Día 6 – JERUSALÉN: Vieja Jerusalén – Muro de las Lamentaciones – Explanada de las Mezquitas – Cardo Romano – Vía Dolorosa – Santo Sepulcro – BELÉN (Basílica y Gruta de la Natividad) – Herodium
Desayuno buffet en el hotel.
Hoy dedicaremos gran parte del día a la visita de la Ciudad Antigua de Jerusalén, sin ninguna duda, uno de los lugares más fascinante del mundo, que cuenta con una historia que abarca más de 3.000 años, aunque dentro de sus muros la vida continúa casi de la misma forma que en siglos pasados. Visitaremos sus lugares sagrados, exploraremos sus barrios y nos sumergiremos en la historia de judíos, musulmanes y cristianos; también tendremos oportunidad de regatear en sus zocos al final de la tarde, cuando la Ciudad Vieja ofrece su aspecto más fascinante, con las murallas bañadas por la cobriza luz del sol. El diseño actual de las calles data en gran parte de la época bizantina. El trazado de las murallas ha sido modificado en varias ocasiones a lo largo de la historia. Las que actualmente podemos contemplar se deben a la última restauración realizada entre 1537 y 1541 por Solimán el Magnífico. Tienen un perímetro de casi 4 km, la altura aproximada es de 13 m por 3 m de ancho, y poseen 34 torreones con sus respectivas almenas. Ocho puertas dan acceso al interior de la ciudad, casi todas ellas ubicadas en el lugar donde antes hubo otras. Las más importantes son: la puerta de Jaffa, la puerta de Damasco, la puerta del Estiércol y la puerta de los Leones (donde da comienzo la Vía Dolorosa).
Intramuros, la Ciudad Vieja coincide con la Ciudad Santa venerada por las tres religiones monoteístas, y se divide en cuatro barrios vagamente definidos. El Barrio Musulmán es el más grande y con mayor población; también el más pobre. Creado en tiempos de Herodes el Grande, su trazado actual se definió en época bizantina. En el siglo XII fue ocupado por los cruzados, de ahí la gran riqueza en iglesias y otras instituciones cristianas, como la Vía Dolorosa. En los siglos XIV y XV, los mamelucos lo reconstruyeron a fondo y edificaron hermosas mezquitas, madrasas y albergues. La zona del Barrio Judío, en tiempos de Herodes limitaba con el recinto del Templo, y estaba ocupada por la élite sacerdotal. A finales de la época romana, a los judíos se les prohibió vivir en Jerusalén, pero bajo el dominio árabe, más tolerante, se restableció aquí una pequeña comunidad. Con los otomanos, el barrio se convirtió en una zona mayoritariamente judía. En el siglo XVI, la peregrinación al Muro de las Lamentaciones –único vestigio que queda del Templo– ya era una tradición. En 1967 comenzó la reconstrucción tras los destrozos de la guerra. Bajo el dominio bizantino, el Barrio Cristiano se extendió rápidamente. Se concentró en el extremo sur de la ciudad, en torno a la gran basílica del Santo Sepulcro, con multitud de iglesias, patriarcados y hospederías de las numerosas confesiones cristianas de la ciudad. Al sur se halla la zona del Barrio Armenio, una de las partes más tranquilas de la Ciudad Vieja. Armenia fue la primera nación en abrazar oficialmente el cristianismo, en el año 301. Los armenios se establecieron en Jerusalén en el siglo IV adoptándola como capital espiritual. Desde entonces han vivido aquí de forma ininterrumpida. En la actualidad viven muy aislados con sus propias escuelas, biblioteca y seminario.
