Puebla en México, arquitectura colonial y moderna, gastronomía y artesanía | Vagamundos Blog

A través de los bosques milenarios del Ixtacihuatl se puede disfrutar, si el tiempo lo permite, de una hermosa vista del mítico volcán Popocatepetl (5.426 m). Al lado del «Popo» se recorta la silueta de otro gran volcán, el Ixtaccihuatl (5.230 m), que significa «la mujer dormida«. Varias veces al año, los habitantes de los pueblos vecinos se dirigen a sus laderas para dejar ofrendas en el Popo, al que ellos apodan Don Goyo. Creen que el volcán alberga el alma de Tláloc, el dios de la lluvia y puede interceder a su favor para tener buenas cosechas. Los aztecas practicaban ya ritos semejantes. Entre 1994 y 2001, la mayor actividad de Popo provocó la evacuación de 16 pueblos y alertas para los 30 millones de personas que viven a corta distancia del cráter.

Cacaxtla, antigua capital habitada por los olmecas-xicalanca, una rama tardía de la civilización olmeca. Habitado desde el II milenio a.C., hoy conserva un conjunto de construcciones fortificadas edificadas en una zona alta en el Período Clásico. Tras el declive de Cholula, en torno al 600 d.C., se convirtieron en la primera potencia del Valle de Puebla, que se mantuvo hasta el 950 d.C., siendo abandonada alrededor del 1000 d.C. por la llegada de los chichimecas. Destacamos la plataforma llamada Gran Basamento, de 200 m de ancho por 25 m de alto, donde se hallaban los principales edificios cívicos y religiosos y las residencias de sus clases sacerdotales gobernantes. El Templo de Venus, con dos esculturas antropomórficas azules con faldas de piel de jaguar. De excepcional importancia son los frescos descubiertos en el año 1975 que se remontan a los años 750-760 d.C., sorprendentes por su manifiesta influencia maya (realismo y elegancia en las figuras, rasgos detallados de los rostros) combinada con elementos procedentes de Teotihuacán y de la cultura mixteca. El mural de la Batalla, que data del 700 d.C., en el que aparecen dos grupos de guerreros, uno con faldas de jaguar y el otro con plumas de ave, enzarzados en una batalla feroz. Los olmecas-xicallancas (los guerreros con escudos redondos) rechazan a los invasores huastecas (los guerreros pájaro con adornos de jade y cráneos deformados).

Ciudad criolla por excelencia, PUEBLA, fue fundada en 1531, con el fin de controlar la ruta que unía Ciudad de México y el puerto virreinal de Veracruz, convirtiéndose en poco tiempo en la segunda ciudad del Virreinato de Nueva España, recibiendo privilegios fiscales y títulos honoríficos. En el siglo XVIII tuvo un gran florecimiento económico debido a la exportación de harina. La cerámica se convirtió en una gran industria, así la producción de vidrio y textiles. El 5 de mayo de 1862, el ejército mexicano a las órdenes del general Ignacio Zaragoza derrotó a los invasores franceses. Por ese motivo la ciudad se conoce con el nombre de «Puebla de Zaragoza«, y ese día permanece aún como fiesta nacional. Aquí se encuentra una de zonas con mayor riqueza cultural del país, con una arquitectura con edificios únicos, tradiciones ancestrales, pintorescos paisajes y una animadísima vida social y cultural. Solo el centro histórico posee 70 iglesias y más de mil edificios virreinales adornados con azulejos de los que, más de la mitad, corresponden a los siglos XVII y XVIII.

A la llegada visita de la ciudad (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1987), en la que podremos disfrutar de sus bellos edificios coloniales, y sus magníficos azulejos o mosaicos de cerámica que cubren las cúpulas de las iglesias. El Zócalo, de una gran armonía, es uno de los logros arquitectónicos más bellos de la cultura española. Siempre muy animada, en su origen fue un mercado donde se celebraban corridas de toros, teatro y ahorcamientos. Los porches que la rodean datan del s. XVI. Destacan sus animados «portales» y la fuente de San Miguel, del siglo XVII. En el lado norte se alza el Palacio Municipal, edificio austero realizado íntegramente en piedra. A la izquierda se puede ver la Casa de Los Muñecos, típicamente colonial con su revestimiento de estuco y azulejos.

La Catedral, que figura en los billetes de 500 pesos, es la más esbelta y bella de las que se erigieron en Nueva España, en el severo estilo herreriano. Iniciada en 1550, casi toda ella se realizó en la década de 1640. Su exterior, con un amplio atrio, luce dos altas y esbeltas torres de 69 m (las más altas de México), rematadas con estatuas de ángeles. La portalada lateral que se abre a la plaza, muestra el escudo de la corona española y las figuras de varios reyes. Su interior, muy amplio, con altas bóvedas y dos naves laterales, está ricamente ornamentado con retablos y pinturas barrocas del s. XVIII. Destacan el altar mayor y la capilla de los Reyes, con altar barroco del sevillano Martinez Montañés.

