Como muchas otras civilizaciones antiguas, la historia azteca se pierde en la leyenda y el misterio.
De los distintos pueblos que habitaban en la zona de Mesoamérica antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, el azteca fue uno de los más importantes y, de hecho, en el momento del descubrimiento, era hegemónico en la zona.
Parece mentira que una tribu de nómadas, en solo dos siglos, pudiera erigir el mayor imperio de América. Para ello, además de crear una sólida estructura social, tuvieron que superar los inconvenientes de un medio natural poco amistoso, y diseñar complejos sistemas de ingeniería, desarrollando la mayor tecnología de la época. Los templos, acueductos, palacios, pirámides y el resto de logros de esta civilización cargada de mitos, son tributos a sus dioses, y al mismo tiempo, como ha sucedido en todas las grandes civilizaciones de la historia de la humanidad, un reflejo de lo que el ser humano es capaz de construir.
El máximo ejemplo lo encontramos en su extraordinaria capital, Tenochtitlán, donde hoy se alza la Ciudad de México, una auténtica ciudad de ensueño que encandiló a los españoles, que la bautizaron como «la Venecia del Nuevo Mundo». La ciudad llegó a tener una superficie de 15 km2, y a acoger más de 200.000 habitantes.
Los aztecas fueron pioneros de muchos avances científicos y tecnológicos en variados campos, desde la astronomía hasta la medicina, almacenando su conocimiento en bibliotecas de códices que contenían los secretos de la extraordinaria sociedad que habían construido.
Desgraciadamente, la mayor parte de ese conocimiento se perdió cuando los conquistadores redujeron la civilización azteca y quemaron casi todos los códices al considerarlos heréticos.
A la busca de su destino
Los aztecas (autodenominados mexicas, de donde procede el topónimo México) procedían de la última de las tribus chichimecas, grupos de pueblos emigrantes que provenían de la zona del gran Lago Salado, que se encuentra en las cercanías del desierto de Utah.
Los mexicas eran pobres y violentos, de manera que el más mínimo incidente con ellos podía desencadenar un conflicto bélico. Cuando no estaban en guerra llevaban a cabo prácticas rituales sumamente crueles, como los sacrificios humanos. A pesar de que se asentaron en la vecindad de otros pueblos, a los que no tenían inconveniente en ayudar, nunca permanecieron demasiado tiempo en el mismo lugar, ya que a nadie le gustaba convivir con vecinos tan pendencieros.
Hacia el año 1200 de nuestra era, abandonaron la isla de Aztlán («lugar de las garzas»), iniciando una larga peregrinación desde la zona norte de Mesoamérica hasta el Valle de México, territorio que en aquel momento estaba ocupado por muchas otras tribus. El dios Huitzilopochtli les exhortó a convertirse en el «Imperio del Sol», pero para ello debían encontrar una señal divina: un águila devorando a una serpiente. Esto es lo que les advertiría del lugar en el que debían instalarse.
Espoleados por esta leyenda, peregrinaron durante más de 200 años, hasta que en el año 1325 encontraron la señal: fue en las zonas menos profundas del lago de Texcoco, y allí mismo comenzaron a construir una serie de islotes en los que poder asentarse definitivamente.
Tenochtitlán
Los aztecas fundaron Tenochtitlán, como un recuerdo de su mítica isla de Aztlán, y poco a poco, se irá convirtiendo en el centro neurálgico de la civilización azteca, hasta alcanzar el desarrollo y la grandeza que provocó el asombro de los conquistadores españoles.
La ciudad se encuentra a 40 km de otro mítico enclave, Teotihuacán, que en aquella época ya se encontraba abandonada. Los aztecas no supieron nunca quién la había construido, pero veían esparcidos restos de esculturas y cerámica que afloraban por la tierra, y los dos grandes montes que encerraban las pirámides del Sol y de la Luna que debieron de llamar poderosamente su atención. Tanta grandeza no podía ser obra del hombre: por lo tanto fueron los dioses quienes las crearon.
Los aztecas seguían creyendo que se trataba de la morada de los dioses, donde había nacido el Sol, y que su diseño representaba el cosmos, motivo por el que quisieron reproducirlo en Tenochtitlán. Pero esta tarea, dado el entorno natural en el que se encontraban, no les resultó nada fácil.
Era el año 1376, ya sedentarios y de la mano de su gobernante Acamapichtli, comenzaron a urbanizar ese terreno pantanoso. La solución que hallaron fue totalmente original: consistía en construir una base sobre la que asentar las edificaciones clavando estacas de madera en el fondo de los lagos y rellenado los huecos que quedaba entre ellas con piedra volcánica para lograr una mayor resistencia.
Al principio solo se podía acceder a la ciudad en barca, pero los aztecas diseñaron espaciosas avenidas de hasta 14 metros de ancho, que la conectaban con las localidades de tierra firme. Eso lo consiguieron clavando miles de pilotes y construyendo puentes levadizos para poder desplazarse en todas las direcciones. Estas calzadas les permitían transportar los materiales más pesados (siempre por medios de los humanos, ya que no disponían de animales de carga ni de carros o ruedas), creando una de las mayores rutas comerciales de Mesoamérica.
