Dubái, el destino más llamativo y conocido de los Emiratos Árabes Unidos | Vagamundos Blog

Quizás el destino más de moda de Emiratos es DUBáI, un emirato que ya no puede vivir solo del petróleo (de hecho nunca fue el que contó con más reservas de crudo), pero sus últimos gobernantes han realizado una serie de millonarias construcciones cuya rentabilidad todavía está por ver. El enclave es un modelo de estado árabe tolerante, aunque el desarrollo que ha tenido en los últimos tiempos, tienen el lastre de un tráfico horroroso, comparable al de algunas ciudades asiáticas como Bangkok o Yakarta. Torres de viento tradicionales dan paso a rascacielos de la era espacial que brotan en un desierto infinito bordeado por un litoral salpicado de archipiélagos con forma de palmera. Es un lugar fascinante, con bellas playas, sofisticados restaurantes y bares, centros comerciales de categoría mundial, los hoteles más lujosos y rascacielos que cortan la respiración. Pero a pesar de las apariencias, también sigue muy vivo el Dubái histórico, el de la tradición.

Haremos un crucero por los Emiratos árabes Unidos en febrero de 2020.

Con una extensión de 4114 km2, este pequeño emirato es el segundo en extensión, tras el de Abu Dhabi. Limita al sur con el emirato de Abu Dhabi, con el de Sharjah por el noreste y, con el Sultanato de Omán por el sureste; con los emiratos de Ajman por el oeste y Ras al-Khaimah por el norte. El entrante de agua salada del golfo Pérsico denominado Khawr Dubavy, atraviesa la capital. Casi todo el emirato es puro desierto; en el sureste deja paso a las montañas de Hajar, una de las pocas elevaciones de la región, que alcanzan los 1.300 metros de altura.

En Dubái existe una monarquía constitucional regida por la dinastía Al Maktum. Actualmente, y desde 2006, el emirato es gobernado por el jeque Mohamed bin Rashid Al Maktum, que a su vez es vicepresidente y primer ministro de los EAU.

De la megalomanía a la bancarrota: ¿hacia dónde va Dubái?

Después de la gran crisis del sector inmobiliario y financiero de finales de la década anterior, todo parecía superado, pero nada más lejos de la realidad. A finales de la década pasada, el emirato de Abu Dhabi, mucho más conservador y modesto, pero con mucho más dinero, evitó la quiebra del estado, con un rescate de 20.000 millones de dólares. Su potente aeropuerto, cuartel general de la compañía aérea Emirates, el turismo (es una de las ciudades más visitadas del mundo), y el comercio exterior, lograron que las aguas volvieran a su cauce. Pero algo parece que empieza a cambiar.

Los carteles de «se vende» o «se alquila» han empezado a aparecer en las fachadas de las torres. La otrora ciudad futurista ha dejado de ser El Dorado en mitad del desierto.

Dubái está sufriendo los errores que cometió desde la anterior década, con inversiones de en proyectos muy costosos y de rentabilidad dudosa como crear una de las mayores estaciones de esquí interiores del mundo, cuando la temperatura mínima del año no baja de 15 grados.

Las ventas de los nuevos proyectos inmobiliarios cayeron casi un 50% durante el primer trimestre de 2018. Los precios en el mercado de compraventa de viviendas han bajado casi un 16% desde finales de 2014. La recesión ya ha comenzado a sentirse en las calles de Dubái, un emirato con 5,6 millones de habitantes, de los cuales solo el 23% es emiratí.

Indios, paquistaníes o filipinos forman el grueso de una población internacional y diversa, en la que la mano de obra menos cualificada sobrevive en terribles condiciones que las organizaciones de derechos humanos comparan con la esclavitud.

Sus vecinos de Abu Dhabi, que controlan el 90% del petróleo de EAU, han hecho que Dubái pierda gran parte de su autonomía. Han sido obligados a someterse a una supervisión por parte del Gobierno de la federación de emiratos, y una de las consecuencias es la de pérdida de la neutralidad política, que es lo que le ayudó a impulsarla comercialmente. Abu Dhabi y Washington, han forzado a Dubái a detener su comercio con Irán. Pero las ventajas comerciales de Dubái proceden de su apertura al exterior, su tolerancia religiosa y étnica y sus libertades sociales. Cuando se la despoja de todos esas cualidades, la ciudad pierde el interés de los inversores.

La prensa árabe narra el cierre de hoteles y bares; los impagos de algunas empresas públicas; los cheques que quedan sin cobrar; el vacío que anida el zoco del oro; y la caída de ventas en centros comerciales como Dubai Mall, el mayor del planeta y ubicado junto al gigantesco de Borg Jalifa, una obra de arquitectura e ingeniería que con sus 828 metros de altura presume de ser el techo del mundo. En junio de 2017 el grupo Abraaj, especializado en inversión en capital riesgo, protagonizó una quiebra fulminante. Tenía su sede en Dubai y había cimentado las aspiraciones de la ciudad de convertirse en el centro financiero del mundo.

Mientas dure el petróleo, sigan teniendo el apoyo de sus primos de Abu Dhabi el presente está asegurado, pero el futuro tiene un aire todavía incierto.

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