho, incluye una estrecha entrada de gradas; la bóveda que la cierra es mucho más alta de lo habitual, alcanzando casi 7 m, y se encuentra reforzada por gruesas vigas de piedra.
Pero lo que Ruz pensó que era un altar ceremonial, resultó ser un sarcófago de 3 m por 2,10 m de longitud y 1 de altura, cubierto por una lápida esculpida. En esa lápida se había grabado la fantástica figura de un personaje sin duda aristocrático, ya que ostentaba la característica deformación craneal que sus presuntos servidores sacrificados.
Se trataba de la primera tumba hallada en el suelo de una pirámide americana. Se encontraba a 15 m por debajo del nivel del piso del templo y había permanecido inviolada durante 1.200 años.
Del techo y del suelo emergían estalactitas y estalagmitas. En las paredes se hay relieves de estuco representando nueve personajes ricamente ataviados con escudos y centros que se interpretaron como representaciones de los dioses del inframundo o “Señores de la Noche”. Hoy se piensa que se trata de antepasados de Pakal.
Alberto Ruz quedó anonadado por lo que le ofrecía la parpadeante luz de su linterna. La figura representada en la losa aparecía de perfil, con la cabeza hacia atrás y dirigiendo la mirada arriba, donde figuraba el símbolo de la vida, un árbol en forma de cruz foliada. Debajo se encontraba el de la muerte, un dios de los infiernos con la boca abierta.
El personaje se hallaba atrapado entre dos mundos opuestos y complementarios, en la inestable posición que corresponde, interpretó el arqueólogo, a los seres humanos.
Un camino al inframundo
El descubrimiento era de tal calado que Ruz pasó el resto de aquel verano y el principio del otoño intentando vencer su excitación y conteniendo la de su equipo. Ya solo quedaba levantar la lápida con mucho cuidado.
Ruz comenzó taladrando la base de lo que suponía fuera un altar con un barreno e introdujo por el orificio un alambre y al extraerlo observó restos del mismo cinabrio, de rojo intenso, con que los antiguos mayas cubrían los cadáveres, puesto que ese color simbolizaba la dualidad vida-muerte.
Ya no había duda: aquello era una tumba. El hecho de que hubiese tumbas bajo pirámides americanas las acercaba más de lo que entonces se admitía a las egipcias: unas y otras podían emplearse como mausoleos, además de cumplir funciones rituales.
La maniobra duró veinticuatro horas seguidas en las que Ruz no salió de la cripta, desde las seis de la mañana del 27 de noviembre de 1952 hasta la misma hora del día siguiente. Por fin, en medio de una emoción incontenible, se levantó la pesada losa con ayuda de gatos de camión que apoyaron sobre troncos de árbol en las esquinas del monumento.
Apareció el esqueleto de un hombre con una altura superior a la media de los mayas clásicos (calculada en 1.65 m). Sus huesos revelaron que tenía entre 40 y 50 años cuando murió. Su cuerpo, bañado de cinabrio rojo brillante (compuesto tóxico que posee un 85 % por mercurio y 15 % de azufre), estaba adornado con una gran cantidad de joyería de jade.
Además de los brazaletes y collares de múltiples cuentas, tenía anillos de jade en cada dedo, un cubo de jade asido con fuerza en una mano, y una esfera en la otra. Su cara estaba cubierta por una máscara de mosaico de jade con incrustaciones de concha y obsidiana para simular los ojos, que Ruz consideró un retrato del personaje enterrado; su boca enmarcada por un ornamento de pirita pintada de rojo para proveerse de alimentos en el más allá.
También se hallaron dos cabezas modeladas en estuco, de tan exquisita factura que una de ellas fue considerada la escultura más bella del mundo maya.
¿De quién es el cuerpo encontrado?
