Tamerlán, cuyo nombre real era Amir Timur (Tamerlán es una adaptación europea de su mote, Timur-i-Lang: en persa, Timur «El Cojo», debido a una discapacidad sufrida en su pierna derecha), construyó un vasto imperio cuyos límites se extendían desde Anatolia hasta el océano índico, y la relevancia de su figura fue tal que traspasó los confines de varias civilizaciones entre dos épocas, la medieval y la renacentista.
Amir Timur nació el 10 de abril de 1336, en el seno de una tribu mongola establecida en Kesh (Transoxiana), una región histórica del Turkestán, en Asia Central, situada entre el mar de Aral y la meseta del Pamir, actualmente repartida entre los países de Uzbekistán, Kazajistán, Turkmenistán y Tayikistán. Su nombre significa «más allá del río Oxus».
Sus inicios
Un siglo y medio antes de su nacimiento Genghis Khan vagaba por las llanuras de Asia Central. A su muerte su imperio se dividió entre cuatro de sus descendientes. Chagatai, su segundo hijo, recibió una gran extensión de tierra. Las estepas, desiertos y montañas del Kanato de Chagatai lo convertían en una de las regiones más bellas del antiguo imperio de Genghis Khan, pero también de las más remotas. Sus vecinos del norte, la Horda de Oro (estado mongol que abarcó parte de las actuales Rusia, Ucrania y Kazajistán), eran aterradores. Estas tribus sin ley regidas por el niego de Genghis Khan, saqueaban pueblos y aldeas de Europa del Este hasta las montañas Altay. El Kanato de Chagatai sobrevivía dedicado sobre todo al pastoreo nómada, y sufría muchas divisiones internas.
El kanato se dividió en dos zonas: una más rica al este, llamada Moghulistan (o «tierra de los mongoles») que el área de Semirequie, el valle del río Ili y parte de la moderna Sinkiang, y sus habitantes, en su mayoría eran nómadas; y otra al oeste, menos prósperas y subordinada a la primera, conocida como Transoxiana, comprendida entre los ríos Amu Daria y Sir Daria, con una mayor densidad urbana, aunque su población también incluía nómadas. En este mundo dividido nació Timur. Su padre, Taraqai, era un noble menor de la tribu Barlas, un grupo de nómadas establecidos al sur de Samarcanda. Su clan se movía junto a su ganado en busca de los mejores pastos en cada cambio de estación.
A los 20 años comenzó a emplearse como mercenario, adquiriendo una importante experiencia de mando como bandido. En esta época fue herido gravemente por una flecha durante una escaramuza. Como consecuencia de ello, Tamerlán no podía caminar correctamente con su pierna derecha ni levantar su brazo derecho. Pero esto no limitó ni sus ansias de poder ni sus cualidades guerreras.
Muchos clanes independientes surgidos tras la muerte de Gengis Khan pugnaban por la supremacía política y militar en la zona. Timur se casó con Sarai Malik, la hija menor del jefe del kanato de Transoxiana, descendiente directa de Gengis Khan, lo que le arrogó un gran prestigio. Con 26 años se hace con el mando del mismo, declarando la guerra a sus vecinos.
Entre 1364 y 1370 logró el control de la zona, aplastando a antiguos superiores y aliados, y en el último año se proclamó emir independiente eligiendo como capital de su estado la esplendorosa ciudad de Samarcanda. Pronto, esta ciudad donde confluían las caravanas procedentes de Oriente y Occidente, con sus especias y exóticos perfumes, acabó convirtiéndose en la residencia de una corte de leyenda. Desde allí inició una expansión militar como no se había visto desde la época de Gengis Khan, de quien Timur se proclamó heredero genético (es posible que su padre descendiera del conquistador mongol por línea materna).
