La escritura jeroglífica maya solo era conocida por los sacerdotes y la clase dirigente, y servía para representar fechas, nombres de lugar, emblemas genealógicos y nombres de linajes, datos astronómicos, acontecimientos históricos, ceremonias religiosas, fiestas, augurios y otras particularidades de interés para la clase sacerdotal dirigente. Por ello, es de suponer que debió de haber una gran cantidad de libros en los que los sacerdotes detallaron toda esta información.
Fuentes y literatura maya
Lamentablemente, la labor sistemática de destrucción emprendida por los frailes españoles, especialmente de fray Diego de Landa, el mismo que dejaría a la posteridad la más importante fuente interpretativa de la cultura maya, su «Relación de las cosas de Yucatán«, solo se salvaron cuatro códices: el Codex Dresdensis de Dresde, el Codex Trocortesianus de Madrid; el Codex Peresianus de París y el Códice Grolier.
Todos ellos fueron redactados sobre largas tiras de papel, dobladas en forma de biombo. Este papel, el amate, o huun, se fabricaba aplastando la corteza del ficus, dando como resultado una lámina vegetal fibrosa de colores que van del marrón oscuro al amarillo paja, que posteriormente era estucada para poder dibujar y pintar en sus dos superficies. Según parece la lectura se realizaba de izquierda a derecha en el anverso y de derecha a izquierda en el reverso.
El contenido de los códices conservados era sobre todo calendárico, ritual, astronómico, matemático, y religioso.
El Código de Dresde, sin duda el más importante, contiene 39 hojas pintadas por ambos lados. De las páginas 2 a 23 es un almanaque adivinatorio; la 24 contiene una tabla multiplicadora para revoluciones sinódicas de Venus; entre las páginas 29 y 45 hay otro calendario adivinatorio y hay tablas del movimiento del planeta Venus y tablas de eclipses. Las fechas que contienen se sitúan entre 622 y1178. Debió realizarse en el siglo XII, siendo su lugar de origen Palenque, Uxmal o la costa Este de Yucatán.
El Códice de París fue descubierto en 1859 por el estudioso León de Rosny, que lo halló en un cesto de papeles polvorientos junto a una chimenea de la Biblioteca de Paris. En este caso son 11 hojas pintadas por ambas caras. Más antiguo que el de Dresde, quizás se trate de una copia de otro manuscrito perdido, lo que explicaría la mezcla de estilos de los glifos. Al parecer fue confeccionado en la región de Yaxchilán-Piedras Negras. Al igual que el de Dresde contiene almanaques adivinatorios, listas de katunes (unidad de tiempo del calendario maya equivalente, según la versión más aceptada, a veinte años), dioses y ceremonias relacionadas con los katunes.
El Códice de Madrid se compone de dos fragmentos que se encontraron por separado. Con 56 hojas pintadas a doble cara, es el más largo de todos. Es estilo de los glifos y la pintura de los dioses es notablemente más descuidado, lo que hace pensar que podría ser de la segunda mitad del siglo XV, y podría haberse redactado en Chichén Itzá o cualquier otra ciudad de Yucatán. Al igual que los anteriores, el de Madrid contiene calendarios adivinatorios y ceremonias de fin de año.
El Códice Grolier todavía ofrece dudas a algunos autores. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de México.
Hasta aquí los textos precolombinos de los que disponemos. Pero gracias a la labor de los mismos misioneros que habían destruido muchas obras mayas anteriores al descubrimiento, quienes enseñaron a los indios a escribir en caracteres latinos y los animaron a que detallara sus propias tradiciones. Así es como tomaron forma escrita algunos de los llibros como el Popol Vuh, los libros de Chilam Balam o los Anales de los cakchiqueles, entre otros.
El célebre Popol Vuh también llamado Libro del Consejo o Manuscrito de Chichicastenango, se refiere a tradiciones indígenas precolombinas, y debió escribirse por uno o varios indios quichés (el pueblo maya guatemalteco con mayor cantidad de población) entre 1544 y 1555. En el mismo se incluyen fragmentos variados referentes a la cosmogonía, la religión y la mitología quiché, así como a la historia y emigraciones de estos pueblos.
