Ruy González de Clavijo: un visitante ilustre en la corte de Tamerlán en Samarcanda

El monarca castellano Enrique III, con la intención de conseguir aliados contra la expansión del ejército otomano, cuya amenaza se cernía sobre Europa, decidió enviar una embajada a Tamerlán el conocido entonces como «Señor de Samarcanda», un caudillo que poco tiempo antes había derrotado y hecho prisionero al sultán otomano Bayaceto.

Tamerlán, en algo más de dos décadas, había logrado un invencible ejército con el que creó un Imperio que se extendía desde Delhi hasta Moscú, y desde la frontera norte de China hasta Anatolia.

Por ello, nos es de extrañar que Enrique III buscara entablar una alianza con el conquistador. La expedición diplomática fue encabezada por Ruy González de Clavijo, y esta es su historia.

«No se puede vivir el alma de las cosas sin acercarte antes a comprenderlas» Clavijo a su rey Enrique III.

Preliminares

En Occidente se empezaba a oír hablar del Gran Tamerlán, quien desde Asia Central venía consiguiendo contínuas victorias, desde Delhi hasta Damasco. Por aquel entonces se había concentrado en hostigaren Anatolia Oriental al temible sultán otomano Bayecid I Yildirim, «el Rayo», conocido en occidente como Bayaceto.

Enrique III, quien ya se había destacado enviando embajadas al sultán de Babilonia en El Cairo y a otros reyes musulmanes del norte de áfrica, como Fez o Túnez, envió a Payo Gómez de Sotomayor y a Hernán Sánchez de Palazuelos como embajadores ante Tamerlán (aunque probablemente también visitaran a Bayaceto), para así evaluar de primera mano el poder de ambos contendientes y conocer sus planes políticos.

Tras la importante victoria de Timur en la batalla de Ankara contra los otomanos en 1402, el poder del uzbeko abarcaba desde el mar Egeo hasta el río Indo, y se le podía considerar, sin ninguna duda, el señor de Asia. Al presentarse los embajadores, Tamerlán decidió que su consejero, Mohamad Alcagi (El-Kesh), acompañara a los dos diplomáticos en su regreso a Castilla. Asimismo, les cedió tres esclavas, princesas grecohúngaras, apresadas en la batalla de Nicópolis seis años antes, y que habían formado parte del harén de Bayaceto desde entonces.

Los embajadores llegaron a Segovia, donde Angelina de Grecia, una de las esclavas liberadas, nieta del rey de Hungría, se casó con Contreras, corregidor de la ciudad (antepasado directo del marqués de Lozoya, académico de la Real Academia de la Historia). Los otros embajadores, Sotomayor y Palazuelos, se casaron, asimismo, con las otras dos esclavas, Catalina y María.

Un objetivo en la cabeza de Enrique III

Mientras tanto, en Castilla se iniciaron los preparativos para una embajada que obtuviera esa alianza estratégica con los tártaros. Se embarcaron en una travesía de cerca de 20.000 Km, cuyo objetivo no era otro que el de implicar en una relación diplomática sin precedentes a un coloso asiático de espíritu nómada que se derramaba por las estepas arrasando todo lo que se le ponía a tiro.

Nadie osaba enfrentarse a aquella horda pues su mera mención causaba pavor. La idea de un pacto de asistencia mutua en el que la minúscula y belicosa Castilla trataría de crear una especie de pinza militar, comercial y diplomática contra los temidos otomanos, era el móvil y ambicioso objetivo a la vez de aquellos embajadores del rey castellano.

La partida hacia el reino de Tamerlán

Partieron el 21 de mayo de 1403 desde la localidad del Puerto de Santamaría tres miembros principales: Ruy González de Clavijo, camarero real (jefe de la cámara del rey de Castilla); el poliglota dominico fray Alonso Páez, y Gómez de Salazar, guarda real y jefe de la escolta (compuesta por catorce hombres) que custodiaba las ofrendas para Tamerlán, tales como telas de escarlata, objetos de plata y los muy apreciados halcones gerifaltes. Les acompañaba, de vuelta a sus tierras, Alcagi, hombre que había impresionado por su vasta cultura.

