IMPERIOS Y REVOLUCIONES
Siempre se ha dicho que San Petersburgo es la ciudad de Pedro el Grande, el zar que la creó y quien inició un período de esplendor que una de sus sucesoras, Catalina, también llamada la Grande, terminó de completar. Esto, aunque cierto, es una verdad a medias pues debemos saber, para poder comprenderla, que ésta es una urbe contradictoria, donde la desmesura y la grandilocuencia comparten territorio con el más puro vanguardismo y con la austeridad propia del Báltico, a cuyas orillas se encuentra.
Pedro el Grande, asqueado por el subdesarrollo del país y de sus rancias instituciones, decidió alejarse de las costumbres y el alma rusas, y quiso abrir una ventana a Europa para que entrara el aire fresco que llegaba de Occidente. Para ello decidió mover la capital de Moscú y construir otra desde cero, más próxima a la Europa del Norte que tanto admiraba. El lugar elegido para ello parecía una locura: un terreno pantanoso en el Gran Norte, infestado de malaria en verano y con un durísimo invierno. Miles de trabajadores forzosos perecieron en la construcción de la nueva capital. Pero a pesar de todos los inconvenientes, esta creció rápidamente y pronto se convirtió en un auténtico imán de arquitectos y artistas llegados de todos los rincones de Europa, que edificaron avenidas y parques, iglesias y palacios, canales y puentes, escuelas, una Universidad y Academia de Bellas Artes, y embellecieron la ciudad hasta límites inimaginables. El lujo y la sofisticación técnica empleados en la construcción, pueden admirarse en los numerosos palacios, teatros, lujosas e imponentes fachadas que ornan las amplias avenidas, aquí llamadas “Perspectivas” (Prospekt). Los innumerables canales, islas y puentes que fue necesario construir para drenar el terreno y encauzar el caudaloso Neva, le dan a la ciudad un carácter único.
Fue capital de Rusia durante más de dos siglos, de 1712 a 1918. Tras la revolución rusa, Moscú volvió a ser la capital y San Petersburgo inicio un periodo de decadencia. Los comunistas cambiaron incluso su nombre en dos ocasiones, a Petrogrado y Leningrado. Al terminar el régimen soviético, San Petersburgo recupero su nombre histórico y, tras un intenso periodo de reconstrucción y restauración, la ciudad ha recobrado el esplendor y la gloria de antaño. Hoy es una ciudad vibrante y dinámica y con sus 5 millones de habitantes es la 4ª ciudad de Europa. Es también la ciudad más visitada de Rusia.
PASIóN POR LA HISTORIA
Y es que en esta antigua capital del imperio zarista se han vivido capítulos de la historia que han conmocionado al mundo entero. Aquí tuvieron lugar los extraordinarios acontecimientos provocados por el crucero Aurora que, con un cañonazo anunció la toma del Palacio de Invierno durante el levantamiento de los bolcheviques en 1917, y el principio de la Revolución Rusa; hoy día, anclado en el puerto y convertido en museo, rememora aquellos históricos días. También aquí, y en perfecta sincronización con Moscú, se planificó en 1991 el final de aquella época y la desintegración de la URSS.
Por ello, al visitar San Petersburgo y deambular por la Perspectiva Nevski, sin duda la avenida más populosa y vivaz de la ciudad, con tiendas de todo tipo, el visitante se siente animado a evocar toda la historia que se esconde tras su edificios, pues sólo así podrá comprender el carácter seco, pero amable, de los habitantes, de vida convulsa y austera.