Creación de un imperio
Su sueño pasaba por recuperar la gloria perdida del Imperio Mongol y, durante los primeros años, se dedicó a cimentar la estructura de un estado sólido y unificado bajo su cetro. Para ello diseñó leyes de gobierno en las que se aunaban las viejas costumbres y otras de nuevo cuño que mejoraron la vida de sus súbditos. A esto se sumó la creación de un disciplinado ejército, considerado la mejor maquinaria bélica del momento. Con estas tropas, Tamerlán se lanzó a la conquista de Asia bajo el influjo de lo logrado por Alejandro Magno, una de sus más claras y admiradas referencias históricas.
Durante 35 años sus tropas cubrieron buena parte del continente asiático, extendiéndose de este a oeste y de norte a sur por las actuales Siria, Irak, Irán, Pakistán, Afganistán, Turkmenistán, Uzbekistán, parte de India, Turquía y Rusia. A pesar de todo, jamás estableció unas instituciones de gobierno sólidas que le permitiesen administrar de forma eficaz su imperio, lo que le obligaba a sofocar cruelmente las incontables revueltas que se producían en sus territorios.
En realidad, se piensa que su estrategia era atacar un territorio por primera vez con una corta campaña con la que obtener la sumisión de los gobernantes locales, seguida en los años siguientes de una o varias acciones correctivas contra rebeldes en las que Tarmelán volvía a resultar triunfante saqueando nuevamente esos territorios, y engrandeciendo su prestigio. En definitiva, esas sublevaciones se producían no porque el conquistador fuese incapaz de controlar firmemente sus territorios conquistados, sino porque no estaba interesado en hacerlo.
Pero sus campañas fueron tan brillantes como genocidas, ordenando el asesinato de poblaciones enteras y arrasando bellas ciudades como Bagdad o Damasco, lugares en las que miles de sus habitantes sufrieron decapitación a modo de escarmiento por la resistencia planteada.
Se benefició de un eficaz servicio de inteligencia compuesto por informadores y espías en la mejor tradición mongola, al que añadió a sus principales agentes -los comerciantes- un nuevo grupo: el clero musulmán devoto. En sus numerosas masacres perpetradas por sus tropas tuvo especial cuidado en proteger a la jerarquía religiosa. De ahí las numerosas campañas contra la cristiana Georgia al final de su reinado.
Otro elemento fundamental que Tamerlán empleó con éxito en el arte de la guerra fue el engaño, tanto en el empleo de estratagemas, como encender mayor número de hogueras de las necesarias al acampar, o atar ramas de árbol a las colas de sus caballos para levantar una gran polvareda con el objeto, en ambos casos de aparentar un mayor número de tropas; como al difundir rumores, como por ejemplo, cuando en los meses previos a la invasión de la Turquía otomana, hizo correr el rumor de que se preparaba para atacar la Horda de Oro.
Su genio bélico quedó patente en batallas como la que sirvió para conquistar Delhi. Para defender la ciudad, el sultán hindú puso en juego su mejor arma: sus míticos elefantes de guerra cubiertos de cota de malla para atemorizar a las hordas mongolas. Tamerlán, que se las sabía todas, colocó heno en los lomos de sus camellos, le prendió fuego y azuzó a los animales para que se lanzaran contra los elefantes. El resultado fue una estampida de los paquidermos contra sus propias tropas. Destruidas sus defensas, la ciudad fue saqueada y reducida a cenizas.
El ejército, la base de su éxito
Fue un político y estratega capaz de ganarse la lealtad de sus seguidores nómadas, crear una estructura política fluida adaptándola a lo largo de de su reinado, y con su carisma y fuerte personalidad, saber conducir un enorme ejército a conquistas extraordinarias.
Se benefició de un contexto histórico favorable con un Oriente Medio muy fragmentado políticamente y de la posición central que ocupaba el Kanato de Chagatai -en los actuales Uzbekistán y norte de Afganistán- que le permitió intervenir fácilmente en Irán, Afganistán, Kazajistán e incluso el norte de la India. Asimismo, movilizó tanto los recursos del mundo nómada como los del sedentario. Pero sin duda, el pilar fundamental sobre el que basó su legendaria carrera militar fue el ejército.