Sobre este tema hay algo de controversia. Según las inscripciones la pirámide fue construida por Janaab´ Pakal por lo que dos arqueólogos también americanos, Heinrich Berlin y George Kubler, afirmaron que el personaje enterrado era ese mismo monarca, que gobernó Palenque entre 615 y 683 y murió a los ochenta años. Esta hipótesis es la aceptada comúnmente.
Pero Ruz (al igual que otros autores actuales), nunca estuvo de acuerdo con esta afirmación, ya que parece claro que la cripta, más grande que la entrada a la misma, fue construida con anterioridad a la pirámide que la alberga.
Además, tampoco concuerda la edad resultante del estudio del cuerpo encontrado con los 80 años que vivió Pakal.
El doctor Arturo Romano Pacheco analizó la osamenta, en la década de 1950, y concluyó que correspondía a un hombre cuya edad biológica era de cuarenta a cincuenta años.
Por otro lado la historiadora Mercedes de la Garza ha opinado que los mayas cambiaron algunas fechas de nacimiento y muerte de sus gobernantes para hacerlas coincidir con fechas mitológicas o astronómicas.
En un nuevo análisis realizado en 1999 se concluyó que su edad era superior a los cincuenta y cinco años, compatible con los estudios de los glifos, esto es ochenta años; aunque no todos los que expertos están de acuerdo en confirmar dicha edad.
Otros hallazgos de Palenque
Hubo que esperar hasta el 1 de junio de 1994 para que Palenque volviera a sorprender al mundo, cuando el arqueólogo mexicano Arnoldo González Cruz encontró otro sarcófago dentro de una cámara mortuoria, esta vez en el interior del Templo XIII, situado junto al de las Inscripciones.
Durante la exploración de la plataforma que sostiene a esta pirámide se descubrió un pasillo de seis metros que se adentraba en el corazón mismo del templo. El equipo se topó con una estancia que daba acceso a otras tres estancias contiguas, la primera y la última vacías, y la central y mayor de todas, se encontraba sellada con un muro, en cuya base se apreciaban restos del humo de algún ritual.
Al abrirla se halló una habitación pequeña y abovedada de 4,20 m por 2,50 m, ocupado casi en su totalidad por un sarcófago rectangular pintado de rojo y cubierto por una lápida de piedra caliza sin decoración.
Allí hallaron dos cuerpos, uno correspondía a una joven con las manos atadas a la espalda a la que se había extraído el corazón; el otro cuerpo era de un niño con un fuerte golpe en el cuello que le había provocado la muerte. Ambos habían sido sacrificados para acompañar en su viaje al personaje de alto rango depositado en el sarcófago.
Al ser retirada la losa que cubría la tumba, aparecieron los huesos de una mujer fuerte tan enrojecidos por el cinabrio que González le dio el nombre de “la Reina Roja“.
La identidad de esta mujer, de la que no hay referencias en los glifos, es tanto o más misteriosa que la del supuesto rey Pakal. Tenía la cabeza orientada hacia el norte y sus huesos estaban adornados con collares, orejeras, pulseras, tobilleras y unas doscientas piezas de jade unidas, formando una máscara. Sus sienes habían sido abombadas.
La riqueza de su ajuar, la monumentalidad de su tumba, la deformación craneal, y el escaso deterioro de su dentadura -reflejo de una alimentación sana y elaborada- indican que esta mujer perteneció a la élite de Palenque.
Los recientes estudios de los restos óseos, nos dicen que se trata de una mujer entre 60 y 70 años de edad, tenía los dientes afiliados y, media 1,54 m; era contemporánea del gran K´nich Janaab´ Pakal y sus tumbas son muy similares, salvo por el hecho de que la de la Reina Roja carece de inscripciones.
Además, el ritual funerario -con sus cuerpos intensamente impregnados de cinabrio y la presencia de víctimas sacrificiales- parece haber sido preparado y ejecutado por los mismos sacerdotes.
