Se trata de uno de los asentamientos más antiguos de México. CHOLULA, una apacible ciudad colonial que se encuentra a 10 kilómetros de Puebla, y que Cortés describió como “la más bella fuera de España”. Habitada de manera continua desde hace más de 3.000 años, entre el año 1 y el 600 d.C. fue una importante ciudad sagrada y de culto. En 1519, Cortés, temeroso de caer en una emboscada ordena la masacre de más de 300 indígenas e incendia numerosos templos. Años más tarde quedaría devastada por una epidemia de peste. Posteriormente los españoles instalaron monasterios y la ciudad se llenó de numerosas iglesias.
Allí se encuentra lo que fue la Pirámide de Tepanapa, la más grande de México, sepultada bajo una colina, primero por la tierra y luego por la vegetación, por lo que más parece un cerro que una pirámide. Es el resultado de numerosas superposiciones que, a partir de la primera construcción a comienzos del Período Clásico, se sucedieron hasta finales del siglo VIII d.C. Tan solo quedan 300 metros de unas fantasmagóricas galerías subterráneas en la entrada por la cara norte que llegan hasta el centro de la pirámide. Si bien la pirámide de Cholula solo tiene 66 metros de altura (frente a los 146 de Keops), es mucho más amplia: 450 metros de ancho frente a los 230 metros de Keops. El resultado es que con sus 4,4 millones de m3, Cholula es dos veces más voluminosa que su colega egipcia. Cortés hizo destruir el templo tolteca situado en la cima para reemplazarlo por la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios. Alegremente decorada, desde el atrio, si el día acompaña, se puede divisar un maravilloso panorama que abarca desde Puebla, los volcanes y muchas iglesias de Cholula.
Una vez allí, es imprescindible la visita al Convento de San Gabriel, fundado por los franciscanos en 1529. El conjunto incluye tres hermosas iglesias. A la izquierda, precedida por un amplio atrio para acoger a los nativos que asistían a las celebraciones, la Capilla Real (1540), cuyo interior se caracteriza por la originalidad de la arquitectura hispano-árabe, con nueve naves rematadas por 49 pequeñas cúpulas. En el centro, la Capilla de la Tercera Orden, del siglo XVII, con una fachada barroca; y a la derecha el Templo de San Gabriel, construido entre 1529 y 1552 sobre el lugar que ocupaba el templo de Quetzalcóalt, posee una sola nave, con bóveda de abanico y tracería gótica.
Cerca de aquí se encuentra Acatepec, a unos 5 kilómetros y donde destacan dos iglesias. La Iglesia de Santa María Tonantzintla, comenzada a construir en el siglo XVI, su interior es excepcional: angelotes, santos, arcángeles, obispos, reyes y otros personajes pueblan por centenares las paredes y las bóvedas tapizadas con motivos florales mezclado con toques de indigenismo. Antes de la llegada de los españoles, las gentes de la región veneraban a Tonantzin, diosa protectora ligada al maíz. Nada más fácil para los misioneros que reemplazar ese culto por otra figura materna, la Virgen María. Hay que destacar que el 70% de los colores son originales y que todo lo que brilla es oro. Fue preciso el concurso de 200 artesanos indios para concluirla, y si bien los misioneros lograron imponer el figura de la Virgen María, no pudieron impedir que los artistas indígenas dotaran a los angelotes de rasgos indios, que cubrieran las cabezas con penachos de plumas o que esculpieran guirnaldas de futas tropicales y sobre todo de mazorcas de maíz. Finalmente la Iglesia de San Francisco Acatepec, luce una fachada íntegramente revestida de azulejos talaveranos realizados específicamente para este templo, combinados de todos los colores, que le dan una apariencia de “iglesia de porcelana”. Parece una iglesia de porcelana. Su interior posee una planta de cruz latina con siete cuerpos. La decoración es rica en molduras doradas y figuras realizadas con policromía, con elementos barrocos que recuerdan a la Capilla del Rosario de Puebla, pero interpretados de manera popular. El estilo es algo menos recargado que la anterior visitada, y no posee una iconografía indígena tan profusa.