La fundación del Imperio
En un principio, los aztecas tendrán que soportar el desprecio y el vasallaje de los que les precedieron. Pero en poco tiempo la situación va a cambiar. Este grupo, debido a una estricta organización social y económica y de un inteligente sistema de alianzas y matrimonios de sus clases gobernantes, logrará en un tiempo reducido, imponerse al resto de grupos de la zona. Consiguieron entre los años 1400 y 1500, dominar un amplio territorio que va desde el Atlántico hasta el Pacífico, con varios millones de vasallos y tributarios.
Gracias a los restos arqueológicos del Templo Mayor se ha podido determinar que los mexicas eran gobernados por Acamapichtli cuando servían como mercenarios a los pueblos dominantes, sobre todo a los tepanecas. En 1428, bajo el reinado de Itzcóatl (Serpiente de obsidiana), se produjo un enfrentamiento que concluyó con el triunfo azteca, y el inicio de lo que luego sería un gran Imperio: el crecimiento de la población hizo que el agua dulce comenzara a escasear, por lo que se pensó en construir un acueducto para traer el agua desde Chapultepec.
Pero sus vecinos tepanecas, que eran quienes la controlaban, no estaban muy de acuerdo. En un astuto golpe de mano, el rey buscó distintos aliados entre las comunidades del este y el oeste, sobre todo hay que destacar al mítico Nezahualcóyotl. Con su apoyo, se alzó contra los tepanecas y fundó una nueva potencia que, por lo demás, jamás llegó a estar realmente unificada.
Una vez construido el acueducto, los aztecas fueron edificando nuevas ciudades alrededor de Tenochtitlán, y ocupando una extensión de terreno cada vez mayor. A pesar de formar parte de un mismo imperio y de tener en común ciertas costumbres y la vigencia de una rígida estratificación social, se regían por una sorprendente diversidad de sistemas de calendarios y códices pictóricos.
Por lo general, un ciclo del calendario azteca solar duraba 52 años y recibía un nombre concreto. En el Templo Mayor se localizaron numerosos glifos cronológicos referidos a la historia del Imperio. Así, el glifo de la fecha 1 Conejo, correspondiente al año 1454, narra una época de pobreza y hambruna provocada por plagas, sequías y heladas que arruinaron completamente los cultivos. Los aztecas empleaban asimismo un calendario lunar dividido en 260 días, que ya era conocido por los mayas.
Los herederos de Moctezuma
Hacia 1433 se formará, siguiendo una vieja tradición mesoamericana, la llamada Triple Alianza, entre los estados de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Esta fórmula política, en la que la supremacía recayó muy pronto en los soberanos tenochcas, perduraría hasta la llegada de los españoles. La historia azteca desde entonces, es la de una continuada expansión llevada a cabo bajo el mando de los sucesivos tlatoani (líderes) de la ciudad.
Entre los años 1440 y 1469, el gobierno de Tenochtitlán estuvo en manos del poderoso guerrero Moctezuma I Ilhuicamina (Colérico Señor, Arquero del Cielo), y con una población cercana a los 15 millones de habitantes, extendió los límites del Imperio haciéndose con ciudades-estados, en todas direcciones, y penetrando en el corazón mismo de las tierras de los mixtecas de Oaxaca.
A la muerte del soberano en el año 3 Casa, o 1469, le sucedió en el trono Axayácatl (1469-1481), hijo o nieto de Moctezuma I. Siguiendo la línea de gobierno anterior, el nuevo monarca también condujo a sus guerreros a numerosas campañas triunfales; sin embargo, protagonizó la mayor de las derrotas sufridas hasta entonces por los aztecas. Con un ejército compuesto por 20.000 guerreros de Tenochtitlán, Axayácatl se lanzó hacia el oeste a la conquista de Michoacán, donde se encontró con la resistencia de 50.000 tarascos. Al terminar la violenta batalla sólo regresaron a la ciudad 200 hombres.
La responsabilidad de aquella masacre le acompañó hasta el día de su muerte, que tuvo lugar hacia el año 1481. El consejo, organismo previsto para la elección del sucesor, elevó al trono a su hermano Tizoc (1481-1486). Pero los sacerdotes le profetizaron, desde el primer momento, que no iba a disfrutar durante mucho tiempo de su reinado. Cumpliendo dichas previsiones, o quizá sólo condicionado por ellas, Tizoc sufrió bochornosas derrotas militares y termino siendo envenenado al cabo de cinco años.
La edad de oro de Ahuitzotl
Su hermano pequeño, Ahuitzotl (1486-1502), se colocó entonces la diadema de turquesas que distinguía a los reyes y no tardó en convertirse en uno de los monarcas más despiadados del Imperio. Al finalizar los trabajos de construcción del Templo Mayor, en el año 8 Caña, o 1487, ordenó cuatro días consecutivos de sacrificios humanos.
Los aztecas pensaban que estos sacrificios eran cruciales para la supervivencia de su imperio. Sin duda, con esto perseguía una doble finalidad: por un lado, tranquilizar a sus súbditos, puesto que, según las creencias aztecas, sólo el sacrificio podía evitar la destrucción definitiva de la era actual, el Quinto Sol; por otro, intimidaban a los enemigos, al menos durante algún tiempo.
