La sola mención de su nombre traslada la imaginación a lugares misteriosos y exóticos, a terrenos propios de la aventura en los que se mezclan culturas, mercancías e historias fabulosas. Durante siglos, la Ruta de la Seda significó un punto de encuentro entre Oriente y Occidente, un largo itinerario que recorrieron miles de personas año tras año, unas con intereses estrictamente comerciales y otras con el deseo de ampliar conocimientos sobre mundos aún desconocidos.
Una antigua leyenda oriental narra que una de las más queridas concubinas del emperador chino Huang-Ti, llamada Lei-Tsu, obtuvo el hilo de seda a partir de una cuidadosa observación de los trabajos de un gusano. En un primer momento, el nuevo material se reservó en exclusiva para la fabricación de tejidos para el emperador y sus familiares; más tarde, sin embargo, su empleo comenzó a generalizarse hasta llegar a ser uno de los principales motores de la economía del país. De este modo, en la época de la dinastía Han se criaban gusanos a gran escala y se empleaban rollos de seda como moneda en las transacciones comerciales.
De la guerra al comercio
Fue precisamente en este período de la historia de China cuando el emperador Wudi encontró el camino hacia Occidente. Era el año 138 a.C., y el comercio del imperio entero se veía entorpecido por los violentos ataques de los guerreros xiangnu, que asolaban el norte del país. Para acabar con ellos, el emperador envió a uno de sus más fieles funcionarios, Zhang Qian, en misión secreta, a fin de que buscara ayuda para combatirlos. En principio, la labor de Qian fracasó totalmente puesto que fue incapaz de encontrar aliados; además, cayó en manos de los propios xiongnu, que le mantuvieron preso durante más de diez años. Sin embargo, cuando el emisario recién liberado logró regresar a la corte, habló al emperador de países lejanos, como Mesopotamia y Siria, y le enseñó un cargamento lleno de insólitos artículos, como semillas de alfalfa o esquejes de viñas. En el emperador Wudi se despertó entonces un enorme interés por conocer más cosas sobre Occidente y por ea razón volvió a enviar hacia el oeste a Zhang Qian, quien abrió nuevas vías de comunicación. Después de él, otros muchos embajadores trataron de establecer alianzas con los pueblos nómadas que extendían su dominio desde las estepas de Mongolia hasta Irán. Ellos fueron quienes popularizaron la seda, ya que la utilizaban habitualmente como regalo y como tributo. También la usaban como moneda de cambio los monjes budistas que se internaron en la India en busca de las raíces de su religión.
Rutas terrestres y rutas marítimas
Las caravanas chinas salían de la antigua capital Chang´an (la actual Xi´an) para viajar hasta Dunhuag (que era conocida a como Shazhóu o Shachou), donde estaba el límite del mundo chino, representado por la llamada «Puerta de Jade«. Después, atravesaban el durísimo desierto de Takla Makan, haciendo frente a las hordas de bandidos y a las durísimas temperaturas. Pronto se fueron estableciendo campamentos en los escasos oasis existentes que ofrecían apoyo a los viajeros. Superada la región montañosa de Pamir, las expediciones odían tomar rumbo al oeste, hacia Samarkanda, o bien seguir al sur, hacia el Hindu Kush. Las rutas de los embajadores y comerciantes chinos se fueron extendiendo por tierras de Afganistán y Pakistán hasta llegar a Persia, desde donde la seda no tardó en saltar hasta Roma. Este misterioso tejido procedente de tierras lejanas era absolutamente desconocido en el mundo occidental y causó verdadera conmoción en el imperio romano, por la suavidad de su tacto y la belleza y brillo de su acabado.
Durante algún tiempo, los mercaderes musulmanes ejercieron un férreo control sobre el comercio de la seda. Para evitar las numerosas tribus bárbaras que poblaban Asia central, los comerciantes comenzaron a viajar a China a través del mar. De este modo, Quanzhou , el principal puerto de China para los comerciantes extranjeros, que lo conocían como Zaiton , se convirtió en un gran centro comercial; desde allí, la seda se exportaba a Alejandría, donde la compraban los comerciantes occidentales. La costosa intermediación musulmana en el comercio de la seda llegó a su fin cuando comenzaron las cruzadas, pues los ejércitos de soldados y mercaderes cristianos abrieron su propia ruta terrestre.
La caída de Constantinopla en manos cristianas, en el año 1204, inauguró el Imperio Latino, y con él se abrió una nueva puerta hacia Oriente, desde donde partieron numerosas expediciones, como la de los célebres hermanos Polo.
El libro de Marco Polo
La seda fue la gran protagonista de la ruta, pero no la única. El camino sirvió para que China estrechara lazos con Occidente y se intercambiaran ideas, formas de vestir y hasta costumbres en la alimentación. De todo ello dio cuenta Marco Polo en su Libro de las maravillas, en el que narró su viaje por China, en compañía de su padre y su tío, viaje que duró 24 años.
Durante su estancia en el gran imperio asiático, Marco Polo tuvo ocasión de admirar la magnificencia de artículos de lujo como los topacios de Ceilán, los diamantes de la India o las perlas de Malabar, y entró en contacto con el petróleo, el carbón, la porcelana y el papel moneda, así como con diversos tipos de tejidos, fármacos, especias y perfumes, El Libro de las Maravillas, que Marco Polo escribió hacia 1298 con ayuda de un paisano suyo llamado Rustichello, no fue una simple relación de productos útiles para los comerciantes, sino que se convirtió en un valioso tratado en el que se reflejaban las costumbres de las distintas culturas que formaban parte de la Ruta de la Seda.