LA CIUDAD DE SAN PETERSBURGO
Eso sí, en la larga lista de edificios y monumentos que hay que visitar es bueno guardar un lugar especial al Museo del Hermitage, uno de los mayores complejos museísticos del mundo, repartido en cuatro edificios entre los que destaca el antiguo Palacio de Invierno, donde se conservan más de 2.500.000 objetos de arte pertenecientes a casi todas las culturas que el mundo ha conocido. La colección del museo ocupa un complejo formado por seis edificios situados a la orilla del río Neva, siendo el más importante el Palacio de Invierno, residencia oficial de los antiguos zares. También forman parte del museo el Palacio Menshikov y el Edificio del Estado Mayor. En sus suntuosos interiores, ricamente decorados, encontraremos antigüedades griegas y romanas, cuadros (15.000), esculturas (12.000), obras gráficas (600.000) arte oriental, piezas arqueológicas (600.000), monedas y medallas (1.000.000) arte ruso (300.000), joyas, armas o valiosos libros. Sus más de tres millones de piezas se encuentran repartidos en 400 salas, lo que supondría, si lo viéramos todo, recorrer 24 kilómetros. Hay un chiste ruso que nos cuenta que si dedicáramos un minuto a cada objeto del museo, tardaríamos once años en verlos todos. La creación del museo se debe a la pasión de Catalina II por la pintura. En el año 1764 adquirió una colección de 225 cuadros de pintura holandesa y flamenca con los que decoró el Palacio de Invierno. Pronto se quedó pequeño y construyó en 1767 un edificio neoclásico de dos pisos, el llamado “Pequeño Hermitage“. A partir de aquí se fueron creando otros edificios donde se exponían las nuevas adquisiciones. En 1851 se terminó el “Nuevo Hermitage“, levantado por Nicolás I, por la adquisición de colecciones completas del extranjero y la acumulación de sucesivos descubrimientos arqueológicos provenientes de la Rusia meridional (pueblos escitas). En 1852 las colecciones del Hermitage se abrieron al público con la denominación de “Museo Imperial“. Entre tanto, durante el siglo XIX y hasta la I Guerra Mundial, los tesoros siguieron acumulándose en sus salas y almacenes. Después de la Revolución, tanto los palacios como las colecciones contenidas, fueron declarados bienes nacionales. Al mismo tiempo, lo más valioso de los palacios imperiales fue trasladado al museo, llegando a cuadriplicar el número de obras existentes en los fondos. El renombre internacional del museo, se debe especialmente a sus colecciones de pintura de las escuelas italiana, flamenca, francesa y española. Encontraremos obras maestras de Leonardo da Vinci, Rafael, Rembrandt, Tiziano, Tintoretto, Caravaggio, Velázquez, El Greco, Rubens, Van Dyck, Picasso, Matisse, Cézanne, Kandinski y tantos otros.
También la Fortaleza de Pedro y Pablo, que se encuentra situada en la pequeña isla de Petrogradskaya, dominando los tres brazos del Neva. La fortaleza fue proyectada como defensa de la salida al Báltico, entonces dominado por la flota sueca. En 1703, Pedro el Grande eligió este emplazamiento porque en esta zona el Neva era más ancho. Convertida hoy en museo, su recinto amurallado ofrece incomparables vistas de la orilla sur del Neva. Desde sus murallas, diariamente, un cañonazo marca las doce del mediodía. El conjunto se adapta a la forma casi hexagonal de la isla a través de un sistema de fortificaciones, con seis bastiones y seis murallas de 9 a 12 metros de altura. Las murallas interiores poseen dos metros de grosor y las exteriores ocho metros. Su forma de estrella, muros en talud y un canal alrededor, la convirtieron en espacio casi inexpugnable. Al poco, la fortaleza perdió su importancia militar, convirtiéndose en prisión política. Aquí estuvieron encarcelados intelectuales como Dostoievski, Aleksandr Ulianov (hermano de Lenin), Bakunin o Máximo Gorki. En 1917 se sublevó toda la guarnición que residía en ella y los fusiles del arsenal sirvieron para armar a los obreros.