Todo esto hace pensar que pudiera haber sido la esposa de Pakal, pero para comprobarlo habría que comparar el ADN de la Reina Roja con el de quienes serían sus hijos. Pero las tumbas de los sucesores de Pakal aún no han sido descubiertas.
Sin embargo la aventura arqueológica de Palenque no ha hecho más que comenzar. Apenas se ha podido estudiar el veinte por ciento del sitio arqueológico, con lo que, con toda seguridad, Palenque nos dará muchas sorpresas.
VISITA DEL YACIMIENTO ARQUEOLóGICO DE PALENQUE (declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987)
Situado en medio de una espesa selva tropical, se encuentra el extraordinario conjunto de Palenque, que por su misteriosa belleza y su valor arqueológico, unido al espléndido marco de la selva tropical, constituye uno de los vestigios más extraordinarios de la cultura maya.
Al caer los rayos del sol sobre estas místicas ruinas, resplandecen los motivos estéticos y religiosos que dieron tanto florecimiento a la ciudad, el brillante plumaje de los loros y guacamayos alegra el verdor de los árboles, y solo los curiosos gritos de los monos aulladores perturban la serenidad de este antiguo complejo ceremonial maya.
El escritor John L. Stephens, en 1841 decía, en su obra Incidents of Travel in Central America, Chiapas, and Yucatan: “de todo el romanticismo de la historia del mundo, nada me ha impresionado tanto como el espectáculo de esta ciudad, antaño grande y hermosa, y hoy derruida, desolada y perdida”. Cientos de edificios en ruinas se extienden a lo largo de 15 km2, pero solo se ha excavado su compacta zona central.
Del sitio arqueológico de Palenque hay que destacar el Palacio, emplazado sobre un basamento escalonado, es el resultado de la labor de muchos reyes.
Se trata de un laberinto de galerías, cámaras, patios, escalinatas, túneles y un conjunto de edificios posiblemente de carácter residencial, con una torre de cuatro cuerpos que probablemente sirvió de observatorio desde el que los mayas estudiaban las estrellas.
Sin duda, constituye uno de los ejemplos más refinados de la arquitectura del Clásico maya.
Con medidas de 97 x 73 m en su base, representa un siglo y medio de crecimiento acumulativo sobre edificios todavía más antiguos, ahora ocultos dentro de su plataforma de 10 m de altura. Los arquitectos de Palenque emplearon diversas innovaciones para aligerar las construcciones y así aumentar su envergadura (techos inclinados y cresterías ligeras de celosía).
Por ello, los interiores eran espaciosos y bien iluminados, muy diferentes a las angostas y oscuras cámaras tan comunes en otras partes.
El complejo servía como centro de gobierno, escenario de recepciones oficiales y centro administrativo pero su papel como residencia real parece claro por la excelente planeación de sus instalaciones personales: seis letrinas, y dos baños de vapor, que drenaban en un acueducto subterráneo.
El sucesor de Pakal, Kan B´alam II, comenzó a crear su propio legado arquitectónico, un ambicioso complejo de tres pirámides ubicado en una terraza artificial que domina el templo de las Inscripciones.
Se trata del conjunto de templos conocidos como “Grupo de las Cruces“, entre los que se encuentran el Templo del Sol, el mejor conservado, que se asienta sobre una pirámide de cuatro cuerpos, coronado por una crestería muy alta, dentro de la cual se halla el bajorrelieve del Sol.
El Templo de la Cruz, la estructura más alta de la plaza, se llama así por un bajorrelieve en forma de cruz que se encontró en su interior, que representa el árbol de la vida.
La tercera construcción es el Templo de la Cruz Foliada, que se encuentra adosado a una colina. En un bajorrelieve se puede ver a Pakal y su hijo Kan B´alam II, con motivo del traspaso de poder. Las cruces a las que aluden los nombres de los templos, son en realidad representaciones del árbol de la creación que se encuentra en el centro del mundo, de acuerdo a la mitología maya.