Se inicia con la cosmogonía quiché, con la creación del hombre de masa de maíz, tras los fracasos que significan la creación de los hombres de barro y de madera, y sigue con el origen del Sol y la Luna que resultan de la apoteosis de dos héroes culturales, Hunahpú e Ixbalanqué. Todo el texto es de un valor excepcional para comprender el profundo sentido de la civilización maya, si bien sus interpretaciones son sumamente complejas.
Al igual que el anterior, los libros llamados Chilam Balam, fueron realizados por sacerdotes o indios ilustrados después de la conquista, y su finalidad fue la misma. Aunque no se sabe con certeza el porqué de ese nombre, parece que tiene que ver con Balam, un importante sacerdote maya anterior a la llegada de los españoles que se hizo famoso por predecir la llegada de hombres diferentes que aportarían una nueva religión; por otro lado «Chilan» se aplica para designar a los sacerdotes que interpretaban los libros sagrados.
Su contenido es muy variado y heterogéneo, ya que se tratan temas de materia religiosa indígena, junto a textos cristianos, noticias históricas de interés general al lado de acontecimientos muy específicos; hay además textos de medicina, cronológicos, astrológicos, astronómicos y rituales, entre otros.
Estas recopilaciones antiguas se han dado en numerosos lugares, y es así como actualmente se puede hablar de muchos libros Chilam Balam. Sus nombres corresponden a distintas poblaciones de la península de Yucatán como Chumaayel, Tizimin, Kauá, Lxil,Tecas, y muchas otras.
Por último, Anales de los cakchiqueles (o Memorial de Sololá) también de gran importancia, es una obra colectiva, de un nieto del rey cakchiquel Hun Ik´, en 1573, que comenzó a trascribir las tradiciones de su linaje, incluyendo sus propias experiencias como testigo de la conquista y al fallecer en 1582, fue continuado por otro miembro de ese linaje.
El cosmos maya
Todo lo que sabemos de la cosmología maya tiene su origen en los manuscritos indígenas anteriormente referidos, los códices, escritos antes de la conquista, y el resto de libros redactados después de la llegada de los españoles.
Según estos textos, existieron varios mundos antes del actual que fueron destruidos sucesivamente por diversas catástrofes. En definitiva, nos encontramos ante una visión cíclica del tiempo histórico. El tiempo era una infinita y exacta repetición de acontecimientos. Cada periodo conlleva un proceso de creación y de destrucción que se prolongó durante 13 Katunes.
Los mayas creían que la tierra descansaba sobre el lomo de un enorme cocodrilo que a su vez flotaba en una laguna. Sobre ella se elevaba el Cielo dividido en trece capas horizontales descansando la última sobre la tierra. Cada nivel celeste era gobernado por un dios, y todas las divinidades formaban un grupo denominado Oxlahuntikú. La divinidad que regía el Cielo en su conjunto era Itzamná.
El espacio intermedio entre el Cielo y el Inframundo era la Tierra, que se levantaba como una capa más, casi inapreciable. Debajo de ella se distribuían los nueve mundos inferiores, el Inframundo, también estratificados y donde reinaban los nueve Señores de la Noche, que formaban el grupo de los Bolontikú.
Astronomía y calendario maya
Las estelas, altares, dinteles, paneles y escalinatas, cubiertas de textos jeroglíficos y casi todas fechadas, distinguen a los centros ceremoniales mayas de los de los pueblos vecinos. Y es que todos los elementos de cultura eran manifestaciones de su singular «filosofía del tiempo», en que el calendario era el instrumento para la coordinación de los diversos ciclos de influencia divina.
No se considera el calendario maya como una creación autóctona, ya que obedece a un concepto del tiempo compartido con otras muchas culturas de Mesoamérica, según el cual, el tiempo es cíclico, y se puede medir y ser dividido en unidades manipulables aritméticamente. Esto permite estudiar acontecimientos del pasado, captar el sentido del presente y hacer predicciones hacia el futuro tanto de tipo práctico como profecías y adivinaciones.
