Día 6 – PALERMO – Caccamo – Cefalú – LÍPARI
Desayuno buffet en el hotel.
Partimos hacia el pequeño y antiguo pueblo de CACCAMO, situado a 50 km de Palermo, probablemente fundado por los fenicios, y que posee un bonito emplazamiento entre colinas y olivares. Visitaremos su principal atractivo como es el Castillo Normando, el mejor conservado de Sicilia y uno de los mayores de Italia. Construido en el siglo XI sobre un abrupto peñasco que domina el valle, se encuentra protegido por murallas góticas almenadas. Fue desarrollado hacia abajo siguiendo una espiral, con sucesivas construcciones los siglos XIV y XV. En el siglo XVII se transformó para servir como palacio a los Prades-Cabrera, señores feudales de la zona de origen español, que le añadieron ventanas ojivales, así como una terraza, perdiendo con ello su aspecto defensivo. Por la primera entrada de la planta baja se accede a una amplia escalinata con muros almenados; por ella se llega a la segunda entrada, donde se encontraba la garita. Una vez cruzado el puente levadizo se llega al famoso Salón de la Conjura, donde tuvo lugar el hecho histórico de la rebelión de los barones normandos contra Guillermo el Malo en 1160. El castillo posee 130 estancias, de las que se visitan apenas 20. Entre otras destacan el Salón de los Nobles y los dormitorios. Las vistas panorámicas desde la amplia terraza occidental son realmente bonitas: desde la costa (Termini y cabo Zafferano), hasta el valle del rio San Leonardo, las cumbres de las Madonie, Rocca Busambra y el castillo de Vicari.
Continuamos ruta hacia la ciudad de CEFALÙ. Habitada desde época prehelénica, y dominada sucesivamente por todos los pueblos que invadieron la isla, fue el normando Roger II quien marcó su destino al construir, a partir de 1131 su magnífica iglesia. La ciudad se encuentra bajo un inmenso peñón y posee un hermoso conjunto urbano, asomado al mar, con estrechas y encantadoras callecitas (aquí se rodaron algunas escenas de “Cinema Paradiso”). Llegaremos hasta la Piazza del Duomo, una de las plazas mayores más hermosas de Sicilia, que, dominada por la maravillosa Catedral, está rodeada por el antiguo Monasterio de Santa Caterino (hoy Ayuntamiento), así como las fachadas del palacio Episcopal y el palacio Piraino.
Visitaremos la Catedral (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2015), cuya construcción comenzó en 1131 y se prolongó durante más de un siglo. Fue impulsada por el rey normando Roger II tras una promesa hecha cuando casi naufraga mientras volvía de Nápoles. Su estilo normando es mucho más claro aquí que en la catedral de Palermo. La fachada se halla precedida por una amplia terraza destinada a cementerio, para la cual se trajo tierra desde Jerusalén. Las dos macizas torres de su fachada, de 1240, están embellecidas por ventanas geminadas que le confieren un aire de fortaleza. Su interior, con planta de cruz latina, tiene tres naves separadas por 16 viejas columnas romanas (14 de granito rosa y dos de mármol cipolino) con capiteles de sínculo normando. Es interesante el techo de madera con las vigas pintadas, con clara influencia árabe. Pero sobre todo destaca especialmente el ábside, por la belleza, calidad y el vivo colorido de sus mosaicos bizantinos, realizados en 1170. Presidiendo el conjunto, el imponente Cristo Pantocrátor, sin duda el mejor mosaico de Sicilia y uno de los más hermosos del arte bizantino de todos los tiempos. Para algunos sería la representación del tipo humano siciliano: cabello rubio normando, cejas y barba negras de origen árabe, nariz fina y recta como los griegos. En actitud de bendecir con la mano derecha, sostiene con la izquierda un libro con el texto en griego y en latín del Evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo; quien me siga no caminará en las tinieblas”. En los tres registros inferiores, la Virgen reza, rodeada por los 4 arcángeles y por encima de los 12 apóstoles. Es notable la dulzura de sus rostros y la libertad de sus actitudes. Su representación de frente es típica del arte bizantino. En los muros laterales del coro y bajo la bóveda hay otros mosaicos del siglo XIII que representan a profetas, santos y patriarcas. Bajo el Cristo hay tres niveles de figuras, incluida la Virgen, flanqueada por los arcángeles y los apóstoles, por debajo. Los mosaicos de los muros laterales del coro datan de finales del siglo XIII. Los dos tronos de mármol estaban destinados al obispo de Cefalù y al monarca Roger II.