Así, el terrible Ahuitzotl ordenó la masacre de 20.000 personas, a quienes les fue arrancado el corazón con un cuchillo ritual de obsidiana, para luego amontonar sus restos en el altar de la diosa Coyolxauhqui.
Este gobernante conquistó, entre otros pueblos, a los mixtecos, los zapotecas y los tarascos, alcanzando el imperio su máximo extensión, que abarcaba desde la región de Huasteca, en el norte del actual estado de Veracruz, hasta la actual Guatemala.
Bajo su reinado, Tenochtitlán se enriqueció enormemente, gracias a los tributos de los territorios sometidos, y promovió el comercio con los «pochtecas», un gremio de mercaderes viajeros que recorrían los territorios más alejados de las distintas regiones del imperio, o incluso fuera del mismo, en busca de establecer nuevas relaciones comerciales. También ejercían de embajadores o incluso como espías, pues a su regreso describían los territorios como posible futura guerra de conquista.
El rey poeta
Mucho menos sanguinario que Ahuitzotl fue el rey Nezahualcóyotl («Coyote que ayuna»), gran soberano de Texcoco, uno de los estados que conformaban una triple alianza, de la cual fue un pilar fundamental en sus cuarenta años de gobierno (1432-1472).
Quizá fue el rey más singular del Imperio azteca. Era filósofo y poeta y legisló con inusual humanidad. Además, demostró ser el mejor ingeniero de su tiempo. Sus conocimientos en esta materia le permitieron construir un inmenso dique, un muro de contención a lo largo de 16 km, con compuertas que permitían controlar el nivel del agua, y proteger Tenochtitlán de las inundaciones. T
ambién se encargó de construir el acueducto desde Chapultepec que proporcionaba agua potable a la capital.
Incluso en lo religioso, Nezahualcóyotl se diferenciaba de los monarcas que le precedieron, pues, aunque respetaba los cultos familiares, adoraba a un único dios, al que llama Tloquenahuaque («Señor de lo cercano y lo lejano), que no se representaba por imagen alguna.
Nezahualcóyotl fue, asimismo, un visionario que anticipó al futuro del Imperio en uno de sus hermosos poemas: «De ahí el inevitable resultado de todos los poderes, imperios y dominios: son transitorios e inestables. El tiempo de la vida es prestado, en un instante puede quedar atrás».
Moctezuma II. Xocoyotzin
En 1502 se presentan como candidatos para suceder a Ahuzotl, sus descendientes y se elige a Moctezuma II, Xocoyotzin («el joven»), que había sido guerrero y formó parte del sacerdocio en el templo de Huitzilopochtli, como el noveno dirigente del imperio.
Este mandatario, da un giro a su gobierno, y cambia a los altos cargos de su antecesor (a algunos privándoles de la vida), integrando como colaboradores a jóvenes herederos de antiguos jefes que había conocido en la escuela del templo.
Serio, religioso, autoritario y cruel, y obsesionado con el orden, la obediencia y la disciplina, ignora a los otros dos miembros de la confederación (Texcoco y Tlacopán), y le da un aire absolutista y divino a su mandato. Los hijos de las familias de los jefes de los pueblos sometidos, son trasladados a Tenochtitlán, prácticamente como rehenes, para ser «educados».
Moctezuma, que era hombre de profunda fe, hace la guerra de conquista en nombre de ellos, sobre todo de Huitzilopochtli.
La llegada de Hernán Cortés
Al poco de zarpar de Cuba el 18 de febrero de 1519, con 11 barcos y algo más de 500 hombres, la expedición de Cortés ya comienza a tener problemas. Sus hombres estaban descontentos con la perspectiva de tener que adentrarse en el continente y se planteaban la posibilidad de amotinarse y regresar a la comodidad de Cuba. Pero nada disuadiría a Cortés de su marcha hasta Tenochtitlán.
A sabiendas de que mientras la flota permaneciese en el puerto de Veracruz sus hombres podrían rebelarse y regresar a Cuba, Cortés hundió toda su flota, cortando su única conexión con las colonias españolas y sus suministros y refuerzos.
Cuando las huestes de Hernán Cortés desembarcaron en México, el Imperio azteca contaba con unos 15 millones de habitantes. Su extensión, formada por 38 provincias, era más que notable. Y sin embargo, a pesar de la importancia y magnitud de semejante construcción política, los soldados españoles no tuvieron demasiados problemas en someter la totalidad del territorio. Bien es verdad que contaban con un armamento muy superior y que, diestros como eran en materia de política tanto como de guerra, en algunos casos se aprovecharon de la ingenuidad de los gobernantes aztecas.
El conquistador español no tardó en conseguir aliados en la vecina Tlaxcala, enemiga secular de los aztecas. Hacía muchos años que los aztecas tenían sometidos a más de 10 millones de personas, manteniendo un férreo control sobre una gran extensión de territorio.
La Malinche, pieza fundamental en la conquista
Mención aparte merece la Malinche. Un auténtico golpe de suerte que facilitó enormemente la labor del conquistador. Tras librar una batalla en Centla, en 1519, los caciques locales acudieron al campamento español para agasajar a Cortés con numerosos regalos. Entre ellos, llevaban también veinte doncellas. El conquistador español no imaginó en ese momento que una de esas jóvenes, llamada Malinalli o Malinche, sería una colaboradora decisiva en sus operaciones contra los aztecas.
