La abrumadora y fascinante CIUDAD DE MéXICO que, por su extensión y grandeza ya causara una fuerte impresión a los conquistadores, continúa hoy día impactando a sus visitantes. Esta vasta, febril, superpoblada y contaminada metrópoli es rica en historia indígena y colonial. Resulta difícil imaginar que hace solo cinco siglos estaba ocupada por una cadena de lagos. Ya en el año 200 a.C., existía en la zona una especie de federación de aldeas agrícolas, alrededor del lago Texcoco.
Durante los siguientes siglos, el poder del centro de México estuvo dividido entre diferentes ciudades-estado. Loa aztecas o mexicas, una tribu errante que afirmaba proceder de Aztlán (“lugar de las garzas”), una mítica isla en el noroeste de México, iniciaron, a principios del s. XIII una larga peregrinación que les lleva a asentarse al borde del lago de Texcoco, donde en 1325 fundan la gran Ciudad de México–Tenochtitlán, como un recuerdo de su mítica isla de Aztlán. Comienzan a urbanizar ese terreno pantanoso en una obra de ingeniería sin precedentes, y poco a poco la ciudad, se irá convirtiendo en el centro neurálgico de la civilización azteca, hasta alcanzar el desarrollo y la grandeza que provocó el asombro de los conquistadores españoles (“Cosa de Maravilla”).
Con sus más de 200.000 habitantes en el momento de la conquista, llegó a convertirse en una de las mayores ciudades del mundo de su época. En 1521, un reducido grupo de españoles liderados por Hernán Cortés, con el apoyo de una amplia coalición de pueblos indígenas, conquistó a sangre y fuego Tenochtitlán, arrasándola por completo. De hecho, hoy día solo se conservan unas pocas estructuras de la época azteca. Con el tiempo la ciudad resurgió como la próspera y elegante capital del virreinato de Nueva España, con anchas calles sobre los canales y las calzadas elevadas aztecas. Durante el s. XVII se siguió construyendo grandes edificios virreinales, que empezaron a hundirse en el blando del lecho del lago. En 1629 una lluvia torrencial dejó sumergida la ciudad durante cinco años.
En el s. XVIII las condiciones urbanas mejoraron notablemente, siendo la época dorada de Ciudad de México. Con Porfirio Díaz que gobernó el país entre 1876 y 1911 se construyeron grandes mansiones y teatros estilo parisino. La ciudad siguió creciendo en la década de 1970 gracias a la gente rural que buscaba mejorar su calidad de vida en las florecientes industrias, disparándose la población del área metropolitana.
Ciudad de grandes contradicciones, y diferencias sociales, en realidad es muy hospitalaria y presume de una larga historia de tolerancia y acogida, en nombre de al cual ha dado refugio en el pasado a exiliados y perseguidos políticos de todo el mundo. Actualmente está sufriendo una lavado de cara, con renovados espacios públicos llenos de vida, una escena culinaria en auge y un floreciente renacimiento cultural.
Viajaremos a México en Semana Santa de 2020
COYOACáN
Coyoacán (“lugar de los coyotes” en náhuatl), que fuera la base de Hernán Cortés tras la caída de Tenochtitlán. A principios del siglo XX solo era una pequeña localidad colonial a 10 km al sur de Ciudad de México, rodeada de campos y establos, y refugio de artistas e intelectuales. En la actualidad, absorbida por la metrópoli, Coyoacán, ha conservado su tranquila identidad, con estrechas calles de la época virreinal, grandes portones tallados, fachadas cubiertas por buganvillas y ventanas enrejadas.
Barrio de Coyoacán, por sus calles adoquinadas que se abren en verdes ensanches y recoletas plazuelas, como el zócalo, formado por dos plazas, al oeste, la Plaza del Jardín del Centenario, construida sobre un antiguo cementerio, con su característico doble arco del siglo XVI , fue inaugurada en 1910, y se encuentra adornada con la fuente de los Coyotes en el centro. Al otro lado, la Plaza Hidalgo, corazón del barrio, de forma rectangular y continuamente animada por músicos, cafés y vendedores ambulantes.
Se encuentra bordeada por la Iglesia de San Juan Bautista, un hermoso edificio franciscano del siglo XVI, ultrabarroco, que formaba parte de un convento del siglo XVI y ha sido reconstruido en varias ocasiones. Su interior, de una sola, está muy ornamentado, con escenas pintadas en el techo abovedado. El claustro posee columnas toscanas y un damero de paneles tallados en relieve en las esquinas de los techos. Enfrente, nos encontramos con la que fue Casa de Cortés, que en la actualidad alberga el Ayuntamiento. Allí fue donde el conquistador torturó al último emperador Cuauhtémoc, quemándole los pies para que le confesara dónde se encontraba el fabuloso tesoro azteca. Al otro lado de la plaza se encuentran las arcadas del Mercado de Artesanías, dos plantas de puestos que venden objetos de artesanía de cualquier tipo.