Siguiendo la vía Vittorio Emanuele se llega al sugestivo Lavatorio Medieval, ‘Fiume Cefalino’, ya mencionado por Boccaccio, una serie de pilas cavadas en la roca que fueron utilizadas por las mujeres de la ciudad hasta hace pocos años. Fue creada para aprovechar las aguas del río subterráneo que abastecía la ciudad, el Cefalino, antes de que este desembocase al mar. En realidad, la estructura medieval originaria dejó de existir en el siglo XVI, cuando el lavadero original fue suprimido y se construyó otro, cambiando su ubicación y situándole bajo la muralla exterior, donde se encuentra en la actualidad. Las bóvedas del actual lavadero fueron terminadas hacia el año 1655, cuando fue puesta en el pilar derecho de la entrada una lápida, que aún permanece en su sitio. Una ulterior reforma, que dejará el lavadero medieval tal y como lo vemos hoy, fue acometida en el año 1890. En ese entonces se crearon las pilas esculpidas en piedra «lumachella», la típica piedra gris de la zona que vemos en la pavimentación del casco antiguo. De ese mismo año es también la canalización de las aguas a través de unas cañerías en bronce cuyas bocas de agua, en forma de cabezas de león, pueden verse en la bóveda más grande. Muy cerca del lavadero medieval encontramos la Porta Pescara, reducto de la antigua muralla medieval de la ciudad. Esta puerta de arco comunica directamente la vía Vittorio Emanuele con la playa pequeña de Cefalú. La vista de las casitas de pescadores medievales, frente al mar resulta bastante idílica, con las barquitas de los pescadores al pie de la escalera, esperando salir a faenar. En este colorido lugar se filmaron algunas escenas del film Cinema Paradiso.
A continuación, nos desplazamos hasta Gioiosa Marea, donde disfrutaremos del almuerzo, en Agriturismo Santa Margherita con el maravilloso panorama que nos ofrece la vista de las Islas Eolias.
Tras la comida, continuación a Milazzo, donde tomaremos el barco rápido que nos trasladará en unos 50 minutos a la isla de Lípari, la más grande del archipiélago.
Formada por acantilados volcánicos de impresionante belleza separados por calas, las ISLAS EOLIAS (declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1997) son únicas por sus extraordinarias formaciones rocosas y volcanes así como por su historia. Localizadas en el Mar Tirreno, en la provincia de Messina, apenas cuentan con 15.000 habitantes, nos ofrecen el espectáculo de frecuentes erupciones volcánicas, actividad que ha marcado su historia. Relativamente jóvenes (un millón de años), estas últimas montañas de los Apeninos surgieron del fondo marino, provocando fallas que originaron chimeneas volcánicas que conformaron las islas. Deben su nombre a los antiguos griegos que las creyeron morada del dios Eolo, el dios del viento. También aquí, según la Odisea, Ulises hizo escala buscando refugio, y halló una isla rodeada de bronce, probablemente Lípari. En Vulcano pudo ser donde el protagonista de la Odisea se encontró con, además del dios del viento, el monstruoso Polifemo y sus compañeros, herreros legendarios al servicio del dios del Fuego, Vulcano, que dio su nombre a la isla. Las primeras islas que se formaron fueron Panarea, Filicudi y Alicudi. Las más recientes son Strómboli y Vulcano, en las que se alzan volcanes activos. A lo largo de los milenios, las erupciones han producido la piedra pómez blanca, tan ligera que flota en el agua, y la obsidiana negra y brillante, tan cortante que en la Antigüedad se utilizaba para fabricar herramientas afiladas. Los primeros hombres que arribaron a las Eolias lo hicieron en el Neolítico Medio procedentes de Sicilia y se instalaron interesados en la explotación de la obsidiana y el azufre. Entre los siglos XVI y XIV a.C. las islas se transformaron en una importante etapa en la ruta de los metales, especialmente el estaño. La lava se utilizó para construir las primeras viviendas: material sólido, poroso, perfecto para aislar de las tempestades, canículas, y para refugiarse de las lluvias traídas por los vientos desérticos. Para los cimientos se empleaban los bloques de lava, las paredes se construían con porosa piedra pómez, para el suelo la toba. Las islas fueron colonizadas por griegos, arrasada por musulmanes y repoblada por los normandos. Hasta la década de 1940, estas islas solo se conocían como cárcel para exiliados políticos. Gran parte de su población emigró a Australia y América huyendo del abandono, la miseria y las catástrofes naturales. Posteriormente, los artistas modernos se dieron cuenta de la belleza salvaje de la región, y los documentalistas y cineastas describieron con sus cámaras las Eolias, redescubriéndolas al mundo. Actualmente, sus pocos habitantes, aislados durante del resto del mundo durante varios meses al año, viven de la pesca, la agricultura, la explotación de la piedra pómez y sobre todo del turismo durante varios meses al año.