Llegada al conocido como Muro de las Lamentaciones, un colosal muro blanco de bloques de piedra, el lugar más sagrado y núcleo del judaísmo, vestigio del Templo de Jerusalén. El muro, cuyo nombre en hebreo es Ha-Kotel («Muro Occidental») se refiere no solo a la pequeña sección de 60 metros de longitud que podemos ver en el Barrio Judío, sino a toda la pared de 488 metros, en su mayoría tapada por los edificios del Barrio Musulmán. Es uno de los cuatro muros de contención alrededor del monte Moriah, erigidos por Herodes el Grande en torno al 20 a.C. para ampliar la explanada sobre la que fueron edificados el Primer y el Segundo Templo de Jerusalén, formando lo que hoy se conoce como la Explanada de las Mezquitas (Explanada del Templo, por la tradición judeocristiana). Las piedras de la parte baja son de tiempos de Herodes y las de arriba, de menor tamaño, datan de la época de Solimán el Magnífico. El Primer Templo de Salomón, fue construido en el siglo X a.C., y destruido por los babilonios en el 587 a.C. El Segundo Templo, fue construido por Zorobabel (gobernador de Judea nombrado por Ciro II) en el año 536 a.C., a la vuelta del exilio en Babilonia, y ampliado por mandato de Herodes el Grande en el siglo I a.C.; destruido nuevamente por los romanos durante la primera guerra judeo-romana (año 70 d.C.), solo queda una parte del muro exterior en pie. El entonces general Tito dejó este muro para que los judíos recordaran siempre que Roma había vencido a Judea. Sin embargo, los judíos lo atribuyeron a una promesa hecha por Dios, según la cual siempre quedaría en pie al menos una parte del sagrado templo como símbolo de su alianza perpetua con el pueblo judío. También se cree que la presencia divina –shekhina–, nunca ha abandonado sus piedras. Por ello los judíos han orado frente a este muro durante los últimos dos mil años, con el convencimiento de que este es el lugar accesible más sagrado de la Tierra, ya que no pueden entrar en el interior de la Explanada de las Mezquitas, que sería el más sagrado de todos.
En 1948, se vieron privados del acceso al muro cuando la Ciudad Vieja fue invadida por los jordanos y se expulsó a los judíos. En 1967, tras la guerra de los Seis Días, entraron en el lugar y su primera acción fue arrasar las casas árabes vecinas y abrir la plaza actual. La zona frente al muro funciona como una gran sinagoga al aire libre, dividida en dos partes: una pequeña sección al sur para las mujeres y otra mucho mayor al norte para los hombres. Los fieles recitan la Torá, colocan sus manos sobe las piedras y rezan oraciones. Son curiosos los movimientos de balanceo hacia delante y hacia atrás con los que rezan. Es habitual el gesto de poner sus plegarias y peticiones escritas en un papelito que colocan en algún hueco del muro.
Continuamos con otro lugar no menos sagrado, como es la Explanada del Templo (*) también conocido como Explanada de las Mezquitas, Monte del Templo (Har Ha-Bayit, para los judíos) o Noble Santuario (en árabe, Al-Haram ash-Sharif). Se trata de uno de los lugares más venerados de la historia de la humanidad, y por tanto fuente de grandes disputas. Está considerado el tercer lugar más santo en el islam (después de La Meca y Medina), y el lugar más sagrado del judaísmo, ya que aquí estuvo ubicado el Primer Templo, erigido por el rey Salomón, custodio del Arca de la Alianza con las Tablas de la Ley; albergó más tarde el Segundo Templo, ampliado por Herodes el Grande y destruido por los romanos. Se trata de una vasta explanada rectangular de aproximadamente 15 hectáreas plagada de testimonios históricos y arqueológicos y espléndidos monumentos religiosos. La plaza está dominada por tres edificaciones monumentales de principios del período omeya: la Cúpula de la Roca, la Mezquita de al-Aqsa, y la Cúpula de la Cadena, así como cuatro minaretes.
La joya de la Explanada de las mezquitas es la cúpula de la Roca, símbolo imperecedero de la ciudad y uno de los edificios más fotografiados del mundo. Se trata de uno de los primeros y principales logros de la arquitectura islámica. La cúpula debe su nombre a la roca que guarda en su interior, sagrada tanto para musulmanes como para judíos. Según la tradición judía, es aquí donde Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22, 1–2); mientras que la tradición islámica asegura que el profeta Mahoma ascendió al cielo desde este punto. Construida entre 688 y 691 por el califa omeya Abd el-Malik, el santuario fue erigido con el propósito de proclamar un epicentro islámico en Tierra Santa. Para ello decoró todo el monumento con mosaicos y versos del Corán, y la cúpula se cubrió con oro puro para que simbolizara el faro del islam. La cúpula original despareció tiempo atrás y la que se puede ver ahora está revestida de 5.000 placas de oro (80 kilos) donadas por el fallecido rey Husein de Jordania. De una gran armonía, el santuario reproduce elementos de las arquitecturas clásicas y bizantina, como la rotonda del Santo Sepulcro. El edificio posee planta octogonal y cuatro puertas orientadas a los cuatro puntos cardinales; los muros externos están revestidos en la parte inferior del mármol gris y la parte superior está decorada con azulejos blancos, azules, verdes y dorados junto a inscripciones coránicas de gran belleza. El interior está espléndidamente decorado: antiguas alfombras sobre el pavimento, mármoles y mosaicos; la cúpula, con una elaborada decoración floral y varias inscripciones en caligrafía árabe, se eleva sobre doce columnas de mármol policromada con capiteles diferentes, todas ellas, excepto tres, procedentes de edificios anteriores romanos o bizantinos. En el centro, rodeado de un doble deambulatorio, se encuentra la Roca Sagrada, con unas dimensiones de 10 m de longitud, 11 m de ancho y 2 m de altura.
