Los españoles buscaron El Dorado por toda Sudamérica, y sin duda, si esa ciudad hubiera existido, se encontraría en ECUADOR. Este maravilloso país andino está formado por cuatro mundos: la costa, la sierra, el oriente amazónico y las islas Galápagos. Todo esto da como resultado una sorprendente variedad de paisajes, salpicados por majestuosos volcanes y bellísimas ciudades coloniales.
Nos dejaremos seducir por Quito, la capital, con su bello centro histórico que respira historia por todos sus rincones, con joyas arquitectónicas como la iglesia de la Compañía de Jesús. Vivirás la experiencia de estar entre los dos hemisferios y caminarás sobre la línea equinoccial.
En Otavalo, uno de los mercados más conocidos de América, aprovecharemos para comprar piezas de la rica artesanía ecuatoriana. Nos desplazaremos hacia la provincia de Napo para sumergirnos en la Amazonía para vivir momentos inolvidables en el seno de una naturaleza salvaje; disfrutaremos de las aguas termales de Papallacta rodeados de montañas.
En Quilotoa visitaremos aldeas indígenas hasta llegar al lago de azul intenso del cráter del volcán. Continuaras el viaje a través de la Avenida de los Volcanes, podrás caminar al pie del majestuoso volcán Chimborazo (6310m) y te desplazaras en el espectacular tren andino que te llevará hasta la Nariz del diablo justo antes de llegar a Ingapirca, donde aprenderás sobre una de las civilizaciones más desarrolladas en Latinoamérica: los Incas.
El viaje te llevará hasta Cuenca, ciudad colonial, multiétnica, conocida como la Atenas de Ecuador, es considerada por muchos como la ciudad más bella del país, con calles adoquinadas, fachadas polícromas y una muy bien conservada catedral.
Continuaremos hacia la región del litoral, te sorprenderás de la modernidad de la ciudad Guayaquil, la perla del Pacifico, desde aquí partiremos (como extensión) hacia la joya de la corona ecuatoriana: las Islas Galápagos, ese rincón del mundo con el que absolutamente todo viajero sueña visitar algún día. Unas islas donde la fauna salvaje es la dueña y señora del lugar y las iguanas, lobos marinos, tortugas gigantes o piqueros de patas azules –entre otras muchas especies- no se inmutan por la presencia de los viajeros que llegan hasta aquí. Mirando atrás en el tiempo, es fácil imaginar cómo debió sentirse el mismísimo Charles Darwin cuando llegó a este lugar en 1835.