Persépolis es un impresionante conjunto arquitectónico palacial fundado por Darío el Grande en el año 518 a.C. Su construcción se dilató durante más de un siglo, siendo sede del gobierno de los reyes del Imperio aqueménida, amén de centro para eventos, ceremonias y festividades. Fue levantada al pie del Kh-Rah-mat, también llamado «monte de la misericordia» o «monte de gracia», en la llanura de Marv Dasht, a unos 650 kilómetros de donde hoy se ubica Teherán. Alejandro Magno la quemó, saqueó y destruyó totalmente.
Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y fue construida con mármol gris oscuro -los restos que quedan son de obligada visita-, procedente de la montaña aledaña, en una enorme terraza mitad artificial y mitad natural. La arquitectura de los edificios está inspirada en modelos mesopotámicos, lo cual es fácil de observar dada la riqueza de la ciudad.
En el año 331-330 a.C. la ciudad fue destruida y sus ruinas permanecieron ocultas bajo los escombros, hasta que fueron excavadas por arqueólogos del Oriental Institute de la universidad de Chicago. Desenterraron, además de la sala de audiencias, tres sepulcros ornamentados, las escaleras de la Sala del Consejo y el Harén de Jerjes, entre otros tesoros arqueológicos.
El edificio más grande y de construcción más complicada era la sala de audiencias, también llamada Apadana, que llama la atención por su gran terraza, cuyo lado este se situaba junto al Kh-Rahmat, mientras que los otros tres lados estaban formados por un muro de contención. A esta terraza, con más de 36 columnas, se accedía a través de dos escalinatas monumentales.
En cada uno de sus bajorrelieves podemos vislumbrar información de todas las naciones que conocían los persas de aquella época. Leyendo un poco del tema antes de viajar y con algo de imaginación, no es difícil fantasear con tantos momentos históricos que aquí han tenido lugar. Cerca de la ciudad de Persépolis, a unos 5 kilómetros, se encuentra la Necrópolis de Naqsh-e Rostam, con las tumbas de la familia real aqueménida. Las cámaras funerarias talladas en la pared de una colina contienen cada una de ellas un sarcófago con los restos de cuatro generaciones de esta poderosa familia: Dario l, Jerjes l, Artajerjes y Dario ll.
«ESTE ES EL REINO QUE YO POSEO»
Las ruinas de Persépolis han sido visitadas desde la Edad Media y las dibujó por primera vez André Dulier des Landes en 1665, que acompañó a Jean Bapsiste Tavernier, pero no se llegaron a investigar hasta 1887, gracias a la iniciativa del entonces gobernador de Fars, Mu´tammed al-Daula. En cualquier caso, las excavaciones recurrentes del yacimiento se remontan a 1931 y fueron llevadas a cabo por Ernst Herzfeld, un alemán, por cuenta del Oriental Institute de Chicago, que en 1939 sustituyó al Servicio Arqueológico Iraní.
Ya en 1836, durante la excavación de la apadana o sala de audiencias, se encontró un cofre con el documento de fundación del palacio, que estaba grabado sobre láminas de oro y plata. Son palabras del propio rey. «Darío el Grande Rey, el Rey de los Reyes, el Rey de los Países, el hijo de Histaspes, el Aqueménida. El Rey Darío dice: este es el único reino que yo poseo, desde el país de los Saka, que están a este lado de Sogdiana, hasta Kush: desde la India hasta Sardes. Esto es lo que ahura Mazda me ha concedido, él, que es el más grande entre los dioses. Ahura Mazda me proteja junto a mi casa».
UNA DE LAS CINCO CAPITALES AQUEMéNIDAS
Originarios de la región de Parsua -hoy Fars, Irán centro-meridional-, los persas adquirieron unión política bajo la dinastía Aqueménida -finales del siglo VIII a.C.-, que alcanzó su máximo punto de ebullición con Ciro el Grande y Darío I -mediados del siglo VI y comienzo del V a.C.-. Este periodo coincidió también con la máxima expansión territorial de este reino, que se llegó a extender desde el Mediterráneo hasta Asia Central y abarcaba paísies de enorme antigüedad cultural, como Mesopotamia, Siria, Egipto, Asia Menor y parte de la India.
Darío reorganizó el impresionante territorio en 20 satrapías, cuya administración delegó en emisarios nombrados por el rey. La comunicación entre las distintas satrapías estaba asegurada por una enorme red viaria que planearon recorridos diferenciados para el tráfico comercial y el de las caravanas reales. Estas últimas lo hacían por los denominados caminos reales, que enlazaban las cinco capitales del reino: Susa, Pasargada, Ecbatana, Babilonia y Persépolis. En cada una de de ellas los aqueménidas construyeron un conjunto palaciego, donde residían dependiendo de la estación climática y las necesidades. Entre estos distintos palacios, el de Persépolis es el que encarna mejor la esencia misma de la monarquía aqueménida, muy tradicional y cosmopolita al tiempo. Fue empezado bajo el reino de Darío y terminado por Jerjes -486-465 a.C.-, y representó durante su escasa existencia una función muy singular: nunca fue un centro de tipo residencial ni tuvo papel político alguno. El rey se dirigía a ese lugar una vez al año cuando comenzaba la primavera para celebrar el Nawruz, la fiesta de Año Nuevo. Era allí cuando recibía, en compañía de los nobles persas, a las delegaciones de otros países sometidos. Con Jerjes los aqueménidas sufrieron su primera gran derrota, infligida por los griegos. En ese punto concreto comenzó su inevitable y rápida decadencia. Las rebeliones de las satrapías mediterráneas y las intrigas de la corte pusieron al imperio al borde del colapso, mientras un nuevo conquistador llegaba a sus puertas. Entre 333 y 331 a.C., Alejandro Magno completó la conquista del reino aqueménida para hacer su entrada triunfal en Susa y Babilonia. Persépolis fue incendiada y saqueada en 330 a.C. y cayó en el olvido, lo que fue una bendición para la conservación de sus monumentos.