La pequeña iglesia de madera que se encontraba originalmente en el interior de la fortaleza se fue ampliando hasta transformarse en la Catedral de los Santos Pedro y Pablo, otra maestra de Domenico Trezzini y uno de los ejemplos más interesantes de la primera arquitectura barroca de San Petersburgo. De planta basilical rematada al este por una cúpula y al oeste por una torre de 122 metros, de los que 60 corresponden a la famosa aguja, que a su vez sostiene una esfera con un gallardete en forma de ángel que porta la cruz, obra de Antonio Rinaldi. En la torre puede verse un reloj holandés de 1757-1770. Un rayo provocó, en 1756 un incendio que destruyó la casi totalidad de la iglesia, y que pudo ser reconstruida siguiendo los bocetos del mencionado Trezzini. Su interior, de estilo barroco, está dividido por dos series de pilares en tres naves. La presencia del púlpito constituye un hecho insólito en las iglesias rusas. La decoración aparece dominada por el motivo de los querubines. Del techo cuelgan cinco amplias lámparas de cristal. Las pinturas de los muros representan escenas del Evangelio, y constituyen importantes obras en el desarrollo de las artes figurativas de Rusia. Son especialmente significativas las decoraciones barrocas del altar y el iconostasio. De este último, cuya estructura fue realizada en 1727 según diseño de Trezzini, forman parte interesantes iconos, con temas originales con santos y héroes pintados en estilo realista. En la iglesia y en la capilla funeraria anexa, se encuentran las Tumbas de los Romanov, 33 tumbas casi todas de mármol blanco con las águilas imperiales de bronce dorados representadas en las esquinas. A la derecha del iconostasio se halla el sarcófago, de Pedro I el Grande, decorado con numerosas medallas que glorifican sus gestas de armas y siempre adornado con flores; también se distinguen las tumbas de Alejandro II y su esposa en jaspe verde de los Urales y cuarzo rosa; la tumba de Alejandro III con la corona de laurel y la espada donada por Francia. También se encuentran aquí los cuerpos de Nicolás II y su esposa Catalina, así como sus hijos, asesinados durante la revolución en 1918. Sus cuerpos fueron trasladados a la Catedral en 1998. En 2006 fue también sepultada en la catedral Marija Fëdorovna, madre de Nicolás II, muerta en el exilio en 1928.
La Catedral de San Nicolás de los Marinos, obra maestra de la arquitectura barroca erigida entre 1753-1762 por el arquitecto Cevakinskij, discípulo de Rastrelli, por encargo del príncipe Golitsin, que ofreció a la zarina Elisaveta Petrovna erigir el templo de San Nicolás protector de los marinos, en honor de las hazañas de la Flota Rusa. Esta zona, desde tiempo de la fundación de la ciudad, estaba poblada por marinos, debido al gran número de vías de agua que la surcan y a su proximidad con el puerto de la ciudad. Posteriormente se instaló aquí el Regimiento Naval de la ciudad. La catedral consta en realidad de dos iglesias diferentes, situadas cada una de ellas en uno de los dos pisos que la componen: la iglesia de San Nicolás en el piso inferior, y la iglesia de la Epifanía en el superior, ambas ricamente decoradas con molduras y columnas de orden corintio. La iglesia superior con increíbles dorados, excesivamente recargados y con innumerables iconos del siglo XVIII rodeados de marcos de plata. Un magnífico iconostasio, con columnas adornadas con guirnaldas. El exterior, embellecido con excelentes frisos, presenta un tema decorativo peculiar a base de haces de tres columnas, de las que la central forma la esquina del edificio, en una referencia a la arquitectura rusa antigua. Posee cinco espectaculares cúpulas doradas de bulbo y el color azul y blanco resaltando en su fachada como clásico ejemplo del barroco ruso al que pertenece.
La Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada (también conocida como Iglesia de la Resurrección), con su silueta alzándose sobre las aguas del canal Griboyedov, es una de las imágenes más conocidas de la ciudad. Fue erigida por A. Paarland entre 1883-1907 por orden de Alejandro III en el mismo lugar donde, el 1 de marzo de 1881, murió asesinado Alejandro II. Construida en estilo típicamente ruso, inspirado en las iglesias de la región de Yaroslavl y en la catedral de San Basilio de Moscú, es totalmente diferente del resto de iglesias de San Petersburgo donde dominan el neoclásico y el rococó. El conjunto es especialmente singular, además de por la forma, por los revestimientos multicolores de las fachadas, realizados con ladrillos, cerámica, mármol y granito, componiendo un variado mosaico de tonalidades.
La Catedral de San Isaac, la más suntuosa y grandiosa de las iglesias de la ciudad, y auténtico símbolo de San Petersburgo. Pedro el Grande nació un 30 de mayo, el día de San Isaac de Dalmacia. Supersticioso, inició la edificación de la iglesia el día de su cumpleaños. Inicialmente construida en madera, aquí se caso el zar con Catalina I en 1712. Destruida por un rayo, fue reconstruida en 1717. Alejandro I ordenó derribarla por ser demasiado pequeña y entre 1819 y 1858 fue nuevamente construida por Auguste de Montferrand sobre la planta diseñada por el español Agustín de Betancourt. Esta enorme iglesia de planta de cruz griega, de gigantescas proporciones, es una especie de síntesis de la basílica de San Pedro, el Panteón de Roma y la catedral londinense de San Pablo. Se trata de una de las mayores de Europa por su tamaño, y también por la riqueza y majestuosidad de los materiales empleados en su construcción y decoración, incluyendo grandes cantidades de oro, malaquita y lapislázuli, 14 mármoles diferentes y más de 40 minerales y piedras semipreciosas, granito de Finlandia, 600 metros cuadrados de mosaicos, así como numerosas pinturas y esculturas. Más de medio millón de personas participaron en su construcción y tuvieron que clavar en el terreno pantanoso 24.000 troncos de árbol para estabilizarlo y permitir que soportara el coloso (300.000 toneladas). La catedral se consagró en 1858, pero durante la era soviética se convirtió en museo del ateísmo. Hoy funciona como museo y solamente está dedicada al culto diario una capilla, si bien hay servicios religiosos en las más importantes festividades.