Alojamiento en Arciduca Grand Hotel.
Día 7 – LÍPARI – Panarea – Strómboli – LÍPARI
Desayuno buffet en el hotel.
Por la mañana visitaremos LÍPARI, la mayor isla del archipiélago (9.5 km de longitud y 5 km de anchura media), y la más habitada, con algo más de 11.000 habitantes. Formada por materiales lávicos, tiene su punto más alto en el monte Chirica, de 602 m de altura. En el 580 a.C. los griegos provenientes de Rodas fundaron la colonia de Lípari, a la que dotaron de muros de defensa. En el 252 a.C., los romanos decretaron duros impuestos a la isla por su apoyo a los cartagineses. En el año 839, Lípari fue destruida por una incursión musulmana que masacró y deportó en esclavitud a la población. Durante algunos siglos, Lípari quedó casi totalmente desierta, hasta la reconquista de Sicilia por parte de los normandos, que en 1083 instalaron allí al abad Ambrosio con un grupo de monjes benedictinos, erigiendo la catedral, dedicada a San Bartolomé. Después del saqueo del pirata turco Barbarroja, masacró a gran parte de la población y se llevó a los supervivientes para venderlos en África como esclavos, iniciando una época de decadencia. Para evitar otro saqueo, los españoles construyeron el macizo recinto defensivo que hoy queda. Mussolini recluyó en la lejana cárcel de Lípari a los opositores al fascismo.
Por la mañana, paseo por la ciudad vieja, para descubrir sus escondidos rincones; atravesaremos las murallas españolas y los vestigios de una fortificación griega del siglo IV a.C., así como los restos del Castillo, ubicado entre las dos marinas (Marina Lunga, el gran puerto, y Marina Corta, para los hidrodeslizadores), destaca desde lo alto y es el corazón de la isla. Habitado desde el Neolítico, luce inexpugnables murallas del siglo XVI. Después de atravesar la muralla y los vestigios de una fortificación griega del siglo IV a.C., se llega a la Catedral, dedicada a san Bartolomé, patrón de las Eolias. Fue construida en 1080 por el rey normando Roger I y completamente reconstruida en el siglo XV, tras la destrucción por Barbarroja en 1544. La fachada barroca está presidida por un macizo campanario. El gran interior basilical tiene bóvedas pintadas al fresco con historias del Antiguo Testamento del siglo XVIII. En el brazo izquierdo de la nave transversal hay una imagen de plata maciza de San Bartolomé de 400 kilos. Ocupando varios edificios dentro del castillo se encuentra el Museo Arqueológico Eoliano, con una importante colección arqueológica, que ilustra la milenaria historia del archipiélago desde la Prehistoria a la época romana. Tiempo para visitar las salas más importantes, entre las que destacamos las secciones dedicadas al Neolítico y la Edad del Bronce, que comienza con una sala consagrada a la obsidiana. Hay también una amplia muestra de los periodos griegos, especialmente vasijas de cerámica; también la compleja colección, la mayor del mundo, de casi 400 máscaras trágicas, satíricas y cómicas fabricadas para representar obras de Eurípides, Sófocles y Aristófanes. Del período romano se presentan completas variedades de tumbas. Una sección vulcanológica repasa la historia geológica de las islas, con los diferentes tipos de volcanes.
Almuerzo en Ristorante Al Pescatore (Lípari) o similar.
