Viaje a Marruecos V: Días 8 y 9, visita de Kasbah Aït Ben Haddou en Ouarzazate y Marrakech | Los viajes de Vagamundos día a día

Quinta entrega de nuestro periplo por Marruecos, que corresponde a los días 8 y 9 del circuito. En esta ocasión tendremos oportunidad de visitar el Atlas Film Studios, los estudios cinematográficos más grandes del mundo y la Kasbah de Aït Ben Haddou en Ouarzazate, que es la mayor y mejor conservada de la zona, y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Llegaremos a Marrakech, y el día siguiente lo dedicaremos por completo a visitar esta maravillosa ciudad, donde podremos conocer lugares como los Jardines de la Menara, la Mezquita Koutoubia con su almenar, las Tumbas Saadíes, el Palacio de la Bahía, el Museo Dar Si Saïd, Madrasa ben Youssef, su zoco y cómo no, la mítica Plaza de Jemaa el Fna.

Día 8 – OUARZAZATE – Kasbah de Aït Ben Haddou – MARRAKECH

Desayuno buffet en el hotel.

Antiguamente OUARZAZATE fue el punto de parada de las caravanas procedentes del Sáhara con destino a Marrakech y otras ciudades imperiales del norte del Atlas, lo que contribuyó a su desarrollo y al enriquecimiento de su tradicional cultura, que aúna la influencia bereber, árabe y de los nómadas del desierto.

Posteriormente, en 1928, los franceses la eligen como base estratégica desde la que pacificar el sur. Se encuentra situada a una altitud de 1.160 m, en la intersección de los valles del Draa y del Dadés, con la región de Agadir al oeste. Hoy es una tranquila ciudad de 120.000 habitantes, con anchas calles y jardines municipales, que se encuentra en la ruta principal que separa las montañas del desierto.

A 6 km de la ciudad, se encuentran los Atlas Film Studios, rodeados por altos muros que parecen estar defendidos por gigantescas figuras egipcias. Visitaremos estos estudios cinematográficos que ocupan 30.000 m2el mayor del mundo– y es que el desierto, los oasis, las kasbahs y los montes nevados del Atlas ofrecen un telón de fondo impagable para las películas épicas. Aquí el cartón piedra adapta el entorno a cualquier localización deseada, desde la meseta tibetana al Antiguo Egipto.

Esta versatilidad se debe a la hamada, el desierto pedregoso, de superficie dura y poca arena que caracteriza el paisaje de esta zona. Durante un siglo se han rodado en la región cientos de películas entre las que se cuentan, La última tentación de Cristo (1988), El cielo protector (1990), Kundun (1997), La momia (1999), Gladiador (2000), Alejandro (2004), Astérix et Obélix: Mission Cléopâtre (2002) o Babel (2006).

En medio de la llanura, como una montaña artificial, grandioso e inmune al paso de los siglos, se encuentra la Kasbah de Aït Ben Haddou (DECLARADO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD POR LA UNESCO EN 1987), una de las fortalezas más exóticas y mejor conservadas de la región, y uno de los lugares más fascinantes de Marruecos.

Ubicada a lo largo del río Ounila, en realidad se trata de una ciudad fortificada, esto es, un ksar término árabe magrebí del norte de áfrica que significaría «pueblo fortificado», el equivalente en occidente a castillo medieval. La palabra alcázar proviene de Al-Qars, es decir, fortaleza. La kasbah, aunque también estaba fortificada, era la casa o palacio residencia de un noble o persona adinerada (de ella deriva la palabra «alcazaba»).

Aït Ben Haddou debe su nombre a la tribu que se asentaba en estas tierras, y que inició su construcción en el siglo XVII (ben= hijos; Hijos de Haddou). Aprovecharon la pendiente de una colina para ir agrupando diversas construcciones hechas de adobe, algunas bastante modestas y otras que parecen auténticos castillos.

El lugar era una puerta de entrada y salida del desierto por la que cruzaban caravanas de nómadas, con los camellos cargados de productos exóticos, en una ruta que unía Sudán con Marrakech, vía Telouet. Miles de personas habitaban esta ciudad fortificada con pequeños palacios, plaza pública, mezquita, posada para los nómadas, un granero en la parte superior del poblado y dos cementerios, uno musulmán y uno judío.

Más tarde, las caravanas desaparecieron y la población de Ait Ben Haddou fue disminuyendo con los años. Hoy día aún sigue habitada, si bien cada vez menos, ya que sus vecinos prefieren vivir en la población nueva que hay en el otro lado del río.