No muy lejos se encuentra la Casa Roja (o “de la Manlinche“), en la que vivió Cortés con su mujer, la española Catalina Juárez Marcaida, hasta que esta murió en extrañas circunstancias, y después por Malinche, noble india que fue reclutada por el conquistador como intérprete y luego se convirtió en su amante. La plaza de la Conchita, agradable plazoleta ocupada por un espléndido jardín sombreado y adornado en el centro por la barroca Capilla de la Concepción. Esta iglesia, que se erigió sobre un templo tolteca, fue encargada por Cortés, y es uno de los primeros edificios de culto católico de Nueva España; la avenida Francisco Sosa, una de las más bellas calles del barrio, con grandes eucaliptos, y flanqueada por elegantes edificios de los siglos XVII y XVIII que acogen residencias privadas.
Destaca también la Casa Museo Frida Kahlo (llamada “Casa Azul”), donde la artista nació, vivió y murió. Construida por su padre Guillermo, tres años antes de su nacimiento, las estancias están dispuestas en torno a un hermoso patio, y conservan la decoración original. La casa está llena de recuerdos y pertenencias que evocan la larga y tempestuosa relación con su marido Diego Rivera, y con los intelectuales de izquierdas a los que solían invitar aquí. Instrumentos de cocina, joyas, vestidos, fotografías y otros objetos de la vida cotidiana de la artista se mezclan con obras de arte popular mexicano, con numerosas muestras tradicionales de esqueletos y calaveras, esculturas prehispánicas y pinturas de la época de la colonia.
El arte de Frida Kahlo expresa básicamente la angustia de su existencia, y de entre sus obras expuestas, destacamos: El retrato de mi padre Guillermo Kahlo, (1952), Frida y la cesárea (1931), dedicada a su deseo de ser madre destinado al fracaso; Viva la Vida (1954) famoso cuadro pintado por la artista pocos días antes de su muerte, y que representa un tema muy querido por ella, las sandías; y Retrato de la familia (1949), ilustra de forma original sus raíces húngaro-oaxaqueñas. Otros lienzos reflejan sus coqueteos con iconos socialistas: alrededor de su cama hay colgados retratos de Lenin y Mao. También el lienzo, El marxismo dará salud a los enfermos (1954). También se exhiben dibujos y pinturas de Diego Rivera, y obras de amigos de la pareja, como José María Velasco, Marcel Duchamp o Paul Klee. En el dormitorio se conservan los agujeros de bala de un intento fallido de asesinato de Trotsky, quien durante un tiempo vivió en esa casa junto a su esposa Natalia, después de huir de la Unión Soviética al ser condenado a muerte por Stalin.
Aproximadamente a 8 km de este barrio se encuentra la Ciudad Universitaria (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2007) inmenso campus que se extiende en gran parte sobre terrenos cubiertos por la lava del volcán Xitle y ocupa una superficie de 300 ha, que albergan las distintas facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se trata de la universidad más grande de América latina, con más de 300.000 estudiantes y 38.000 profesores. También es el centro de investigación más importante del país y durante mucho tiempo ha sido foco de disidencia política. Heredera de la primera universidad de América, fundada en 1551 en México, fue construida entre 1949 y 1952, con el concurso de 60 arquitectos, ingenieros y artistas. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por su carácter de “espacio monumental, ejemplo de la modernidad del siglo XX, fusionado con elementos extraídos de la tradición mexicana prehispánica“.
Entre sus edificios más importantes destacamos la Biblioteca Central, de 10 pisos, con vistosos mosaicos de Juan O´Gorman, cuyo tema es la historia nacional sintetizada en tres períodos: prehispánico en la pared norte, colonial en la pared sur y moderno en la pared oeste. La pared este, nos muestra la visión del artista sobre el futuro de México. La Rectoría, adornada por una gran obra que combina la pintura, la escultura y el mosaico tridimensional, de D.A. Siqueiros, que tiene por título “El Pueblo a la Universidad y la Universidad al Pueblo“; la Antigua Facultad de Ciencias, con un mosaico de José Chávez, sobre el tema del progreso de la humanidad; el Estadio Olímpico, construido con piedra volcánica, fue sede de los juegos Olímpicos de 1968, con un mosaico de Diego Rivera sobre la historia del deporte en el país.