Los mayas llegaron a calcular periodos de tiempo enormes, utilizando un sistema vigesimal. Alguno de sus cálculos se remonta a 1.250.000 años atrás, y otro, a más de 2 millones de años. Las estelas de Quirigua registran fechas mucho más remotas, hasta de 400 millones de años atrás. No son meras cifras, sino que corresponden a cálculos astronómicos sobre la posición de días y meses. Resumiendo, se puede decir que el calendario maya tiene sus raíces en la historia y se ha formado a partir de la religión, los horóscopos y la astronomía. De sus exploraciones en el pasado y sus mediciones de ciclos de tiempo cada vez más amplios, podemos deducir que los mayas concluyeron que el tiempo no tenía principio.
El calendario maya es bastante complejo, y en él coexisten varias cuentas de tiempo:
• el calendario sagrado (de 365 días)
• la rueda calendárica de 52 años
• la cuenta larga de 5200 años
• la cuenta lunar de 18 meses lunares
• la cuenta venusiana de 584 días ó kines
• la cuenta de los señores de la noche de 9 días y otros.
Confeccionaron un calendario de 260 días (tzolkin), de 13 semanas de 20 días que utilizaban para fines civiles y religiosos. También adoptaron un calendario solar, de 365 días (haab), para fines agrícolas, y sus etapas de siembra, lluvia y recolección, compuesto por 18 meses de 20 días. Combinaron los dos calendarios eliminando los últimos cinco días aciagos (llamados uayeb) y sólo volvían a coincidir a los 52 o 104 años, ciclos que equivalían a nuestros siglos.
La vida entera de la comunidad giraba en torno a esta sucesión de días buenos, malos o indiferentes.
Los sacerdotes se dedicaban a buscar las combinaciones de nombres y números de días más adecuados para cada empresa: el sembrado, la recolección de la miel, las cacerías, la curación de enfermedades, bodas o expediciones guerreras.
Sus mediciones fueron tan exactas que en la época del Descubrimiento su cuenta del tiempo fue mucho más precisa que la europea. La duración del año solar para los mayas fue de 365,2420 días. La del calendario gregoriano es de 365,2425, y el cómputo que conocemos en la actualidad equivale a 365,2422. Como vemos la cifra del ciclo solar de los astrónomos mayas es más precisa que la del calendario gregoriano utilizado actualmente de manera oficial en casi todo el mundo.
La cuenta larga del calendario maya se divide en 5 ciclos o soles. Tras muchos esfuerzos se ha logrado establecer una correlación razonable entre el calendario maya y el occidental.
Gracias a ello se ha determinado que la era maya (el Quinto Sol), comenzó 3.113 años y 140 días antes de Cristo. Como cada ciclo, según este calendario, dura 5.200 años, llegamos al 21 de diciembre de 2012, fecha en que la profecía maya anunciaba un cambio de ciclo, y que muchos consideraron como la del «fin del mundo«.
Este día coincidió con un evento astronómico, el solsticio de invierno en el hemisferio norte, el instante en que la posición del Sol en el cielo se encuentra a la mayor distancia angular negativa del ecuador celeste, lo que conocemos como el día con menos horas de luz solar del año.
Los mayas creían que había influencias celestiales que afectaban su existencia y anulaban sus esfuerzos por ordenar el universo. Las influencias más poderosas eran las del planeta Venus y la de los eclipses solares. Venus, como estrella matutina, era temida como portadora de la muerte, el hambre y la desolación; los eclipses de sol causaban espanto ya que creían que podía significar el fin del mundo.
El período sinódico de Venus es de 584 días, lo que significa que las alineaciones sol-Venus-tierra se repiten cada 584 días, esto es cinco veces cada ocho años. Los mayas lograron medir este ciclo con un error de un solo día cada 6.000 años.
Para los eclipses, los mayas contaban con un inconveniente importante, y es que desconocían que la Tierra da vueltas alrededor del Sol. Esto les impidió saber correctamente qué eclipses serían visibles en su territorio, pero su tabla de fechas en las que habría eclipses era correcta. Ellos pensaban que en algunos casos se habían equivocado pronosticando un eclipse, pero realmente no era así, sino que esos eclipses fueron visibles desde Noruega, Egipto, China o en Perú, lejos de su lugar.