De Clavijo tenemos pocos datos: nacido en Madrid en el seno de una familia noble, le gustaba ejercitar la poética y ostentaba ese importante cargo de camarero real, uno de los más prestigiosos y lucrativos. El monarca castellano tenía absoluta confianza en él.
La comitiva parte el 21 de mayo de 1403 de El Puerto de Santamaría y pasó por Cádiz y Málaga hasta llegar a las costas de Baleares. De allí se dirigen al mar Tirreno, navegando por el estrecho de Mesina, donde casi naufragaron a causa de una tormenta. Un mar embravecido casi acaba con ellos en los acantilados de las costas de Morea, ya en la península del Peloponeso.

Llegan a la isla de Rodas, donde son informados de la sumisión del sultán mameluco de Egipto a Temur y de la inestabilidad del territorio turco, lo que desaconsejaba desembarcar en la zona. Ante ese peligro, siguieron en la mar y pusieron rumbo hacia el estrecho de los Dardanelos. A finales de octubre echan anclas frente a Constantinopla, y poco después fueron recibidos en su palacio por el emperador bizantino Manuel II, que en aquellos momentos mantenía relaciones pacíficas con los otomanos. Clavijo relata sus visitas durante días a monumentos de la maravillosa Constantinopla como la iglesia de Santa Sofía o el antiguo hipódromo de Constantino.

Por los dominios de Timur

Más tarde alcanzaron Trebisonda (Trabzon), la ciudad turca ubicada junto al mar Negro, y desde allí cruzaron parajes nevados hasta entrar en los dominios de Temur, en la ciudad de Erzingán, en el este de Turquía, y ya en territorio controlado por el caudillo uzbeko. A partir de ese momento, no solo desaparecieron todos los peligros para los dos embajadores, sino que además en cada ciudad o aldea a la que llegaban eran agasajados y obsequiados con numerosos presentes. Este férreo control impuesto por Temur a sus súbditos impresionó sobremanera a ambos emisarios, y demostraba el respeto y temor que su pueblo le tenía.

Más de un año después de partir de Cádiz llegarían a la gran urbe de Tabriz, antigua capital de los once kanes mongoles, situada en Persia, y uno de los centros comerciales más importantes de la Ruta de la Seda. Pasearon por su increíble bazar, uno de los más grandes del mundo, y en aquella época repleto de productos llegados de toda Asia. De allí proseguirían hasta Soltaniyeh, en ese momento capital de los gobernantes del Iljanato de Persia, donde fueron recibidos de manera amistosa por uno de los hijos de Timor, el llamado Miran Shah, que había sido perdonado por su padre después de que este se hubiera enterado de alguna trama de su hijo para intentar sustituirlo.

La marcha continuaba y llegan a Teherán. Los calores en esa época y en esas latitudes son terribles, y empiezan a hacer mella en el séquito. Páez y Gómez de Salazar enfermaron, al igual que algunos hombres de la escolta y un halcón gerifalte murió. Pero poco a poco iban acercando a su objetivo, ayudados por el eficaz servicio de postas y caballos descansados que poblaba todo el imperio de Temur. En cualquier caso, el clima extremo siguió mortificando a la embajada, y Salazar no pudo resistir más, falleciendo el 26 de julio en Nisapur, en el Irán actual.

Llegada a Samarcanda

La comitiva no se detuvo, y a finales de agosto alcanzó Kesh, la ciudad natal de Temur. En septiembre, por fin, llegarían al objetivo final de su viaje: la capital del imperio más poderoso de Asia, Samarcanda. Habían tardado un año, tres meses y un día en llegar hasta allí.
Samarcanda era una de las maravillas de su tiempo; el color azul, el favorito de los tártaros, aparecía en las cúpulas de sus grandiosas madrasas y mezquitas, así como en la mayoría de las fachadas de palacetes y casas señoriales. Sus jardines, con las terrazas llenas de color, de jazmines y violetas, rivalizaban en belleza y fragancia con los de la antigua Mesopotamia. Clavijo descubre la fresca sombra de las yurtas, las típicas tiendas mongolas que utilizaban los nómadas de las estepas de Asia Central. A pesar de que Tamerlán yo no era nómada, gustaba utilizarla para las largas recepciones oficiales o para practicar su pasatiempo favorito, el ajedrez. De esta forma se mantenía ligado a la tradición mongola.

