Machu Picchu, el descubrimiento de la ciudad perdida de los incas

El descubrimiento de Machu Picchu

Uno de los reportajes más célebres publicados por National Geographic fue el que firmó el profesor y aventurero estadounidense Hiram Bingham, en el que se relata el descubrimiento de la ciudad inca de Machu Picchu. La narración llegó hasta los lectores en abril de 1913, y desde entonces se ha considerado como una de las crónicas de exploración arqueológica más excitantes de todos los tiempos.

Hoy en día, cuando han pasado nueve décadas del acontecimiento, los orígenes de esta singular ciudad aún están por esclarecer. Hacia el año 1500 de nuestra era, los incas habían construido en los Andes centrales un imperio que se extendía a lo largo de más de 4.000 km., cuyo núcleo central era el actual Perú. Era la mayor construcción política de la América prehispánica, pero también fue la de vida más breve, pues apenas llegó a tener un siglo de historia. Hacia 1532, los soldados españoles irrumpieron en esta organizada civilización. El conquistador Francisco Pizarro se aprovechó de sus disensiones internas para borrar del mapa a los incas.

Un lugar inexpugnable

Aunque la tesis no está del todo confirmada, hay historiadores que apuntan que los últimos incas buscaron refugio en la ciudad de Machu Picchu, situada a unos 130 km al noroeste de Cuzco. A pesar de que no conocían la escritura, contaban con avanzados arquitectos, y una de las mejores muestras de su dominio en este campo fue, precisamente, la ciudad de Machu Picchu, situada sobre el valle del río Urubamba. Los incas erigieron esta mezcla de ciudad y fortaleza en el encabalgamiento montañoso que se elevaba a mitad de distancia entre los llamados Pico Viejo (Machu Picchu) y Pico Joven (Huayana Picchu). Sobre cerca de 13 km2 de terreno rocoso construyeron templos, viviendas y terrazas para el cultivo. Los arquitectos utilizaron rocas de singulares formas trapezoidales, especialmente útiles para combatir los letales efectos de los terremotos, e instalaron un innovador sistemas de acueductos de piedra para desviar agua de un arroyo cercano hasta los jardines y las fuentes. El volumen impresionante de algunas de las construcciones hace pensar que quizá Machu Picchu fuera concebido como el castillo de algún monarca. Pero, por el momento, no se ha podido determinar cuál fue la función exacta de esta ciudad construida a mediados del siglo XV.

En busca de la ciudad perdida

Poco después de la llegada de los españoles a Perú, y sin que ésos lograsen nunca descubrirla, la misteriosa ciudad de Machu Picchu comenzó a ser devorada por la abundante vegetación de la zona y quedó oculta durante siglos. Los indios de la región no dejaron de contar leyendas sobre las ciudades incas que se escondían en las selvas de Perú. Quizás atraído por ellas, en 1911 Hiram Bingham decidió ir en busca de los tesoros ocultos de los incas. Alto y desgarbado, este hombre que, en aquella época, ya había superado la treintena, impartía clases de historia latinoamericana en la Universidad de Yale. Una de sus máximas aspiraciones era localizar la mítica ciudad de Vilcabamba, el último refugio del emperador Manco Inca, que huyó de los españoles en 1537.

Con este objetivo, viajó hasta el noroeste de Cuzco acompañado por dos colegas de la universidad, un grupo de porteadores con sus correspondientes mulas y un sargento del ejército peruano llamado Carrasco, que hacía de guía épico, lleno de complicaciones y aventuras, en el que tuvieron que enfrentarse a temperaturas extremas, insectos venenosos y murciélagos vampiros. El equipo llegó hasta los cálidos desfiladeros del valle del río Urubamba, donde estableció un somero campamento. Allí recibieron la visita de un indio, Melchor Arteaga, que les aseguró que en lo alto del Machu Picchu se encontraban las ruinas de una ciudad inca. Como es fácil suponer, Bingham se entusiasmó ante la idea de ir hasta allí, pero las dificultades de la ascensión desanimaron a la mayor parte de los expedicionarios.

Gateando entre las serpientes

El 24 de julio de 1911, Bingham y sus acompañantes emprendieron la marcha hacia la cumbre del Machu Picchu junto al sargento Carrasco y con Arteaga, que acepto hacer de guía a cambio de 50 centavos.

La primera dificultad que encontraron fue el cruce de los vertiginosos rápidos del río Urubamba, que realizaron atravesando un viejo e inestable puente que apenas estaba formado por un par de troncos en precario equilibrio. Luego iniciaron el ascenso de la montaña. “Gran parte del trayecto lo hicimos a gatas –escribiría más tarde Hiram-, y algunas veces nos agarrábamos sólo con nuestros dedos”. Para acabarlo de arreglar, Melchor Arteaga no hacía más que alegrarles el camino advirtiéndoles que tuvieran mucho cuidado con las serpientes venenosas que poblaban la zona.

Fueron 60 interminables metros de ascensión durante la cual tuvieron que superar un impresionante desnivel bajo la presión de una agobiante temperatura.