Separada de la Cúpula de la Roca por un gran patio, se encuentra la mezquita Al Aqsa (“la más lejana”), el lugar más sagrado de la explanada para los musulmanes. Su nombre hace referencia al viaje que hizo Mahoma de camino al cielo para recibir las enseñanzas de Alá. Está prohibida la entrada a los no musulmanes. Fue levantada por el califa Al Walid I entre los años 705 y 715, en el lugar del Primer Templo de Salomón. Algunos cristianos lo veneran como el lugar donde Jesús volcó las mesas de los cambistas y los echó del templo (Mateo 21, 13). La estructura de la mezquita fue destruida y reconstruida al menos cinco veces debido a sucesivos terremotos. El aspecto actual, incluida la cúpula, se debe a la última reconstrucción en el año 1035 ordenada por el califa fatimí Ali az-Zahir. Durante las cruzadas se convirtió en el cuartel general de los templarios. Cuando Saladino reconquistó Jerusalén en 1187, la mezquita fue rehabilitada y embellecida. Nuevas renovaciones, reparaciones y adiciones fueron llevadas a cabo por los sucesivos gobiernos ayubíes, mamelucos y otomanos. La fachada posee siete arcos góticos del siglo XII. Su interior es un espacio rectangular (90 m x 60 m) compuesto por siete naves divididas por columnas de mármol blanco de carrara, con capacidad para acoger 5.000 fieles. El tambor de la cúpula está adornado con mosaicos e inscripciones coránicas realizadas por orden de Saladino, al que también se debe el mihrab construido con material de los cruzados.
Hay además en la explanada otros monumentos más pequeños, como la cúpula de la Cadena, anteriormente conocida como Casa del Tesoro, construida en el año 691 por el califa omeya Abd al-Malik. Se trata de una estructura sencilla soportada por 17 columnas (originalmente tenía 20) contigua a la cúpula de la Roca. Los azulejos del interior son espléndidos. Cuenta la leyenda que Salomón colgó una cadena de la cúpula y aquellos que juraban en falso mientras la sostenían eran alcanzados por un rayo.
Muchos de los edificios que bordean la explanada son madrazas (escuelas coránicas). De ellas, la madraza Ashrafiyya, en el lado oeste y construida en 1482 por el sultán Qaitbey, es una obra maestra de la arquitectura islámica, en la que destaca la puerta ornamentada con todos los elementos destacados del diseño mameluco; contigua se alza la madraza Uthmaniyya, cuya sección superior luce hermosas decoraciones con formas de rueda hechas con incrustaciones de piedras amarillas y rojas. En el extremo norte se encuentran la madraza Isardiyya, con tres cúpulas, y la anexa, Malekiyya, ambas del siglo XIV. También destacamos cuatro alminares edificados entre la segunda mitad del siglo XIII y finales del siglo XIV.
Dejamos la Explanada, y nos adentramos en el barrio judío, que posee restos de casi todas las fases de destrucción y reconstrucción de la historia de Jerusalén. Uno de los lugares más significativos es el Cardo Máximo, la antigua calle que atravesaba la ciudad de parte a parte. Fue trazado por los romanos y ampliado en el siglo IV, cuando los peregrinos cristianos comenzaron a acudir en masa a Jerusalén. En la época de las cruzadas, el Cardo se convirtió en un mercado cubierto; en algunas zonas se pueden apreciar parte de las ruinas del Primer y Segundo Templo; la sección norte se conserva como galería comercial con elegantes tiendas.