La recepción de Tarmerlán

Al poco de llegar los embajadores fueron recibidos por el gran Timur. Tras las oportunas reverencias, Tamerlán los mandó acercarse. Clavijo esperaba encontrarse con el «azote de las estepas», de cuerpo nervudo y recio, ojos amenazadores, gesto brusco y poderosa y bronca voz. Sin embargo, lo que vio fue un anciano ya decrépito y achacoso, acomodado entre cojines de seda bordada; «tan viejo era -dice Clavijo- que hasta los párpados de sus ojos estaban caídos». El conquistador se deshizo en cortesías para Clavijo y su rey: «Mirad aquí estos embajadores -proclamó solemne Tamerlán ante sus cortesanos-, son éstos los que me envía mi hijo, el Rey de España, que es el mayor Rey que hay en los francos».

Copioso fue el banquete con el que se obsequió a Clavijo «carneros cocidos y asados, ancas de caballo sin su corvejón, jugosos melones, uvas y duraznos servidos en la dulce leche fermentada de las yeguas; y todo ello ofrecido en fuentes de oro y plata, junto a finas obleas de pan y escudillas con arroz, salsas y condimentos varios». No faltó tampoco el vino, con la venia del propio Tamerlán (aunque éste era musulmán), «escanciado en tazas de oro que descansaban sobre platos de fina porcelana».

A pesar de que al gran rey agradeció mucho los regalos de los castellanos, en el aspecto político no les prestó mucha atención. Su cabeza estaba absorbida por las campañas en el frente oriental. Temur, a pesar de algún otro intento castellano, no les volvió a conceder audiencia. Estaba preparando en secreto la inminente campaña contra China, su objetivo final y más deseado. Con ello intentaba emular a su supuesto antepasado Gengis Khan que consiguió fundar el mayor de los imperios por territorios continuos que el mundo haya visto.

Por ese motivo, todos los embajadores extranjeros recibieron el 17 de noviembre un mensaje en el que se les pedía que abandonaran Samarcanda inmediatamente.

La vuelta a Castilla

Este brusco final a la embajada de Clavijo -los tártaros adujeron mala salud de su señor- sorprendió a todos, e impidió que se consiguiera un tratado o alianza práctica con Temur, algo, por otro lado, casi utópico, por cultura, lejanía y objetivos discrepantes de ambos poderes.

El 21 de noviembre de 1404, dos meses y medio después de su llegada a Samarcanda, la comitiva de Castilla inició el regreso, vía Bukhara, donde al poco conoció noticia de la muerte de Tamerlán. Si la ida había sido complicada, la vuelta a Castilla, no lo fue menos. La muerte del conquistador trajo como consecuencia un cierto desmembramiento de su imperio, con las consecuentes luchas sucesorias entre sus herederos.

Clavijo estuvo detenido durante seis meses en Tabriz por un sobrino de Tamerlán, quien le despojó de todos los regalos con que había sido obsequiado para su rey. Finalmente, y tras muchas otras dificultades y destinos visitados -entre los que destaca su reunión con Benedicto XIII el «papa Luna», en Savona-, llegaron a Sanlúcar de Barrameda.

La comitiva, que había perdido mas de tres cuartas partes de sus porteadores e integrantes y que había sobrevivido a asaltos, secuestros, abordajes y a una odisea digna de la mejor crónica de caballerías de la época, llegaba a encontrarse con su rey en Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406, es decir, dos años, diez meses y seis días desde su partida.

«Embajada a Tamorlán», una joya de la literatura medieval castellana

Clavijo murió el 2 de abril de 1412 y fue sepultado en un túmulo de alabastro suntuoso y ricamente labrado en la capilla mayor del convento de San Francisco de Madrid. Alrededor de la sepultura, podía leerse: «Aquí yace el honrado caballero Rui González de Clavijo, que Dios perdone, camarero del Rey Don Enrique, de buena memoria, e del rey D. Juan su fixo, al qual el Dicho Señor Rey ovo enviado por su embaxador al Tamorlan, et finó dos de abril año del Señor de M. CCCC. XII Años». Se derribó este sepulcro para poner en su lugar el de la reina doña Juana, mujer de Enrique IV. Esta capilla fue finalmente demolida en 1760.

Aunque el resultado de la embajada de Clavijo a Samarcanda fue incierto, diplomáticamente hablando, sin embargo su periplo resultó extremadamente informativo por el testimonio que trajo de los lujos de la corte timúrida y de los usos y costumbres de los reinos islámicos, seguidores de «la secta de Mahoma», que el español relató detalladamente a su regreso.