A continuación, realizaremos un mini crucero por las islas, comenzando por PANAREA, la más pequeña, pintoresca y exclusiva del archipiélago. Esta isla, de solo 3 x 1,5 km, y unos 200 habitantes repartidos por tres pueblos, esconde un corazón salvaje formado por senderos aromáticos, aguas turquesas y un pueblo prehistórico en un cabo que se adentra en el mar. Si hasta hace unos años no había llegado a esta isla la electricidad, hoy día, con sus casas blancas y su vegetación exuberante se ha convertido en un refugio de famosos (Agnelli o Giorgio Armani pasan largas temporadas en esta isla). Sin embargo, en sus costas se formó una de las primeras civilizaciones que poblaron el archipiélago y lo transformaron en una encrucijada del comercio en el Mediterráneo. La isla culmina en la Punta del Corvo, cuya vertiente oeste cae a plomo sobre el mar. La vertiente este, de laderas más suaves, termina en una costa formada por altas paredes rocosas volcánicas y pequeñas playas de guijarros. Su naturaleza resume la esencia de las islas Eolias, algo que descubriremos recorriéndola a pie, disfrutando de todo su color y belleza. Alrededor de Panarea, en el tramo de mar que la separa de Strómboli, hay cinco islotes, cada uno más hermoso y más pequeño que el anterior. Constituyen una especie de miniarchipiélago dentro de las Eolias: Dattilo, Lisca Bianca, Basiluzzo, Lisca Nera y Bottaro, cuyas profundidades albergan los restos de un barco mercante inglés hundido en el siglo XIX y con el fondo del Strómboli, nos transportan a un pasado arcaico, cuando todo era nuevo e impregnado de magia.
Volveremos a embarcar para trasladarnos a la más alejada, la mítica STRÓMBOLI, que solo pronunciar su nombre nos hace temblar. Recordemos el film de Rossellini, con Ingrid Bergman como protagonista, con aquella imagen amenazadora de uno de los volcanes más activos del mundo. Esta es la isla más oriental de las Eolias, una gran roca negra salpicada de agradables playas y dominada por la silueta humeante de un volcán que siempre ha atraído a miles de viajeros. Tocar tierra en Strómboli es como un ritual; a pequeños intervalos se oyen, a lo lejos, las explosiones que irrumpen en el silencio de la isla. Este volcán se ha mantenido activo durante más de dos milenios, arrojando chispas y rocas incandescentes al aire, que se pueden apreciar perfectamente por la noche.
El barco atraca en el muelle de Scari, desde el que una carretera nos lleva a San Vicenzo. Dispondremos de tiempo libre para recorrer las preciosas callecitas de su casco antiguo, subir a la plaza principal donde se encuentra la Iglesia Madre, pasear por las playas de arena negra como polvo de carbón o pasar por la Casa Rossa, donde en la primavera de 1949, durante el rodaje de Strómboli, tierra de Dios, Ingrid Bergman y Roberto Rossellini se hospedaron en este edificio rojo a los pies del pueblo y se enamoraron, escandalizando a todo el mundo con su unión (ambos estaban casados). Aunque no es posible visitarla, son muchos los cinéfilos que se detienen en la casa para hacer una foto de recuerdo de la fachada, donde una placa conmemora el romance. Enfrente de San Vicenzo, sobresale el islote de Strombolicchio, dominado por un faro sobre su espolón rocoso, y una roca cuya forma recuerda a la cabeza de un caballo.
Al atardecer tomaremos un barco para poder admirar en la noche la célebre “sciara del fuoco”, una gran depresión en forma de canal, provocado por los sucesivos colapsos del volcán. El Strómboli tiene tres cráteres por encima de la sciara del fuoco. Por sus márgenes solidificados, como si de un río se tratase, descienden hasta el mar los bloques de lava y fuego después de cada explosión. Esperemos que haya una erupción lo bastante activa para presenciar un gran espectáculo.
Finalmente, regresamos a Lípari.
Alojamiento en Arciduca Grand Hotel.
Día 8 – LÍPARI – Vulcano – CATANIA
Desayuno buffet en el hotel.
Antes de partir, realizaremos un circuito panorámico en autobús en el que recorreremos todo el perímetro de Lípari, para admirar el paisaje marino e interior de la isla, con paradas en aquellos lugares con mejores vistas. Comenzaremos por Canneto, tranquilo pueblo con una hermosa playa de arena negra y punto de partida de las spiagge blanche, playas blancas cuyo precioso color tanto de la arena como del agua, indica la presencia del polvo de la piedra pómez. A nuestro paso encontraremos yacimientos de las dos piedras volcánicas que tanta importancia histórica han tenido para Lípari, la pómez y la obsidiana. Ambas tienen el mismo origen en la riolita, una forma de lava volcánica. Uno de ellos es Cave di Pomice, una bonita bahía donde se ubicaba la explotación de piedra pómez. Desde la ladera de la montaña vemos todavía pendientes blancas que se deslizan hasta el mar, y en la costa restos de las estructuras industriales desde las que se embarcaba el mineral. El contraste de los colores y de las actividades en la playa forma un espectáculo muy pintoresco. A lo largo de toda la carretera hay vistas de las colinas de piedra pómez de Campo Blanco. Su blancura resplandeciente bajo el sol hace que parezcan grandes campos de nieve. Justo después aparece el vertido de obsidiana más importante de la isla. Continuaremos hasta llegar a Acquacalda, desde donde disfrutaremos de una hermosísima vista del archipiélago: Alicudi, Filicudi, Salina, Panarea y Strómboli. Ascenderemos por el interior hasta Quattropani, con un conjunto de casitas diseminadas entre la vegetación. Finalizaremos el tour en Quattrocchi, donde, desde su mirador, disfrutaremos de un fabuloso panorama de la escarpada costa con sus islotes, la isla de Vulcano y Sicilia.