El pequeño grupo alcanzó la choza de una familia india, que enseguida confirmó las historia de Melchor y aseguró que entre la maleza había “casas viejas”. Un muchacho les acompañó hasta el lugar, con Arteaga haciendo de intérprete. Bingham esperaba hallar una gran ciudad, pero con lo primero que se topó fue con unas terrazas de piedras escalonadas que se alzaban como si fueran escaleras gigantes talladas en las laderas de la colina. Machete en mano, el profesor tuvo que retirar parte de la vegetación para descubrir diversas viviendas construidas con piedras inmensas de granito blanco. Pero las sorpresas no terminaron ahí. A continuación, el joven guía les condujo a través de una cueva recubierta de piedras talladas, y después, por unas escaleras de granito, hasta una plaza en la que se erigían dos magníficos templos.

¿Qué puede ser este lugar?”, se preguntó Bingham, atónito ante aquellas sorprendentes edificaciones. El aventurero profesor, mientras sonreía con satisfacción, todavía dudaba de si se hallaba en la genuina Vilcabamba o si quizá se trataba de Tampu Tocco, la cuna de la civilización inca.

Nuevas expediciones

Sin resolver sus dudas, Hiram Bingham regresó a Estados Unidos donde se apresuró a revelar su extraordinario hallazgo. Tanto la Universidad de Yale como la National Georgraphic Society se interesaron de inmediato por sus trabajos y decidieron financiarle una nueva expedición a Machu Picchu, que tuvo lugar en 1912. Fue el primer proyecto arqueológico realizado con fondos de National Geographic, que aportó una dotación de 10.000 dólares.

Un amplio grupo de trabajadores nativos estuvo durante más de un mes retirando la vegetación que había ocultado la ciudad. Conforme avanzaban los trabajos, Bingham se sorprendía de la grandeza arquitectónica de las obras incas, sobre todo en lo referente a las asombrosas técnicas de mampostería que utilizaban. “No hay cemento ni mortero –explicaría Hiram-, y, sin embargo, es raro encontrar un lugar en el que se pueda introducir la hoja de un cuchillo entre las piedras. Parece que se han desarrollado unidas”.

Bingham, que todavía realizó otras expediciones al centro arqueológico de Machu Picchu en los años 1914 y 1915, defendió hasta el fin de sus días (falleció en 1956) que aquella ciudad era Vilcabamba. Sin embargo, un colega suyo, Gene Savoy, descartó sus teorías en 1964, al confirmar que el lugar excavado por Bingham en Espíritu Pampa, entre 1911 y 1912, en los valles de Pampaconas, era, en realidad, Vilcabamba la Vieja, la ciudad inca, distinta de la edificada más tarde por los españoles y que llevaba el mismo nombre.

Desde el año 2001, National Geografic investiga en cerro Victoria, al sur de la cordillera de Vilcabamba, con lo que podría cumplirse el sueño del gran explorado de descubrir las “ciudades perdidas” de los incas. (Machu Picchu, fue declarado por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad en 1983).

National Geographic en acción. Una provechosa relación

Durante varias décadas, Hiram Bingham mantuvo una intensa y provechosa relación con National Geographic Society, que se hizo eco de todos sus hallazgos referidos a la cultura inca. No obstante, los comienzos fueron complicados. En 1908 el editor de National Geographic, Gilbert Hovey Grosvenor, rechazó algunos trabajos de la esposa de Hiram, motivo por el cual el profesor de Yale se mostró poco dispuesto a colaborar con la publicación cuando poco después Grosvenor se interesó por sus trabajos en Venezuela y Colombia. Sin embargo, el hallazgo de las ruinas de Machu Picchu lo cambió todo. Bingham recurrió a National Geografic Society para conseguir una credencial que le ayudase a persuadir a las autoridades peruanas de que su trabajo sólo tenía un interés arqueológico y no comercial. El profesor no sólo consiguió las credenciales requeridas, sino que logró que la Sociedad consintiese en financiar su proyecto arqueológico. Grosvenor dedicó un número monográfico a la expedición que Binhgam hizo a Machu Picchu en 1912, que ocupaba 186 páginas y que contenía más de 200 ilustraciones.

Hiram Bingham, pasión por Sudamérica

Nacido el 19 de noviembre de 1875 en Honolulu, Bingham descendía de una familia de misioneros protestantes muy arraigada en el archipiélago hawaiano. El joven recibió una educación excelente y, desde el principio, orientó su actividad profesional hacia la docencia, estudiando en las principales universidades estadounidenses, como Harvard, Princeton y Yale.

Binhgam se especializó en cultura e historia de Sudamérica, aunque no desdeñó ejercer empleos en empresas privadas, alternando ambas actividades en  muchas ocasiones.

En noviembre de 1906 realizó su primera expedición siguiendo por Venezuela y Colombia la ruta que Simón Bolívar había seguido en el año 1819. Más tarde Bingham también exploraría la ruta comercial establecida por las colonias españolas entre Buenos Aires y Lima. En 1911 fue nombrado director de una expedición peruana, y no mucho después realizó el famoso descubrimiento de Machu Picchu, tras el cual inició su relación con National Geographic Society, de la que llegó a ser un destacado miembro. Al término de la Primera Guerra Mundial, durante la cual sirvió en Francia, Bingham inició su carrera militar, dedicándose cada vez más a la política. Como militar llegó a teniente coronel, y como político (por el Partido Republicano), a senador.

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