LOS GRANDES PALACIOS
De los muchos palacios que habitan San Petersburgo, hemos elegido dos, que consideramos los más intersantes, y los que visitaremos en nuestro recorrido por San Petersgurgo: Peterhof y Catalina I.
El Palacio de PETERHOF, se encuentra situado en la costa sur del Golfo de Finlandia, junto al mar y a unos 30 kilómetros de San Petersburgo, en lo que constituye uno de los principales puntos de interés de la antigua capital imperial. Se trata de un ejemplo de arquitectura de jardines y un modelo que mezcla varios estilos arquitectónicos. Originariamente Pedro el Grande se limitó a construir una pequeña casa en las afueras de la ciudad, desde la que siguió las primeras construcciones que comenzaron en 1714. Primero fue el pequeño palacete Monplaisir, al que seguirían el palacio Marly, el pabellón del Hermitage, las fuentes y el palacio de Pedro el Grande. Fue inaugurado solemnemente el 15 de agosto de 1723, y durante dos siglos fue la residencia oficial de verano de los zares del imperio. Toda la corte se trasladaba aquí al llegar el buen tiempo, y además de organizar fiestas y bailes por todo lo alto, se tomaban todas las decisiones que afectaban al país. En su construcción intervinieron diversos arquitectos durante más de 50 años. El largo edificio central fue obra de Jean-Baptiste Le Blond, pero lo que vemos hoy es el resultado de una evolución fruto de dos siglos de sucesivas ampliaciones. A partir de 1747, bajo el reinado de Isabel I, hija de Pedro el Grande, la obra fue reorganizada por Rastrelli, quien le daría el aspecto definitivo al edificio: hizo elevar el palacio con una planta adicional, le añadió dos grandes alas que sirvieron de unión a los diversos cuerpos que hasta entonces eran independientes. Apenas retocó la fachada, pero sí las salas interiores para dotarlas del estilo barroco. Una vez terminadas las obras, las salas volvieron a sufrir nuevos cambios a manos de Catalina II, que detestaba a Isabel y con su nuevo arquitecto Yuri Velten, rediseñó algunas salas al estilo clásico. Por ello, encontraremos aquí tres grandes estilos: el barroco alemán de Pedro el Grande (del que queda poco), el barroco ruso de la época de Isabel (realizado por Rastrelli) y el neoclásico y el rococó de Catalina II (Velten). Los jardines que lo rodean son auténticamente espectaculares. El Parque Inferior, inglés en el trazado y delirante en el espíritu, donde se encuentra lo esencial de la riqueza y de la originalidad. Fue parte del proyecto inicial de Pedro I y se construyó al mismo tiempo que el Gran Palacio. Es el jardín más famoso del sitio, por las 18 fuentes que alberga, alimentadas por un sistema de embalses y canales de más de 20 kilómetros de largo ideado por el mismo zar. Las fuentes no usan bombas sino que son alimentadas por diferencia de altura y presión. Sin duda la más espectacular es la Gran Cascada, característico y grandioso monumento de arte barroco, construido entre 1715 y 1724, por varios arquitectos y adornada con 225 esculturas de bronce dorado y 64 chorros de agua. Las estatuas están situadas a lo largo de la cascada y representa divinidades marinas, los ríos rusos, el mito de Perseo y Andrómeda, y simbolizan la conquista del Báltico y la vocación marinera de Rusia. El agua cae en una gran fuente central presidida por un imposible Sansón abriendo las fauces de un león, símbolo de las victorias de Pedro el Grande sobre el enemigo secular, Suecia (simbolizada con el león).