De aquella epopeya entre los años 1403 y 1406, nos quedará la increíble crónica escrita por el propio viajero y recogida bajo el título de «Embajada a Tamorlán», una de las joyas de la literatura medieval castellana, en muchos aspectos comparable al «Libro de las Maravillas» del italiano Marco Polo escrito casi un siglo antes. Una historia de un realismo contundente embellecido con elementos fantásticos producto de fantasías librescas provocadas por las lecturas de otros libros de viajes.

La primera edición de la obra, data de 1582, y se debió al erudito sevillano Gonzalo Argote de Molina (1548-1596); este incluyó además una aclaradora introducción; el impresor Antonio de Sancha hizo una segunda edición madrileña en 1782.

Hay algunas dudas de si Clavijo escribió el texto en solitario o tuvo ayuda de algún otro componente de la embajada. El medievalista Francisco López Estrada sugirió que el relato fue en realidad escrito por el compañero de Clavijo en la embajada, Alonso Páez de Santamaría; y Leoncio Cabrero defendió, por el contrario, que ambos reunieron muchos datos juntos pero la redacción la hizo finalmente Ruy González de Clavijo.

Por otro lado, Pedro Tafur, el viajero y escritor castellano del siglo XV, indicó que en la crónica intervino un posible tercer autor, el poeta Alonso Fernández de Mesa, y determinados pasajes podrían haber sido redactados con información del embajador Mohamad Alcagí.

A pesar de que la aventura de este personaje y su descripción se encuentran entre los grandes relatos del ámbito universal, equiparable, como decíamos a la aventura de Marco Polo, que es conocido en el mundo entero, en nuestro país, el desconocimiento que se tiene de Clavijo es casi absoluto. La hazaña de Clavijo no traspasó la historia, al no haber dejado su idioma, ni traer consigo el oro, los brillantes, las alhajas, las sedas, los tafetanes o las especias que tan bien describió en su libro. No dejó nombres españoles —aunque emociona su descripción del lugar de veraneo de Tamerlán, «Carabaque«, hoy más conocido con su fonética anglosajona «Karabakh«—, y también se querría creer que en la reciente transcripción del alfabeto cirílico al latino de la lengua turkmena, la súbita aparición de la letra «eñe» ha sido una herencia tardía del paso de Clavijo; tampoco dejó religión ni costumbres, ni llevaba armas, ni mató, ni guerreó con nadie, todos ellos elementos imprescindibles de cualquier gesta en aquella época.

Además, con el ocaso de la Ruta de la Seda, al descubrirse un siglo más tarde la ruta del mar por Vasco de Gama, Asia Central enseguida perdió el interés geoestratégico de que había gozado hasta entonces. Pero su relato de la vida de aquellos días y particularmente su descripción de la ciudad de Samarcanda dejaron una huella imborrable en las cortes europeas, que ha durado hasta nuestros días.

Epílogo

Para finalizar diremos que Tamerlán bautizó un pueblo próximo a Samarcanda con el nombre de Madrid (Motrit en uzbeko), en memoria de Clavijo, el primer europeo en visitar su corte, que hoy es un barrio de casas bajas en la actual Samarcanda.

En 2004, se firmó un hermanamiento entre las ciudades de Madrid y Samarcanda, como resultado del cual una calle de Samarcanda, lleva el nombre del viajero español (Ko´chasi Rui Gonsales de Klavixo), que se encuentra en las proximidades del Mausoleo del gran Tamerlán.

Experiencias únicas durante nuestro viaje a UZBEKISTáN con VAGAMUNDOS:

«Khiva es la que embruja y Bukhara, la que fascina, Samarkanda es la que asombra».

– Tamerlán convirtió SAMARKANDA en la capital de su reino, y en una de las ciudades más bellas de Asia. Podemos empezar con el solemne Mausoleo Guri Emir, que alberga la tumba de Tamerlán además de otros familiares del conquistador. La enorme Mezquita Bibi-Khanym, sobre la que se cuentan infinitas leyendas; el Complejo Shakhi-Zinda, una espectacular avenida de mausoleos, que contiene una serie de tumbas de familiares de la época de Timur y su nieto Ulugh Beg, con algunas de las decoraciones en azulejos más bellas del mundo musulmán. Y cómo no, la espectacular Plaza Registán, uno de los conjuntos arquitectónicos más grandiosos del mundo islámico que hay que contemplar tanto de día como iluminada por la noche.