Dentro de la misma se han rodado infinidad de películas, entre otras, aparte de algunas de las citadas anteriormente, la mítica Lawrence de Arabia (1962), La joya del Nilo (1985), y últimamente en series como Juego de Tronos.

Tras cruzar el río, entraremos en el intrincado laberinto de callejuelas entre altos muros marrón rojizo, terrazas escalonadas, hermosas torres almenadas decoradas con arcos ciegos y diseños geométricos, que crean un efecto de luces y sombras. Una vez dentro, sentiremos los ecos y el exotismo propio del Atlas. Ascenderemos por las calles empedradas con casitas a ambos lados y tramos de escaleras hasta llegar a la torre del homenaje, que se encuentra en ruinas, desde donde la vista se pierde en la llanura semidesértica, vislumbrando al fondo, las nevadas crestas del Atlas, en una vista realmente impresionante.

Almuerzo en restaurante local.

A través del paso de Tizi´n Tichka nos dirigimos a Marrakech, en una carretera de montaña sembrada de curvas y desniveles, aunque el entorno es maravilloso, como sacado de una pintura. Iniciamos la subida en un paisaje en el que abundan los robles, los nogales y las adelfas. La carretera asciende rápidamente y el paisaje deja de ser verde. Cuando lleguemos al puerto de Tizi´n Tichka, (2.260 m de altura), pararemos para tomar las pertinentes fotos panorámicas del paisaje lunar del Anti Atlas con el desierto sahariano al fondo.

Llegamos a MARRAKECH, ciudad imperial y capital del Sur que ejerce sobre las poblaciones de la parte meridional del país una extraordinaria atracción.

Fundada en 1062 por el sultán almorávide bereber, Yusuf ibn Tasfin, la ciudad se convertiría en uno de los centros artísticos y culturales más importantes del islam. Con su hijo Alí, Marrakech llegará a su apogeo, construyendo extensos canales subterráneos de riego que aún surten de agua los jardines de la ciudad.

Arrasada por los almohades en 1147, es reconstruida por los artesanos andaluces, siendo hasta 1269 (año de la caída de esta dinastía), capital de Marruecos. Con la llegada de los saadíes en el s. XVI, Marrakech recupera la capitalidad y la convierten en centro de las rutas comerciales del azúcar. Cuando el poder pasó a los alauitas, su líder Mulay Ismail trasladó la capitalidad a Meknes, no sin antes saquear el palacio el-Badi.

Hacia el s. XIX Marrakech entró en decadencia aunque recuperó cierto prestigio cuando Mulau al-Hassan I fue coronado allí. Después, bajo el protectorado francés se construyó la Ville Nouvelle (ciudad nueva) y la medina fue repoblada, recuperando su actividad.

Con la independencia, Marruecos se organizó: Rabat se convirtió en capital de la nación, Fez continuó siendo el centro espiritual y la cosmopolita Casablanca se dedicaba a los negocios, como siempre.

Pero, ¿qué sería de Marrakech? Sin un papel claro, la ciudad retomó su rol de caravasar y vivió un resurgimiento sin precedentes en la nación. Hippies errantes y en búsqueda de espiritualidad impulsaron la mística de la ciudad en las décadas de 1960 y 1970, y las visitas de los Rolling Stones, los Beatles y Led Zeppelin, dieron a Marrakech una gran relevancia. La moda llegó con una fuerza imparable de la mano de Yves Saint Laurent, Jean-Paul Gaultier, los editores de Vogue y supermodelos, todos en busca de alojamientos chic.

En la década de 1990 las mansiones privadas de la medina se convirtieron en B&B mientras las aerolíneas de bajo coste empezaban a soltar turistas de fin de semana frente a las puertas tachonadas de los riads.

Cena y alojamiento en el hotel ADAM PARK MARRAKECH HOTEL & SPA.

Día 9 – MARRAKECH: visita de la ciudad

Desayuno buffet en el hotel.

Por la mañana visita de los Jardines de la Menara, un espacio envuelto en un halo de leyenda y uno de los lugares más tranquilos y serenos de Marrakech. Mandado construir por el califa almohade Abd al-Mumin a principios del siglo XII, consiste en un gran huerto dividido en parcelas y un enorme estanque artificial (200 m de largo x 150 m de ancho) cuya función era recoger el agua del deshielo de las montañas del Atlas, a través de un antiguo y sofisticado sistema de canalizaciones de unos 30 kilómetros, denominado khetaras, con el fin de almacenar las reservas hidráulicas suficientes para el riego de los huertos.