Pasamos al barrio musulmán para sumergirnos en el bullicioso mercadeo, entre puestos con especias, dátiles de Jericó, perfumes orientales, artesanía de cuero y kufiyas (el pañuelo palestino). Como para confirmar que Jerusalén es una rica amalgama de culturas y creencias, el barrio musulmán está atravesado por la Vía Dolorosa, la que recorrió Jesús cargado con la cruz camino del monte del Calvario. Esta tradición cristiana fundada en el siglo XII (aunque algo parecido había existido ya en Jerusalén desde los primeros siglos cristianos), en realidad se trata de un ceremonial simbólico, ya que saber cuál fue el itinerario exacto que Jesús siguió con la cruz, es hoy imposible. De hecho, a lo largo de los siglos el trazado y el número de estaciones se han modificado varias veces. Actualmente el recorrido consta de 14 estaciones comenzando en la Puerta de los Leones y finalizando en la iglesia del Santo Sepulcro, donde se sitúan las 5 últimas. Este itinerario está basado en la procesión organizada por los Franciscanos en el siglo XIV. A lo largo del recorrido, cada estación viene resaltada por alguna iglesia o capilla u otro signo de carácter cristiano, a excepción de la primera, que está dentro de un recinto musulmán.
La Vía Dolorosa finaliza en la iglesia del Santo Sepulcro, ya en el barrio cristiano. Construida en torno al lugar en el que se cree que tuvo lugar la crucifixión, entierro y Resurrección de Jesús (Gólgota en arameo y Calvario en latín), esta compleja iglesia es la más importante de la Cristiandad. Las reconstrucciones y añadidos que le han dado forma a lo largo de los siglos, y su división en capillas y espacios asignados a seis confesiones (griegos, armenios, coptos, sirios, abisinios y católicos), la convierten en un edificio enrevesado. Para evitar enfrentamientos entre ellas, desde la época de Saladino (siglo XII), las llaves están en posesión de la familia musulmana Nusseibeh (la más antigua de Jerusalén), que se encarga de abrir y cerrar las puertas cada día.
En el año 135 d.C., Adriano mandó construir en el lugar un templo en honor a Venus. En el 326 la emperatriz Helena, madre de Constantino, y Macario, el obispo de Jerusalén, demolieron el templo y encontraron intactos el sepulcro de Cristo junto a la verdadera Cruz. Se edificó una bonita basílica consagrada en el año 335 en pleno corazón de Aelia Capitolina, la nueva ciudad romana que Adriano construyó sobre los escombros de la antigua Jerusalén. La inauguración coincidió con el desarrollo de las peregrinaciones de cristianos a la Ciudad Santa. Destruida por los persas en el año 614, se fueron sucediendo nuevos santuarios e iglesias destruidos por ejércitos invasores y reconstruidos en el mismo lugar. En 1048 el emperador bizantino Constantino Monómaco edificó un nuevo templo, pero tras varios incendios y terremotos, un siglo después fue objeto de grandes reformas por los cruzados. La iglesia que vemos hoy es, esencialmente, una estructura cruzada de origen bizantino. En 1808 un nuevo incendio obligó a restaurarla. La cúpula de la rotonda fue terminada 1868. Resulta imposible explicar la forma del recinto atendiendo a las clasificaciones canónicas: no es de planta de cruz latina ni consta de bóvedas de cañón o de crucería como nuestras catedrales europeas; su diseño es irregular de piedra y mampostería; se podría decir que la iglesia es la expresión clásica de la arquitectura francesa medieval interpretada por el arquitecto de los cruzados, el maestro Jourdain, ejecutada en un estilo que se ha llamado de “transición” entre el románico y el gótico. Sin embargo, donde más reina la confusión es su interior.
La fachada principal consta de dos cuerpos superpuestos semejantes, separados por cornisas finamente decoradas; el tejado está coronado por dos cúpulas de diferente tamaño. Su interior, con una iluminación tenue y una atmósfera impregnada de incienso, infunde, tanto en el creyente como en el que no lo es, un profundo sobrecogimiento. Una amalgama de estructura adosadas, de aspecto un tanto caótico y oscuro, recorridas por un gran número de peregrinos y visitantes de todo tipo. Es el resultado de incesantes construcciones y reconstrucciones desde el Imperio Romano hasta nuestros días. Cada período ha dejado su huella en la arquitectura del edificio, al igual que en la organización de sus espacios rituales, repartidos al milímetro entre las distintas confesiones cristianas que históricamente la han gobernado.