El núcleo estaba formado por las fieles tropas del Kanato de Chagatai, en su mayoría nómadas de origen turco-mongol. Era un grupo semipermanente compuesto por soldados profesionales que recibían un sueldo mensual. Sus miembros se sometían a un riguroso entrenamiento, que incluía la práctica de la lucha libre y estaban bien equipados. Estos se completaban con soldados de origen sedentario -principalmente tayikos- que proporcionaban contingentes de infantería y el tren de asedio, a los que se sumaban tropas de los territorios anexionados al Imperio timúrida. Estos últimos cambiaban en cada campaña, ya que Timur solo los utilizaba en aquellas operaciones que se ejecutaban cerca de sus respectivos territorios.
Los soldados, además de la paga, recibían una parte del botín conseguido en las campañas, algo nada despreciable, ya que este era una de los principales objetivos de Tamerlán, y le generaban unos cuantiosos ingresos. También recompensaba a sus soldados con monumentales banquetes, que en algunas ocasiones llegaban a durar casi un mes.
Algo también a destacar es que Tamerlán promovió el culto al valor entre sus tropas. Aquellos soldados, al margen de su rango, que se distinguían con acciones valerosas eran recompensados de varias formas: armas bellamente decoradas o ascensos. La recompensa mayor era recibir el título de tarjan que, además de un gran prestigio, conllevaba jugosas ventajas materiales como el derecho a quedarse con todo el botín capturado en campaña, la exención de impuestos y la inmunidad para ser juzgado por cualquier delito hasta la novena vez que se cometía. Además, el título era hereditario.
La capital del imperio: Samarcanda
Timur se sintió muy interesado por la cultura, favoreciendo el embellecimiento arquitectónico de Samarcanda, cuya sola mención evoca la Ruta de la Seda, los olores de especias exóticas y la belleza de su arquitectura, y a la que le dio ese halo mítico que todavía hoy conserva. Tras cada conquista, se dice que Timur perdonaba la vida a los sabios, artesanos, poetas y arquitectos, que eran enviados de inmediato a Samarcanda. Gracias a ellos convirtió la capital en un centro de alto rendimiento de las artes. También contrataba los mejores literatos para ensalzar los aspectos más elogiosos de su reinado. Supo conjugar en ella lo mejor de Oriente y Occidente: Siria enviaba sus tejedores, vidrieros y armeros; Delhi proporcionaba albañiles, constructores y talladores de gemas, y Anatolia suministraba orfebres, cordeleros y maestros armeros.
En sus calles y bazares se mezclaban multitud de lenguas y religiones, desde el Islam hasta el zoroastrismo y el cristianismo nestoriano. En sus mercados abundaban todo tipo de productos procedentes de la Ruta de la Seda: de Rusia y Mongolia venían cueros y lienzos; de China, además de la seda, llegaban rubíes y diamantes, ruibarbo y perlas, y de la India, especias menudas como nuez moscada, jengibre, flor de canela y clavo. En definitiva, Samarcanda era la casa donde Tamerlán iba depositando los tesoros que le proporcionaban sus conquistas.
Sus otros logros
Desde su acceso al poder en 1370, Timur no fue nunca derrotado en combate, a pesar de enfrentarse con las mayores potencias de la época. Fuertemente influido tanto por el legado del Imperio mongol como por el mundo islámico, empleó tanto la sharia islámica como la ley general mongola creada por Gengis Khan (yassa), a modo de elementos legitimadores de su autoridad.
Respecto al capítulo económico, consiguió que la Ruta de la Seda, principal arteria comercial de Asia, viera sus caminos hasta Bagdad libres de peligros para los comerciantes que la transitaban, lo que impulsó el incremento de la riqueza y el intercambio cultural con otros pueblos. Además, destruyó sistemáticamente todas las grandes ciudades comerciales de la Horda de Oro en 1395, entre ellas Tana, en un claro intento por desviar hacia el Imperio timúrida todas las redes comerciales.