Embarque y llegada a VULCANO, a la que se accede por el Porto di Levante. La isla eternamente humeante entre olas y barros se nos aparece como un resto de prehistoria del mundo. En esta característica isla podemos observar de forma más clara todos los fenómenos del vulcanismo. Nada más bajarnos del aliscafo, la nave que nos traslada a Vulcano, un fétido olor a huevos podridos nos golpea. Se trata del tesoro de Vulcano, sus salutíferas emanaciones de azufre de las que pronto nos olvidaremos. Llamada por los antiguos griegos Hierá (sagrada) o Thermessa (fuente de calor), aquí sitúa la mitología las fraguas de Hefesto (Vulcano para los romanos), herrero y dios del fuego, que tenía a los cíclopes por obreros. El nombre de la isla proviene de la divinidad romana y es también el origen del término “vulcanología”. A pesar de que la última erupción se produjo en 1890, el volcán nunca ha dejado de dar pruebas de su vitalidad. Todavía dan fe de ello los chorros de vapor que se filtran por el escarpado suelo formando fumarolas, que hacen que la isla huela a sulfuro, y que coloree la tierra de azafrán, anaranjado y rojo, formando fanghi (iodos) y burbujas calientes en el mar, muy apreciados por sus propiedades terapéuticas. Todo ello, junto con las playas negras, las rocas zoomorfas del promontorio de Vulcanello y aquellas que, como tentáculos de un gigantesco monstruo marino, parecen anclarla al mar, unido a una impresión de soledad y desolación, confieren a la isla una belleza inquietante. Vulcano, de 21 km2, cuenta con 469 habitantes y es muy frecuentada por los italianos que buscan remedio a sus enfermedades en sus baños medicinales. Situada a solo 1 km de Lípari, está formada por cuatro volcanes: el más meridional se extinguió en época prehistórica y forma el monte Aria, el punto más elevado de la isla (500 m). El monte Saraceno (481 m) también permanece inactivo desde la misma época. El tercero, llamado Gran Cráter o Fossa di Vulcano, (391 m), permanece con una actividad mínima después de estar en erupción durante tres años en 1888; los especialistas lo consideran especialmente peligroso por lo que está muy vigilado. El Vulcanello (123 m), en el extremo nordeste de la isla, surgió en el siglo II a.C. tras una erupción submarina y está unido por un istmo al resto de la isla, formando a ambos lados dos ensenadas, Porto Ponente y Porto Levante.
Almuerzo en Ristorante Vincenzino (Vulcano) o similar.
Dispondremos de tiempo libre para pasear por su casco antiguo, para disfrutar de sus playas de aguas tibias calentadas por las fumarolas o de los baños terapéuticos de barro caliente en el farallón de Levante, una piscina natural situada al abrigo de una roca de colores fabulosos (un derroche de amarillos y rojos) que recoge los barros sulfurosos tan apreciados por sus propiedades terapéuticas. En su interior, muchos visitantes felices y pacientes llenan del iodo caliente y burbujeante sus artritis, neuritis, eczemas, psoriasis o micosis, para después lavarse en la playa que se encuentra a pocos metros. También allí el agua burbujea vapores de azufre. Finalmente, bien envueltos en toallas, exponen la parte doliente del cuerpo a las emanaciones gaseosas que emergen entre las grietas de las rocas. Un consejo: no os deis iodo en la cara, ni mucho menos en las zonas cercanas a los ojos. Además, debéis tener en cuenta que el iodo puede dañar las joyas.
Posteriormente, traslado en barco hasta Milazzo y continuación en autobús a través de la costa Jónica de Sicilia hasta alcanzar Catania.
Alojamiento en NH Catania Centro.