A la entrada se encuentra la Piedra de la Unción, una losa de piedra, donde, según la tradición descansó el cuerpo de Jesús envuelto en un sudario antes de ser enterrado. A la derecha de la puerta principal, una escalera sube al Gólgota, donde se encuentran la capilla de la Crucifixión y la capilla ortodoxa griega del Calvario, divididas por dos gruesas pilastras. Bajo el altar de esta última está el lugar en el que se cree que fue crucificado Jesús. Justo debajo del Calvario, se encuentra la capilla de Adán, donde una leyenda dice que fue enterrado Adán, bajo el lugar donde sería colocada la cruz. Cerca se encuentra el Katholikón, una nave construida por los cruzados, con una cúpula decorada con mosaicos entre los que destaca la figura de Cristo en Majestad, así como una antigua lámpara que cuelga en el centro y los múltiples iconos que rodean el conjunto. Más abajo está la cripta de Santa Helena, una capilla de tres naves donde según la tradición, Helena excavó y descubrió tres cruces. La Vera Cruz fue identificada cuando un hombre enfermo recuperó la salud después de tocarla. Aunque esta cripta la construyeron los cruzados, los muros laterales son los cimientos de la basílica del siglo IV; la pequeña capilla de los Coptos (1573) conserva un fragmento de la tumba como reliquia. La Rotonda, es la parte más majestuosa de la iglesia, un monumento en forma de mausoleo romano construido en el siglo IV para celebrar la resurrección de Cristo. Por eso, desde el principio se le llamó Anástasis (Resurrección). Tiene forma circular con dos elementos arquitectónicos concéntricos separados por un deambulatorio; su cúpula, de 11 m de altura, se apoya en 18 columnas. En el centro de la Rotonda, se halla el templete del Santo Sepulcro, y bajando algunos peldaños llegamos al Santo Sepulcro (visita que se realizará siempre que el tiempo lo permita), en cuyo interior está la tumba. Se llega mediante un pequeño vestíbulo, o capilla del Ángel, que contiene la roca en la que el angel anunció la Resurrección de Cristo. Desde aquí se entra en la estancia donde una losa de mármol cubre el lugar en el que se supone que yació el cuerpo de Jesús. Todo el conjunto está iluminado por lámparas y velas que crean un ambiente etéreo e irreal. Tanto si se profesa la fe cristiana como si no, será imposible no sentir una honda conmoción interna.
Almuerzo en restaurante local.
A continuación, nos dirigimos a BELÉN (*) ciudad situada a unos 9 km de Jerusalén, y ubicada en el centro de Cisjordania (Palestina), sobre dos colinas, como dos atalayas mirando al desierto de Judea. Su población ronda los 30.000 habitantes, de los cuales aproximadamente un 65% son musulmanes, y el resto de distintas confesiones cristianas (luteranos, siriacos, armenios, católicos y ortodoxos). La mención más antigua de la ciudad de la que se tiene constancia data de las Cartas de Tell el-Amarna (1350-1330 a.C.), en la que un reyezuelo de Jerusalén pide en ella apoyo al faraón contra la insubordinación de Bit-Lahmi (Belén). En el Antiguo Testamento, es sobre todo la ciudad cuna del rey David, el hijo menor de Isaí, elegido por Dios de entre sus hermanos y ungido por el profeta Samuel como segundo rey de Israel. Belén tiene un especial significado religioso para los cristianos al ser el lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret, según los evangelios de Lucas y Mateo. Más adelante, en el 313 d.C., al establecer Constantino la libertad de culto en el Imperio Romano, Belén se convirtió en un próspero enclave de peregrinación, con muchos monasterios e iglesias. Incluso después de la conquista musulmana de la ciudad en el año 638, se firmó un tratado que garantizaba a los cristianos el derecho de libertad religiosa. Entre 1948 y 1957 perteneció al reino hachemita de Jordania. Formó parte de los territorios ocupados por Israel a raíz de la guerra de 1967. Tras los acuerdo de Oslo de 1993 está bajo control de la Autoridad Nacional Palestina.