Por otra parte, este poderoso mandatario no descuidó sus relaciones internacionales y recibió la visita constante de los embajadores que llegaban desde cualquier parte del mundo conocido. Entre ellos a Ruy González de Clavijo el emisario enviado por el monarca Enrique III, rey de Castilla.
Muerte
A Tamerlán hacía mucho tiempo que le rondaba en su cabeza su proyecto más ambicioso de su agotadora peripecia bélica, como era la conquista de China. Su plan era derrocar a los Ming y reemplazarlos por la dinastía mongola Yuan, establecida por Kublai Khan. Normalmente empezaba sus campañas en primavera, para aprovechar el buen clima, pero en esta ocasión partió en diciembre de 1404 con un ejército de unos 200.000 hombres. Sus astrólogos le habían dicho que las estrellas estaban en alineación favorable. Desafortunadamente para Timur, la alineación resultó favorable para China. Al poco de partir, murió por unas fiebres el 19 de enero de 1405, a los 68 años de edad, en la ciudad de Otrar (actual Kazajistán). En esos momentos, sin un líder definido que inspirara una victoria, el ejército de Tamerlán decidió regresar a casa.
Sus restos fueron trasladados a Samarcanda en medio de innegables muestras de respeto y dolor por aquél que tanto oropel había concedido a la mítica capital. Fue sepultado en Gur-i Emir, un luminoso mausoleo que en la actualidad constituye una de las escasas muestras que aún sobreviven de aquel periodo. Además, Gur-i Emir ocupa un importante lugar en la historia de la arquitectura islámica como precursor y modelo de otras grandes tumbas como la de Humayun en Delhi o el Taj Mahal en Agra, construidas por los descendientes de Tamerlán.
Su legado
Según algunos historiadores, su hordas dejaron a lo largo de su reinado más de 17 millones de muertos, el 5% de la población mundial en el siglo XIV.
Timur tuvo una gran visión en cuanto al comercio, y tomó las medidas necesarias para promoverlo. Después de conquistar las ciudades, restauraba las áreas y las hacía seguras, de forma que las caravanas pudieran atravesarlas sin peligro. Por otro lado, también fue hábil en la manipulación de los símbolos culturales establecidos, utilizando la religión musulmana, o la imagen de su (posible) antepasado Gengis Khan, para aglutinar en torno a su persona a las gentes y clanes de la zona.
Según narran las historias de su tiempo, a pesar de no saber leer ni escribir, era una persona sumamente intuitiva, con conocimientos de medicina, astronomía e historia de los árabes, los persas y los turcos. De ello da cuenta Ibn Jaldún, el historiador árabe considerado como uno de los fundadores de la moderna historiografía, que tomó parte en la campaña militar contra Tamerlán cuando asedió Damasco. Mantuvo con este, durante el sitio, varias entrevistas de las que da cuenta en su «Autobiografía», destacando su «notable inteligencia y su afición por la argumentación».
Como suele ocurrir en los casos en los que el poder está basado en el carisma de una sola persona, la estructura creada no sobrevivió a su desaparición, desmoronándose inmediatamente. Una causa pudo deberse al hecho de no saber delegar responsabilidades en sus descendientes ni en sus comandantes militares, justificada quizás por el temor a que estos se convirtieran en potenciales rivales.
Tamerlán, que tras imponer su reino del terror formó un harén con las mujeres e hijas de los rivales que iba derrocando, hasta acumular 18 esposas e innumerables concubinas, pretendía propagar la semilla timúrida a imagen y semejanza de lo que hizo Gengis Khan. El resultado fueron 34 hijos varones y cerca de un centenar de nietos, que dilapidaron sus conquistas. El imperio quedó dividido inmediatamente después de su muerte en principados rivales que desaparecerían en menos de un siglo.