Antes de aceptar a las jóvenes, Cortés ordenó que fueran bautizadas para cumplir la ley castellana que permitía mantener relaciones de concubinato únicamente entre personas cristianas y solteras. Frente a un improvisado altar, presidido por una imagen de la Virgen, una cruz y un fraile, aquella bella india, recibió por nombre Marina. Una vez oficiado el sacramento, Cortés repartió a estas primeras cristianas entre sus capitanes. A doña Marina la entregó a un pariente lejano suyo, Alonso Hernández Portocarrero, primo del conde de Medellín.
Pero Cortés no tardó mucho en darse cuenta del valor de la bella india, haciéndola su amante. La Malinche hablaba varios de los idiomas de la región, entre ellos el náhuatl, una lengua franca que equivalía al latín de la vieja Europa. Además enseguida aprendió a hablar castellano, mostrándose desde el principio plenamente colaborativa con los españoles. Esto le permitió conocer la situación de los pueblos de la región y de encontrar aliados que les ayudarán a vencer a los aztecas.
La conquista de Tenochtitlán
Moctezuma, no fue capaz de comprender con la suficiente rapidez la amenaza que el astuto Cortés suponía para los suyos. Las ideas monoteístas de Nezahualcóyotl, de Texcoco, eran contrarias a las suyas, pero cuando la informan de que han aparecido gentes extrañas, con cascos brillantes, en las costas, comienza a dudar de su fe, pensando si serían los hijos del dios tolteca Quetzalcóatl («serpiente emplumada»), el cual según la leyenda, había prometido regresar, procedente del este para gobernar sobre aquellos territorios.
En lugar de enviar guerreros para impedirle la llegada a Tenochtitlán, envía a un emisario para recibirle, cargado de regalos de oro con el fin de que Cortés detuviese su marcha. Pero estos regalos no hicieron más que estimular su apetito por los tesoros de los españoles.
En noviembre de 1519, Cortés tenía 50.000 aliados americanos y habían llegado a Tenochtitlán. Los conquistadores se quedaron estupefactos cuando vieron el tamaño, la complejidad y la genialidad de la capital azteca.
Moctezuma recibió a Cortés, invitando a los españoles a la ciudad y a su propio palacio, donde fueron agasajados con metales preciosos. La reacción de Cortés fue apresar a Moctezuma, mientras que su ejército saqueaba las riquezas de la ciudad. Así, ese hombre déspota, despiadado y brutal, se convierte en el sumiso y temeroso Moctezuma (es la forma en que los españoles pronunciaban su nombre real, Motecuzoma), que se deja encadenar y ordena la muerte de algunos de sus súbditos.
El 29 de junio de 1520, los españoles se ven rodeados en el palacio. Al percibir la agitación de la multitud, Cortés obliga a Moctezuma a dirigirse a sus súbditos para sofocar el violento tumulto. Para la población, aquello representaba una traición y lo apedreó, provocándole la muerte.
Los españoles se ven obligados a huir, pero unos meses después, vuelven a la carga, y el 13 de agosto de 1521 cayó Tenochtitlán tras un asedio que duró tres meses; la ciudad sucumbió sobre todo por hambre, las enfermedades y el desgaste.
Cortés había conquistado México en 30 meses. Los invasores arrasaron toda la ciudad, sustituyeron los cultos nativos por el cristianismo, que pasó a ser la religión oficial y prohibió los sacrificios humanos. Se empezaron a construir los primeros edificios de la Ciudad de México moderna.
Pero su violencia y su fanatismo no fueron lo peor para los aztecas, sino una serie de enfermedades contagiosas, como la viruela, hasta entonces desconocidas en el lugar, que contribuyeron al exterminio de gran parte de la población.
La posterior labor de los cronistas españoles hizo que el Imperio azteca fuera el reino de Mesoamérica mejor documentado de todos cuantos fueron objeto de conquista en América, pues los oficiales registraron datos de la administración y las leyes aztecas, y los misioneros anotaron muchos detalles de sus cultos.
El Templo Mayor
El Templo Mayor es el nombre castellano de Hueyi Teocalli, la majestuosa pirámide que dominaba la capital azteca. Era el núcleo religioso de la capital del imperio mexica.
Originariamente era un sencillo santuario en una isla del lago Texcoco, consagrado a las deidades aztecas de la guerra (Huitzilopochtli) y de la lluvia (Tlaloc). Fue reconstruido al menos seis veces antes de la desaparición del imperio azteca, en 1521. Cada gobernante azteca añadía superposiciones para mostrar su respeto a los dioses y quedar inmortalizado en la inmensa estructura de piedra.
El templo estaba orientado con su fachada principal hacia el poniente, tal como lo estuvieron desde Teotihuacán, Tula y Tlatelolco, otros edificios que también tenían el carácter de «centros del universo».
Bajo cada nueva capa los aztecas enterraban objetos de sacrificio entre las piedras. La sexta y última reconstrucción se llevó a cabo en 1487, alcanzando el templo 60 m de altura en cuya cima había una gran plataforma de 80 x 100 m y dos tramos más de escaleras que conducían a los adoratorios. Un auténtico gigante de piedra sobre el horizonte de Tenochtitlán, corazón espiritual y geográfico del Imperio Azteca.