Por otro lado, sentían un gran aprecio por la estrella polar, a la que denominaban La Gran Estrella (Xaman Ek), dado que es la única fija y que señala al norte (de donde procede la luz y las fuentes de vida) permanentemente. Su posición era utilizada, al igual que en el Viejo Mundo, como guía para viajeros y comerciantes.
Los dioses mayas
La relación de las divinidades que intervinieron en el área maya es amplísima, y actuó sobre todos los ámbitos en los que se movió el individuo. Para Sylvanus Griswold Morley (1883-1948), uno de los mayistas más importante del siglo pasado, el panteón maya queda resumido en las once deidades siguientes:
ITZAM Ná, señor del cielo. Aparece representado primero con aspecto de reptil o iguana y después como un anciano sin dientes y de carrillos hundidos. Señor de los cielos, de la noche y del día, se le atribuye la invención de la escritura y los libros. El dios de la dualidad. Era una deidad benévola, no vinculada con las catástrofes ni tampoco relacionada con los símbolos de la muerte. Es el creador y conservador de la especie humana.
YUM KAX, dios del maíz. Figura joven, a menudo con una mazorca de maíz a modo de tocado es, de todos los dioses representados en los códices, el que tiene una mayor deformación craneal. Yum Kax era el patrón de la labranza y aparece a menudo dedicado a faenas agrícolas, de las plantas silvestres y de los animales importantes para los cazadores. Como Itzamná y Cháac, era una deidad benévola, un dios de la vida, prosperidad y abundancia.
AH PUCH, dios de la muerte. También conocido como Kitzin («El Apestoso»). Descrito como un esqueleto, las costillas desnudas (o bien con la carne hinchada y cubierta de marcas negras que evocan la descomposición) y adornado con cascabeles. Ah Puch es una deidad malévola, la antítesis de Itzamná. Se la asocia con el dios de la guerra y de los sacrificios humanos, y sus constantes compañeros son el perro, el ave Moán y la lechuza, considerados como criaturas de mal agüero y de muerte. A veces se le denomina Señor del noveno infierno o el Destructor de mundos.
CHAAC, dios de la lluvia. Asociado con el agua del mar y de los lagos, se representa con una larga nariz y dos colmillos enrollados hacia abajo. No se le consideraba como una deidad única, sino como los cuatro dioses de los puntos cardinales, cada uno con su propio color. El dios de la lluvia era, como Itzamná, una figura benévola, vinculado a la creación y la vida. Similar al Tláloc mexica o al Pitao Cocijo zapoteca, es un dios muy arraigado entre el pueblo, aún hoy es venerado en algunas regiones de las tierras bajas. Para el cultivador ordinario de maíz, su intervención favorable era requerida más a menudo que la de todos los demás dioses juntos.
XAMAN EK, dios de la estrella polar. Es una deidad benévola. Se le representa con nariz roma y singulares adornos negros en la cabeza. Su nombre solo cuenta con un jeroglífico, el de su propia cabeza, que, con un prefijo diferente, es también el jeroglífico del punto cardinal norte, lo cual confirma su identificación como dios de la estrella polar. Los mercaderes mayas eran quiénes le tenían más afecto y adoración, pues era su único acompañante mientras se encontraban en el camino. La estrella polar es la única estrella que se observa en las latitudes de Petén y Yucatán que no cambia radicalmente de posición durante el año. Debido a esto los viajeros y los mercaderes mayas podrían dirigirse hacia cualquier zona del territorio y volver, pues la estrella permanecería en el firmamento para guiarles en las noches.
IXTAB, diosa del suicidio, y esposa del dios de la muerte Ah Puch. Se le relacionaba con la vida futura en el paraíso y los suicidas por ahorcamiento recibían su protección. Entre los mayas existía la creencia de que el destino de los suicidas era el paraíso. Incluso contaban con una deidad específica como señora de aquellos que se habían quitado la vida ahorcándose. En el Códice de Desde, la denominación Ixtab, diosa del suicidio, aparece pendida del cielo, con una cuerda alrededor del cuello. Sus ojos están cerrados por la muerte, y sendos círculos negros en las mejillas hacen referencia a la descomposición de la carne.