Las tres construcciones forman un conjunto de gran complejidad iconográfica que mezcla el mito y la historia.
En esencia, Kan B´alam II, estaba proporcionando un centro espiritual a cada uno de los dioses de la tríada de Palenque. En el corazón de de cada templo se ubica un santuario interior de pequeñas cámaras techadas que representan baños de vapor simbólicos, lugares de de purificación.
El Templo XIV, aunque muy afectado por el paso del tiempo, fue reconstruido, y contiene glifos y esculturas bien conservados, como un retrato de Kan B´alam II, con un tocado de plumas.
Pero sin duda el edificio más importante es el Templo de las Inscripciones, el monumento funerario más famoso de América. Se trata de una majestuosa pirámide de ocho niveles de basamento, más otra plataforma superior sobre la que apoya el santuario propiamente dicho, construida a finales del s. VII d.C., durante el reinado de Pakal (615-683).
Posee una escalera central delantera que se eleva 25 m y está adosada a un relieve natural, con un templo en la parte superior dividido en dos galerías cubiertas por falsa bóveda, una de las cuales presenta un pórtico con columnas decoradas con relieves en estuco, mientras que la otra constituye la cámara interior con el muro cubierto de las inscripciones que dan nombre al conjunto, y que se interpretan como exaltación del origen divino de Pakal.
Contiene 617 jeroglíficos, hoy descifrados casi en su totalidad que hacen referencia a la historia dinástica de la ciudad. Aquí descubrió el arqueólogo mexicano Alberto Ruiz Lhuillier en 1951 la famosa Cripta Secreta, una cámara de 9 por 4 m, con un techo abovedado de 7 m, que se encuentra por debajo del templo, donde se hallaba una lápida de piedra de 5 toneladas, con magníficas tallas, colocada sobre un sarcófago.
Las paredes estaban decoradas con relieves que representaban a los Nueve Señores de la Noche, venerados por los mayas.
La talla de la lápida del sarcófago describe el viaje del espíritu de Pakal al Inframundo (y no representa a un astronauta en una cápsula espacial, como decía von Daniken).
Dentro del sarcófago, Lhuillier descubrió los restos de un hombre alto, con su cuerpo cubierto de joyas, y una máscara funeraria de mosaico de jade con incrustaciones de obsidiana y nácar en los ojos. Desgraciadamente, hace varios años que la tumba fue cerrada al público para una mejor conservación de la misma.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a MéXICO con VAGAMUNDOS:
– Descubrir el inmenso patrimonio de CIUDAD DE MéXICO, una ciudad abrumadora por extensión y grandeza, con una enorme riqueza cultural y artística. La Casa Museo Frida Kahlo, el Zócalo, la Catedral Metropolitana; el Palacio Nacional, con los murales de Diego Rivera; el Templo Mayor, el mayor santuario azteca; la Plaza de las Tres Culturas, la Basílica de Guadalupa, Xoximilco, una de las grandes obras de ingeniería, …
– Perderte en el Museo Nacional de Arqueología, uno de los más importantes del mundo, donde descubrir las civilizaciones que han creado la riqueza cultural de México: olmecas, mayas, zapotecas o aztecas. Aquí se encuentra la Piedra del Sol azteca (mal llamado Calendario Azteca)
– Sentir las energías místicas de TEOTIHUACáN, el lugar donde “fueron creados los dioses”, una de las mayores ciudades de Mesoamérica durante la época prehispánica y de la cual se desconoce casi todo. Las asombrosas Pirámide del Sol y de la Luna, dominan la ciudad.
– Pasear por las calle de la bellísima PUEBLA, ciudad criolla por excelencia con su bellos edificios coloniales y la más esbelta y hermosa catedral de las construidas en Nueva España. Cerca de allí, otro lugar mítico como CHOLULA, que Cortés describiera como “la ciudad más bella fuera de España”, con la Pirámide de Tepanapa, la más grande de México, sepultada bajo una colina.