El templo se encontraba cubierto de estuco y pintado con colores brillantes. Decorado profusamente con bajorrelieves en piedra que representaban episodios del panteón azteca, junto con representaciones de animales y numerosas estatuas.
Las enormes escalinatas que ascendían a los santuarios eran muy empinadas, con objeto de que los cuerpos arrojados desde el altar de piedra de los sacrificios situado en lo más alto, cayeran hasta abajo. Estos sacrificios eran tan numerosos que los escalones blancos que llegaban hasta el santuario de Huitzilopochtli se encontraban teñidos de rojo sangre. El recinto ceremonial poseía una superficie de 4.000 m2 y albergaba otros 78 santuarios sagrados dedicados a otras divinidades.
El Templo Mayor representa la culminación de las avanzadas técnicas de construcción que llevaron a cabo los aztecas: la extracción y traslado de grandes bloques de piedra, el uso de andamios y sogas para subir a los hombres y las herramientas utilizadas, pasando por la mano de los expertos artistas que esculpieron los bajorrelieves y pintaron el exterior del edificio.
A partir del siglo XVI, tras la conquista española, los vencedores iniciaron la destrucción física del Templo Mayor, incluso sus piedras fueron empleadas como cimientos para las edificaciones de la nueva ciudad virreinal, entre ellos la Catedral de Ciudad de México.
El recinto ceremonial, las pirámides, las efigies de los dioses, todo lo que significaba el centro del cosmos del que partían los cuatro rumbos del universo, fueron borrados abruptamente o sepultados en el mejor de los casos.
En 1978, en el centro de lo que fue la ciudad de Tenochtitlán, se encontró por casualidad un enorme disco de piedra, de 3,35 m de diámetro, que representaba a la diosa lunar Coyolxauhqui. Esto motivó la puesta en marcha de un sensacional plan arqueológico, el «Proyecto Templo Mayor», que dirigió Eduardo Matos Moctezuma, entre los años 1978 y 1982, con extraordinarios resultados.
Durante la investigación se localizó un complejo gigantesco de sepulcros gemelos, consagrados a los dioses Huitzilopochtli y Tláloc, comprobándose así que éste era el corazón ritual del Imperio azteca. Los equipos de trabajo pudieron documentar innumerables aspectos de la arquitectura y de la escultura aztecas al descubrir más de 6.000 objetos distribuidos en 86 lugares de ofrendas.
Además del Templo Mayor, los emplazamientos arqueológicos de los aztecas se extienden por una vasta área. Incluso fuera del Valle de México se han hallado restos importantes, como el templo dedicado a los gobernantes militares que se encontró en la ciudad de Malinalco.
La venganza de los dioses
La mitología azteca es muy rica en leyendas. Una de las más famosas, cuenta que la diosa Coatlicue (la de la Falda de Serpientes) quedó encinta cuando una bola de plumas penetró en el templo donde se hallaba y la tocó. Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli, lo que impulsó a su hija mayor, Coyolxauhqui, y a sus otros 400 hijos a decapitarla, furiosos por tan extraño embarazo. Huitzilopochtli, que salió armado del vientre materno, avisó a Coatlicue de que la vengaría, y así nació para el combate; descuartizó a Coyolxauhqui y arrojó sus restos por la colina de Coatépec (Montaña de la Serpiente).
Para conmemorar este episodio, en los sacrificios rituales aztecas los cuerpos de las víctimas se depositaban sobre un disco de piedra, imagen de la diosa descuartizada.
Las chinampas
Los aztecas cultivaban en Tenochtitlán, además de maíz, otros productos como frijol o tomates gracias a un revolucionario método de agricultura y expansión territorial como son las «chinampas» («cerca de las cañas»). Con ello convirtieron los terrenos pantanosos en fértiles campos de cultivo, con el que garantizaban el abastecimiento de alimentos para la población, que estaba en continuo crecimiento.
Se trataba de unas pequeñas islas artificiales construidas sobre el lecho del lago, con troncos y varas, sobre la que se depositaba tierra cultivable.
Con ello también ampliaron el territorio en la superficie de los lagos, haciendo de Tenochtitlán una auténtica ciudad flotante.
Mientras que en tierra firme solo se podía cultivar un máximo de tres cosechas anuales, las chinampas permitían hasta siete.
Esta extraordinaria fertilidad, junto con la abundancia de agua y de mano de obra, lo convirtió en un sistema de producción intensiva único en el mundo.
El alfabeto
El alfabeto azteca se basaba en tres métodos: pictogramas, ideogramas y fonogramas.
El primero era un símbolo que representaba lo que era, así que el pictograma de una serpiente significaría «serpiente» y se pronunciaría «serpiente».
Por otro lado, los fonogramas eran imágenes que representaban sonidos, con letras representando unos sonidos específicos que se unen para formar palabras.
El alfabeto azteca contenía cuatro vocales básicas y un gran número de consonantes. Por último, los ideogramas eran las partes más abstractas, una serie de símbolos que representaban toda una idea.
Por ejemplo, una huella del pie en el alfabeto azteca representaba un viaje o el paso del tiempo, por lo que se utilizaría a menudo en sus leyendas y relatos para describir los movimientos de los protagonistas.