KUKULCáN, dios del viento (Serpiente Emplumada). Es una divinidad equivalente a la azteca Quetzalcóatl. Ciertamente, la asociación del dios maya del viento y Chaac recuerda a la existente entre Quetzalcóatl y Tláloc (deidad azteca de la lluvia). Aparece como una de las divinidades creadoras bajo el nombre de Gucumatz en el Popol Vuh; también aparece como deidad de los vientos con el nombre de Ehécatl en la estela 19 de Ceibal. Además, tanto el dios maya del viento como Quetzalcóatl aparecen representados con grandes trompas foliadas. Se consideraba una deidad benévola.
EK CHUAH, dios de la guerra y el comercio. Tiene un labio inferior grueso y colgante y aparece normalmente pintado de negro. Ek Chuah tenía, al parecer, un doble y contradictorio carácter. Malévolo como dios de la guerra, era también una referencia favorable para los mayas como deidad de los mercaderes ambulantes. Se le consideraba, además, patrón del cacao, y los campesinos que se dedicaban al cuidado de plantaciones de ese fruto celebraban ceremonias en su honor.
KINICH AHAU, dios del Sol. Además del Sol, es el patrono de la música y la poesía; estaba casado con Ixchel, la diosa de la Luna. Se le representa como un anciano de grandes ojos cuadrados y una especie de línea o lazo por debajo, o bien bizco con un solo diente en la mandíbula superior en forma de T. El nombre de Kinich Ahau proviene de tres palabras: Kin (Sol), Ich (rostro) y Ahau (sacerdote o señor): El señor o sacerdote del rostro solar Los sacerdotes en sus templos recibían el nombre de Ah Kin, los del Sol y del Tiempo, y profetizaban el futuro de los hombres.
IXCHEL, diosa del parto, del tejido y de la luna. Ocupaba un lugar destacado en el panteón maya, pero no muy positivo, ya que una de sus advocaciones era considerada maléfica, vaciando los odres de la cólera sobre el mundo. Representaba el agua como elemento destructor. Al respecto, aparece con una serpiente retorcida sobre la cabeza y con huesos pintados en su falda. Sin embargo, tenía también una vertiente propicia. Se la consideraba patrona de los nacimientos y las relaciones sexuales, así como la inventora del arte de tejer.
BALUC CHABTAN, dios de la muerte violenta y de los sacrificios humanos. Los conceptos de un dios de la guerra y uno de la muerte mediante la violencia y los sacrificios humanos parecen combinarse en esta deidad. A menudo se le muestra en compañía de Ah Puch, el dios de la muerte, incendiando casas con una antorcha y atravesando hombres con su lanza. Se caracteriza por una línea negra que le rodea parcialmente el ojo y se prolonga hacia abajo sobre la mejilla.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a MéXICO con VAGAMUNDOS:
– Descubrir el inmenso patrimonio de CIUDAD DE MéXICO, una ciudad abrumadora por extensión y grandeza, con una enorme riqueza cultural y artística. La Casa Museo Frida Kahlo, el Zócalo, la Catedral Metropolitana; el Palacio Nacional, con los murales de Diego Rivera; el Templo Mayor, el mayor santuario azteca; la Plaza de las Tres Culturas, la Basílica de Guadalupa, Xoximilco, una de las grandes obras de ingeniería, …
– Perderte en el Museo Nacional de Arqueología, uno de los más importantes del mundo, donde descubrir las civilizaciones que han creado la riqueza cultural de México: olmecas, mayas, zapotecas o aztecas. Aquí se encuentra la Piedra del Sol azteca (mal llamado Calendario Azteca)
– Sentir las energías místicas de TEOTIHUACáN, el lugar donde «fueron creados los dioses», una de las mayores ciudades de Mesoamérica durante la época prehispánica y de la cual se desconoce casi todo. Las asombrosas Pirámide del Sol y de la Luna, dominan la ciudad.