– Perderte en OAXACA, otra hermosa ciudad colonial, con sus monumentos barrocos y arquitectura señorial, dentro de un ambiente donde se respira el sosiego y la tranquilidad. Una vez allí tendremos tiempo para recibir la energía telúrica que nos aportarán los antiguos yacimientos de Monte Albán y Mitla.
– Navegar en lancha por una de las grandes maravillas naturales de América, como es el Cañón del Sumidero, una falla con muros que se elevan más de 1300 m desde la profundidad del río.
– Ya en CHIAPAS, pasear por las calles adoquinadas de San Cristóbal de las Casas, una de las ciudades coloniales más apasionantes y conmovedoras que uno pueda encontrar. Su embriagadora mezcla, indígena, colonial y cosmopolita la hacen única. Además, tenemos muy cerca los pueblos de San Juan Chamula y Zinacantán, donde se conservan las costumbres prehispánicas.
– En medio de la espesa selva tropical, con las pirámides elevándose sobre la vegetación y con los gritos de los monos aulladores perturbando el silencio, disfrutar de la misteriosa belleza de PALENQUE, una de las más importantes ciudades mayas.
– Otro centro arqueológico, plagado de simbolismo es UXMAL, un ejemplo singular del fabuloso esplendor artístico maya. El silencio y la soledad que envuelven estas ruinas contrastan con la animación que debió tener la metrópoli durante su época de esplendor.
– Pasear por los centros históricos de dos de las dos villas coloniales más importantes de YUCATáN, como son CAMPECHE Y MéRIDA, dos bellas ciudades con sus estrechas callecitas adoquinadas y sus soleadas y alegres plazas.
– Bañarte en las cristalinas aguas del cenote de Ik Kil, donde pequeñas cascadas caen desde el techo calizo envuelto en plantas colgantes.
– Aunque no son nuestras ruinas favoritas, por lo masificadas, hay que reconocer que CHICHEN ITZá es uno de los centros ceremoniales más espectaculares de toda la antigüedad. Desde la imponente y monolítica Pirámide de Kukulcán (también conocida como El Castillo), donde la sombra del dios serpiente emplumada sube por las escaleras durante los equinoccios de primavera y otoño, el mayor Juego de la Pelota de Centroamérica, hasta el Cenote de los Sacrificios o el curioso Observatorio El Caracol, el legado de los astrónomos mayas resulta fascinante.
– Tendrás la oportunidad de gozar de la auténtica COCINA MEXICANA. Nombrada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010, cada región posee sus propios platos originales. Su cocina está basada en el maíz, los frijoles, el chile, a los que se añaden diversos ingredientes autóctonos. Pídete unos tamales, (masa de maíz cocida y rellena de carne o verduras), unas enchiladas, unos tacos o un guisado de carne acompañado de un buen mole. En general todos los platos se componen de arroz, frijoles y tortas de maíz pero encontrarás una gran variedad de sabores y picantes según la región donde te encuentres.
– México es un auténtico paraíso para las COMPRAS con una infinita variedad de artesanías. Aquí podrás adquirir desde tejidos y joyas de plata y turquesa a tallas de madera, máscaras y otros artículos. La habilidad y creatividad de sus artesanos, te sorprenderán. Las mejores hamacas de hilo de algodón las puedes encontrar en Cancún. En Oaxaca, podremos encontrar su típica cerámica negra, máscaras de madera de variadas formas y colores, y bellas telas y bordados. La cerámica y alfarería de Puebla posee una gran (y merecida) fama; en San Cristóbal de las Casas, son famosos sus diseños de joyas de ámbar y jade.
– Y después de esta hemorragia cultural y culinaria, disfrutar de un día a tu aire en CANCúN, con un mar con miles de matices turquesas, las blancura deslumbrante de la arena compuesta de polvo de coral y muchísimas actividades que puedes realizar.
Artículo elaborado por Eugenio del Río