El calendario azteca
Los sacerdotes y nobles aztecas (al igual que los mayas) eran unos grandes astrónomos, aprendieron a descifrar el cielo nocturno y ese conocimiento fue pasando de generación en generación. Eran capaces de seguir con gran precisión los movimientos de cuerpos celestes como el Sol, la Luna y otros planetas.
Esa información les servía para crear calendarios religiosos y solares y para orientar sus edificios con la Línea de equinoccios. Por ejemplo, el Templo Mayor de Tenochtitlán está orientado de forma que, durante el equinoccio de primavera (el 21 de marzo), los rayos de sol queden entre los dos adoratorios de la cima, donde se celebraban ceremonias en su honor.
Al principio solo practicaban la astronomía los nobles y sacerdotes aztecas. Estos últimos tenían observatorios en los templos para estudiar los movimientos de los cuerpos celestes. Su conocimiento de los ciclos celestes les permitía a los aztecas, entre otras cosas, calcular la duración del año solar y del mes lunar, determinar la duración de la órbita de Venus y predecir eclipses.
Según lo descrito en los códices aztecas, eran muy diestros a la hora de prever la aparición de cometas y asteroides y, a menudo, esos fenómenos servían para marcar acontecimientos religiosos.
La aplicación más práctica de la astronomía azteca a la vida cotidiana de la gente fue la creación de un calendario, que incluía un calendario civil, «la cuenta de los años«, de 365 días, basado en los movimientos del Sol, y por otro, uno religioso, llamado «la cuenta de los días«, de 260 días. Juntos, estos dos ciclos formaban un siglo de 52 días o «calendario circular».
El calendario civil estaba compuesto de 18 meses de 20 días cada uno, y al final había un periodo de 5 días que se consideraba que daba mala suerte. El calendario religioso estaba compuesto de 20 meses de 13 días que se llamaban trecenas. Cada trecena estaba dedicada a un dios.
El de Tenochtitlán se le conoce como la «Piedra del Sol,», un disco monolítico de 3,5 m de diámetro y 24 toneladas de peso, con inscripciones alusivas a la astronomía y cultos aztecas que fue desenterrado en el Zócalo en 1790, y donde se describe el principio del mundo azteca y se vaticina su fin.
La pieza se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. En este disco de piedra encontramos alrededor del dios solar, los pictogramas de los 20 días del calendario sagrado azteca. A veces representan animales, como conejos y ciervos, y otros conceptos abstractos como la muerte o el movimiento. Los ángulos grabados en bajorrelieve representen los rayos solares colocados en dirección de los puntos cardinales. Alrededor del perímetro del calendario hay un anillo de llamas, representadas por dos Xiuhcóatl o «serpientes de fuego».
Los aztecas creían que estas serpientes, junto al Sol, luchaban contra sus enemigos naturales de la Noche y de la Luna.
En el centro del monolito se encuentra una imagen que representa al Sol. Aquí tiene el rostro del dios solar, Tonatiuh. Su posición indica que todo gira alrededor del Sol. El cabello dorado de Tonatiuh representa el color del astro.
Alrededor del Sol se hallan los cuatro dioses, tres de ellos representan los elementos de viento, lluvia y agua. El cuarto es el dios Ocelotl, cuyo símbolo es un jaguar, que indirectamente representa el paso del tiempo. Es el dios asociado con la más remota era cosmológica.
Los dioses aztecas
El panteón de los aztecas estaba compuesto por más de 200 dioses y diosas. Te resumimos aquí los diez principales:
QUETZALCOATL, dios de la vida, la luz, la fertilidad, la civilización y el conocimiento. En ocasiones, también señor de los vientos y regidor del Oeste. Su nombre significa «serpiente emplumada». Es el dios principal de Mesoamérica, el que les había dado vida.
Tiene varias etapas, primero como deidad olmeca, tolteca, pipil, maya (como Kukulcán) y más tarde en el grupo de los dioses aztecas.
Los aztecas creían que la Tierra había tenido cuatro eras anteriores, y se encontraban en el del Quinto Sol. Según sus creencias, el cuarto sol acabó con una inundación universal. Quetzalcoatl robó los huesos de la humanidad del inframundo y los llevó al paraíso. Allí los huesos se molieron y Quetzalcoatl y otros dioses derramaron su sangre sobre ellos, dándoles de nuevo la vida, de esta forma sagrada. Este dios proporcionó a los humanos la primera planta de maíz, después de que una hormiga gigante lo condujera a una montaña de granos de semillas.
TLALOC (dios de la lluvia y la agricultura), junto al santuario de Huitzilopochtli, los aztecas construyeron otro para su dios de la lluvia, Tlaloc. Su nombre deriva de tlālli («tierra») y octli («néctar»), es decir: «el néctar de la tierra».
Se trata de otro dios fundamental en el panteón azteca, ya que su economía dependía en gran medida de la agricultura, y Tlaloc podía traer tanto inundaciones como sequías. Este temor al dios propició un intenso culto que incluía el sacrificio de niños cuyas lágrimas complacían a Tlaloc y provocaban la lluvia. También se hacían otras ofrendas menos horribles: se hacían figuras de dios de masa de amaranto, que se desmembraban y se comían. También se usaban el jade y las conchas marinas.