– Pasear por las calle de la bellísima PUEBLA, ciudad criolla por excelencia con su bellos edificios coloniales y la más esbelta y hermosa catedral de las construidas en Nueva España. Cerca de allí, otro lugar mítico como CHOLULA, que Cortés describiera como «la ciudad más bella fuera de España», con la Pirámide de Tepanapa, la más grande de México, sepultada bajo una colina.
– Perderte en OAXACA, otra hermosa ciudad colonial, con sus monumentos barrocos y arquitectura señorial, dentro de un ambiente donde se respira el sosiego y la tranquilidad. Una vez allí tendremos tiempo para recibir la energía telúrica que nos aportarán los antiguos yacimientos de Monte Albán y Mitla.
– Navegar en lancha por una de las grandes maravillas naturales de América, como es el Cañón del Sumidero, una falla con muros que se elevan más de 1300 m desde la profundidad del río.
– Ya en CHIAPAS, pasear por las calles adoquinadas de San Cristóbal de las Casas, una de las ciudades coloniales más apasionantes y conmovedoras que uno pueda encontrar. Su embriagadora mezcla, indígena, colonial y cosmopolita la hacen única. Además, tenemos muy cerca los pueblos de San Juan Chamula y Zinacantán, donde se conservan las costumbres prehispánicas.
– En medio de la espesa selva tropical, con las pirámides elevándose sobre la vegetación y con los gritos de los monos aulladores perturbando el silencio, disfrutar de la misteriosa belleza de PALENQUE, una de las más importantes ciudades mayas.
– Otro centro arqueológico, plagado de simbolismo es UXMAL, un ejemplo singular del fabuloso esplendor artístico maya. El silencio y la soledad que envuelven estas ruinas contrastan con la animación que debió tener la metrópoli durante su época de esplendor.
– Pasear por los centros históricos de dos de las dos villas coloniales más importantes de YUCATáN, como son CAMPECHE Y MéRIDA, dos bellas ciudades con sus estrechas callecitas adoquinadas y sus soleadas y alegres plazas.
– Bañarte en las cristalinas aguas del cenote de Ik Kil, donde pequeñas cascadas caen desde el techo calizo envuelto en plantas colgantes.
– Aunque no son nuestras ruinas favoritas, por lo masificadas, hay que reconocer que CHICHEN ITZá es uno de los centros ceremoniales más espectaculares de toda la antigüedad. Desde la imponente y monolítica Pirámide de Kukulcán (también conocida como El Castillo), donde la sombra del dios serpiente emplumada sube por las escaleras durante los equinoccios de primavera y otoño, el mayor Juego de la Pelota de Centroamérica, hasta el Cenote de los Sacrificios o el curioso Observatorio El Caracol, el legado de los astrónomos mayas resulta fascinante.
– Tendrás la oportunidad de gozar de la auténtica COCINA MEXICANA. Nombrada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010, cada región posee sus propios platos originales. Su cocina está basada en el maíz, los frijoles, el chile, a los que se añaden diversos ingredientes autóctonos. Pídete unos tamales, (masa de maíz cocida y rellena de carne o verduras), unas enchiladas, unos tacos o un guisado de carne acompañado de un buen mole. En general todos los platos se componen de arroz, frijoles y tortas de maíz pero encontrarás una gran variedad de sabores y picantes según la región donde te encuentres.
– México es un auténtico paraíso para las COMPRAS con una infinita variedad de artesanías. Aquí podrás adquirir desde tejidos y joyas de plata y turquesa a tallas de madera, máscaras y otros artículos. La habilidad y creatividad de sus artesanos, te sorprenderán. Las mejores hamacas de hilo de algodón las puedes encontrar en Cancún. En Oaxaca, podremos encontrar su típica cerámica negra, máscaras de madera de variadas formas y colores, y bellas telas y bordados. La cerámica y alfarería de Puebla posee una gran (y merecida) fama; en San Cristóbal de las Casas, son famosos sus diseños de joyas de ámbar y jade.
– Y después de esta hemorragia cultural y culinaria, disfrutar de un día a tu aire en CANCúN, con un mar con miles de matices turquesas, las blancura deslumbrante de la arena compuesta de polvo de coral y muchísimas actividades que puedes realizar.
Artículo elaborado por Eugenio del Río