El Palacio de CATALINA. En Pushkin (a 30 km de San Petersburgo), se encuentra la pequeña ciudad de Pushkin, donde se halla Tsárskoye Seló (“Aldea de los Zares“), uno de los complejos arquitectónicos y paisajísticos más bellos de toda Rusia. Pedro el Grande, regaló el lugar al príncipe Menshikov. Pero cuando este cayó en desgracia, la posesión pasó a Catalina, y sería la zarina la que potenciará la construcción de los edificios más lujosos. Esta encargó al arquitecto Braunstein un palacete en torno al cual se desarrolló un parque, donde se plantaron arces, tilos, olmos, abedules y plantas exóticas. La emperatriz Isabel encargó el rediseño del conjunto a Rastrelli, que convirtió el palacio en una lujosa corte, residencia de verano, y sede de las recepciones diplomáticas. Con Catalina II se realizaron añadidos de corte neoclásico, cuando decayó el gusto por el barroco. En los jardines surgieron puentecitos, templos clásicos y galerías. En 1837 quedó unida a la ciudad por ferrocarril y en 1887, fue la primera población del mundo con luz eléctrica.
El palacio, una obra inicialmente realizada por tres arquitectos, no fue suficiente para la emperatriz Isabel, quien mandaría a Rastrelli darle una nueva unidad y estilo, hasta convertirlo en uno de los ejemplos más valiosos del rococó ruso. La grandiosidad y el lujo de los exteriores armonizan con lo suntuoso de su interior. Lo más espectacular es la Sala ámbar, que fue reconstruida a principios de siglo XXI. Federico I de Prusia encargó en 1701 a Andreas Schlüter esta original decoración para su estudio privado en el palacio de Charlottenburg. El coste de la obra, que duró diez años y convirtió al estudio en una habitación de ostentosa decoración, resultó enorme, pero el resultado fue una verdadera joya: las luces que emanaban de aquel material y la riqueza cegadora del mismo, eran un espectáculo único. A la muerte del káiser, su hijo, Federico Guillermo I, cuando el zar Pedro I el Grande le mostró su admiración, se lo regaló. El tesoro permaneció olvidado durante 30 años en un almacén del palacio de Invierno, hasta que la zarina Isabel mandó transportarlo a Tsárkoye Seló. Allí permaneció durante casi dos siglos. En 1942 los paneles fueron desmontados y enviados a Alemania, ya que los nazis consideraban que esa obra decorativa formaba parte del “genio alemán“. Al final de la guerra los soviéticos intentaron recuperar su tesoro pero fue en vano. Nadie sabe dónde ha ido a parar. Gracias a unas fotografías sacadas en 1904 fue posible tener una idea precisa del aspecto de la habitación y en 1979 el gobierno soviético decidió iniciar la reconstrucción del gabinete de ámbar partiendo de aquellas reproducciones. El esfuerzo duró 25 años e hicieron falta seis toneladas de ámbar, además de mucha paciencia. Finalmente, el 31 de mayo de 2003, con motivo del Tricentenario de San Petersburgo, fue inaugurada.
La bellísima arquitectura del Palacio encuentra su reflejo en el Parque de Catalina, entre bosques de abedules y abetos, lagos y estanques, arroyos, puentes, esculturas y pérgolas. Las 567 hectáreas del recinto se dividen entre un jardín de estilo francés, con un trazado geométrico con avenidas radiales, y un parque inglés, más salvaje y con numerosos pabellones que ocupa toda la parte sur de la finca, salpicado de gran número de monumentos conmemorativos.
LAS «NOCHES BLANCAS»
La mejor época para la ciudad es durante los meses de mayo y junio, cuando se puede presenciar el fenómeno que constituye las llamadas “Noches Blancas“. San Petersburgo se encuentra situada en el paralelo 60º norte, al igual que Oslo y Helsinki, y es la gran metrópoli septentrional del mundo. Emplazada en tan exótica latitud, en la ciudad de Pedro el Grande, se produce un hecho mágico: de finales de mayo a principios de julio, el sol prácticamente no se pone. En lo más profundo de la noche, el astro rey desaparece a 6º bajo el horizonte, lo cual no basta para apagar la difusa luz del crepúsculo. La ciudad se llena de vida durante las horas del día, con multitud de actividades, festivales y conciertos. Los museos, restaurantes y tiendas amplían sus horarios.