HUITZILOPOCHTLI (dios del sol y la guerra), asociado al sol, era el dios principal de los aztecas. A la llegada de los españoles a Mesoamérica, era la deidad más adorada en el Altiplano central por imposición de los aztecas. Se dice que guió a este pueblo desde su patria de origen en Aztlán al Valle de México y les señaló dónde construir Tenochtitlán, donde se levantó el Templo Mayor, que se convirtió en escenario de miles de sacrificios humanos.
Como dios del sol requería ser alimentado para vencer en su batalla diaria contra la oscuridad. Para ello, miles de personas fueron asesinados para nutrir al dios con su sangre en la creencia de que resucitarían para luchar junto a él.
XIPE TOTEC (dios de la fertilidad del oriente y de la orfebrería), cuyo nombre significa «el desollado». Es una deidad de vida, muerte y resurrección de la cultura mexica.
Como dios de la fertilidad, se desolló para dar de comer a la humanidad, simbolizando la forma en el que el maíz rompe su cubierta externa para germinar. Por eso, para honrarlo, los sacrificios incluían el desollamiento y las pieles se teñían y eran usadas durante 20 días por los sacerdotes para asegurar una buena cosecha.
Xipe Totec también era honrado con sacrificios de gladiadores: los cautivos, atados a una piedra circular y armados con pala con una pluma, combatían contra guerreros aztecas.
TEZCATLIPOCAS (dios de la noche, del norte y de la hechicería), fue el gobernante del Primer Sol y, junto a Quetzalcoatl, creó el mundo.
Era un dios muy vengativo, y usó a los reyes aztecas como sus representantes en la Tierra, haciéndolos castigar cualquier mal comportamiento en su nombre. Tenía la habilidad de conocer los pensamientos y los sentimientos, además de ser omnipresente e invisible.
Cada mes de mayo, un joven era elegido para ser sacrificado a Tezcatlipocas. Antes de sufrir su destino, vivía como el dios durante todo un año, festejándolo con banquetes y siendo atendido por sirvientes. Es el guerrero del norte, representa el cielo nocturno, la luna y las estrellas. Es el dios de la noche y la tentación y posee la juventud eterna.
TEZCATLIPOCAS (dios del inframundo), su nombre significa «Señor del lugar de los muertos».
Los mexicas creían que, a menos que murieras en la batalla, durante el parto o te matara un rayo, estabas destinado a encontrarte con Mictlantecuhtli, que junto a su esposa Mictecacihuatl, era el gobernante del inframundo, o Mictlá, donde iban todos los que morían de muerte natural, sin distinción de personas y sin tener en cuenta su comportamiento en la tierra.
En el pensamiento de los mexicas, el destino final estaba determinado no por la conducta moral desarrollada en la vida, sino por la forma como se abandona este mundo. Aquellos cuya muerte no les garantizaba el acceso al paraíso tenían que descender al inframundo a través de nueve niveles, en un viaje de cuatro años lleno de arduas pruebas.
TONATIUH (dios del sol y los guerreros), es también conocido como el Quinto Sol, debido a que los mexicas creían que asumió el control cuando el Cuarto Sol fue expulsado del cielo, y después de un largo período de oscuridad, apareció por primera vez, negándose a moverse. Para que siguiera su curso, los aztecas tenían que suministrarle a Tonatiuh los corazones de los guerreros capturados en la batalla. De acuerdo con la Cosmogonía azteca, cada sol era un dios con su propia era cósmica y ellos se encontraban en la era en la que reinaba Tonatiuh.
CHALCHIUHTLICUE (diosa del agua y de los partos), esta diosa de los lagos, arroyos y océanos, era la esposa o hermana de otro dios de agua, Tlaloc. Fue la gobernanta del Cuarto Sol, la etapa de la humanidad previa a la era azteca, que destruyó con un diluvio obligando a todos los humanos a pescar. Para los aztecas era la proveedora del agua para la agricultura. Se la temía por provocar torbellinos y tormentas que dificultaban la navegación. Se la honraba con un festival que duraba todo el mes de febrero, que incluía el ayuno, banquetes y sacrificios humanos.
TLZZOLTEOTL (diosa de la inmundicia y delito sexual), a pesar de ser la diosa de la lujuria, de los amores ilícitos y de las transgresiones morales, y ser la diosa más relacionada con la sexualidad y con los estados de la Luna, Tlzzolteotl también podía limpiar esos pecados y eliminar la corrupción del mundo.
Adoptó cuatro formas diferentes en las diferentes etapas de su vida: primero fue una ingenua y tentadora joven, luego fue la destructiva diosa del juego y la incertidumbre. Después fue una diosa capaz de absorber el pecado humano, antes de manifestarse finalmente como una vieja bruja que se aprovechaba de los jóvenes.
CENTEOTL (dios del maíz), el maíz era un cultivo tan importante para los aztecas que tenían varias deidades asociadas a él. Centeotl era la más importante, nació como una diosa, pero más tarde se hizo hombre junto a su equivalente femenino Chicomecoátl. A cada dios le correspondía una fase diferente del crecimiento de la planta. Sin embargo, Centeotl también era adorado por el algodón azteca, las batatas y el pulque, una bebida alcohólica.