La principal razón por la que millones de peregrinos van cada año a Belén es la iglesia de la Natividad (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2012), construida sobre la gruta donde tradicionalmente se cree que nació Jesús de Nazaret. La primera edificación data del siglo IV después de Cristo, por orden del emperador romano Constantino I. En el año 540 Justiniano la modificó notablemente, y esa estructura es la que se ha conservado hasta hoy. Cuando los soldados persas invadieron Belén en 614 con la intención de destruir todas sus iglesias, se dice que dejaron indemne la iglesia de la Natividad cuando vieron en ella un mosaico que representaba a los Reyes Magos con atuendos persas. Aunque su tosca fachada más parece una fortaleza que una iglesia, su interior ha mantenido el mismo grado de espiritualidad a lo largo de los siglos. Administrada de forma conjunta por católicos, ortodoxos, griegos y armenios, con derechos menores para los ortodoxos sirios y coptos, es una de las iglesias más antiguas del mundo. Se accede por una pequeña puerta, la puerta de la Humildad, que se redujo en la época de los cruzados para impedir la llegada de soldados a caballo. Se trata de un complejo formado por varios edificios. La basílica sigue el típico diseño de planta románica, con cinco pasillos delimitados por sendas filas de columnas corintias que acaban en el ábside oriental donde se encuentra el santuario. El interior de la iglesia está decorado por bellos mosaicos dorados que cubren las paredes laterales; el pavimento romano es visible a través de una trampilla existente en el moderno pavimento. El gran iconostasio dorado de 1764, es un excelente trabajo pintado al estilo bizantino en madera, tallada dividido en tres partes con catorce escenas de los Evangelios. Una gran colección de lámparas iluminan las cinco naves del templo. Por los laterales del coro, a través de dos puertas de bronce de tiempos de los cruzados, se baja a la Gruta de la Natividad, iluminada solo con farolillos e impregnada del misterio de lo eterno; una estrella de plata de 14 puntas, señala el lugar donde, al parecer, nació Jesús. La capilla del Pesebre (el Belén), a un lado de la gruta representa la escena de la Natividad y la capilla de enfrente alberga el altar de la Adoración de los Reyes Magos que conmemora la visita de Melchor, Gaspar y Baltasar. En la Gruta se manifiesta también la tensa paz del status quo que existe en la Iglesia de la Natividad entre las distintas confesiones que administran la iglesia. Un ejemplo son las lámparas del techo: seis pertenecen a la iglesia griega, cinco a la armenia y cuatro a la católica romana.
A 18 km de Belén se encuentran las ruinas del Herodión, un palacio-fortaleza construido por Herodes el Grande entre los años 23 y 15 a.C., tras una victoria militar sobre los asmoneos de Jerusalén. Los árabes de la zona lo conocieron durante siglos como la “Montaña del Paraíso”. El Herodión hizo las veces de residencia estival, monumento honorífico y mausoleo (aquí fue enterrado después de morir en Jericó), aunque también funcionó como sede administrativa, pues el monarca lo convirtió en capital de una toparquía. Los zelotes se refugiaron aquí durante la primera guerra judaica (66-70 d.C.). Un año después los romanos derribaron la fortaleza, pero los restos arqueológicos han permanecido hasta la actualidad. Durante la segunda revuelta, entre los años 132 y 135 d.C., se convirtió en el cuartel general del líder judío Bar Kojba. En previsión de un ataque romano, los rebeldes excavaron varios túneles para escapar. Hacia el siglo V el lugar pasó a ser un monasterio con celdas y capilla, donde aún se pueden ver símbolos cristianos tallados. Posteriormente el lugar fue abandonado y sepultado por las arenas del desierto. El edificio, de forma circular, está rodeado por dos murallas concéntricas defendidas por una torre circular en el lado este y tres torres semicirculares al norte, sur y oeste. También se distinguen los baños del palacio, el triclinio (comedor) y fragmentos de mosaicos, todo de tiempos de Herodes, que demuestran el esplendor originario del conjunto. El 8 de mayo de 2007, arqueólogos israelíes de la Universidad Hebrea de Jerusalén anunciaron el descubrimiento en el Herodión de la tumba de Herodes el Grande. Desde lo alto se disfruta de una magnífica panorámica del Mar Muerto, Belén y la ciudad de Jerusalén. Al pie del cerro se encuentra el Herodión Inferior, con un segundo palacio y una serie de edificios para el rey y su familia y sus amigos; toda la llanura fue cubierta de edificios formando una ciudad.
Volvemos a Jerusalén. Cena y alojamiento en Leonardo Plaza Hotel Jerusalem.
(*) Visita sujeta a condiciones de seguridad