No se puede dejar pasar la oportunidad de visitar la Biblioteca Palafoxiana, sin duda, la más importante biblioteca de América Latina. Situado en el interior del antiguo palacio episcopal, con un bello frontispicio de ladrillos en espina de pez y azulejos, el lugar honra la memoria del obispo Juan de Palafox y Mendoza, que llegó a la ciudad 1640 y la gobernó en el período de máximo esplendor. Fue uno de los hombres más poderosos del siglo XVII, ya que estaba acreditado por el rey de España para poder reemplazar a los virreyes mexicanos (él mismo llegó a ocupar el cargo un tiempo). El interior de la biblioteca, está formado por un salón con cinco bóvedas que descansan sobre seis arcos de orden dórico compuestos. La cabecera está rematada con altares de mármol y estuco, dedicados a Nuestra Señora de la Trapana. Son una maravilla los anaqueles de madera labrados, en los que descansan el legado de Palafox y otros legados. Acoge una importante colección bibliográfica compuesta por 41.000 volúmenes sobre materias diversas: Filosofía, Teología, Sagradas Escrituras, y documentos de teología y doctrina cristiana de los siglos XV al XX

La Iglesia de Santo Domingo, consagrada en 1611, llama la atención por su severa portada herreriana. Su interior presenta una muy rica ornamentación barroca, con algunos excelentes retablos, como el del altar mayor, labrado en madera dorada. Lo más importante de su interior es, sin duda, la Capilla del Rosario, que fue llamada desde su apertura en 1690 «la octava maravilla» por la riqueza de sus yeserías tanto en forma como en colores. Desde la entrada parece una gruta, por la enorme cantidad de formas decorativas que penden de los techos y resbalan por los muros. Cada rincón ha sido cubierto con relieves en estuco dorado, con el fin de exaltar el sentimiento religioso. Los muros laterales están revestidos por grandes lienzos con el tema iconográfico de la Virgen. En el techo hay tres estatuas que representan la Fe, la Esperanza y la Caridad, mientras los doce pilares simbolizan los Apóstoles. Los seis que se ven en lo alto están hechos de una sola piedra de ónix. Una cenefa de exquisitos azulejos del siglo XVIII recorre los muros, coronada por un friso de querubines realizado en cerámica. Grandes dibujos en las cornisas doradas completan el conjunto. Su belleza es realzada por la luminosidad casi sobrenatural que penetra a través de la linternilla de la cúpula, haciendo brillar el dorado de las yeserías.

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Siguiendo el itinerario se llega hasta el Mercado de Artesanías el Parián, antigua plazuela que se construyó en 1801. Se encuentra cubierto casi por completo por ladrillo con azulejos de talavera muy al estilo poblano. Se considera como el primer tianguis (mercado tradicional que ha existido en Mesoamérica desde época prehispánica) artesanal de la ciudad. Se le denomina Parián, porque era paraje obligado de los arrieros procedentes de Veracruz, y la capital de la Colonia. Contiene un total de 112 puestos, en los que se puede encontrar las más variadas artesanías que se producen en las diferentes regiones del estado, entre lo que se puede destacar ónices, y árboles de la vida de Talavera, además de toda clase de pieles, joyas y textiles.

En Puebla encontramos un sinfín de callejuelas con encanto que nos rememoran un pasado en donde se intuyen centenares de historias de nuestra herencia cultural. Lo ideal es caminar por algunos de ellos como el «Callejón de los Sapos», con sus casas típicas virreinales en las que se puede ver una gran diversidad de bellos portones multicolores y balcones en sus fachadas, que se han convertido en tiendas de antigüedades. Se cuenta que en tiempos coloniales, las aguas del río San Francisco desbordaban con frecuencia la zona. Para aprovecharlo, se instalaron varios molinos. Sin embargo, el agua estancada y las actividades que en ella se realizaban, crearon el hábitat idóneo para que se instalaran estos anfibios, lo que dio origen al nombre actual de la calzada. Ya en tiempos más recientes, hace poco más de 30 años, nació el «Tianguis del Callejón de los Sapos«, donde se puede comprar todo lo representativo del estado mexicano, sobre todo los domingos (nuestro día de visita), que es cuando se abren todos los puestos, tanto los permanentes como los temporales. Aquí encontraremos infinitas artesanías, antigüedades, piezas raras, objetos de arte, monedas, muebles rústicos, libros, pinturas etc., en un ambiente colorido y dinámico.

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