Pero Timur se guardó en la tumba un último logro póstumo: en su mausoleo figura una inscripción que advierte: «Cuando regrese a la luz del día, el mundo temblará». El invasor persa Nadir Shan que en 1740 irrumpió en el Mausoleo Guri Emir, quedó tan impresionado por el magnífico sarcófago de Timur que lo robó. La losa se rompió a mitad de camino, y a partir de ahí el Sha sufrió un alarga serie de infortunios, y lo devolvió. Pero para el espíritu de Timur no debió ser suficiente, porque el Sha fue asesinado al poco.
Le siguió el antropólogo soviético Mikhail Gerasimov, quien el 20 de junio de 1941, exhumó el cuerpo embalsamado de Timur. Entre otras cosas, confirmó que era alto (1,70 m) y que cojeaba de la pierna derecha. Dos días después Hitler lanzó la Operación Barbarroja contra la URSS. El cadáver fue colocado de nuevo en su tumba por orden de Stalin en noviembre de 1942. Tres meses después, los soviéticos ganaban la decisiva batalla de Stalingrado. Fue la última victoria del hombre que quiso ser Gengis Khan.
Sus herederos
El linaje de Tamerlán dio a luz dos personalidades de letras y cultura que, aunque muy diferentes a él, no se explicarían sin los cimientos puestos por el caudillo en Samarcanda: Ulugh Beg, que aunque fue gobernador de Transoxiana y Turquestán, destacó sobre todo como astrónomo, construyendo inmensos relojes de sol, así como el más importante observatorio astronómico de la época (denominado Gurjani Zij). En 1437 determina la longitud del año solar con un error de solo 58 segundos. También destacó en matemáticas abriendo nuevas fronteras en la trigonometría y en la geometría.
El otro destacado heredero de Timur fue Babur, descendiente directo de Tamerlán por su padre, y de Gengis Khan por parte de madre. A pesar de esa ascendencia guerrera, a Babur le dio también por la cultura y las artes. Fue el primer emperador mogol de la India, fundador de la dinastía que gobernaría desde el siglo XVI hasta el XIX en el norte del subcontinente. Su obra «Memorias«, está considerada como una de las más importantes obras autobiográficas de todos los tiempos. Su tataranieto, 120 años después de su muerte, construirá el Taj Mahal.
Tamerlán, hoy en Uzbekistán
Tras la independencia, Tamerlán se ha convertido en la principal figura histórica de Uzbekistán. En el centro de todas las ciudades hay una estatua, plaza o calle dedicada al conquistador. La desintegración de la URSS llevó a la joven República de Uzbekistán a una nueva era; el héroe oficial hasta el momento, Lenin, omnipresente en todo el país, desapareció. Este vacío ideológico favoreció el renacimiento de Tamerlán, cuya existencia había sido cuidadosamente disimulada durante los setenta años de dominio soviético. El nuevo reconocimiento histórico, cultural y político otorga ahora a este guerrero victorioso y sanguinario el primer lugar en el panteón del Uzbekistán moderno.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a UZBEKISTáN con VAGAMUNDOS:
«Khiva es la que embruja y Bukhara, la que fascina, Samarkanda es la que asombra».
– Tamerlán convirtió SAMARKANDA en la capital de su reino, y en una de las ciudades más bellas de Asia. Podemos empezar con el solemne Mausoleo Guri Emir, que alberga la tumba de Tamerlán además de otros familiares del conquistador. La enorme Mezquita Bibi-Khanym, sobre la que se cuentan infinitas leyendas; el Complejo Shakhi-Zinda, una espectacular avenida de mausoleos, que contiene una serie de tumbas de familiares de la época de Timur y su nieto Ulugh Beg, con algunas de las decoraciones en azulejos más bellas del mundo musulmán. Y cómo no, la espectacular Plaza Registán, uno de los conjuntos arquitectónicos más grandiosos del mundo islámico que hay que contemplar tanto de día como iluminada por la noche.