– Para nuestro gusto BUKHARA es la ciudad más interesante de toda Asia Central y es que los más grandes eruditos del mundo musulmán estudiaron y enseñaron en las 250 madrasas de la ciudad. Hay tantos sitios para visitar que no sabemos por dónde empezar: en su centro histórico encontramos el Mausoleo de Ismail Samani, una auténtica joya; la Fortaleza Ark, residencia de los emires de Bukhara. El magnífico minarete Kalyan, icono de la ciudad, o el Char Minar, con sus cuatro torres-minaretes que simbolizan cuatro dinastías que han gobernado Bukhara. A pesar de todo, el mayor placer se obtiene paseando por la red de pequeños bazares, baños y lonjas que la rodean; dejarnos llevar por sus laberínticos callejones, con sinagogas ocultas, santuarios sufíes y madrasas olvidadas.

– Disfrutar de un momento de tranquilidad en la Plaza Lyabi-Hauz, en el corazón del centro antiguo de Bukhara tomándonos junto al estanque, un té verde, y saborear a medio día, esa exquisitez de Asia Central como es el «Plov», preparado como sólo los uzbekos saben hacerlo.

– Pero como decimos BUKHARA da para mucho, y el segundo día, en las afueras, encontramos el Sepulcro de Bahouddin Naqshbandi, uno de los principales lugares de peregrinación del país; el Palacio Sitorai-Mokhi-Hossa, suntuosa residencia de verano de Alim Khan, el último gobernante musulmán de Bukhara; o la Necropolis Chor Bakr, un singular y tranquilo recinto funerario, donde se halla la doble tumba de los jeques Abu Bakr Fazl y Abu Bakr Sayid, descendientes de Mahoma.

– Sentir que una es transportado en el tiempo en la ciudad de KHIVA, que surge como un bello espejismo en medio del desierto, con sus minaretes y cúpulas en tonos azules y turquesas que refulgen bajo el sol. Se trata de la ciudad medieval mejor conservada de Asia Central, rodeada por una bella muralla de adobe. Su centro histórico, el ITCHAN-KALA, un entramado laberíntico con multitud de madrasas, mezquitas y mausoleos nos deparará una sorpresa en cada esquina, con el hermoso y colorido Minarete Kalta Minor, auténtico emblema de la ciudad.

– Durante el trayecto Bukhara-Samarkanda, desviarnos hasta SHAKHRISABZ, pequeña localidad lugar de nacimiento de Tamerlán, frente a las colinas de la provincia de Kashkadarya donde descubrir las ruinas que jalonan sus callejones, como el Palacio Ak-Saray del que apenas quedan algunos muros del de 40 metros de altura, la enorme cúpula azul de la mezquita Kok-Gumbaz, los conjuntos monumentales Dorus Saodat y Dorut-Tillyavat.

– En TASHKENT, la capital, la historia de la ciudad se mezcla con lo actual. Pasear por el casco antiguo con el laberinto de callejones estrechos repletos de casas bajas de adobe, hasta llegar al Complejo arquitectónico Hasti Imam, el centro religioso oficial de la república, con la colosal Mezquita del Viernes Hazroti Imon. O ya en la parte moderna, la Plaza de la Independencia, con sus bonitas fuentes. El metro, también merece una visita. Las estaciones combinan el estilo realista soviético con diseños inspirados en el pasado islámico de estas tierras. También hay que destacar sus mercados orientales, con la abundancia de frutas y hortalizas, o el olor del pan recién hechos.

– Aunque VAGAMUNDOS no deja mucho tiempo libre, siempre hay un pequeño hueco, para realizar alguna compra, sobre todo en un país como este, que posee una destacada artesanía. En Samarkanda, podemos adquirir alfombras; en Bukhara, vestidos con bordados, alfarería de Gijduvan, joyas de oro y plata y cincelados.; en Khiva: gorras de lana, sombreros y bufandas, y en Tashkent, miniaturas y souvenirs hechos en madera. Hay que tener en cuenta más del 90% de las piezas que se ven en las tiendas de recuerdos de todo el país están fabricadas en Uzbekistán, y la gran mayoría son artesanales.

Artículo elaborado por Eugenio del Río

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