En nuestro viaje marroquí combinaremos el norte con la riqueza cultural de siglos de grandes civilizaciones, que podremos observar en sus ciudades imperiales; ruinas romanas, ciudades medievales, kasbahs bereberes o monumentos islámicos; paisajes singulares a través del Atlas o el Riff; oasis con interminables palmerales; también disfrutaremos de un inolvidable amanecer en el desierto después de haber pasado la noche sobre dunas de arena en una haima de lujo; y de sus zocos, donde un apasionante día de compras, puede convertirse en toda una aventura. Una experiencia que viviremos con los cinco sentidos.
“Cada vez que voy a Marruecos me va envolviendo poco a poco. Me seduce con los aromas, los colores, los sabores de sus pueblos, sus playas, sus montañas, el desierto, sus gentes… me va embaucando, y yo me dejo llevar. Cada rincón, desde Tánger hasta las murallas de Tiznit, desde el puerto de Essaouira hasta las dunas de Erg Chebbi, aunque lo haya visitado muchas veces, es una caricia nueva. Cada instante con sus gentes, es una mirada nueva. Y cada vivencia, cada rosa de El Kelaa M’Gouna, cada sorbo de té menta en cualquier café, cada paseo azul por Chefchauen, cada zumo de naranja en la Jema el Fna de Marraquech, cada baile en el desierto de Merzouga, cada palabra que aprendo, es un nuevo beso. Durante el día, es abierto, sonoro, alegre; al caer la noche, ese beso es callado, húmedo y profundo. Cierro los ojos y oigo las voces de Marruecos: el rumor de las olas desde las murallas blancas de Asilah, el murmullo laberíntico del zoco de Fez, la llamada del almuédano en el silencio de la kasbah de Aït Benhaddou, la música de los cafetines de cualquier zoco. Vuelvo a mi Marruecos esencial, puro, genuino, y recorro sus perfiles con los cinco sentidos para no olvidar ningún detalle, y evocarlo en la distancia” (Mamen Gargallo).