El estanque está presidido por un bonito Pabellón -también conocido como Minzah- de dos plantas, de color amarillo rojizo y coronado por un techo verde en forma de pirámide. Fue encargado por el sultán Abd al-Rahman en el siglo XVI para su descanso en la época estival, y, más tarde restaurado en 1866 por el sultán Sidi Mohammed; servía a los sultanes para sus encuentros amorosos y se cuenta que uno de ellos tenía la costumbre de mandar tirar al estanque por la mañana a la elegida de la víspera. Hay que destacar también un delicioso olivar, el más antiguo y extenso de la ciudad, que posee cuarenta variedades de olivos.

Aunque no se trata propiamente de un jardín, este conjunto de huertos, con el estanque almohade bordeado a flor de agua por un paseo que refleja el elegante pabellón rodeado de cipreses, con el fondo de las cumbres del Atlas nos ofrecerá una de las imágenes imborrables de nuestro viaje.

Posteriormente nos adentraremos en la Medina de Marrakech (DECLARADO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD POR LA UNESCO EN 1985), ya que la mayoría de sus monumentos se encuentran en el interior de sus extensas y bellas murallas.

Comenzamos nuestro paseo por la medina por la Mezquita Koutoubia, la más importante de la ciudad y una de las mayores del mundo islámico. Por su imponente arquitectura y su riqueza decorativa, esta mezquita constituye una de las más notables realizaciones del arte hispano-musulmán.

Fue construida en 1158 por el califa almohade Abd al-Mumin y destaca por su alto minarete y por su color, piedra de arenisca rosada, típico de la ciudad. Su nombre, que significa «mezquita de los libreros», se debe a los numerosos puestos de libros que la rodeaban en sus primeros tiempos. Tendremos que conformarnos con verla desde el exterior, ya que solo pueden acceder los musulmanes.

El alminar, -que más tarde serviría de modelo a la Giralda de Sevilla- se empezó antes de la mezquita y se terminó después. Se trata de una expresión perfecta de la arquitectura almohade. Su decoración externa es muy refinada, armónica y diferente en cada lado, aunque se encuentra algo deteriorada. Sus estucos pintados, adornos florales y epigráficos, ornamentos trenzados y en relieve, se alternan con pinturas, azulejos verdes fileteados de blanco y arquillos ciegos.

El monumento, puede verse desde casi cualquier punto de la ciudad (mide 12,80 m de lado y 69 de altura) y está construido con piedra calcárea dura de Gueliz. Las esferas doradas que rematan la torre, según la leyenda, fueron fundidas con las joyas de oro de una mujer del califa almohade Jaqub al-Mansur.

A continuación, visita de las Tumbas Saadíes, espléndidos mausoleos construidos por el sultán Ahmad al-Mansur a finales del siglo XVI, y en los que reposan los miembros de esa dinastía.

Un siglo más tarde Muley Islmail no se atrevió a demolerlos, pero mandó construir a su alrededor un muro y selló el acceso. Fueron redescubiertas por los franceses en 1917, cuando estaban realizando un estudio aéreo para la creación de un plano de la ciudad. Posteriormente se abrió un pasillo en el muro para que los no musulmanes pudieran visitarlas sin pasar por la mezquita.

El mausoleo tiene una bonita puerta de cedro con grabados y comprende tres pequeñas salas. La Sala del Mihrab, con arco de herradura apuntado sobre finas columnas de mármol; una claraboya y tres ventanas altas iluminan las tumbas de mármol; la balaustrada de madera esculpida señala la tumba del sultán loco Mulay el-Yazid, famoso por su crueldad.

La Sala de las Doce Columnas, en el centro, está considerada uno de los mejores ejemplos de arte decorativo andalusí-marroquí. Se encuentra rematada por una cúpula de mocárabes de madera de cedro tallada y dorada, que carga sobre doce columnas de mármol italiano, donde se encuentran las tumbas de Ahmed Al-Mansur, su hijo y su nieto. La decoración de la sala es suntuosa, con ornamentos de estuco o madera pintada y dorada, profusamente elaborados y con estalactitas que cuelgan con arabescos y motivos geométricos modelados en yeso.

La Sala de los Tres Nichos, contiene tumbas de niños. El mausoleo que hay en el centro del jardín contiene la muy venerada sepultura de Lalla Mesauda, madre de «El Dorado».

Seguimos con el Palacio de la Bahía («la Bella») un conjunto compuesto, además del propio palacio, por unos espectaculares jardines. Su construcción llevó más de una década y fue llevada a cabo por el gran visir del sultán, Abdelaziz Si Moussa.