Experiencias únicas durante nuestro viaje a MéXICO con VAGAMUNDOS:
– Descubrir el inmenso patrimonio de CIUDAD DE MéXICO, una ciudad abrumadora por extensión y grandeza, con una enorme riqueza cultural y artística. La Casa Museo Frida Kahlo, el Zócalo, la Catedral Metropolitana; el Palacio Nacional, con los murales de Diego Rivera; el Templo Mayor, el mayor santuario azteca; la Plaza de las Tres Culturas, la Basílica de Guadalupa, Xoximilco, una de las grandes obras de ingeniería, …
– Perderte en el Museo Nacional de Arqueología, uno de los más importantes del mundo, donde descubrir las civilizaciones que han creado la riqueza cultural de México: olmecas, mayas, zapotecas o aztecas. Aquí se encuentra la Piedra del Sol azteca (mal llamado Calendario Azteca)
– Sentir las energías místicas de TEOTIHUACáN, el lugar donde «fueron creados los dioses», una de las mayores ciudades de Mesoamérica durante la época prehispánica y de la cual se desconoce casi todo. Las asombrosas Pirámide del Sol y de la Luna, dominan la ciudad.
– Pasear por las calle de la bellísima PUEBLA, ciudad criolla por excelencia con su bellos edificios coloniales y la más esbelta y hermosa catedral de las construidas en Nueva España. Cerca de allí, otro lugar mítico como CHOLULA, que Cortés describiera como «la ciudad más bella fuera de España», con la Pirámide de Tepanapa, la más grande de México, sepultada bajo una colina.
– Perderte en OAXACA, otra hermosa ciudad colonial, con sus monumentos barrocos y arquitectura señorial, dentro de un ambiente donde se respira el sosiego y la tranquilidad. Una vez allí tendremos tiempo para recibir la energía telúrica que nos aportarán los antiguos yacimientos de Monte Albán y Mitla.
– Navegar en lancha por una de las grandes maravillas naturales de América, como es el Cañón del Sumidero, una falla con muros que se elevan más de 1300 m desde la profundidad del río.
– Ya en CHIAPAS, pasear por las calles adoquinadas de San Cristóbal de las Casas, una de las ciudades coloniales más apasionantes y conmovedoras que uno pueda encontrar. Su embriagadora mezcla, indígena, colonial y cosmopolita la hacen única. Además, tenemos muy cerca los pueblos de San Juan Chamula y Zinacantán, donde se conservan las costumbres prehispánicas.
– En medio de la espesa selva tropical, con las pirámides elevándose sobre la vegetación y con los gritos de los monos aulladores perturbando el silencio, disfrutar de la misteriosa belleza de PALENQUE, una de las más importantes ciudades mayas.
– Otro centro arqueológico, plagado de simbolismo es UXMAL, un ejemplo singular del fabuloso esplendor artístico maya. El silencio y la soledad que envuelven estas ruinas contrastan con la animación que debió tener la metrópoli durante su época de esplendor.
– Pasear por los centros históricos de dos de las dos villas coloniales más importantes de YUCATáN, como son CAMPECHE Y MéRIDA, dos bellas ciudades con sus estrechas callecitas adoquinadas y sus soleadas y alegres plazas.
– Bañarte en las cristalinas aguas del cenote de Ik Kil, donde pequeñas cascadas caen desde el techo calizo envuelto en plantas colgantes.
– Aunque no son nuestras ruinas favoritas, por lo masificadas, hay que reconocer que CHICHEN ITZá es uno de los centros ceremoniales más espectaculares de toda la antigüedad. Desde la imponente y monolítica Pirámide de Kukulcán (también conocida como El Castillo), donde la sombra del dios serpiente emplumada sube por las escaleras durante los equinoccios de primavera y otoño, el mayor Juego de la Pelota de Centroamérica, hasta el Cenote de los Sacrificios o el curioso Observatorio El Caracol, el legado de los astrónomos mayas resulta fascinante.
– Tendrás la oportunidad de gozar de la auténtica COCINA MEXICANA. Nombrada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010, cada región posee sus propios platos originales. Su cocina está basada en el maíz, los frijoles, el chile, a los que se añaden diversos ingredientes autóctonos. Pídete unos tamales, (masa de maíz cocida y rellena de carne o verduras), unas enchiladas, unos tacos o un guisado de carne acompañado de un buen mole. En general todos los platos se componen de arroz, frijoles y tortas de maíz pero encontrarás una gran variedad de sabores y picantes según la región donde te encuentres.
– México es un auténtico paraíso para las COMPRAS con una infinita variedad de artesanías. Aquí podrás adquirir desde tejidos y joyas de plata y turquesa a tallas de madera, máscaras y otros artículos. La habilidad y creatividad de sus artesanos, te sorprenderán. Las mejores hamacas de hilo de algodón las puedes encontrar en Cancún. En Oaxaca, podremos encontrar su típica cerámica negra, máscaras de madera de variadas formas y colores, y bellas telas y bordados. La cerámica y alfarería de Puebla posee una gran (y merecida) fama; en San Cristóbal de las Casas, son famosos sus diseños de joyas de ámbar y jade.
– Y después de esta hemorragia cultural y culinaria, disfrutar de un día a tu aire en CANCúN, con un mar con miles de matices turquesas, las blancura deslumbrante de la arena compuesta de polvo de coral y muchísimas actividades que puedes realizar.
Artículo elaborado por Eugenio del Río