– Para nuestro gusto BUKHARA es la ciudad más interesante de toda Asia Central y es que los más grandes eruditos del mundo musulmán estudiaron y enseñaron en las 250 madrasas de la ciudad. Hay tantos sitios para visitar que no sabemos por dónde empezar: en su centro histórico encontramos el Mausoleo de Ismail Samani, una auténtica joya; la Fortaleza Ark, residencia de los emires de Bukhara. El magnífico minarete Kalyan, icono de la ciudad, o el Char Minar, con sus cuatro torres-minaretes que simbolizan cuatro dinastías que han gobernado Bukhara. A pesar de todo, el mayor placer se obtiene paseando por la red de pequeños bazares, baños y lonjas que la rodean; dejarnos llevar por sus laberínticos callejones, con sinagogas ocultas, santuarios sufíes y madrasas olvidadas.
– Disfrutar de un momento de tranquilidad en la Plaza Lyabi-Hauz, en el corazón del centro antiguo de Bukhara tomándonos junto al estanque, un té verde, y saborear a medio día, esa exquisitez de Asia Central como es el «Plov», preparado como sólo los uzbekos saben hacerlo.
– Pero como decimos BUKHARA da para mucho, y el segundo día, en las afueras, encontramos el Sepulcro de Bahouddin Naqshbandi, uno de los principales lugares de peregrinación del país; el Palacio Sitorai-Mokhi-Hossa, suntuosa residencia de verano de Alim Khan, el último gobernante musulmán de Bukhara; o la Necropolis Chor Bakr, un singular y tranquilo recinto funerario, donde se halla la doble tumba de los jeques Abu Bakr Fazl y Abu Bakr Sayid, descendientes de Mahoma.
– Sentir que una es transportado en el tiempo en la ciudad de KHIVA, que surge como un bello espejismo en medio del desierto, con sus minaretes y cúpulas en tonos azules y turquesas que refulgen bajo el sol. Se trata de la ciudad medieval mejor conservada de Asia Central, rodeada por una bella muralla de adobe. Su centro histórico, el ITCHAN-KALA, un entramado laberíntico con multitud de madrasas, mezquitas y mausoleos nos deparará una sorpresa en cada esquina, con el hermoso y colorido Minarete Kalta Minor, auténtico emblema de la ciudad.
– Durante el trayecto Bukhara-Samarkanda, desviarnos hasta SHAKHRISABZ, pequeña localidad lugar de nacimiento de Tamerlán, frente a las colinas de la provincia de Kashkadarya donde descubrir las ruinas que jalonan sus callejones, como el Palacio Ak-Saray del que apenas quedan algunos muros del de 40 metros de altura, la enorme cúpula azul de la mezquita Kok-Gumbaz, los conjuntos monumentales Dorus Saodat y Dorut-Tillyavat.
– En TASHKENT, la capital, la historia de la ciudad se mezcla con lo actual. Pasear por el casco antiguo con el laberinto de callejones estrechos repletos de casas bajas de adobe, hasta llegar al Complejo arquitectónico Hasti Imam, el centro religioso oficial de la república, con la colosal Mezquita del Viernes Hazroti Imon. O ya en la parte moderna, la Plaza de la Independencia, con sus bonitas fuentes. El metro, también merece una visita. Las estaciones combinan el estilo realista soviético con diseños inspirados en el pasado islámico de estas tierras. También hay que destacar sus mercados orientales, con la abundancia de frutas y hortalizas, o el olor del pan recién hechos.
– Aunque VAGAMUNDOS no deja mucho tiempo libre, siempre hay un pequeño hueco, para realizar alguna compra, sobre todo en un país como este, que posee una destacada artesanía. En Samarkanda, podemos adquirir alfombras; en Bukhara, vestidos con bordados, alfarería de Gijduvan, joyas de oro y plata y cincelados.; en Khiva: gorras de lana, sombreros y bufandas, y en Tashkent, miniaturas y souvenirs hechos en madera. Hay que tener en cuenta más del 90% de las piezas que se ven en las tiendas de recuerdos de todo el país están fabricadas en Uzbekistán, y la gran mayoría son artesanales.
Artículo elaborado por Eugenio del Río