A finales del siglo XIX quedó en manos de Abu Bou Ahmed, un esclavo negro favorito del sultán Mulay el-Hassan, que llegó a ser visir. éste lo embelleció y le dio la forma que hoy podemos ver. Se trata de un ejemplo de residencia privada islámica; en las 8 hectáreas de extensión que tiene el palacio se ubican 150 habitaciones que dan a diversos patios y jardines.

Durante nuestro recorrido por los lugares más interesantes podremos imaginar cómo debía de ser la vida en este palacio. Destacamos el harén de las 4 esposas y las 24 concubinas de Abu Bou Ahmed, con estancias suntuosamente decoradas e impregnadas de una atmósfera íntima, donde los artesanos marroquíes han dejado muestra de su destreza; el patio de honor, con un estanque en el centro y una pequeña fuente. El suelo es de mármol y azulejos y se encuentra rodeado por una galería con vidrieras y columnas estriadas de madera. El menzah (pabellón ornamental) y la terraza, desde donde puede verse un panorama de la ciudad y sus alrededores; muy destacada también es la gran sala del Consejo, profusamente decorada, con paredes alicatadas con porcelana y, con un extraordinario techo de madera elaborado en cedro pintado.

Es de lamentar que todas las habitaciones del palacio se encuentran completamente vacías, y es que al morir el visir, muchos de sus habitantes, incluidas sus esposas y el propio sultán, desvalijaron por completo todas las estancias. Afortunadamente, la bellísima decoración del techo aún la podemos contemplar intacta.

Muy cerca, se encuentra el Museo Dar Si Saïd, construido en el s. XIX por Si Saïd, hermano del gran visir Bou Ahmed, este encantador palacio, ahora museo, solo por su decoración a base de alicatados zellij, complejas molduras de escayola y cúpulas de madera labrada o pintada, merece la visita. De acuerdo con la tradición islámica, el palacio está rodeado de sólidas murallas y se compone de un edificio central de dos alturas dispuesto en torno a varios patios porticados. Además cuenta con un jardín andaluz, un pabellón y una fuente en el centro.

La suntuosa sala de Recepciones de la planta superior es una joya, destacando la cúpula de cedro y las paredes, con alicatado zellij y un friso de estuco. Convertido en Museo en 1932, dedicaremos tiempo a visitar sus salas que albergan colecciones de alfombras, puertas, arcones, armas, cerámica, trajes y joyas que ilustra la maestría de los artesanos del Alto Atlas, del Anti Atlas y el sur de Marruecos. También encontraremos piezas procedentes de excavaciones arqueológicas y de fragmentos arquitectónicos de Fez.

Almuerzo en restaurante local.

Continuamos con la Madrasa ben Youssef, la más importante de Marrakech. Esta escuela coránica, que debe su nombre a la mezquita cercana, es la más grande de Marruecos.

Fundada por el sultán Abou al Hasan en el siglo XIV, fue totalmente reconstruida por los saadíes, con una serie de edificios de inspiración meriní, que hizo construir el sultán Abdallah al-Ghalib en 1565. Posee 130 celdas que permitieron alojar hasta 900 estudiantes. Cruzaremos la puerta de pesados batientes de bronce, que nos dará acceso a un pasillo decorado con mosaicos y vigas esculpidas.

El patio, de forma rectangular, está enlosado con mármol blanco y en el centro tiene un estanque que servía para las abluciones. Los zócalos de las paredes son de azulejos multicolores y la parte superior está cubierta de estucos delicadamente cincelados. El techo acaba en un tejadillo de cedro tallado. A los lados del patio, sobre las galerías soportadas por gruesos pilares, se alinean las ventanas de las celdas de los estudiantes.

Llegaremos a un bellísimo portal labrado que da a la sala de oración, dividida en tres partes por finísimas columnas y rematada por una cúpula piramidal de cedro, bajo la que corre una hilera de 24 ventanitas de medio punto con celosías de estuco calado. El mihrab está adornado con escayola esculpida formando encajes.

Como en todas las ciudades marroquíes, el Zoco es uno de sus mayores atractivos, y en Marrakech no lo iba a ser menos. Nos volvemos a encontrar con ese laberinto de callejuelas en los que se despliega toda la riqueza de una artesanía variadísima y visitantes de todo tipo, desde habitantes de la ciudad, montañeses del Atlas, gentes del sur y turistas. Recorreremos los diversos zocos donde, como siempre, encontraremos a los artesanos agrupados por gremios, confeccionando babuchas, tejiendo alfombras, tiñendo telas o martilleando el metal.