Continuando el recorrido se puede visitar el Museo Nacional de Antropología, que está considerado como uno de los más importantes del planeta. Precedido por la colosal estatua monolítica de Tláloc (de época teotihuacana), el museo fue inaugurado en 1964. La arquitectura del lugar es en sí misma un motivo de belleza, contando entre sus atractivos con un gran domo del cual cae una cascada de agua en homenaje a Tláloc, dios de la lluvia de los antiguos aztecas. Se cree que ésta es la mayor estructura de hormigón del mundo apoyada en una sola columna. A lo largo de sus 24 salas iremos descubriendo las civilizaciones que han creado la riqueza cultural y artística de México: olmecas, mayas, zapotecas, mixtecas, etc. Además, cuenta con reproducciones de algunos de los edificios más destacados de las civilizaciones mesoamericanas, que nos sumergen en su cultura y su forma de vida.
Destacamos de este excepcional museo, entre otras muchísimas maravillas, la sala de los Orígenes, que cuenta con una gran pintura mural que ilustra el origen de la población de las Américas; la sala del Preclásico, con las estatuillas de terracota Tlatilco (1800-1300 a.C.), donde están representadas figuras femeninas, o el llamado vaso del acróbata, en el que se representa un contorsionista con rasgos de influencia olmeca. La sala Teotihuacán, está íntegramente dedicada a esta civilización, que floreció durante el Período Clásico y cuya influencia se extendió a toda el área mesoamericana. Destacamos la bellísima máscara funeraria de piedra, con incrustaciones de turquesa, pirita y jade, así como la enorme estatua de piedra de Chalchiuhtlicue, diosa del agua descubierta en la pirámide de la luna; las colosales cabezas olmecas, construidas en basalto, y que se piensa que fueron retratos de personas de alto rango; en la sala Tolteca, cuya parte principal está dedicada a Tula, la capital tolteca, con sus estelas, atlantes y esculturas o cerámicas. La pieza más llamativa es un enorme guerrero de piedra de casi 5 m de altura, de los denominados Atlantes de Tula; Pero sin duda, la más importante es la sala Azteca (o Mexica), en la que nos detendremos especialmente para hacernos una idea de la vida cotidiana de este pueblo, el poder y opulencia de sus teocráticos soberanos y su insaciable apetito de sangre, sacrificios, guerra y conquistas. Son muchas las obras que han dejado los mexicas, quienes realizaron excelentes esculturas, sobre todo en piedra, de gran realismo y al tiempo con un alto contenido simbólico. Destaca una cabeza de piedra, que es posiblemente una representación de un azteca corriente, en la que para mayor realismo se han añadido dientes y ojos.
También se incluye una maqueta del recinto sagrado que se alzaba en el centro de Tenochtitlán. La Piedra de Tizoc, monolito circular de 2,65 m de diámetro hallado junto a la Plaza de la Constitución en 1791, con relieves que conmemoran las conquistas del emperador Tizoc. También importante es la estatua de Coatlicue, diosa de la tierra en su doble función de creadora y destructora, madre de la divinidad tutelar azteca Huitzilopochtli. Pero la auténtica joya de la sala es la Piedra del Sol, disco de basalto al que se alude erróneamente como Calendario Azteca, que fue desenterrado en el Zócalo en 1790, y donde se describe el principio del mundo azteca y se vaticina su fin. Los aztecas pensaban que vivían en la quinta y última creación del mundo, a cada una de las cuales llamaban sol. La piedra mide 3,6 m de diámetro y pesa 24 toneladas. La sala de Oaxaca, muestra el excelente legado de las civilizaciones zapoteca (200-600 d.C.) y mixteca (1000-1500 d.C), a las que se les debe Monte Albán y Mitla (que visitaremos en días posteriores). Destaca el Gran Jaguar de terracota, que servía de urna funeraria, y la máscara de murciélago, de jade, relacionada con la divinidad representada por este animal. La sala Maya, exhibe hallazgos del sureste de México, Guatemala, Belice y Honduras. La réplica a escala real de la tumba del rey Pakal, descubierta en el Templo de las Inscripciones de Palenque es espectacular. También de ese mismo templo procede la cabeza de hombre joven de Palenque, encontrada entre las ofrendas de una tumba. Las estelas de Yaxchilán en la que aparece un cacique maya y una soberbia máscara en mosaico de jade, anillos y adornos de jade, también son destacables.