Finalmente desembocaremos en la mítica Plaza de Jemaa el Fna (DECLARADO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD POR LA UNESCO EN 2008), el lugar más importante de la medina y donde se desarrolla la vida pública tanto de día como de noche. Aunque es interesante en cualquier momento, a la hora de la caída del sol el escenario se vuelve mágico: desaparecen los tenderetes de la mañana y se abren multitud de puestos de comida, que llenan el ambiente de apetitosos aromas; malabaristas, adivinadores, cuentacuentos, músicos, encantadores de serpientes, acróbatas o inofensivos lunáticos, vendedores de zumos, puestos de henna, y herbolarios dispuestos a prescribirnos alguna poción para cualquier dolencia, pueblan este legendario lugar.

También debemos tener especial cuidado con nuestras pertenencias, porque allí se mueven a sus anchas los timadores y carteristas.

Cena y alojamiento en el hotel ADAM PARK MARRAKECH HOTEL & SPA.

EL ACEITE DE ARGáN, EL ORO LíQUIDO DE MARRUECOS (artículo)
El argán es un árbol silvestre que crece sobre todo en Marruecos. En menor escala, se pueden encontrar en Argelia, México, algunas zonas de España y últimamente se está cultivando con cierto éxito en Israel.

Sin duda la zona donde se encuentran condiciones más favorables para producir frutos óptimos, y en cantidad suficiente, es la que se encuentra entre Agadir y las montañas del Atlas.

El árbol del argán (argania spinosa), posee un tronco rugoso y ramas espinosas que llega a alcanzar los 10 m de altura y está adaptado para sobrevivir en terrenos áridos y semiáridos.

Este árbol es único en su especie, y está presente en nuestro planeta desde hace más de 60 millones de años. Puede vivir entre 150 y 200 años, aunque se han encontrado algunos de 250 años de edad.

Resiste temperaturas de 50ºC, y en periodos largos de sequía puede eliminar todas sus hojas y entrar en una especie de hibernación hasta que las condiciones de humedad sean favorables.

Sus raíces tienen 5 veces el volumen del árbol y pueden penetrar hasta 20 m en el subsuelo.

Los frutos del argán son parecidos a las aceitunas, pero algo más grandes y cuando están maduros son de color amarillo. Es carnoso y de sabor bastante amargo. Se cosechan hacia finales de la primavera, entre mayo y junio. En su interior hay un hueso muy duro que encierra las semillas, suelen encontrarse entre 1 y 3. La extracción de las semillas del hueso se realiza siempre manualmente.

Las semillas del argán son casi planas, de color beige y de forma almendrada. De ellas es de donde se obtiene el aceite de argán. Son muy delicadas, ya que rotas o con magulladuras se oxidan rápidamente y no proporcionarán luego un aceite de buena calidad. Por ello hay que ser muy preciso al golpear los huesos. Para producir un litro de aceite de argán se necesitan 30 kilos de frutos y 15 horas de trabajo manual.

Existen dos tipos de aceite de argán: el comestible y el cosmético.

El aceite de argán comestible se utiliza desde hace siglos en Marrueco. Se obtiene de las semillas ligeramente tostadas del argán, y además de emplearse en la alimentación -es una exquisitez gastronómica-, las mujeres bereberes lo utilizan como tratamiento cosmético para la piel y el cabello. Su consumo regular es muy bueno para la salud. Previene el daño celular causado por acción de las radicales libres, reduce el colesterol y la hipertensión arterial. Sobre la piel se emplea para tratar acné, eczemas, estrías y dermatitis.

El aceite de argán cosmético se obtiene de las semillas crudas del argán. Este tipo de aceite tiene su origen a finales de la década de 1990, a raíz del interés que despertó en la industria cosmética por sus propiedades. Algunos estudios de laboratorio determinaron que extrayendo el aceite de las almendras sin tostar no se destruía la vitamina E o tocoferol, potenciando de esta forma las propiedades cosméticas del aceite comestible. Se utiliza para el tratamiento de problemas de la piel y para masajes (hidrata, relaja y suaviza la piel), también en el cuidado del cabello (aporta fortaleza, luminosidad, suavidad y brillo), pero su virtud principal es su poderosa acción anti-arrugas. Su alto contenido en vitamina E le otorga extraordinarias propiedades antioxidantes, esenciales para combatir el envejecimiento.

Cómo diferenciarlos: El aceite cosmético es amarillo dorado, casi no tiene olor y no se puede ingerir, ya que pueden ser indigestos; el aceite comestible es de color miel y, huele como a avellanas tostadas.

Dónde adquirirlo: El aceite de Argán puro se puede adquirir, sobre todo, en tiendas de productos naturales y farmacias en Marrakech, y en cooperativas en el camino de Marrakech a Essaouira.

Compartir

Viajar con Vagamundos es mejor